Capítulo 52
—Hablan ustedes de una falacia. Un rumor que siempre ha estado vivo en boca de los filibusteros, de buscadores de misterios y embaucadores. Ese texto fue conocido en todos los ámbitos religiosos de la región, me refiero a Castilla La Mancha y Madrid. Ahora está en el norte y no se molesten en preguntarme en qué lugar porque jamás se lo diré. No esconde ningún misterio, ninguna fórmula mágica, solo se trata de una serie de números que intentan demostrar que las Matemáticas, la Ciencia, la Religión y el código alfabético forman claves que a su vez nos dan el verdadero significado de los textos bíblicos. Esa leyenda absurda que intenta tirar por los suelos todos los dogmas. Esa que dice que todo está escrito y que cada código tiene infinitos significados y aplicaciones. Una panacea, la panacea de siempre. Y, si no tienen nada más interesante que preguntarme, les dejo. Los oficios religiosos son importantes, no estas patrañas absurdas y sin sentido —dijo el párroco sin dejar que entrásemos en su casa.
—Verá, entendemos su postura, pero, si sus afirmaciones son ciertas, ¿por qué su antecesor pagó una suma tan importante de dinero en aquella época por hacerse con una falacia, como usted la califica? —dijo Reyes en tono de reproche.
—¿Qué haría usted si se encontrase con unas fotos deshonestas de un miembro de su familia? ¿Las dejaría para que circulasen en manos de todo el mundo o las compraría al precio que fuese? —ninguno de los tres dijo nada—. Pues eso hizo él. Defendió sus creencias y el sostenimiento de las mismas. ¡Buenas tardes! —concluyó, dándose la vuelta, y, cerrando el portón de metal en nuestras narices, entró en la casa.
—Es evidente que, como siempre he mantenido, la Iglesia está metida en todo este asunto —dijo Daniel—. Es como en una circunferencia: el comienzo y el fin se vuelven a juntar. Una vez más nos vemos frente al clero, en el mismo sitio donde comenzó todo.
—Creo que vuelves a distorsionar los acontecimientos en favor de tu hipótesis. El párroco tiene razón. Conoces las teorías que existen sobre esos temas; si pensaron que era una especie de descodificador matemático relacionado con la Biblia, cualquiera, en el lugar del párroco, habría hecho lo mismo que hizo él —dije.
—¿En serio piensas que el cura pagó esa cantidad por una falacia, por un texto que solo reflejaba una superstición, una hipótesis sin base argumental? Deja que me ría. No olvides que estuve dentro de la institución. Las falacias, las supersticiones, las historias que no pueden demostrarse, son las más interesantes y las que más benefician a la Iglesia. Esas historias les sirven para demostrar que ellos están en posesión de la verdad, que siguen siendo los poseedores de la verdadera fe. Las falacias no se esconden, se desvirtúan y ello lleva a ratificar sus creencias. Si hubiera sido así, jamás habrían comprado el texto, y menos lo habrían ocultado, se habrían limitado a desvirtuarlo. Sin embargo, cuando se halla algo que tira por los suelos sus dogmas, se esconde rápidamente, se hace desaparecer. Y no es algo ajeno en nuestra sociedad, se hace en todos los ámbitos. No es solo la Iglesia católica la que defiende sus cimientos, todos lo hacemos y todos tenemos derecho a hacerlo.
—¿En serio piensas que esos números tienen algo que ver con la Iglesia? —inquirió Reyes.
—Eso es lo más probable. Imaginaros por un momento que yo tenga razón y que la investigación que siguieron los forenses en el convento no solo fuese científica. Que las religiosas, su misteriosa enfermedad, solo hubieran sido utilizadas como una excusa para encerrarse entre las paredes del convento sin levantar sospechas. Imaginaros que la enfermedad, tal y como sor Vasallo siempre afirmó, fue provocada con ese fin y que formaba parte de un experimento que nadie, a excepción del topo, conocía. O que los resultados eran tan graves como inesperados, y por ello Salas y Fonseca, vuestros padres —dijo mirándonos a Reyes y a mí—, al ver lo comprometido que aquello era decidieron sacarlo a la luz. Imaginaros que el descubrimiento que hicieron fue el resultado de una investigación matemática que surgió tras el examen de textos cuyo contenido es pura metafísica. Que ese contenido diera lugar al comienzo de la investigación o el supuesto experimento. Imaginaros que todo ello tal vez haya estado siempre entre los textos de Loyola o de Cervantes y quién sabe si entre muchos otros manuscritos, en las páginas de muchos incunables o tratados. Quizás ello sea el motivo más prioritario que la Iglesia tuviera para esconder los seriados que Salas dejó en el nicho del abuelo de Enrique. Quizás esto lleve sucediendo años o siglos y nadie haya conseguido descifrarlo. Tal vez, todas esas series numéricas que no he conseguido enlazar con vocablos sean semejantes a las que dicen que esconde la Torá en sus páginas; quizás el número pi en realidad solo sea el código para descifrar muchos textos, un código que siempre ha estado a nuestro alcance. Si sus dígitos son infinitos, ¿por qué no podrían esconder infinitas aplicaciones? —concluyó Daniel parándose frente a nosotros.
—Demasiado fantasioso para ser real, para no haber sido descubierto hace tiempo. Pura leyenda. El supuesto mensaje de la Torá es una leyenda —dije.
—No olvidéis que todas las leyendas tienen siempre algo de verdad. Además, la Iglesia católica siempre ha estado en contra de los avances de la Ciencia. Lo ha estado por lo que todos sabemos. La Ciencia pone, año tras año, en duda sus dogmas; cada día, la hipótesis de que Dios y Ciencia son una misma cosa cobra más sentido. Eso a ellos no les interesa. No olvidemos que el mayor enemigo del ser humano es la ignorancia. También la manera más fácil de dominarlo, de engañarlo.
—Si todo eso fuera cierto —dijo Reyes—, estaríamos entre dos intereses diferentes pero que confluyeron en un mismo punto. Eso hizo que la documentación sobre lo sucedido fuese ocultada por dos, llamémoslas, instituciones u organizaciones diferentes.
—Es lo que he estado intentando explicar desde que me incluísteis en vuestras investigaciones —respondió Daniel con gesto de alivio—. Que las investigaciones o experimentos que los forenses desarrollaban en el convento, en un principio, nada tenían que ver con la Iglesia, pero que surgieron de textos relacionados con ella o que estos textos, si no lo estaban, la relacionaron. La Iglesia, al ver descubierto parte de su secreto, reaccionó como lo hizo la organización para la que trabajaban los forenses. Se deshizo de todas las pruebas que pudieran perjudicarla, aun sabiendo que habría daños colaterales. Si el experimento o la investigación de los forenses salía a la luz, no solo se descubriría la peligrosidad del mismo, sino que también les salpicaría a ellos.
—Esa es tu hipótesis —dije—. Sin embargo, yo dudo mucho que los textos de Loyola o de Cervantes contengan nada relacionado con lo que los forenses desarrollaban en el convento. Más bien creo que esos textos, como todo demuestra hasta ahora, solo le sirvieron a tu padre —dije dirigiéndome a Reyes— para ocultar sus mensajes. Fueron una simple herramienta de trabajo. Como creo que lo son las series que el padre de Javier grabó en las paredes de la cueva. Como tú bien has manifestado, cualquiera que utilice las fórmulas matemáticas con asiduidad, cualquiera que domine el cálculo mental como tú, descifraría los seriados sin mucho esfuerzo. Salas debió de contar con ello. Debió de escribir ese manuscrito para alguien que dominase esa técnica de descifrado, o en la esperanza de que la persona que lo encontrase supiera distinguir de un vistazo lo que contenía. Pero, como sabemos, no tuvo suerte. El padre de Javier no era la persona indicada para descodificarlo.
—Es posible, pero aun así —respondió él desafiante—, ¿cómo explicas entonces el secretismo que ha rodeado los textos de Loyola durante siglos? ¿No crees que es demasiada coincidencia que el convento fuera el lugar donde se encontraban esos textos, me refiero a las cartas del santo, las cartas que le entregó a sor Antonia Estrada, la tornera, y que habiendo documentación sobre ellas estas no se hayan dado a conocer en su totalidad? Sabes que los textos existen, la hermana Laudelina te dijo que Salas estaba transcribiéndolos, dime, ¿cómo explicas tales coincidencias?
—No puedo —respondí—. Sé lo mismo que tú, sin embargo, yo soy más sensato y me decanto por una hipótesis más común, más razonable. Tú, por la que más te interesa.
—Lo cierto —afirmó Reyes— es que los textos de Loyola, la Iglesia y los forenses junto a las matemáticas siguen unidos. Que a medida que avanzamos en la investigación, la Ciencia y la Religión se van fundiendo en una misma cosa.
—Entonces —dijo Daniel—, ¿estás de acuerdo conmigo?
—En parte —respondió ella—. Es probable que estés en lo cierto y todo sea el hilo de la misma madeja. Que el cabo del comienzo y el del final se unan en un mismo ovillo de lana y, como afirmas, ambos nos conduzcan al mismo lugar. Está claro que la Iglesia tomó partido en lo sucedido. Cómo, de qué manera y los motivos que les llevaron a ello aún están por descubrir, pero con el resto de los acontecimientos, hasta ahora, nos ha sucedido lo mismo.
—Solo nos queda seguir con las investigaciones, volver al punto de origen —apremió Daniel—. Pero primero debemos volver a la cueva a tomar fotos de los números restantes. Estoy convencido de que tras ellos hay algo más. Después, iremos al convento. No podemos olvidar los seriados restantes que había en las cartas que le envió Salas a tu madre —dijo mirando a Reyes—. Tenemos que volver al convento e intentar que sor Laudelina nos deje entrar en las instalaciones, quiero decir…, que te deje entrar —concluyó, mirándome al tiempo que esbozaba una sonrisa malévola.
No respondí. Estaba memorizando las palabras que Julián entresacó de las cartas, las tres series por las que habíamos llegado hasta Toledo y, después, con la ayuda del rabino, al cementerio:
Primer seriado: Llave - Trece - Cuadro - Heredero - Fonseca
Segundo seriado: Aspas - Quijote - Loyola - Puertas - Solsticio
Tercer seriado: Llave - Pedro - Bautista - Sol - Tablada