Capítulo 70
Daniel, después de pasar las fotos que yo había tomado de las siete cartas de Loyola al ordenador y visionarlas durante dos largas horas, permaneció tres días sin pronunciar palabra alguna, como si el contenido de las mismas le hubiera dejado en estado de trance. Lo único que hacía era comer y retirarse a su habitación a analizar los textos una y otra vez. Como si ellos le dieran respuestas diferentes a cada vistazo, o como si su contenido fuese demasiado trascendental y al tiempo efímero. Como si el tiempo que dispusiera para analizarlos fuese tan escueto como imprevisible y en cualquier instante fueran a desaparecer. Se mostraba ansioso, llevado por una prisa que Reyes y yo no comprendíamos. Finalmente, al tercer día de permanencia en el pueblo, durante la noche, Daniel borró las fotografías de las cartas de Loyola del ordenador y de mi teléfono móvil. Durante el desayuno nos comunicó, para nuestro asombro, lo que había estado haciendo y que ya estaba dispuesto a viajar a Piamonte para seguir con la investigación. Dijo que después de ese viaje, no continuaría con nosotros. Había dispuesto todo para que Torcuato le enviase las pocas pertenencias que se habían salvado del devastador incendio a un lugar del que no quiso darnos indicaciones:
—¿Has tenido el valor de borrar las fotos de las cartas de mi teléfono mientras dormía? —le pregunté indignado—. No puedo creer que hicieras eso y que no sueltes prenda de los motivos que te han llevado a ello. Dices que vas a abandonar la investigación como si estuvieras hablando de no asistir a una cena de amigos. Es increíble, ¡increíble! —exclamé.
—Las cartas debía leerlas yo, no tú. Eso es lo que ponía en la nota de Salas. Algo que tú no seguiste al pie de la letra, ya que las fotografiaste para mí y, como me dijiste, sus códigos, sus símbolos rotaban ante tus ojos. No conseguiste ver nada en ellas, eso debería ser suficiente para ti. No sientas desconfianza, no escondo nada, absolutamente nada. Debía borrar su rastro. Sé que te resultará incongruente mi postura, después de lo que he luchado por defender su existencia, pero ahora sé por qué llegué hasta ellas, por qué llegué al convento. También sé que debía hacer lo que he hecho. En esta investigación todos, los tres, buscábamos una respuesta, cada uno la suya. Yo encontré la mía. Vosotros debéis buscar la vuestra, aunque Reyes ya debería tenerla —dijo mirándola fijamente.
—No entiendo a qué te refieres —respondió ella con expresión de sorpresa.
—Tu padre quería que no te involucraras en nada, así lo dejó escrito. Tú has comprobado que la letra de la nota que había junto a las cartas de Loyola es de él, que es auténtica, aunque sigas desconfiando, pensando que es una trampa que nos ha tendido alguien. Aunque te parezca mentira, aunque te niegues a creer que tu padre predijera todo lo que ha sucedido, lo que íbamos a hacer y hasta dónde íbamos a llegar, en el fondo sientes que es cierto. En esa nota, él te pide, le pide a Enrique, que te aparte de la investigación, del fin de la misma. Creo que tu padre no quería que llegaras más allá, y yo, tras leer las cartas de Loyola lo entiendo. De tener hijos, habría hecho lo mismo que él. Tú, como Enrique y yo, incluso las religiosas, hemos sido piezas claves de la historia, piezas que se van sustituyendo, la hora de mi sustitución llegará después de que Enrique viaje a Piamonte. La tuya, querida Reyes, tu participación, debió terminar en el momento en que Enrique tuvo acceso a las cartas de Loyola, al epílogo y la nota de tu padre, en la que le encomienda que te convenza de que dejes la investigación.
—Le encomienda, pero afirma saber que no lo haré, como así será —respondió ella—. Y, sí, desconfío de la autoría de la nota, como ahora desconfío de ti y de tu participación en esta historia, de tus verdaderas intenciones en todo esto. Siempre supiste demasiado. Tus intereses en demostrar la existencia de las cartas eran exacerbados, y ahora, cuando finalmente consigues tener una prueba de ellas, destruyes las fotografías. Lo haces sin haber mostrado su contenido a nadie. Y, para mayor incoherencia, dices que abandonas la investigación cuando estamos llegando al núcleo de lo sucedido en aquellos años, cuando todos sabemos que parte de lo ocurrido es producto de la existencia de tus famosas cartas…, ¡no me jodas, Daniel! ¡No me jodas! —exclamó Reyes mirándole desafiante.
Él pareció no inmutarse por la salida de tono de Reyes y respondió:
—Desde que os conocí a ti y a tu hermana, os manifesté mi único interés en la investigación, lo único que me importaba y proponía. Ya lo he conseguido. Jamás os dije que pensara dar a conocer el texto de las cartas de Loyola, tampoco dije que, de conseguirlas, las consideraría de mi propiedad o las entregaría a nadie. Solo quería demostrar que estaba en lo cierto, y que esas cartas, su contenido, tenían una trascendencia que va más allá de los valores que conocemos. El resto, quién mató a quién y por qué motivos lo hizo, no era de mi incumbencia, nunca lo fue. Ya he manifestado que los intereses de todos los que hemos participado en esto son distintos.
—Creo que nunca has sido excomulgado, que la Iglesia no tiene nada en tu contra, que eres la Torre en el tablero que se come a la Dama. En resumen, nos has engañado y chuleado. Hemos sido tan imprescindibles para ti como para tu Iglesia. Solo queríais encontrar las cartas, y abrir ese maldito tubo sin que el líquido los estropeara. La única manera de hacerlo era llevando a Enrique hasta el convento, y para ello necesitabas llegar hasta mi hermana y hasta mí antes que a él. Habéis tenido suerte, tuvisteis mucha suerte porque mi padre había dejado un mensaje en sus cartas que removió todo otra vez, cuando vosotros ya estabais perdidos, parados en la investigación, sin saber qué hacer, cómo recuperar la llave del cuadro del escarabajo. Cómo hacer que Enrique se interesara por todo. Entonces aparecimos nosotras en la historia, en esa búsqueda que también era la vuestra. Yo trataba de encontrar los motivos de lo sucedido y al asesino de mi padre, al hombre que me robó la vida, el futuro que merecía. Enrique —dijo Reyes mirándome— también buscaba lo mismo; la muerte de su esposa, de Jana, mi queridísima hermana, le dio motivos para hacerlo, más de los que debería tener. Pero tú y esas monjitas aparentemente tan inocentes, tan incautas y religiosas, solo buscabais las cartas, la reliquia de vuestro santo, la reliquia que sabíais que Salas había ocultado en el arpa bajo una trampa que durante años no habéis podido salvar —dijo Reyes.
—Nada de lo que has dicho es cierto, pero puedes pensar lo que quieras. Tengo vetada la entrada a cualquier congregación, a cualquier información.
—Sí, claro, no fastidies. No te permiten la entrada a ningún sitio, a ninguno, menos a ese lugar adonde te vas. Un lugar que quizás sea un convento —le interrumpió ella—. Por eso sor Laudelina, una vez que se encontraron las cartas, dijo que se equivocaron contigo.
—Lo dice porque tu padre, en su nota, me encomienda leerlas —respondió él.
—En el caso de que la nota sea de él. De todas formas, puedes hacer lo que más te plazca. Por mí, creo que sería más seguro que no nos acompañaras a Piamonte. Además, si dices que tu labor se ha terminado, que nada tienes que ver en lo que a nosotros nos incumbe, no entiendo por qué no te vas ahora mismo. Tal vez estés buscando algo más que tenga ese zapatero al que también niegas conocer, al que las religiosas dicen no identificar, ¡qué risa!
—No puedo darte más explicaciones. Debes creer lo que tu conciencia te diga. Con el tiempo entenderás mi postura. Te doy mi palabra de que no miento, por si te sirve de algo. Aunque me temo que no va a ser así —concluyó Daniel.
—Todo indica que nos has podido mentir —dije—, que Reyes está en lo cierto. Tu actitud es incoherente, pero el hecho de que nos acompañes o no es ya un detalle irrelevante. Nosotros no dejaremos la investigación hasta saber qué es lo que en realidad se esconde tras lo sucedido. Hasta que sepamos por qué asesinaron a nuestros padres y quién lo hizo. Pienso como Reyes, creo que necesitas saber algo más. Algo que solo puedes averiguar yendo con nosotros a Piamonte, a la que creemos es la residencia de Josep. Tal vez sea la última serie de números que había escrita en las paredes de la cueva y que aún no hemos descifrado. Tal vez en ella haya algo que te comprometa a ti o a la Iglesia. ¿Estoy en lo cierto? —le pregunté.
—No. Sé lo que esa serie indica. Son más coordenadas. Sé a qué se refiere. Pero su contenido, su significado y lo que conlleva se escapa de vuestro control y del mío. Cada uno de nosotros es una parte fundamental en los hechos. También lo será en el futuro de esta historia y sus consecuencias, algo que solo le compete a cada uno de nosotros. Algo que cada uno tendrá que sopesar en su momento. Os acompaño porque siento que así debo hacerlo, para proteger a Reyes, que es la que verdaderamente está en peligro…