9

Me envuelvo en la toalla grande y me seco un poco el pelo con la otra, lo suficiente como para que no me gotee y así no guarrear todo el suelo. El cual está helado. Entro en mi habitación y cojo unos calcetines, de esos que llegan por las pantorrillas.

—Ya voy —repito, dejando caer la toalla.

Será mejor que me ponga algo más que una simple toalla, no quiero que al que esté tras la puerta le dé un ataque al corazón. Me pongo un jersey que me cubre casi hasta donde me llegan los calcetines, me seco algo más el pelo y me hago un moño. Corro hacia la puerta, nerviosa. Cojo un spray para el pelo y lo coloco a mi espalda, no me fío de quien haya al otro lado. Me asomo a la mirilla y cuando veo quién es casi me da un infarto, incluso el bote que sujeto se me cae al suelo. Mi corazón se acelera de repente, las manos me sudan y las piernas me tiemblan. Abro poco a poco, está apoyado contra la pared, tan sexy que sería capaz de embarazar a cualquiera con tan solo una mirada, bueno, o eso o se te bajan las bragas solas y se van corriendo, pero como no llevo, solo se me puede caer la baba. Carraspeo, empujando mi voz a salir a la luz, alta y clara.

—¿Qué haces aquí?

—Lo que mi corazón me dicta.

Sin esperar un solo segundo, me toma por la cintura y hace que retroceda. Cierra la puerta dándole un golpe con el pie. Me besa frenético, devorándome como nunca nadie lo había hecho antes. Mi sexo arde, y se humedece al instante. Siento un fuerte cosquilleo en la parte baja de mi vientre, y es algo que nunca antes me había ocurrido. Sus besos cada vez se tornan más desenfrenados y dejan de tener el poco control que aún conservaban. Me agarra con fuerza, y me sienta en uno de los taburetes que hay tras la barra americana. Fija sus ojos en los míos, siento cómo mis mejillas se enrojecen, mi cuerpo arde a causa del deseo que ahora siento por él, bueno…, en realidad lo sentí desde el primer día en el que le vi aparecer por la puerta del Jubilee. Puedo ver cómo me desnuda con la mirada, aunque poca cosa llevo que pueda quitarme. Acaricia mis piernas, empezando por los tobillos y subiendo hasta mis rodillas, por encima de los calcetines, hasta que llega a mis muslos y poco después se da cuenta de que no llevo braguitas. Sorprendido me mira, y esboza una sonrisa gatuna que eriza todo mi vello y aviva la llama de mi deseo. ¡Joder! ¿Por qué esto no puede pasarme con Marc? Suspiro cuando su boca se posa al límite entre mi piel y la tela de los calcetines. ¡Vaya sofoco tengo! ¡Si es que le haría de todo! Paseo mis manos por su pecho, le quito la chaqueta de piel y la dejo caer al suelo. Si por mi fuera se lo quitaba todo. Paso las manos por sus musculados brazos y de nuevo por su pecho, y dioses… ¡Qué pecho tiene! Fuerte y tonificado, no muy definido, pero lo suficiente como para que se le marque y me ponga prácticamente a babear a la vez que le digo que haga conmigo lo que le dé la gana mientras me deje disfrutar de él. Niega con la cabeza y sonríe de medio lado, volviéndome loca.

—Joder, si es que me encantas —digo en voz baja.

—Pues anda que tú a mí… —Me vuelve a besar mordiéndome el labio inferior—. Me vuelves loco, leona, no sé por qué.

—¿Cómo que no sabes por qué?

Lo aparto de mí y le miro de arriba abajo con una ceja arqueada y con cara de: «¿Perdona?». ¿En serio ha dicho lo que creo que acaba de decir?

—Porque me pones, siento una terrible necesidad de tenerte conmigo… Pero aún no entiendo por qué.

¿Podría ser peor? Encima le ocurre lo mismo que a mí. Quiero sentirle cerca, pero a la vez lejos, esa necesidad de que me quiera a su lado.

—Kellin, sabes que esto no debería ocurrir.

—Pero a mí eso no me importa, ahora solo lo haces tú.

—¿Importarte?

—Sí, Lu…, ahora mismo solo te necesito a ti.

Vuelve a besarme, acariciándome los muslos con dulzura y delicadeza. Es por esto por lo que no veo a ese Kellin tan malo del que me han hablado Natalia y Laura. Es tan adorable que se me hace imposible reconocerle en él.

Suspiro, le aparto un poco y me bajo del taburete. Voy hacia la entrada y cierro con llave, además de dejarla puesta, para que así no puedan abrir desde fuera. Cojo su mano al pasar por su lado, y tiro de él hasta que queda frente al sofá. Le doy un leve empujón hasta que cae sobre este, sonrío de medio lado como lo hace él, dejando ir una carcajada que me encanta. Me siento encima de él, le doy un fugaz beso y sigo sonriendo, hasta que veo cómo me mira y las terribles, o buenísimas, intenciones que tiene, entonces le temo.

Estamos a punto de atravesar la línea del no retorno, una vez la crucemos ya no podremos hacer nada por combatirlo. Me besa poco a poco y con delicadeza, como nunca antes lo había hecho. Es por esas cosas por las que me parece tan distinto a lo que dicen, lo que realmente me frustra y hace que no pueda dejar de darle vueltas. «¡No es momento de pensar!», me digo a mí misma.

Vuelvo a centrarme en Kellin y en esos ojos marrones que no dejan de observarme. Esboza una sonrisa socarrona, la cual termina por derretirme. Me sujeta por la cintura, para que no pueda escaparme de él, aunque jamás lo haría. Dioses… Este hombre sería capaz de llevarme al orgasmo solo con una mirada y el roce de su piel con la mía. Acaricia mis piernas con mimo, incluso acaba colando algún dedo entre el calcetín y mi piel.

—Puedes quitarlos si quieres —digo en voz baja, mirándolos.

—No, no quiero, me gustan así. —Pasea sus dedos por la gomilla de estos—. Te quedan demasiado bien.

—Gracias. —Sonrío vergonzosa, sintiendo cómo mis mejillas se encienden.

No entiendo a qué viene esto de que me sonroje cada vez que me dice una chorrada así, nunca antes me había ocurrido, ¿y viene él y lo consigue?

—¿Por qué me resultas tan terriblemente sexy?

Alzo los hombros. No tengo ni idea, pero la verdad es que me alegro de ello, al menos es reciproco.

—Oh, calla ya —le digo sacándole la lengua.

Se acerca a mí, lo suficiente como para que su lengua pasee por mis labios, provocando que un pequeño chispazo de placer recorra todo mi cuerpo, haciendo que mi sexo se humedezca de tal manera que sería capaz de entrar en mí sin hacer ningún esfuerzo. Acaricia el interior de mis muslos, provocándome suaves cosquillas.

—Tengo ganas de esto. —Posa una de sus manos sobre mi sexo.

Su expresión cambia, y la sorpresa toma su rostro, mientras no puedo evitar morderme la punta del dedo índice, seductora. Se relame y cuela uno de sus dedos en mí, haciendo que me estremezca. Cierro los ojos, perdida en el placer que me produce, y en el deseo que siento por él, el cual crece a pasos agigantados como si no hubiera un mañana. Mi respiración se vuelve algo agitada, no puedo hacer nada por remediarlo, pero sí porque aumente al igual que la suya, y así se acompase con la mía. Acaricio su abultado paquete, si por mí fuera acabaría quitándole toda esa tela que me estorba en menos de un minuto. Mientras le acaricio deja ir un «mmmm…» que suena demasiado sexy como para pasarlo por alto.

—Estás tan húmeda… —me gruñe al oído, haciendo que toda yo me revolucione.

Me muevo sobre él, rozándome contra su duro miembro el cual me ruega que le dé algo de atención y mimo. Vuelve a gruñir, esta vez sin decir nada. Sus ojos irradian pasión, deseo y lujuria, pero hay algo más en ellos, dulzura y compasión. Aprieta la mandíbula cuando le agarro del cinturón, empiezo a desabrocharlo y desabotono el pantalón, bajándole también la cremallera.

—¿Qué buscas? —pregunta juguetón.

—Solo estoy repasando que todas las costuras estén bien cosidas.

Deja ir una carcajada, ríe y vuelve a besarme, pero esta vez es fugaz.

—¿Te he dicho alguna vez que me encantas? —pregunta.

Le miro incrédula, sin entender bien a qué se refiere, ni por qué lo ha dicho.

—No, ehm…, no, no me lo habías dicho.

Hago una mueca, hasta que me pongo en pie y le miro desde las alturas. Me pongo de rodillas encima de la alfombra, y vuelvo a mirarle, relamiéndome los labios como una auténtica felina. Con un movimiento de cabeza le pido que alce las caderas y voy bajándole los pantalones, dejando a la vista unos calzoncillos rojos, azules y negros del Jack&Jones. Me echa hacia atrás, con cuidado de que no me caiga. Se desata las botas, se las saca y entonces se pone en pie, sonriente. Me muerdo el labio inferior sin dejar de mirarle. Se da la vuelta para dejar los tejanos en el reposabrazos. ¡Vaya culazo tiene! Es para agarrarlo con ambas manos y estrujarlo con ganas. Le doy una palmada, disfrutando de él y de las vistas, hasta que se da la vuelta. Sonrío, le doy un golpecito en el hombro hasta que cae de nuevo al sofá. Me siento sobre él a horcajadas, le beso con ansia, con toda aquella que siento teniéndole tan sumamente cerca. ¡Uf! Necesito tanto sentirle en mi interior que creo que me derretiré cuando le tenga. Vuelve a acariciarme, jugueteando con mi abultado clítoris. Sube una de sus manos por mi vientre hasta que llega a mis pechos, los acaricia con mimo, endureciendo mis pezones. Deja de acariciarme para quitarme lo poco que me cubre y lo deja a un lado del sofá.

—Parece que estabas esperándome. —Sonríe gatuno.

Si hubiera sabido que iba a venir me habría dado una ducha rápida para embadurnarme en crema de vainilla. Suspiro. Paso mis brazos tras su cuello, y no dejo de besarle, restregándome contra su duro paquete, hasta que deja ir otro sonido similar al anterior contra mi oído, haciendo que todo mi vello se erice.

—No puedo aguantar así, no más… —admite pareciendo débil—. Tengo tantas ganas de estar dentro de ti, leona… Lo necesito.

—Hazlo —le ordeno.

Le bajo los calzoncillos poco a poco, hasta que su poderosa y grande erección se abre paso tras la tela. Joder… Si es que este hombre lo tiene todo hermoso, y considerable, esas manos y ese… ejem… Siento cómo mis mejillas se encienden tras pensar en ello. La observo expectante y deseosa, la acaricio de arriba abajo, lamiéndome los labios. ¡Ains, por todos los dioses! Le quito la camiseta, dejando su fuerte pecho al descubierto, le beso el cuello a la vez que me froto contra su miembro una y otra vez, provocándome mi propia humedad, aunque realmente no necesito mucho más, por no decir que no necesito nada. Sigo así un rato más, sin dejar de besarle en ningún momento y es que sus besos me saben a gloria.

Me detiene, sujetándome con fuerza, hasta que lleva una de sus manos a la base de su miembro y lo guía hacia mi entrada, llenándome por completo, provocando que tanto a mí como a él se nos escape un profundo gemido que rompe el silencio que había en el salón.

—Joder, Lucía —gruñe perdido en el deseo—. No sabes las ganas que tenía de estar así.

Me besa con una dulzura extraña, pero poco después aparece el león, volviendo al ataque, más feroz que nunca. No dejo de moverme sobre él, ansiosa por conseguir mi premio, o eso pienso, hasta que me percato de que mis movimientos se acompasan a los gemidos y gruñidos que deja ir de vez en cuando, es absolutamente delicioso. Se mueve sin control, agarrándome con fuerza para que esté estática, lo que aprovecho para besuquear su cuello a la vez que lo muerdo de vez en cuando, provocando que algún gemido se escape de él.

—No te escapes de mí…, no lo hagas nunca —me ruega.

Me enternece escucharle decir eso, no sé por qué, pero lo consigue. Joder, me siento tan confusa que no sé ni siquiera qué decirle, por lo que me limito a besar esos enrojecidos labios que se entreabren para poder respirar mejor. Se pone en pie, sujetándome con fuerza para que no me caiga, se deshace de los calzoncillos dejándolos tirados y, sin salir de mi interior, va hacia la habitación como si fuera su casa. Me deja sobre la cama.

—Túmbate boca abajo —me ordena con un tono algo neutro y frío.

Le miro extrañada, tal vez haya sido solo percepción mía. Se coloca tras mi espalda, me besa el hombro con dulzura y poco después vuelve a entrar en mí, ensanchándome. Respiro entrecortadamente, sintiendo cómo poco a poco va haciéndose hueco. No deja de moverse aumentando el ritmo a medida que van pasando los minutos, haciendo que una sensación de dolor y placer se entremezclen formando una auténtica bomba de relojería que hace que quiera más. Me da la sensación de que va a partirme en dos, o incluso va a hacer que estalle en mil pedazos.

Los gimoteos de placer vuelven a repetirse, varias veces, hasta que deja de moverse. Siento cómo mi corazón se está volviendo loco, palpita rápidamente como si quisiera desaparecer de aquí.

—¿Qué ocurre? —pregunto preocupada.

—Que vas a acabar matándome.

Me doy la vuelta y le miro fijamente a los ojos, relamiéndome.

—Yo no hago nada.

Muevo mis caderas, haciendo que no deje de entrar y salir de mí, provocando algunos escalofríos en él, lo que me llena de orgullo.

—Me encanta cómo te mueves, leona.

Sonrío para mis adentros, si es que no puedo evitar estar orgullosa al escucharle. Adoro saber que está disfrutando de ello, y le gusta lo que le estoy haciendo. Me doy la vuelta del todo, para poder verle la cara. Su expresión es de puro placer, me encanta, me parece irresistible verle así. Me arrodillo frente a él, acaricio su miembro, con delicadeza, paso la lengua por mis labios, y luego a lo largo de su pene. Un gemido se escapa de su interior, entonces me lo meto en la boca tanto como puedo. Jugueteo con mi lengua alrededor de este, provocando que todo su cuerpo se contraiga. Cada vez que subo y subo la boca con su miembro dentro deja ir un profundo gemido que me guía y me dice cómo debo seguir. Al movimiento de mi boca lo empieza a acompañar el de mi mano, arriba y abajo, lo que hace que cada vez sus gemidos sean más profundos. Me enciendo al igual que lo hace él, mi sexo arde, deseo volver a tenerle dentro. Siento una terrible necesidad de que así sea.

—Fóllame, Kellin —le ruego.