34

Nada más lavarme corro hacia la cocina, llevo algo más de media hora despierta y mi estómago ruge hambriento. Pienso hacerme un sándwich de tres o cuatro plantas con bacón y queso, me encanta, puede que para otros sea demasiado, pero es lo que más me apetece ahora mismo. Han pasado un par de días desde que llegamos, y es hora de ir a por un móvil nuevo y recuperar la normalidad de mi vida. Miro el sofá y recuerdo las decenas de veces en las que me encontré con Marc dormido en él, pobre… Me he comportado como una auténtica gilipollas, y lo que me ha pasado a mí no ha sido más que el karma, por no haberme portado bien con él. Me lo tengo bien merecido, Kellin se ha puesto en mi camino para ser una tentación del diablo a la que no poder resistirse, y ha sido… mi perdición.

—Maldito Kellin —gruño entre dientes—. Serás…

Un enorme vacío se hace el rey de mi mente y de mi corazón. Niego con la cabeza, ¿es que no va a salir de mis pensamientos? ¿No voy a ser capaz de olvidarme de él? Odio haber caído en sus trampas, me he dejado engatusar como una tonta, ha hecho conmigo lo que ha querido, igual que con todas. No quiero ni pensar en todas las mujeres que han pasado por su cama, ni en las que se ha follado a la vez que a mí mientras me decía que era especial y todas esas patrañas.

—Joder, Kellin, ¡joder! —digo a la vez que mis ojos se llenan de dolor.

Rompo a llorar, ¿cuántas veces más va a hacer que mis amargas lágrimas se derramen por él? Sollozo, desconsolada, perdida en mi dolor, en el vacío que me absorbe sin dejarme salir. Una enorme presión en el pecho me impide respirar con normalidad, ¡mierda! Solo me faltaba esto… Suspiro, intento coger aire poco a poco, cierro los ojos y siento cómo mis mejillas se empapan, las pequeñas gotas llenas de dolor no dejan de mojar mi camiseta y lo peor de todo es que, no puedo hacer nada por detenerlo.

—¡Joder, joder! ¿Por qué me has hecho esto a mí? —chillo, resquebrajándome en mi propio llanto.

¿Por qué tiene que ser todo tan difícil? ¿Por qué no podría haberme enamorado de alguien como Marc? Con él todo habría sido más sencillo, ahora no estaría así y todo ha pasado por haberme dejado llevar por un galés mentiroso, mujeriego y sinvergüenza. Doy un golpe sobre mi pierna, no quiero esto, no quiero seguir sufriendo así por un imbécil como Kellin, nadie debería hacerlo.

Varias horas después, ya estoy mejor, me recojo el pelo en un moño alto, me visto con cualquier cosa y me marcho, al final ni siquiera he desayunando, lo poco que llevo dentro ha sido de una manzana al mediodía, y apenas tengo hambre. Se me quitan las ganas de todo cuando pienso en Kellin.

Cuando voy a salir del portal veo cómo Tyree cruza el paso de cebra que hay algo más lejos de donde me encuentro. Va mirando el móvil, escribiendo, pienso en saludarle pero tal vez ya tenga planes. Al levantar la vista se da cuenta de que estoy aquí y me sonríe.

—¡Hombre!

—¿Qué haces tú aquí? —pregunto extrañada.

—Pues… he estado llamándote y escribiéndote desde el otro día que viniste a clase, al ver que no respondías le he cogido unos papeles a las gemelas —dice sacando una hoja doblada de su bolsillo trasero—. Y he venido a buscarte, a ver si estabas bien.

¡Pobre! ¡Qué mono y bueno es este hombre! Sonrío, le doy dos besos para saludarle y le abrazo. Es reconfortante sentir la calidez de alguien tan agradable y bondadoso como lo es Tyree.

—Bueno, pues ya has visto que sigo vivita y coleando.

—Sí —murmura.

Se pasa una de las manos por la nuca y esboza una mueca. Lleva una bolsa de deporte colgada del hombro, aunque viste con el chándal y una de esas camisetas sin mangas que dejan al aire demasiado y poco a la imaginación.

—¿Qué pasa?

—No es nada…, solo que no esperaba verte por aquí —contesto.

Alex deja ir una carcajada, y sonríe, es tan jodidamente sexy que hasta su risa suena sensual como ninguna.

—¿Te gustaría que fuésemos a tomar algo?

—Bueno, es que ahora mismo me iba a comprar un móvil, me robaron el que tenía cuando estuve en Cardiff.

—¿Qué dices? —pregunta.

—Lo que oye. Ya hablé con la compañía y ahora toca ir a por una tarjeta nueva y un móvil —le explico—. Me encantaría ir a tomar algo contigo, pero si podemos dejarlo para otro día me iría mejor.

—Si quieres puedo acompañarte.

—Me sabe mal, Alex.

—No te preocupes, pitufa, no tengo nada que hacer, es más, me había reservado la tarde para pasarla contigo.

—¿Tan claro tenías que iba a aceptar tomar algo contigo?

—Por supuesto. —Sonríe.

Este hombre no deja de sorprenderme, a cada cosa que conozco más me alegra hacerlo, es bueno, un bailarín excelente, agradable, y adorablemente perfecto. Ojalá uno que yo me sé fuese la mitad de atento de lo que lo es Alex, con que lo fuera una cuarta parte ya me conformaría, pero ni a eso podría llegar jamás.

—Entonces no te puedo decir que no.

—Eso espero. —Sonríe.

—¿Sí?

—Ajá —asiente—. Si no tendría que buscarme algún otro plan —me explica—, aunque lo único que me apetecía y me sigue apeteciendo es estar contigo.

Un extraño cosquilleo nace en la parte baja del vientre, al igual que lo hace en mi sexo, que empieza a arder. Este hombre tiene un no sé qué que lo hace único.

—Bueno, nos vamos —sentencio.

—¿A dónde habías pensado ir?

—Al centro comercial.

—¿Vamos con mi coche?

—Perfecto.

Después de pasar toda la tarde con Tyree, paseando de aquí allí, riendo, compartiendo parte de nuestro pasado y conociéndonos un poco, es hora de volver a casa. Ahora sé algo más de quien es mi pareja de baile, de lo que hay bajo esa apariencia de machorro que tiene. Parece distinto a lo que siempre había visto y pensado.

—Oye, Lucía, ¿te apetecería que fuésemos a cenar?

Le miro, aún no hemos llegado a casa y es algo tarde, por lo que durante unos minutos me lo pienso. Puede estar bien, si vuelvo ahora y me quedo sola las paredes se me volverán a caer encima, pensaré en ese capullo y no quiero volver a hacerlo. Tyree desvía la mirada de la carretera hacia mí, alza una ceja y me sonríe de medio lado, esperando a que conteste.

—Bueno, vale, podría ser un buen plan —contesto.

—Te paso a buscar en una hora, ¿de acuerdo?

—Claro, genial.

Un poco más tarde se detiene frente a la portería de mi piso, me mira y con un ligero movimiento de cabeza me indica que ya puedo bajarme del coche.

—Nos vemos en un rato.

Asiento un par de veces, le doy un beso en la mejilla y me bajo de este. Me noto algo cansada, pero me apetece bastante salir de casa y olvidarme un poco de todo lo que últimamente no deja de rondar mi cabeza. Nada más llegar, me deshago de la poca ropa que me viste, me quito el moño y me doy una ducha rápida para no tardar mucho.

Al salir de la ducha me enrollo en la toalla, voy a la cocina a por algo de comer y acabo cogiendo el bacón que me iba a hacer para desayunar esta mañana. Dejo que la toalla se arremoline a mis pies, mientras se calienta la sartén, me pongo un vestido negro que lleva un lacito en la parte central del pecho, así sin sujetador, sin nada. Tampoco hay mucho que sujetar, es de las pocas cosas buenas que tiene el hecho de que mi pecho no sea muy exuberante. Miro el reloj, ya ha pasado algo más de media hora, por lo que, o me doy prisa o acabaré llegando tarde.

Alex llega tan puntual como siempre, incluso más de lo que ya suele ser normalmente. Parece ser otro Tyree distinto al que baila conmigo, va vestido con una camisa blanca ligeramente arremangada que le queda algo ceñida al cuerpo sin poder evitar mostrar esos fuertes brazos que tiene, se ha peinado el pelo hacia atrás intentando aparentar ser un niño bueno, aunque sin éxito alguno. Sonrío, al igual que lo hace él, detiene su modesto Seat León rojo frente al paso de cebra.

—Buenas noches —le saludo al entrar.

—Hola —contesta alegremente.

Enciende la música que había parado nada más abrir la puerta, y empieza a sonar «Earned in» de The Weeknd. A mi memoria viene la primera vez que la escuché, no pude evitar ponerme a bailar, aunque ahora solo me recuerda a Kellin. Suspiro, adoraba esta canción y ahora no soy capaz de olvidarme de Lund cuando la escucho.

—¿No te gusta? —pregunta.

—Bueno…, no es que no me guste, es que no me trae buenos recuerdos.

Sin pensarlo un segundo cambia de canción, coge una de mis manos y la acaricia con delicadeza. Carraspeo, algo nerviosa, lo que hace que empiece a replantearme si lo que estoy haciendo es realmente correcto o no es más que una simple venganza, un pequeño remiendo para mi destrozado corazón que solo necesita algo de amor que lo cure.

—¿Dónde vamos a cenar?

—¿Te gusta la comida…?

—A mí me gusta todo, o casi todo —le interrumpo.

—Eso está bien, porque he pensado en ir al Magic, no sé si lo conoces. —Al ver que no tengo ni idea de a dónde vamos me empieza a explicar—: Está a las afueras del pueblo, a ver si acierto.

—Seguro que sí.

—Eso espero. —Se pasa una mano por la nuca, cosa que suele hacer bastante cuando no está seguro.

—Y… cuéntame algo, ¿no?

—¿Qué quieres que te cuente, pitufa?

Le miro alzando una ceja, como lo haría Natalia. Intentando poner un poco de mala leche, aunque no creo conseguirlo.

—No me llames pitufa, anda.

—Pero si lo eres. —Ríe.

—Claro… es que a tu lado hasta King Kong es un pitufo, gigantón.

Al llegar al bar-restaurante nos hacen sentarnos en una de las mesas que hay en la terraza, muy mona, por cierto. El sitio está ubicado en la parte alta del pueblo, algo alejado, desde donde se puede ver toda la vida que hay en este. Las mesas están adornadas con unas velas dentro de farolillos y una bonita rosa roja.

—Vaya… —murmuro mirándolo todo.

—¿Te gusta?

—Sí, claro.

Es precioso, no sé cómo no había venido antes, tal vez sea nuevo si no, no entiendo por qué no sabía yo de la existencia de este lugar.

—Entonces —hace una pausa, justo después de que la chica deje dos botellas de TriNa sobre la mesa—, ¿por dónde íbamos? —pregunta cuando se ha ido la camarera.

—Te preguntaba por cómo has acabado dando clase en El Casal.

El Casal es como se llama oficialmente el sitio donde vamos a bailar. Le da un trago a la bebida, y fija sus ojos en los míos.

—Pues la verdad es que es un poco largo. —Empieza—. Cuando era algo más joven, debería tener unos diecisiete años o así, conocí a las gemelas, al igual que a la que ahora mismo es mi expareja.

—¿No tienes pareja? —pregunto.

—No —contesta—. Siempre íbamos juntos, empezamos a bailar, íbamos a extraescolares y, al final, acabamos encontrando El Casal, durante muchos años estuvimos yendo tarde tras tarde hasta que ellas comenzaron a trabajar allí, por lo que solo las podía ver los fines de semana, tuve que marcharme un tiempo y al volver conocí a Elisabeth.

No dejo de mirarle, me gusta escuchar cómo habla, cómo comparte conmigo su pasado y que ahora forma parte de su presente.

—Hicimos buenas migas y ahora que está con el bebé me ha pedido que le eche una mano, y cómo no, no puedo decirle que la dejo tirada.

Asiento un par de veces, ¿es que hay algo que no tenga? Es bueno, cuidadoso, adorable, detallista, cariñoso… ¡Es completo! Aunque debería dejar de pensar en estas cosas y de olvidarme de todo el que tenga algo colgando entre las piernas.

—¿Y tú? —me pregunta.

—Pues… siempre me ha gustado bailar, de hecho cuando era pequeña pasaba las tardes bailando, por no decir que vivía haciéndolo hasta que pasé al instituto, y tuve que dejarlo hasta que me apunté en El Casal.

Asiente varias veces, sin apartar sus ojos de los míos.

—Me alegro de que así sea. —Sonríe—. Y, ¿se puede saber qué es lo que te ha pasado en Gales?

—Me crucé con un gilipollas —resumo.

—Vaya… —murmura—. ¿Fue él quien te robó el móvil?

—No.

«Él robó algo peor, mi corazón —pienso para mí—, y luego lo destruyó, se deshizo de él como si nada». Vaya mierda, de verdad. Hago una mueca y le doy un sorbo a la TriNa, pero no es suficiente, necesito beber. Emborracharme hasta perder la consciencia, u olvidarme de ese estúpido hombre.

—¡Camarera! —llamo a la chica que nos ha atendido.

—¿Qué necesita? —pregunta cuando llega a nuestra altura.

—Tráiganos cuatro chupitos.

—¿Cuatro? —preguntan Alex y la chica al unísono.

Asiento sin desviar la vista hacia Tyree, quiero olvidarme y hacerlo ya. No puedo seguir así, después de todo lo que ha hecho ese sinvergüenza, aquí sigo yo lamiéndome unas heridas que no parece que vayan a sanar.

—¿De qué los quiere?

—De Jägermaister.

La chica asiente, se lo apunta en su pequeño bloc de comandas y se marcha a por lo que he pedido. Alex me mira extrañado.

—Vas fuerte, ¿eh?

—Puede. —Sonrío.

—¿Te los vas a tomar todos tú?

—No, dos son para ti.

—¿Para mí? —pregunta extrañado.

—Hombre, no irás a permitir que beba sola, ¿no?

Su gesto se tuerce, me mira seriamente y, por un momento, creo haberla cagado, aunque sea un poco.

—Pues… —empieza a decir—, la verdad es que no, no debería hacerlo.

Niego con la cabeza, dejo ir un suspiro mientras Alex se limita a reírse de la cara de alivio que debo tener ahora mismo.

—Bebamos, pues. —Alzo el vasito cuando la chica los llena.