Capítulo 51

Javier fue hasta la entrada de la tienda y cerró el local desde dentro. Tras bajar las persianas sobre los cristales de las ventanas que daban al exterior, se dirigió a la mesa de madera donde hacía sus cuentas y la arrastró hacia un lado. Se agachó y levantó la alfombra de esparto bajo la cual se ocultaba un portón. Tiró hacia arriba de él y comenzó a bajar los empinados escalones que daban acceso a la cueva.

—Esperen arriba hasta que dé la luz —dijo girando su cabeza hacia nosotros.

Tras unos instantes, la luz interior de la cueva se encendió, dejando al descubierto el descenso casi vertical por el que Javier había bajado a oscuras. Las paredes laterales se mostraron ante nosotros como si fuesen la tumba de un faraón recién descubierta. En ellas había grabadas infinidad de combinaciones matemáticas. No había un solo espacio libre de aquellos seriados.

—Esta cueva permaneció mucho tiempo oculta; como muchas otras del pueblo. Nadie sabía, ni sabe, de su existencia. Por ese motivo, mi padre la utilizó para esconder la copia del contenido íntegro del texto. Decidió transcribirlo en la cueva, presa del pánico que le produjo la posibilidad de que el texto escondiera algún secreto relacionado con la Iglesia. Pensó que aquello, teniendo en cuenta el interés exacerbado del párroco, era lo más probable. Si no se equivocaba, aunque vendiera el texto al cura, la Iglesia se aseguraría de que él no se había hecho con una copia o poseía otros ejemplares del mismo.

»Esta guarida es como muchas otras que existieron, y que aún existen, bajo las casas, junto a las bodegas. En la actualidad, la mayoría están cegadas para evitar problemas con el Patrimonio Nacional. Como ven, tiene vestigios claros de varias culturas —dijo, señalando los ladrillos y los arcos que aparecían incrustados en los muros—. Mi padre no se equivocó; sus previsiones fueron acertadas. Días después de entregarle el texto al cura, mientras asistíamos un domingo a los oficios religiosos, registraron toda la casa, no dejaron nada en su sitio. Fue una búsqueda exhaustiva y que debió de ser planeada con antelación, ya que no quedó ni un solo rincón sin inspeccionar. Sin embargo, y a pesar de que también estuvieron aquí, en la tienda, no dieron con la cueva. Como les dije, nadie conocía su existencia. Desde entonces, aunque nos sabíamos vigilados, no se nos volvió a molestar.

—Estos son los seriados, ¿verdad que son estos? —preguntó Reyes, deslizando sus dedos por los números a medida que descendíamos por los escalones húmedos y resbaladizos.

—No. Esos son los cálculos que mi padre fue haciendo día tras día. Los seriados están abajo —respondió Javier—. Están tal y como los dejó. Le hubiera gustado conocerles. Está claro que —dijo señalando las paredes de la cueva— estos números esconden algo importante y comprometido y que su contenido tiene que ver con la Iglesia. Sin embargo, como ven, mi padre a lo más que llegó con sus cálculos fue a la hipótesis de que eran una fórmula que ocultaba claves relacionadas con el significado del número pi —dijo señalando uno de los laterales, repleto de un sinfín de fórmulas—. Le costó llegar a esa conclusión. Cuando comenzó con las operaciones apenas tenía conocimientos matemáticos. No podía pedir ayuda a nadie, por lo que decidió hacerse con toda la información posible y para ello viajaba a Aranjuez todos los meses. Allí conseguía los libros necesarios. La curiosidad puede más que la necesidad. Ya ven qué ironía. Pensó que tenía en sus manos la fórmula mágica que desvelaba el número que ha traído en jaque a cientos de matemáticos. Que él, un sencillo agricultor carente de estudios superiores, con unos conocimientos básicos de matemáticas, iba a resolver un misterio que verdaderos genios no han podido resolver aún, en pleno siglo XXI.

—Puede que estos números no solo sean fórmulas que conduzcan a la resolución que envuelve los misterios del pi. Algo que parece evidente —dijo Daniel observando los signos con detenimiento—. Está claro que estos seriados tienen relación con los de la izquierda, pero los de la pared izquierda no son fórmulas matemáticas, no tienen nada que ver con ellas, más bien yo diría que son referencias a otro tipo de código que nada tiene que ver con el matemático.

—No entiendo nada de lo que dices —se quejó Reyes, acercándose a la pared y mirando las series que Daniel señalaba.

—En esta pared —respondió él, poniendo su mano sobre los números—, están las fórmulas matemáticas que conducen a la resolución de muchos de los dígitos que componen el número pi. Es sorprendente que su padre —dijo mirando a Javier—, si como usted afirma no tenía base matemática, llegara a involucrarse en esto. Quiero decir que llegara a tales aproximaciones, a dar con tantos dígitos del pi.

—Pero ¿de qué cálculos hablas? Yo solo veo series de números —preguntó Reyes.

—Para alguien que esté habituado a estas operaciones, es algo sencillo. Evidentemente, el cura supo, nada más ver las series, que eran cálculos matemáticos sobre los dígitos que componen el pi. Es algo que, como ya he manifestado, para una persona acostumbrada a estas operaciones se ve sin esfuerzo. Sus cinco primeros dígitos, 3,1415, están en todos los resultados finales. Ese detalle haría que cualquiera se percatara de la repetición. Por ejemplo, en esta tabla se observa que se necesitarían más iteraciones para lograr un acercamiento al verdadero valor del pi. O, lo que es lo mismo, cuantos más cortes se logran más aproximado es el algoritmo al valor real del pi. Esta tabla solo es la comprobación de la ecuación que está sobre ella —dijo, señalando los últimos dígitos que aparecían en la tabla:

n-16 hl6 = 0.00000000028724​329323309473727

PI= (16)= 3.1415926537401934750709

—Y ¿qué más? —dijo Reyes.

—Pues que, si bien estas series, como ya os he dicho, corresponden a los cálculos para hallar el mayor número de dígitos del pi, estas otras —dijo señalando la otra pared— son, en apariencia, una combinación sin sentido que no relaciono con las matemáticas, al menos con nada que entre dentro de mis conocimientos. Por lo que deduzco, teniendo en cuenta lo que sabemos sobre la forma de actuar de Salas, que es posible que las operaciones alrededor del pi no se refieran al número en concreto y a buscar la mayor cantidad de dígitos del mismo, sino que puedan estar relacionadas con el mensaje o la resolución de este otro seriado. En unos momentos lo sabré —y empezó a enumerar los números del tabique izquierdo, que parecía ir uniendo con los del derecho.

—¿Dices que las operaciones sobre los dígitos del pi son solo la guía a seguir para descifrar el seriado de la derecha? —pregunté.

—Por lo que he resuelto, así es —respondió esbozando una sonrisa de supremacía—, solo tenemos que ir aplicando cada uno de los resultados de las tablas a los números del seriado de la derecha y después verificar a qué letra del alfabeto nos remite. Ese es el método que Salas utilizó. Escondió un mensaje dentro de otro. Ya sabes —dijo mirándome—, el verdadero secreto de un criptograma es tener la seguridad de que este no encierra otro.

—¿Podrían explicarme a qué se refieren? —inquirió Javier.

—Es sencillo —respondió Daniel—. Salas era criptógrafo, y hasta ahora hemos comprobado que dejó sus mensajes encriptados. Estaba siendo vigilado; quizás mientras permaneció aquí, en la casa de su padre, aún no lo estuviera, pero, dada la magnitud que debería tener su trabajo, debió de suponer que, si no lo estaba en aquel momento, lo estaría más adelante. Por ese motivo, lo más probable es que utilizase los mismos métodos que utilizó en el convento para salvaguardar la información. Como he comprobado hace unos instantes —dijo sonriente—, la encriptó. Utilizó los dígitos del pi para ello. Si tomamos cada uno de los resultados de las tablas de la izquierda y buscamos en ellas los números a los que corresponden nos darán a su vez un número que corresponde con una letra del alfabeto, que, a su vez forma una palabra.

—¿Quiere decir los últimos de cada línea? —volvió a señalar Javier.

—Sí. Tomemos como ejemplo esta —dijo, señalando la misma que había utilizado al principio para explicarle a Reyes su hipótesis—, el último dígito hallado es 9, por lo tanto deberíamos contar desde el final del último seriado que hayamos descifrado nueve números más y al llegar al noveno tendríamos el número que corresponde con la letra que buscamos.

—Eso es inhumano —respondí—, tardaríamos muchísimo tiempo. No creo que sea factible que Salas formulara esa clave, es imposible —dije.

—Te equivocas, no hay nada imposible. Solo hay que tener memoria y saber qué número tiene cada letra en el alfabeto. Es más simple de lo que parece. Cuestión de práctica matemática. Rapidez mental.

—Yo creo que no —dije aturdido mirando los seriados.

—El cálculo mental entre otras cosas sirve para esto. No soy el único que lo practica. Muchos se ganan la vida con ello, y no precisamente dando clases en la facultad. Los servicios de inteligencia de todos los países tienen gente dedicada en exclusividad a estos menesteres —me explicó irónico.

—¡En serio! —exclamó Javier con entusiasmo—, y ¿qué pone? —preguntó.

—Exactamente dice: «Serie numérica de coordenadas infinitas para el proyecto —dijo, al tiempo que iba de una pared a otra señalando los números y buscando su correspondiente—, conjunción de claves alfabéticas y numéricas precisas para su construcción y puesta en funcionamiento a escala menor». A partir de aquí, las vocales y las consonantes que se indican no tienen un significado lingüístico.

Reyes, Javier y yo nos quedamos mudos, mirando aquellos seriados con la misma expresión de escepticismo que teníamos al principio. Daniel, ante nuestro asombro, sacó un lápiz y comenzó a señalar uno por uno los números que correspondían a las primeras fórmulas que daban los dígitos del pi. Después fue a la pared derecha y señaló los números que les correspondían, al tiempo que recitaba el alfabeto en alto y escribía la letra correspondiente en el suelo. Así, hasta que tuvo la frase que nos había dicho completa. Tras unos minutos de silencio, Reyes dijo:

—Entonces, el resto de los números son otro tipo de claves.

—Aparentemente parecen ser las claves a las que se refiere el párrafo, la conjunción alfabética y numérica precisa para poner en marcha el proyecto. Hasta ahí puedo llegar. No sé qué fórmula puede seguir, porque así, a simple vista, ya os he dicho que no sigue ninguna pauta matemática que yo conozca. También cabe la posibilidad de que los números no estén bien copiados, que, con los debidos respetos hacia su padre —dijo mirando a Javier—, él confundiera alguno de ellos o su ubicación, el lugar exacto en el que estaban escritos. El trabajo que realizó es extraordinario, pero muy complicado. Si hubo algún fallo de transcripción, es probable que el mensaje escrito sea más extenso. Sería interesante, y me atrevo a decir que necesario, intentar conseguir el texto original para cotejarlo.

—Es posible que mi padre cometiera algún error de transcripción. Pero estoy seguro de que si fue así, lo hizo inconscientemente. Puso todo su empeño en copiarlos tal y como venían, me refiero a que los números del tabique izquierdo corresponden a los que estaban en el primer bloque del manuscrito y los del derecho a los que aparecían en el segundo bloque. El libro estaba dividido en dos partes —concluyó dirigiéndose a Daniel.

—Hablaremos con el párroco actual, no perdemos nada por hacerlo. Si no tiene inconveniente, después, en el caso de que no consigamos ver el ejemplar original, volveremos de nuevo y, con su permiso, tomaremos fotos de las paredes. Es más fácil hacerlo así que copiarlos, pues esta sería una labor que nos llevaría demasiado tiempo. Necesitamos intentar descifrar el significado completo.

—Les ruego que no hablen sobre lo que han visto. Aunque ha pasado mucho tiempo, prefiero que la curia no tenga conocimiento de ello. Esto aún sigue siendo un pueblo y ya saben… —dijo con voz temblorosa.

—Por supuesto, no tenga dudas de que así será. La única información que le daremos al párroco será la precisa, la que su antecesor tuvo. Diremos que hemos accedido a la información investigando sobre nuestros padres y que usted está tan desinformado como nosotros —dije mirando a Reyes, y ella asintió con la cabeza…