11

—Lucía, Natalia acaba de salir me ha pedido que te diga que ya puedes marcharte.

Ha pasado prácticamente todo el día, he estado currando muchas horas como para que ahora me traiga a Ángela de mensajera a decirme que me vaya de mi propia cafetería. Vamos, me parece horrible. Ha estado sin hablarme desde que salió de la cocina, y no ha sido capaz de venir a hablar conmigo, o de siquiera contestarme, cosa que debería hacer aunque fuese por respeto y educación, pero parece que hasta eso se ha esfumado en el momento en el que se ha enterado de lo de Kellin.

Salgo del cuartillo, molesta, o mejor dicho, cabreada como una mona. Me sirvo un vaso de agua y entonces aparece la causa de todos mis males, Kellin Lund. Resoplo, me tomo el agua, lo dejo en la bandeja del lavavajillas y voy a por mis cosas, necesito largarme de aquí cuanto antes. Cuando salgo de nuevo a la sala, veo cómo Kellin habla con Ángela, con una sonrisa en los labios, lo que hace que un terrible fuego empiece a arder en mi interior. Tontea con ella, a pesar de que Ángela parece pasar bastante de su culo, lo que me alegra.

—Nos vemos mañana —le digo a mi nueva compañera.

Paso junto a él, y le doy un ligero golpe en el hombro, haciendo que dé un paso hacia atrás. En realidad, no sé ni por qué lo he hecho, no quiero saber nada más de él, por su culpa Natalia está como está conmigo. Salgo de la cafetería, con mis patines, aunque aún tengo que acabar de atarme los cordones que quedan sueltos.

—Eh, leona —escucho cómo me dice nada más sentarme.

Los sujeto con fuerza, para que no se me deshagan los lazos. Me pongo en pie, y ni siquiera me doy la vuelta. No quiero verle. Solo quiero largarme de aquí, darme un baño relajante y ver un ratito la tele mientras me tomo un té o un vaso de leche calentita con Cola Cao.

—Espera, Lu —me pide.

Sigo avanzado, cada vez más deprisa, alejándome de él. Todo mi ser me lo pide, que huya de su lado, que no le deje acercarse a mí. Pero por otro lado mi cuerpo extraña sus caricias, sus besos y sus mordiscos. No sé por qué siento esta terrible atracción hacia él, no entiendo a qué viene ese malestar al verle tontear con Ángela. Él no es nada mío, debería darme igual lo que hiciese.

Dejo de escuchar sus pasos, por lo que sigo patinando hacia casa. Parece haberse dado por vencido, así que me lo tomaré como una buena victoria, infinita. Solo espero que no vuelva, por lo menos en unos días. La vuelta a casa siempre es mejor, ya que voy por una cuesta que me permite coger una velocidad suficiente como para llegar a casa en la mitad de tiempo de lo que suelo tardar. Paso por el puente del río, frente a la biblioteca, y nada más llegar a nuestra portería ahí le veo.

—Mierda.

Parece que no se va a rendir. Rebufo molesta, no tengo nada de ganas de hablar con él, por lo que paso por su lado y me desvío, iré a dar una vuelta antes de volver a casa. Me mira con cara de pocos amigos, luego desafiante y alza una de sus cejas, mientras le saco la lengua. No quiero que esté cerca de mí, pero tampoco puedo tenerle lejos. No me gusta ver cómo se aleja y presta atención a otras. Creo que no debería ser así, odio que lo sea. Natalia se ha cabreado por culpa de que él esté revoloteando por todas partes, como si fuera un moscón cojonero.

Al cabo de quince minutos vuelvo a casa, y ahí sigue, ¿es que no se va a dar por vencido? Ya podría largarse a la suya y dejarme tranquila. Este hombre me supera sobremanera. Resoplo, parece que lo haga cada dos segundos, pero la verdad es que solo intento morderme la lengua y no ser tan brusca como me gustaría serlo, a veces es mejor así, pero eso ayudaría a acabar de espantarlo. Paso frente a él, quien está apoyado en una de las farolas junto a la portería, saco las llaves rápidamente del bolsillo y antes de que pueda cerrar la puerta pone su pie entre esta y el marco, para que no pueda escabullirme de él.

—Leona, no te escapes —me ruega.

Toma una de mis manos e intenta tirar de mí, pero apenas lo consigue. Me suelto de su agarre y abro la puerta del ascensor. Me persigue, de tal manera que ni siquiera sé cómo, pero acaba entrando conmigo. Me besa con rabia, igual que lo hago yo, estoy enfadada con él, pero no puedo evitar desearle como nunca. ¿Qué mierda hace conmigo y con mi cabeza? No lo entiendo, hay veces, por no decir siempre, en las que creo que es capaz de controlar todo lo que pienso e incluso conseguir lo que quiere con tan solo una mirada.

Suspiro cuando se separa de mí. Las piernas apenas me responden, por lo que pasa sus manos bajo estas, sujetándolas, y haciendo que le rodee la cintura con ellas. Le da al botón, para subir hasta nuestra planta.

—Lu… —murmura—. No luches contra esto, nena, no lo hagas.

—Pero… ¿por qué no debería hacerlo?

—No me pidas que me vaya, no ahora —dice cuando abre la puerta nada más llegar.

Me mira con deseo, de reojo. Me muerdo el labio inferior y hago una mueca, confusa ante lo que me pide.

—¿Por qué?

—Porque te necesito. —Susurra contra mi oído.

Hace que todo mi vello se erice, iluminando mi corazón con sus palabras, y no puedo evitar sonreír. No sé por qué pero consigue hacer feliz a todo mi ser tan solo con sus palabras.

—No me alejes.

—No lo haré —prometo inconscientemente.

Kellin, aun sujetándome, me quita las llaves y abre la puerta. No me deja ir ni un solo segundo, me coge con tanta fuerza que ni el aire sería capaz de pasar entre nosotros. Siento que su pecho se mueve agitado, incluso llego a notar cómo su corazón late con tanta fuerza que parece que se le vaya a salir del pecho. No sé qué es lo que debería hacer con Kellin, pero ahora mismo no puedo pensar con claridad. Me besa como si no hubiera un mañana, como si mis labios le proporcionaran el aire que necesita para mantenerse con vida. Hay veces que pienso en que somos igual que dos imanes, tan opuestos, pero a la vez tan iguales, atraídos por una fuerza mayor que ninguno de los dos somos capaces de controlar, ligados por esa química que hay entre nosotros. Me muerde el labio inferior con fuerza, no mucha, pero sí la suficiente como para que deje ir un ligero gemido que él capta con un voraz beso.

—Me encantas —susurro perdida en todo lo que me envuelve en estos momentos.

Estoy segura de que tarde o temprano este hombre conseguirá volverme completamente loca. Aunque espero que Natalia sepa ver la parte buena que hay tras esa cruda fachada en la que se esconde como si no fuera más que un vil villano.

Durante unos segundos me deja de pie sobre el suelo, lo suficiente para poder cerrar la puerta y echar la llave como si fuera su propia casa, lo que me hace gracia y sonrío.

—¿De qué te ríes, leona? —pregunta seductor en su idioma.

Va acercándose a mí, poco a poco, igual que lo haría un felino con su presa, a punto de atacar.

—Me hace gracia cómo te manejas por mi piso, es como si lo hubieras hecho siempre.

—Vaya… ¿Gracias?

—De nada.

Le miro de arriba abajo, esos vaqueros que lleva le sientan demasiado bien aunque sin ellos está aún mejor, y mira que es difícil de superar.

—Vamos a jugar a un juego —digo en voz baja, pasándome las manos por el cabello.

—¿Un juego?

—Ajá, ¿te atreves a jugar?

—Contigo a lo que sea, leona. —Sonríe de medio lado y, por un momento, me da la sensación de que toda mi ropa interior se ha esfumado como por arte de magia.

—¿En qué consiste? —pregunta curioso.

—Tú te quedas aquí, y yo me escondo, tienes que buscarme y a medida que vayas fallando vas quitándote la ropa.

—¿Y tú?

—Si me encuentras lo sabrás.

—Por cierto, no necesitas jueguecitos para que me quite la ropa —ríe— aunque si me la quitas tú es aún mejor, ¿no crees?

—Puede ser, pero ahora vamos a jugar.

Le lanzo una mirada desafiante, por lo que vuelve a sonreír de costado, tan seductor y sexy como siempre.

—Cierra los ojos. —Le pido.

Lo hace, pero poco después los abre, por lo que hago una mueca. Cojo un pañuelo y se lo ato con fuerza para que así no le sea tan sencillo deshacerse de él.

—No hagas trampas, juega limpio.

—Soy más de jugar sucio, leona. —Sonríe con los ojos tapados.

—No seas tramposo.

Acabo de atarle el pañuelo y le doy un leve mordisco en el cuello, lo que hace que deje ir un gemido.

—No seas malo, león. —Le susurro al oído en inglés.

—Seré malo cuando te encuentre —promete.

Dejo ir una carcajada, y sonrío para mí misma. Restriega sus manos y las deja a su espalda, dándome a entender que no se quitará el pañuelo. Le observo durante unos minutos, deleitándome con su escultural cuerpo de dios nórdico, aunque algo más delicado. Me deshago de los patines, quedándome descalza, tan solo voy con los calcetines, lo que hace que apenas se me escuche caminar. Quiero que me encuentre, pero no al momento. Voy deshaciéndome de la ropa, a la vez que voy hacia la habitación. Lo dejo todo por el suelo de esta, y rápidamente me escabullo al salón. Me siento en la butaca que compré hace unas semanas, subo los pies, escondiéndome tras ella, lo bueno de que sea orejera es que es enorme.

—Ya —digo tapándome la boca para que crea que me encuentro más lejos de lo que realmente estoy.

Se deshace de la venda que cubría en sus ojos y la deja caer al suelo. Escucho cómo empieza a caminar por el recibidor, estoy segura de que lo está observando todo. Entra a la cocina, pero al salir se va a directo hacia el baño, ya son dos piezas que tiene que quitarse. Las deja a la entrada de la habitación, se quita la chaqueta y el jersey gris que llevaba y marcaba todos sus músculos. Me encanta este hombre, me vuelve loca. Sonrío al ver cómo se adentra en esta y cuando sale, empieza a desabrocharse el cinturón, y poco a poco va deshaciéndose del pantalón. Me muevo un poco, lo suficiente como para verle reflejado en el ventanal que da a la calle. Sonrío, si es que tengo un monumento en mi salón.

—Leona, voy a coger frío —dice en voz alta a la vez que se pone los brazos en jarras, brillando en todo su esplendor.

—¿Te rindes? —pregunto sin más.

Da varios pasos hasta que veo cómo se percata de que estoy en la butaca, ya que me ve a través del espejo.

—No —susurra contra mi oído, erizándome todo el vello.

Pasea sus manos por mis hombros desnudos, masajeándolos con cuidado. Las va bajando hasta que llega a mis pechos, lo que hace que de un bote. Los acaricia con cuidado, mimándolos. Me asusta la delicadeza con la que me trata y el cariño que parece expresarme con cada una de sus caricias.

—¿Por qué eres así? —pregunto.

—¿Así cómo, leona?

Hace que me ponga en pie, para sentarse él en la butaca, tira de mi mano para que me deje caer encima.

—Pues no sé, tan distante a veces, pero tan dulce y delicado otras —respondo sin entenderle—. Me confundes.

—¿Por qué te confundo, nena?

—Porque me gustas, me atraes demasiado, y no sé… —Me paso una de las manos por la cara y suspiro—. Joder.

—No lo pienses más.

—¿Cómo no voy a pensar en ello?

Alza los hombros, sin saber a qué me refiero exactamente. Este hombre me va a llevar por el camino de la amargura, estoy segura.

—Natalia no me habla por tu culpa.

—No te preocupes, nena. —Me dice en inglés.