Capítulo 35
Daniel estaba en lo cierto, las coincidencias era muchas. Su descubrimiento me entusiasmó, pero antes de darle ninguna opinión sobre sus investigaciones, antes de seguir con todo aquello, necesitaba una explicación a su comportamiento:
—Bien, ¿dime por qué me has ocultado tu vinculación con el convento?, ¿qué investigabas allí?
—Deberíamos emprender el viaje de regreso y durante el recorrido iré dándote todos los datos que me pides. Nos queda mucho por averiguar, entre ello, el motivo por el que tu esposa llevaba ese bote de gotas en el bolso. Algo que parece has olvidado.
—No he olvidado nada.
—Kant decía que el conocimiento de las cosas pasa por conocer las formas o maneras que tenemos de conocer. Y ese conocimiento, no siempre, pero sí muchas veces, pasa por tener que descifrar algo. Eso es lo queen realidad nos atrapa, no es el misterio en sí, sino el proceso que llevamos durante el descubrimiento. Es irresistible, fascinante. El problema es que esa ciencia aumenta la codicia y la necesidad de saber: saber quién sabe y saber cuánto sabe el que sabe. Un verdadero problema. Ahí reside uno de los puntos más trascendentales de esta historia y de mi comportamiento. Estoy atrapado en la investigación, en el proceso más que en su finalización. Aunque no lo creas, eso fue lo que me llevó hasta tu padre y el convento: la curiosidad, esa fascinación que tan bien describió Kant. Pero la historia es larga y tal vez no te interese.
—Tenemos todo el tiempo del mundo —respondí—. Me muero de curiosidad —concluí burlón, haciendo un gesto con mi mano para que continuase.
—Realizaba un trabajo sobre Ignacio de Loyola y este, en un primer momento, se centraba en La vida de Loyola, el libro que Ribadeneyra escribió sobre la vida y peregrinaje de Loyola, basado, supuestamente, en la autobiografía del padre Loyola. Mis investigaciones centradas en su autobiografía El peregrino hicieron que me topara con hipótesis que ya había oído comentar en muchos círculos, pero a las que la Iglesia y algunos historiadores tachaban y tachan de rumores levantados por personas que gustan de buscar enigmas donde nunca los hubo: la paridad entre El peregrino y el Quijote. El tema me absorbió tanto que dejé de lado la búsqueda de las andanzas del de Loyola, que en aquellos momentos se centraban en sus múltiples estancias en Barcelona, y comencé a cotejar ambos textos, el autobiográfico y el de Ribadeneyra y, por supuesto, la relación entre los ocho primeros capítulos del Quijote y la obra de El peregrino de Loyola. Los textos están estrechamente relacionados, tanto en contenido como en método narrativo.
—¿Qué relación tienen esos textos con el convento y lo que sucedió?
—La relación entre El peregrino, el Quijote y la abadía es Salas, el forense mentor de tu padre —respondió tajante, al tiempo que sus labios dibujaban una sonrisa irónica—, todos sus mensajes están estrechamente relacionados con la obra magna de Cervantes, incluso la etiqueta que colgaba de la máquina de escribir que te enviaron las monjas recoge una parte de la obra de Cervantes. Es evidente que en ella hay una clara referencia a lo sucedido, que ese extracto fue sacado con premeditación.
—Lo más probable es que eligieran ese texto para encriptar sus mensajes porque ambos lo dominaban. Para mi padre era una de sus obras preferidas.
—Desde siempre han existido hipótesis y sospechas sobre la posibilidad de que el Quijote escondiera un mensaje. Este supuesto misterio, se decía, estaba relacionado con asuntos eclesiásticos o propósitos satíricos contra determinadas personas e instituciones; contra la Iglesia católica. La biografía cervantina ha originado durante los siglos XIX y XX un cúmulo de teorías. Muchas de ellas, desgraciadamente, han quedado en el olvido. Yo había apartado mis estudios sobre Loyola para centrarme en esclarecer la verdad de aquellas hipótesis y lo hacía con el permiso de mis superiores, que veían en mi investigación el punto y final a muchas conjeturas que no eran de su gusto. Todo iba por los cauces previstos hasta que cayó en mis manos un libro que me condujo a un terreno en el que la Iglesia comenzó a tambalearse frente a mis ojos, un descubrimiento que me hizo cambiar la línea de investigación seguida durante tanto tiempo. Las semejanzas entre los primeros capítulos del Quijote y los primeros capítulos de El peregrino. Los orígenes de las hazañas del viejo hidalgo manchego son esencialmente los mismos que los de nuestro monje —dijo, sonriendo malicioso al ver mi expresión de asombro ante aquellos hechos que desconocía—. El Quijote está repleto de expresiones propias de la vida de Loyola. Correspondencias en los temas que se tratan y un sinfín de anécdotas parodiadas por Cervantes. Lo más curioso es que nadie ha conseguido llevar esas analogías más allá de los primeros capítulos. La vida de Loyola no fue escrita por este sino por Ribadeneyra. Él la escribió con el objetivo expreso y velado de suplantar a otra anterior cuyo autor era Loyola y con la que la Iglesia, y sobre todo los dominicos, no estaban de acuerdo. Diez años después de la muerte de Loyola, el libro que conocemos como autobiografía o relato de El peregrino, dictado por Loyola a un compañero en 1555, fue ocultado. El texto fue secuestrado por la compañía desde 1565 hasta casi la segunda mitad del siglo XX. Durante todo ese tiempo la autobiografía no existía. En la actualidad se desconocen los verdaderos motivos sobre su desaparición. Defendí, durante un tiempo, la hipótesis de que Cervantes había plagiado parte de la obra de Loyola. Se había servido de ella para ridiculizarlo y criticar a la Iglesia de una forma velada, interlineada, salvando así los posibles problemas que podían generarle dichas letras. Hasta ahí todo fue bien y conté con el beneplácito de todos, pero cuando sopesé la posibilidad de que existiera un acuerdo secreto suscrito entre jesuítas y dominicos para suavizar lo que la autobiografía de Loyola relataba, comenzaron los avisos, las advertencias. Cuando planteé mis conjeturas la curia se me echó encima.
»La estancia en Roma de Cervantes, sus amistades, que tenían contactos con círculos religiosos y literarios, llevan a suponer que el escritor tuvo acceso a la primera biografía ignaciana. Como imaginarás, estas afirmaciones no sentaron bien, y se me encomendó abandonar dicha investigación y los escritos que estaba realizado, algunos de los cuales tuve que entregar, aunque otros aún permanecen en mi poder.
—¿Estás diciéndome que los dominicos exigieron a los jesuítas que hicieran otra biografía más suave?
—Más o menos. Los dominicos, para lograr sus propósitos, debían hacer que la Compañía de Jesús no solo diese un drástico giro ideológico, sino que también se exigió a los jesuítas que demostrasen sus verdaderas intenciones de favor hacia la línea que seguía la institución en aquellos años. Y esto bien podía ser: hacer desaparecer el relato de El peregrino. Un texto claramente erasmista y, por ende, contrario a lo que ellos defendían. En ese relato, Ignacio de Loyola narra con exactitud la injusta persecución a que fue sometido por los dominicos en sus primeros años de apostolado evangélico. Ese texto se debía sustituir por otro libro en el que todas esas injusticias quedasen, tras una máscara de carnaval, ocultas. Disimuladas tras el resto de los acontecimientos. El acuerdo se llevó a término y, para muchos, fue la pérdida de sus esperanzas. Se había derrotado al humanismo erasmista y el fundamentalismo de Trento había vencido. Como verás, los intereses de la humanidad no cambian mucho de unas épocas a otras, de unos estamentos a otros —dijo.
—¿Qué te llevó al convento y a establecer una relación de todo lo que me has contado con Salas, con los forenses?
—La mano de Dios. Haciendo caso omiso a los llamamientos de mis superiores, decidí dejar los hábitos y seguir con ello por mi cuenta. Ellos no me impusieron dejar los hábitos, me obligaron a tomar una decisión y me decanté por seguir con las investigaciones libre de condicionantes. Eso fue después de mi estancia en el convento, ya que hasta ese momento no hablé de mi hipótesis real con nadie. Lo hice cuando llegué casi al final de mi investigación, cuando sor Vasallo descubrió los verdaderos motivos que me habían llevado allí. La posibilidad de que la autobiografía de Loyola, la verdadera, la auténtica biografía, permaneciese oculta en algún lugar, protegida por la Iglesia, y que en sus páginas hubiera algo más trascendental que una crítica a las instituciones y su forma de actuar en aquellos años me absorbió.
—Entonces, según tú, la biografía que se dio a conocer tampoco era la verdadera.
—Una autobiografía de un monje que había llevado una vida ejemplar y cuyas enseñanzas y actos eran dignos de beatificación y canonización no era lógico que desencadenara semejante revuelo y misterio, aunque criticara y denunciase agravios. Era evidente que el texto de El peregrino recogía algo más trascendental que simples y vulgares críticas y denuncias a las que la Iglesia católica siempre ha estado expuesta y las ha sufrido sin tanto estrépito. Si no hay por qué enfadarse, cómo es que se enfadaron tanto, me pregunté. Desde ese momento comencé a buscar los rastros del texto, los lugares en donde podía haber estado y el tiempo que permaneció en cada uno de ellos, durante esos cuatro siglos de secuestro. Así fue como llegué al convento, a Salas y sus textos encriptados. Y después de que expusiera mi hipótesis, después de que la hermana Vasallo y sor Laudelina se dieran cuenta de que mis investigaciones las señalaban como partícipes en la desaparición y ocultación de ese texto y otras pertenencias del santo, y que esa ocultación podía haber sido uno de los motivos principales para que se cometieran los homicidios y los forenses desapareciesen, las hermanas, escandalizadas y ofendidas, decidieron ponerse en contacto con las altas instancias.
—¿Cómo es posible que afirmes con esa ligereza que las religiosas están implicadas en los acontecimientos de la abadía? No es de extrañar que sientan rechazo hacia ti. Murieron quince hermanas, ¡por Dios! —exclamé.
—Si mi hipótesis está bien encaminada, ese texto debe contener algo de mucho valor. Es posible que ellas no sean las responsables de las muertes ni de las desapariciones, seguro que es así, pero sí son responsables de la ocultación del texto y, por consiguiente, si este está relacionado con los crímenes, son responsables indirectas de lo acontecido en su abadía.
—Es probable que tengas razón en que las religiosas tuvieran la copia de esa autobiografía de Loyola, pero, para mí, no es factible el que ocultasen datos tan relevantes como para provocar los homicidios, más aún cuando la autobiografía ya era pública. Creo que tu curiosidad te ha cegado.
—Como ya te he comentado, mis indagaciones iban encaminadas a desvelar el origen real de las semejanzas entre El peregrino y el Quijote. Es probable que Cervantes tuviera acceso a la obra secuestrada de Loyola. Si tenemos en cuenta la comunicación en aquella época, quiero decir la forma en que las noticias se daban a conocer, aquella era la forma más idónea de hacer que una crítica de los estamentos llegase al pueblo. La autobiografía de Ignacio había sido ocultada por la Iglesia previo acuerdo con los dominicos, por lo tanto nadie conocería su contenido, los verdaderos pensamientos del santo, sus reivindicaciones, las torturas y vejaciones a las que fue sometido por propugnar el erasmismo que los tribunales de la Inquisición tanto temían. Incluso se le llegó a juzgar por ello.
—Entiendo que te excomulgaran. No es que lo vea muy descabellado, ya que, según lo cuentas, tiene bastante lógica, pero es insultante.
—Sí, pero no descabellado. Además, no entiendo por qué tanto revuelo, tanto aspaviento, si no les estaba inculpando a ellos. Mis hipótesis están basadas en acontecimientos sucedidos cuatro siglos atrás. Ellos, de ser cierto lo que planteo, no eran los responsables.
—Tus conjeturas les salpican tanto como si lo fuesen. Ya sabes que hoy no solo se le imputa a la gente lo que hace, sino también lo que hicieron sus antepasados; el rencor histórico está a la orden del día, tan vivo como la ambición. Creo que eso es lo que sor Laudelina defiende. Estarás conmigo en que, en la actualidad, la memoria histórica suele ir acompañada de odio. Hay que tener mucho cuidado con lo que se dice y cómo se da a conocer.
—Cuando llegué a esas conclusiones decidí continuar con el estudio de la vida de Loyola y volví sobre todo aquello que había dejado sin concluir: las estancias, idas y venidas del santo en Barcelona. Y fue allí, en la Ciudad Condal, donde encontré la vinculación de nuestras hermanas con Loyola, con El peregrino, con Salas y con el Quijote.
—Entiendo que encontraste una relación de Loyola con las religiosas de esta abadía.
—Con estas hermanas no, con la orden de religiosas a la que pertenecen. Loyola tuvo relación con la orden de las Jerónimas, una relación estrecha. En concreto con una de sus hermanas, sor Antonia Estrada, tornera del convento de Jerónimas de la plaza de Pedro de Barcelona. Tuvo conexión con varias órdenes de religiosas, entre ellas las Benedictinas de Santa Clara, las Dominicas de Ntra. Sra. de los Santos Ángeles y las Jerónimas. Y esta última es la orden de esta abadía y con la que tuvo una relación más estrecha. Lo que le trajo muchos problemas al padre Ignacio.
—¿Y? —inquirí con curiosidad—. Eso no tiene por qué ser relevante, sino algo lógico dada su condición de religioso.
—Hay cartas en las que una religiosa llamada sor Mariana, que contaba con setenta y dos años de edad, habla de sor Antonia Estrada, describiéndola como una religiosa de vida perfecta, que mantenía con el padre Loyola una relación estrecha, asegurando que este visitaba el convento muchas veces y mantenía conversaciones espirituales con las monjas. Existen documentos que hablan del regalo de un cofrecito con reliquias que el padre Ignacio trajo de Tierra Santa y del que le hizo entrega a la hermana tornera en agradecimiento a la limosna que casi diariamente recibía de su mano. Este cofrecito se conservó en el convento hasta la Semana Trágica de 1909, cuando desapareció sin que aún se sepa dónde está. Junto a este cofrecito es evidente que también podían estar los documentos escritos o dictados por el padre Loyola a la hermana tornera. Dados los altercados que comenzaron a producirse, la orden, antes de que los disturbios fueran a mayores, como así sucedió, se apresuró a sacar el cofre y los documentos que guardaba y lo mandó fuera de Barcelona. A este convento —dijo señalando la puerta de la abadía—. Todo indica que es aquí donde han permanecido ocultos desde entonces. Y aquí se encontraban cuando tu padre y sus forenses, aparte de intentar frenar la epidemia que aquejaba a las hermanas, traducían las profecías que Loyola realizó cuando comenzó sus estudios de gramática.
—No tengo conocimiento de que mi padre estuviera traduciendo ningún texto. La sor no mencionó ese punto.
—El que no lo mencionase es lógico. ¡Cómo iba a hacerlo! De un tiempo a esta parte, desde los años cuarenta, algunos organismos internacionales las han buscado sin descanso. Organismos relacionados directamente con investigaciones tecnológicas. Organismos a los que tu padre sabemos que pertenecía y para los que trabajaba. Es probable que tu padre y Salas fuesen enviados al convento para sacar de allí esa información. La excusa más convincente para entrar y tener acceso a ello era la enfermedad que asoló el convento y que de seguro no era desconocida sino provocada por alguien que entonces, como yo lo he hecho hace unos meses, descubrió que las cartas del santo o los documentos que le dejó a la hermana tornera podían contener algo más que revelaciones de fe. Algo que se buscó en El peregrino y no se encontró. El motivo real por el que fue secuestrada la obra durante cuatro siglos. El rumor que recorre muchos círculos desde hace años dice que los textos de Loyola dan detalles y pruebas de la existencia de un experimento tecnológico de magnitud inimaginable. Según esos rumores, Loyola y Cervantes intentaron, a través de sus textos, que aquella revelación fuese dada a conocer. Sea como fuere, lo que es evidente es el interés de la ciencia y la Iglesia en este tema.
—¿Qué tiene que ver la Iglesia con la ciencia? —pregunté desconcertado.
—Siempre han sido enemigos acérrimos e incondicionales. La ciencia representa todo lo que se puede demostrar, tocar, todo lo que tiene una explicación. La Iglesia, lo que no se ve ni se toca. Ninguno se aventura a asegurar que Dios es fe y ciencia, que la ciencia jamás estuvo ni estará reñida con Dios porque él es pura ciencia. Créeme, tu padre y sus compañeros fueron enviados aquí como simples conejillos de Indias. Dentro del grupo había alguien que sabía lo que sucedía, alguien que pensó que ninguno del grupo se percataría de lo que en realidad estaban buscando. Alguien que aprovechó la confianza generada en el convento para hacerse con la información que se llevaba buscando durante más de cuatro siglos. Pero uno de ellos descubrió el verdadero motivo de la permanencia del grupo en el convento y, lo más terrible, que la enfermedad de las religiosas solo era un señuelo y, por lo tanto, sus muertes podían ser homicidios, crímenes. No puedo asegurar que tu padre tuviera conocimiento de los motivos reales de su estancia, ni que él y Salas estuvieran informados de lo que allí se gestaba. En realidad aún no sé quiénes lo sabían y quiénes eran desconocedores de lo que sucedía. De lo que sí estoy seguro, y cada minuto que transcurre estoy más convencido, es de que los forenses fueron enviados al convento para dar con esos escritos. Todo indica que fue Salas quien lo descubrió e intentó sacarlos de los muros del convento a través de sus mensajes encriptados.
—Afirmas que los mensajes de Salas iban dirigidos a alguien para que hiciese públicos los descubrimientos que supones había en los textos ocultos de Loyola, y que estos contenían información relevante no de la Iglesia, sino de avances o descubrimientos científicos tan importantes como para matar a dos personas más las doce religiosas, descubrimientos correspondientes a aquel siglo. Si es así, no esperes que le dé relevancia a tu hipótesis. Es descabellado; aunque tu investigación sea interesante, me parece que es poco probable que un texto de aquella época contenga algo tan significativo como para ocultarlo, y menos que tuviese ningún cariz científico de relevancia para aquellos años —dije sonriendo irónico.
—Exactamente eso es lo que he dicho y lo que creo. No deberías menospreciar los avances científicos de aquel siglo, el mismo en que vivió Leonardo da Vinci. Te recuerdo que él fue un inventor, por citar solo una de sus virtudes, excepcional. Leonardo nació en 1452, treinta y nueve años antes que Loyola, que nació en 1491. Leonardo era un genio y sus hipótesis, inventos… aún siguen siendo inexplicables, no solo para aquellos tiempos, incluso en la actualidad.
»Los que se asientan en los cimientos del poder siempre han buscado privar al hombre de su capacidad de razonamiento, porque saben que es la única forma de dominar este mundo. Si el ser humano puede llegar a ser doblegado es únicamente a través de la posesión de esta. La manera más certera de hacerlo es despojándole de todos los conocimientos posibles; ese, y no otro, es el primer paso para la dominación de la mente. La ocultación de descubrimientos, de investigaciones, de textos, que se ha llevado a cabo durante siglos, es una prueba evidente de ello, de lo peligroso que es para los gobernantes que el hombre piense, que razone, que decida y elija.
»Si los textos de Loyola no están relacionados con lo que sucedió, Salas los utilizó, igual que utilizó el Quijote para llamar la atención, para sacar su mensaje del convento, de «La isla de los arcanos». Eso es algo que tengo muy claro y que creo debemos indagar. Las casualidades no existen. Como dijo Einstein: «Dios no juega a los dados» —concluyó en tono malhumorado.
—De ser así, no entiendo por qué la Iglesia y las hermanas jerónimas te tachan de blasfemo.
—Su actitud frente a mi hipótesis es la prueba más evidente de que mis razonamientos están bien encaminados. Si no supieran nada de los documentos secretos de Loyola, si no ocultasen esos textos que dicen que no existen, estarían de mi lado, jamás habrían puesto trabas a mi investigación, a que continuase con ella. Está claro que no interesa que mi teoría salga a la luz. Y su actitud desmedida hacia mis hipótesis y la información que he recopilado demuestra que ocultan los documentos de los que te he hablado, que existen, son reales. Estoy convencido de que esos textos existen y que su contenido les pone demasiado nerviosas, a ellas y a las altas instancias eclesiásticas. Tengo suficientes datos como para asegurar que la hermana Vasallo, que Dios la tenga en su gloria, confiaba tanto en Salas que le hizo partícipe del secreto que custodiaba la abadía durante siglos. Le pidió que transcribiera los textos del santo, o que desencriptara el código que pueden contener. Lo hizo con un fin que no puedo precisarte, que desconozco, pero que estoy seguro que llegaré a averiguar. Él, sin esperarlo, se encontró con algo más que las palabras de un jesuita cuyo único propósito siempre fue servir a Dios a través de sus semejantes. Salas, al tiempo que hacía el trabajo, que creo que le solicitó sor Vasallo, pudo utilizar aquellos textos, junto a los de Cervantes, para sacar la información de la que disponía del convento, en el que pensaba que tarde o temprano moriría, como así sucedió. Salas debió de encontrarse de frente con dos terribles revelaciones, por un lado las palabras del santo y, por otro, el motivo de la permanencia del grupo de forenses en el convento: la causa real que llevaba a las hermanas, una tras otra, al lecho de muerte.
—Estás empecinado en vincular a las religiosas y a la Iglesia en algo de lo que no has podido encontrar pruebas. Me has ocultado tus propósitos y la vinculación que tenías con el convento, y ahora pretendes que tome tus conjeturas como válidas, como veraces. Comprenderás que, llegados a este punto, desconfíe de ti. Si quieres que sigamos juntos en esta investigación, me debes muchas más explicaciones que la retahila de hechos históricos e hipótesis sobre misterios religiosos y claves con las que me has obsequiado, mucho más. Tengo serias dudas sobre tus propósitos reales. Mi interés no es el mismo que el tuyo. Mi padre no fue asesinado por ningún estamento religioso, está claro tanto por tu parte como por la de las hermanas que no fue así, por lo tanto tu interés y el mío en desvelar lo sucedido es bien distinto. Podemos continuar juntos o seguir cada uno por nuestro lado, todo depende de si lo que tienes que decirme me convence.
Extendió su mano hacia mí y me entregó un sobre que, momentos antes, mientras yo le presionaba, había sacado del interior de su vieja carpeta de cartón.
—Ábrelo —dijo sin mirarme, al tiempo que introducía una clave en el ordenador portátil…