Capítulo 48

Desde el momento en que el rabino habló de la exhumación y de la posibilidad de que uno de los dos cuerpos no perteneciera al que se había certificado, no dejé de pensar en ello. Si el rabino tenía razón, uno de los dos, Salas o mi padre, podía ser el asesino, y si era así, ¿de quién era el otro cuerpo? Y, lo más terrible, lo que más me atenazaba: ¿y si ninguno de los cuerpos pertenecía a mi padre? Ni Reyes ni yo abrimos la boca durante el camino de vuelta al automóvil. Solo Daniel, ajeno a lo que para Reyes y para mí suponían las hipótesis del rabino en cuanto a la identidad de los cadáveres, hablaba sobre los pasos inmediatos a seguir en la investigación:

—Entraremos en Internet ahora mismo, antes de almorzar. Cada día que pasa se me hace más imprescindible el portátil —dijo, indicando a Reyes con un gesto de su mano que le abriera el maletero del coche—. Tenemos que situar el dodecaedro en el plano del cementerio. Utilizaré el Earth, de Google, que nos llevará directamente allí, y luego usaré mi programa especial de escalas. Haré un plano a escala del cementerio, que ajustaremos al dodecaedro. Así no tendremos que pedir ningún plano oficial del sitio y encontraremos con facilidad el lugar aproximado donde puede estar la hendidura para tu llave. ¡El rabino es increíble!, ¡increíble! Ha tirado por los suelos muchas de mis teorías.

—Tus teorías, ¿es eso lo único que te preocupa? —dije.

—Entiendo —respondió él—, estáis consternados por la hipótesis sobre la identidad de los cadáveres y lo que esto, de llegar a ser cierto, podría suponer para vosotros.

—Pues sí —intervino Reyes en tono malhumorado—, creo que no es algo a pasar por alto. Al menos para nosotros dos.

—Cierto, no lo es —dijo él mientras sacaba el ordenador portátil del maletero del coche—, pero tampoco es algo que deba manteneros así, tan apesadumbrados. El rabino solo ha dado una hipótesis. No sabemos si está en lo cierto o no. En ese punto yo tengo mis dudas. No creo que Salas enviara ese cuadro a casa del padre de Enrique si este quería asesinarlo. Un cuadro que contenía la llave y el dibujo del escarabajo. No es muy sensato.

—Depende —respondió Reyes.

—¿De qué? —inquirí molesto.

—De lo que pretendiera mi padre. Si tu padre le traicionó, el sitio más adecuado para esconder sus claves era la casa del asesino, allí nadie sospecharía, nadie lo buscaría y el último en hacerlo sería tu padre.

—Mi madre calificaba el cuadro como maldito, ahora sé por qué le daba ese adjetivo. Estoy convencido de que mi madre me lo reclamó porque antes se lo habían pedido a ella. Aún recuerdo su mirada amenazante cuando me interrogaba sobre él. Quizás asesinaron a mi padre por no entregarlo. La hipótesis del rabino parece la más lógica, pero me cuesta creer que mi padre estuviese involucrado en el asesinato de nadie. Saldremos de dudas cuando hagamos las pruebas de ADN a los restos. Por mi parte pienso como el anciano, debemos comprobar que los cuerpos pertenecen a nuestros progenitores. ¿Querrás hacer tú lo mismo que yo? —dije mirando a Reyes—, o ¿tienes miedo a saber la verdad? —concluí.

—Si tuviera miedo no me habría involucrado en la investigación como lo he hecho. Recuerda que fui yo la que empezó las indagaciones y, sobre todo, sobre todo, no olvides que todas las claves que estamos analizando, todos los objetos y mensajes que tenemos, son autoría de mi padre. ¿En serio piensas que él, si hubiera sido el asesino, iba a dejar rastros tan claros de su crimen? ¡Por favor!, no hagas que me indigne más de lo que estoy.

—Creo que os estáis excediendo —interrumpió Daniel, poniéndose en medio de los dos—, hay más posibilidades que las que ha dado el rabino. Los cuerpos del resto de los forenses no se han encontrado nunca, tampoco sabemos si ellos tenían los mismos tatuajes en el cuerpo. Es posible que fuera así. Eran parte de un grupo, una especie de logia. Todo, hasta el número que lo componía, aparentemente, debió de tener un simbolismo. Antes de enfrentaros, algo que considero estúpido, debemos seguir con la investigación y ratificar la identidad de los cuerpos. Solo en el momento en que tengáis esos datos podréis echaros los perros por actos que no son de vuestra autoría y responsabilidad. Sea como fuere, no debéis olvidar que vosotros no sois culpables de lo que vuestros padres hicieran.