Capítulo 2

Recibí la carta junto a un paquete que contenía una máquina de escribir sin teclado, sin vísceras, hueca como los cadáveres que se embalsamaban a diario en la empresa donde prestaba mis servicios. Como los cuerpos en el depósito, ella también llevaba una etiqueta de identificación. Estaba colgada del rodillo y tenía escrito un pasaje del Quijote: Capítulo XXIX:

Dichosa buscada y dichoso hallazgo —dijo a esta sazón Sancho Panza—, y más si mi amo es tan venturoso que deshaga ese agravio y enderece ese tuerto, matando a ese hideputa de ese gigante que vuestra merced dice, que si matará si él le encuentra, si ya no fuese fantasma: que contra los fantasmas no tiene mi señor poder alguno…

Dentro de un sobre lacrado había un dibujo de un rectángulo con la palabra «añil» escrita en su interior, junto a un diminuto boceto de un escarabajo egipcio. Con el paquete me llegó una carta en la que el remitente me explicaba el motivo del envío:

Estimado Hijo:

Recientemente hemos sufrido la desgraciada defunción de la que fue una de las prioras de nuestra orden, sor Vasallo. Ella mantuvo una relación estrecha con el señor Salas, amigo y mentor de su progenitor, el señor Fonseca. El señor Salas, días antes de ser fatídicamente asesinado, desgraciadamente en parecidas circunstancias a las de su padre, le hizo entrega a sor Vasallo de unos objetos personales y le rogó los guardara hasta su vuelta del viaje a Toledo que tenía programado para el día siguiente, viaje que, desgraciadamente, no llegó a realizar, al ser asesinado aquella misma madrugada. Si bien la hermana ha mantenido estos objetos en custodia durante los treinta años que han trascurrido desde los homicidios de su padre y el señor Salas, ahora, después de la defunción de la madre Vasallo, y no habiendo vuelto a saber nada más de su esposa, la señora Jana Bonet, la única persona que se ha interesado en treinta años por los desgraciados acontecimientos surgidos en este convento, nuestra orden ha decidido hacérselos llegar a usted para que le haga entrega de ellos a su esposa. Así lo había decidido la hermana Vasallo tras mantener varias entrevistas con su mujer. No sabemos si su esposa puede seguir estando interesada en estudiarlos, tampoco el significado, valor o trascendencia que pudieran tener en las investigaciones que lleva a cabo y por las que la orden le está muy agradecida. La señora Jana Bonet le comunicó a la hermana Vasallo que estaría ausente durante un largo periodo de tiempo y que, una vez trascurrido el mismo, volvería al convento, pero, lamentablemente, la hermana Vasallo ha fallecido y su esposa no ha vuelto a ponerse en contacto con la orden. Hemos intentando localizarla en el número de teléfono que nos dejó, siendo esta labor infructuosa. Supimos de usted y su paradero al conocer, por uno de nuestros conventos establecidos en Francia, la muerte de su madre, por lo que le hacemos llegar nuestro más sincero pésame y le comunicamos que en nuestras oraciones siempre estará presente la que fue una de nuestras mayores benefactoras.

Si bien sabemos que usted y su esposa no residen en la misma ciudad, y que su relación marital no goza de buena salud, tenemos conocimiento de que, a pesar de ello, ambos mantienen contacto de forma asidua. Es por ello que le solicitamos tenga la amabilidad de hacerle llegar el paquete y comunicarle la defunción de la hermana Vasallo.

Sabemos, y entendemos, que usted se sentirá incómodo con este tema. Tanto su mujer como la hermana que se encargaba de asistir a su madre en sus últimos días de vida nos hablaron de su reticencia a recordar e investigar sobre lo que le sucedió a su progenitor hace ya más de tres décadas, algo comprensible. Sin embargo, las circunstancias nos obligan a ponernos en contacto con usted. Entienda que, de no haber sido estrictamente necesario, tal y como nos indicó su mujer, no lo habríamos hecho.

Siempre sostuvimos la posibilidad de que tras el crimen perpetrado en nuestro convento había, si cabe, algo más relevante que unos homicidios aterradores, como fueron las muertes del señor Salas y su progenitor, el señor Fonseca. Cuando la señora Jana Bonet le comunicó a sor Vasallo sus deseos de investigar sobre lo ocurrido, las esperanzas de esclarecer los desgraciados acontecimientos, de hacer justicia, volvieron a surgir entre las hermanas de esta orden, que, por unos motivos u otros, para nuestro infortunio, siempre ha estado en tela de juicio en todos los estamentos, tanto religiosos como políticos, desde hace demasiado tiempo. Esperamos que la señora Jana Bonet siga interesada en desenmarañar lo sucedido, tal y como le prometió que haría a la hermana Vasallo.

Sin más, confío en que, gracias a su ayuda, las pertenencias del señor Salas le lleguen a su esposa y pueda continuar con la ayuda de nuestro Señor las investigaciones. Rezamos porque Dios nuestro Señor encamine sus pasos y la proteja.

Suya afectísima,

SOR LAUDEUNA

Tanto la carta como el contenido del paquete me sorprendieron. En aquellos momentos, intentaba olvidar lo sucedido días atrás. Quería desvincularme del pasado de mi padre, de aquellos acontecimientos que habían convertido mi presente en una especie de pesadilla de la que no era capaz de despertar. Sin embargo, la carta de sor Laudelina y el contenido del paquete volvieron a abrir la puerta del tiempo y, una vez más, mi presente se vio inmerso en el pasado de mi progenitor. Tras las palabras de la religiosa estaba la clave de lo sucedido hacía unos días. El contenido de la carta, desgraciadamente, era la prueba de que las advertencias de Daniel no eran producto de su exceso de celo, de su curiosidad desmedida y su vinculación con el clero. Tras su lectura, comprendí que Daniel estaba en lo cierto. El pasado de mi padre nunca me abandonaría; formaba parte de mi presente desde el mismo día en que su cuerpo fue encontrado sin vida.

No tenía referencias de que mi padre hubiese mantenido relación alguna con aquellas religiosas. Tampoco sabía de la existencia y muerte de Salas, ni de la relación que ambos mantenían. La colaboración benéfica de mi madre, a la que hacía referencia sor Laudelina, me era igualmente desconocida, sin embargo, no me sorprendió en absoluto, ya que mi madre siempre había sido, a mi juicio, demasiado obsesiva con todo lo concerniente a la religión. Esto incluía los donativos que había hecho a varias congregaciones españolas antes de establecerse definitivamente en Francia y dejarme a cargo de una orden de franciscanos, sin más dote que la cantidad que cubría mis estudios y necesidades vitales, cantidad que administró hasta mi mayoría de edad uno de los monjes. La relación con ella había sido lejana y distante, llegando a convertirse más en la que pueden tener un albacea y su administrado que la de una madre con su hijo.

Recordaba la relación estrecha de mi padre con varias órdenes religiosas. Sabía que había embalsamado los cuerpos de algunas monjas, por lo que, en un principio, el que la orden se pusiera en contacto conmigo, a pesar del tiempo transcurrido desde su asesinato, podía tener una explicación lógica.

Gran parte de la información que refería la sor me era desconocida, pero no me inquietó. No lo hizo ni tan siquiera el hecho que debería haber sido más trascendental para mí: que Jana, mi esposa, estuviera investigando sobre mi pasado y el de mi padre sin habérmelo dicho, sin pedir mi consentimiento. Ningún dato me intranquilizó tanto como lo hizo la palabra «añil» y el minúsculo boceto del escarabajo azul dentro de aquel rectángulo.