Capítulo 60

—¿Por qué me ocultó la existencia del mosaico? Yo no represento un peligro para ustedes, también fui y soy víctima de lo sucedido —pregunté.

—Para todo hay un momento. Nunca sabemos si este es el mejor, el más apropiado, pero intentamos que así sea. Nosotras esperábamos que ese momento no llegara nunca, que no fuese necesaria nuestra participación en lo sucedido. Pensamos que, pasando por alto algunas cosas, evitaríamos males mayores.

»Si usted pone a dos criaturas desnudas en el centro del desierto, estas tienen muchas posibilidades de morir de sed y de hambre, pero también tienen las mismas de seguir adelante, de llegar al oasis. El destino de ambas solo depende de lo que cada una, independientemente de la otra, decida hacer. Si ambas consiguen llegar al oasis lo harán llevadas por la misma razón: el instinto de supervivencia. Pero, una vez en él, es muy probable que una de ellas lo explote en su beneficio personal, haciendo de las necesidades de los demás su debilidad, que le dé poder sobre ellas, sobre el resto de las criaturas que vayan llegando sedientas. La otra, tal vez lo utilice y lo comparta con los que vayan llegando, comprendiendo su necesidad, ya que la vivió antes que ellos y, con toda probabilidad, permitiendo que usen el agua de forma gratuita. La diferencia entre ambas estriba solo en la manera de utilizar lo que descubrieron: el oasis. Los motivos que les llevaron hasta él fueron, en un principio, los mismos. Algo similar sucedió en el convento. Alguien dio santo y seña del lugar en donde podía encontrarse el agua y uno de los forenses llegó hasta ella.

—¿Está diciendo que las hipótesis de Daniel son acertadas? ¿Se refiere a él cuando dice que alguien dio el santo y seña? —pregunté.

—Fue el padre Fausto quien lo hizo. Él hizo partícipe a su padre del contenido del libro, del contenido encriptado del manuscrito que hablaba de las cartas de Ignacio de Loyola y lo que ellas eran en realidad. Su padre lo dio a conocer a las altas instancias y sus superiores le autorizaron a estudiar los documentos de Loyola, las cartas que nosotras custodiábamos. De las cartas y su contenido jamás se pudo saber nada, los hermanos que las analizaban y estudiaban no pudieron reproducir nada de lo que vieron en ellas. Un misterio que hoy, en cierto modo, perdura. Se adivina, pero no se puede demostrar.

—Un misterio como el destino, el lugar en donde se encuentra el Arca de la Alianza y su contenido, me refiero a su verdadero contenido, no a las Tablas de la Ley, sino a la grafía de Dios —dije.

La sor me miró fijamente, como si mis palabras la hubieran sorprendido y al tiempo llenado de terror. Tomó la jarra de limonada y, después de llenar mi vaso, hizo lo mismo con el suyo. Bebió y, tras volver a mirarme, dijo:

—Loyola hablaba de sus cartas, de su existencia, en su obra El peregrino, lo hizo siguiendo unas técnicas para cifrar los mensajes que aún hoy nadie ha conseguido descifrar.

—¿Está diciendo que el mensaje de Loyola existe?

—Existe, porque el libro del padre Fausto habla de él. Habla de las cartas y del mensaje que Loyola dejó en su texto.

—Entonces, Daniel tiene razón sobre ustedes —dije—, han ocultado información que podía haber dado con la solución de todo este asunto, incluso haber evitado muchas muertes.

—Se equivoca. La Iglesia, igual que nuestra orden, solo está y estuvo interesada en lo que sobre metafísica y teología pudieran contener los textos, tanto las cartas de Loyola como su autobiografía. Y ambas cosas son inofensivas para el ser humano. Ocultarlas o darlas a conocer solo implica proteger unas creencias u otras. Cada uno protege sus dogmas, sin que ello repercuta más allá del sentir o el avance espiritual de las personas, pero este no era el caso.

—No entiendo adónde quiere llegar.

—Las cartas de Ignacio de Loyola, de ser ciertas las hipótesis, de darse a conocer, pueden convertirse en el mayor peligro para la existencia del ser humano, el arma más codiciada de todos los tiempos. Creo que eso es lo más importante.

»Cuando los clérigos que su padre trajo al convento enfermaron de aquella manera supimos que las cartas del santo eran y contenían algo muy especial. Todo indicaba que, en verdad, san Ignacio de Loyola transcribió algo sobrenatural en sus papeles. Y créame si le digo que aún no sabemos de qué se trata. Las cartas no contienen más que una amalgama de números y letras que no guardan ningún orden preciso. Símbolos desconocidos para nosotros, sin sentido, que jamás antes se habían visto sobre la Tierra. Durante un tiempo, fueron consideradas una reliquia porque estaban escritas de puño y letra del santo, pero nadie vio en ellas más que eso, el producto de los días de alucinaciones que Loyola tuvo. Las cartas, sus símbolos, no afectan a todos por igual, eso es algo que hemos comprobado, desgraciadamente, así ha sido. Los motivos los desconocemos, pero bien es sabido que Dios no hablaba a todos sus siervos del mismo modo y que sus palabras tienen un significado distinto dependiendo de a quién estén dirigidas.

—Entonces, ¿la persona que escribió aquel mensaje, el autor del libro que el padre Fausto descodificó, tuvo acceso a la verdadera autobiografía del santo, al texto auténtico de El peregrino? Y, no solo eso, también conocía cómo descodificarlo.

—Por supuesto, así fue. Es probable que también estuviera relacionado con Cervantes.

—Si se ha descodificado El peregrino una vez, alguien más puede volver a hacerlo.

—Podría, pero dudamos de ello. Es probable que Cervantes recibiera aquel encargo, el hacer llegar el mensaje del santo a través de su obra, ya que El peregrino había sido incautado, puesto fuera del alcance del público y de otros criptógrafos o erasmistas. Si lo hizo, siguió otras claves. Si tenemos en cuenta las pautas a seguir que utilizaban entonces los genios de las letras cuando encriptaban mensajes, todo, absolutamente todo, hasta una coma, tenía su valor numérico. Semejante a las pautas que se siguen para transcribir la Torá. Y el Quijote, en sus ocho primeros capítulos, los que siempre han generado la controversia, varía demasiado en el número de palabras, así como en las puntuaciones e incluso en los nombres de sus personajes. Eso hace imposible que el mensaje de El peregrino sea el mismo que el del Quijote. Pero es evidente que la analogía entre ambas obras es excepcional y que lo que pregonan es casi lo mismo. Por lo que siempre, en los círculos religiosos, se ha pensado que si Cervantes transcribió parte del mensaje de Loyola lo hizo a través de símbolos más claros. De figuras lingüísticas representativas o alegorías concretas. Ya le dije que todos los mensajes no están cifrados.

—¿Después de las muertes de los clérigos se siguió con la investigación? —pregunté.

—No. Su padre la abandonó. Él fue el único que no tuvo acceso a las cartas. Él solo les daba las indicaciones a los eclesiásticos, el método que debían seguir para transcribir su contenido. Pero jamás les acompañó en la investigación. Al menos, eso es lo que la hermana Vasallo me transmitió.

»El estudio se realizaba siguiendo las pautas que su padre daba al respecto. Según los datos de los que dispongo sobre ello, que no son muchos, cada carta tenía que ser leída por un clérigo y debía dedicar a ello un mes. Mientras tanto, el resto se preparaba en todo lo concerniente a simbología y oraba, meditaba para ser capaz de prestar la máxima atención a aquellos símbolos. Las cartas seguían un orden y se referían a espacios de tiempo, eso era otro de los mensajes que su padre sacó del libro, la manera de leer los textos. En él se decía que cada carta solo podía ser leída por una persona y que esta sería conocedora de un solo secreto. Si no se hacía así, el mensaje del conjunto sería indescifrable. Algo que imagino que nos sucedió a nosotras durante décadas. Pero había algo más, algo que tal vez fue lo que provocó la enfermedad en los clérigos y que la hermana Vasallo me relató —hizo una pausa y me miró fijamente a los ojos—, las cartas, según su padre, debían dar a conocer muchos misterios, pero para que estos fuesen los que habían sido transmitidos por Dios, siguiendo su voluntad, la persona que los leyese tenía que desear el beneficio de la humanidad, no el suyo propio. Y creo que no sucedió. La Biblia dice «pide y se te concederá», y no sabemos qué fue lo que la mente de los clérigos pudo pedir al leer las cartas de Loyola, al descifrar su contenido, pero está claro que superó su raciocino, les enloqueció.