Capítulo 28

Entrada la tarde volví al hospital a visitar a mi esposa. Me entregaron los informes y recabé la opinión del especialista que llevaba su cuidado y tratamiento. Como había supuesto, la betahistina aparecía excretada en su orina, y los índices eran más altos de lo habitual:

—Como verá todo está dentro de los parámetros establecidos como normales en su estado —dijo.

—Yo creo que no —le contradije—, la betahistina está demasiado alta en orina.

—Su esposa debió de tomar más dosis de la recomendada. Tal vez estaba nerviosa por el vuelo que iba a realizar y es posible que tuviera vértigos días antes producidos por el aneurisma, que, como sabrá, no suele dar sintomatología previa a su rotura. Sin embargo, en algunas ocasiones, cuando la hemorragia es leve y progresiva, se manifiesta con mareos, atontamiento, vértigos, pérdida parcial de visión, dolores de cabeza y dificultad en el habla. Estos síntomas no son alarmantes, ya que suelen ser comunes en otras muchas enfermedades que no reportan gravedad. Ya sabe que es poco probable que un aneurisma se rompa, del mismo modo que su diagnóstico es imprevisible. Me refiero a que la mayoría de los casos de aneurismas diagnosticados han sido vistos en reconocimientos ocasionales. Las pruebas a las que eran sometidos los pacientes no iban encaminadas a nada relacionado con ese tipo de alteración. Con esto, lo que quiero hacerle entender es que nadie es responsable de su estado, ni tan siquiera ella misma. Si su esposa le comentó alguna de estas alteraciones, tampoco debe usted sentirse responsable. Hay cosas que no pueden evitarse, se haga lo que se haga.

—Mi esposa no tenía ninguno de esos síntomas —dije—. Y jamás tuvo miedo a volar.

—Según tengo entendido, ustedes no estaban juntos cuando sufrió el accidente. Usted estaba en Madrid y ella aquí, en el aeropuerto. Es posible que si ambos estaban a una considerable distancia, ella no se lo comentase, pero eso no excluye el que sintiese esos síntomas previos al vuelo y por ese motivo se automedicara.

—¿Automedicarse? —pregunté sorprendido—. ¿Qué está diciendo?

—Cuando los servicios de urgencia la recogieron, tras comprobar sus datos, como suele ser habitual en estos casos, cuando ningún familiar o amigo está presente, se miran los objetos personales que porta el paciente para saber si lleva documentación sobre alergias, o medicación que esté tomando en casos de enfermedad crónica. Su esposa llevaba un envase de Serc en gotas en el bolso, y este apenas tenía contenido. Por los resultados de las analíticas es evidente que debía de llevar unos días ingiriendo el medicamento. Ya sabe que el principio activo de este nombre comercial es la betahistina. Estas patologías imprevisibles son tan o más terribles que los accidentes de carretera. Es complicado asimilar algo que no se espera nunca. Pensamos que su esposa se sintió mal e ingirió más cantidad de la recomendable, sin tener en cuenta la posología o… tal vez lo hizo por accidente. De todas formas, sea como fuere, esto no influyó decisivamente en su estado. El aneurisma estaba ahí, y si bien la excesiva administración del fármaco vasodilatador periférico pudo contribuir a su rotura, no podemos tomarlo como la causa de ella. Ya sabe que esta situación suele ser irreversible y que la única posibilidad que hay es la cirugía. Pero en el caso de su esposa esa posibilidad nos parece muy arriesgada y, en principio, está descartada…

Permanecí con Jana hasta entrada la noche. Cuando regresé a casa, Daniel, que, atendiendo a mis deseos, no me había acompañado, tenía la cena preparada. Tras contarle lo sucedido, hizo todo lo posible porque mi estado emocional mejorase, sin conseguirlo. No comentó absolutamente nada sobre el hallazgo por parte de los servicios médicos de urgencia de las gotas en el bolso de mi esposa, pero yo sabía lo que pensaba.

Era innecesario darle más vueltas a todo aquello. Los acontecimientos se habían organizado repentinamente; como si fuesen piezas de un ajedrez invisible, habían ido tomando su sitio en el tablero. La serie de sucesos caóticos y erráticos, como bien los había definido Daniel, ahora formaban parte de un orden preciso y medido que daba a todo una racionalidad aterradora. Josep me había estado engañando durante muchos años, me había utilizado. Y era evidente que aquel bote de Serc le pertenecía, pero nada podía demostrarse a efectos policiales.