35

Después de una cena deliciosa a la par que sencilla, y de tomarnos varios mojitos de tamarindo y fresa, toca volver a casa. Por suerte, Alex suele tener algo más de cabeza que yo y ha bebido un poco menos. No puedo dejar de reírme al ver cómo Tyree intenta que caiga la última gota de helado de su cono.

—Oye —digo en voz baja cuando me recupero de mi ataque de risa.

—¿Sí?

—He pensado que podríamos tomar la última copa en mi casa y tal vez podríamos jugar a las cartas o a algo.

—Podemos jugar a lo que tú quieras. —Sonríe de medio lado con sus ojos fijos en los míos.

Ese simple gesto acompañado de la sensual frase que ha salido de su perfecta boca provoca que un huracán tome mi interior. Lamo el poco helado que quedaba en la cucharilla, provocándole. Alzo una ceja con un movimiento rápido y deja ir una sonora carcajada.

—Juguemos pues —le desafío.

Subimos a mi piso al terminar los helados. Me quito los zapatos nada más entrar en casa, tirándolos en la habitación y me dirijo hacia la cocina bajo la atenta mirada de Alex, quien no se pierde ninguno de mis movimientos.

—¿Qué miras? —pregunto.

—¿Es que no puedo mirarte?

—Bueno… —murmuro sintiendo cómo un cosquilleo empieza a hacer estragos en mí.

—¿Bueno?

Asiento sin dejar de observarle, igual que continúa haciendo él. Se acerca poco a poco, hasta que posa una de sus manos junto a la mía, sobre la encimera.

—¿Qué significa ese bueno?

—Que me pones… nerviosa.

—Así que te pongo… —murmura— nerviosa, ¿eh?

—Ajá —contesto.

Sonríe, pícaro, a lo que niego con la cabeza, vaya hombre este. Saco una botella de ron, y cojo algo de hielo. Llevo varias copas encima, lo que hace que ni siquiera recuerde cuántas son ya, aunque tampoco es algo que me llegue a preocupar.

—¿Sabes de qué tengo ganas? —pregunto mordiéndome el labio inferior.

«¡De ti!», grito interiormente, tengo ganas de saber cómo es Tyree y qué esconde tras esa apariencia arrolladora que tiene. ¿Quién no tendría ganas de conocerle en profundidad? Creo que nadie se podría negar.

—¿De qué? —Se acerca un poco más a mí.

—De bailar. —Sonrío, guiñándole un ojo.

Ríe viéndome pasar por delante, le cojo tirando de él hasta el salón, rodeando la barra de la cocina. Enciendo el reproductor de música e inmediatamente empieza a sonar «Earned it», de The Weeknd, la canción más sexy jamás creada, y que conste en acta que no lo he hecho a propósito. Me doy la vuelta, mirándole de arriba abajo, y dando pequeños saltos me muevo hacia donde se encuentra. Puedo ver cómo algo en su mirada brilla, la lujuria empieza a tomar parte en sus ojos, en todo su cuerpo, quitándole el control para ser ella quien mueva su cuerpo.

—Así que quieres bailar, ¿eh?

Me coge por la cintura, pegándome por completo a él, puedo notar cómo su musculado pecho sube y baja, su respiración se vuelve algo más rápida, cosa que aprovecho. Le miro desde abajo y me muevo a su alrededor recorriendo todo su cuerpo, sin dejarme ningún músculo sin acariciar, sonrío al ver cómo me devora con la mirada.

—¿Qué, Tyree?

—Que te mueves demasiado bien, pitufa.

—Puedo moverme aún mejor.

Sonríe de medio lado, provocándome, retándome a que lo haga, y lo haré. Le doy un ligero golpe, haciendo que se quede sentado en el sofá, me observa expectante, me siento a horcajadas encima de él, mientras no se pierde ninguno de mis movimientos.

—¿Sabes de qué tengo ganas yo? —me pregunta al oído.

Todo mi vello se eriza al escucharle, mi sexo empieza a arder en deseos de que le preste algo de atención, y cada vez tengo menos voluntad.

—¿De qué? —pregunto intentando parecer una chica buena.

Acaricia mi rostro fijando sus ojos en los míos, sin pensarlo ni un solo segundo más se acerca a mí y me besa con una dulzura y una pasión que me desarma. Rodeo su cuello con mis brazos, pegándome completamente a él, su respiración choca contra la mía, su cuerpo me envuelve. Hay algo en Alex, algo distinto a lo que he visto durante toda mi vida, no veo maldad alguna. Durante unos segundos Kellin aparece en mi mente con esa cara de pena con la que me miraba desde el ventanal de los Collins, pero me niego a seguir acordándome de él, ahora solo existimos nosotros. Sigo moviéndome encima de Tyree, provocándole, riéndome, y sintiendo cómo la tensión sexual es cada vez mayor. La canción cambia, y es ahora Rayden quien nos acompaña con su «Matemática de la carne», una canción que me encanta y que he deseado bailar cientos de veces. Tarareo en voz baja la letra, me pongo en pie, a la vez que lo hace Alex.

—¿Te la sabes? —pregunta.

Asiento un par de veces hasta que me cojo a él, poniéndome de puntillas y canturreo contra su oído:

Mi más sentido bésame, bésame, besayúname,

Ayúdame a deshacer la cama.

Te comería a versos, pero me tragaría mis palabras,

Por eso mejor dejarnos sin habla.

Perdí el sentido del amor, pero no del sarcasmo.

Así que te haré el humor hasta llegar al orgasmo.

—Hazlo —susurra contra mi oído.

—¿Sí?

—Sino lo haré yo. —Sonríe de medio lado.

Alzo una ceja, ¿realmente lo hará? Y como si me leyera la mente, toma mi cintura, me hace retroceder y cuando me encuentro atrapada contra la pared me besa como una fiera, totalmente al contrario que antes. Me deshago de la camiseta, acaricio su pecho, y él no aparta sus ojos de mí. Cuela una de sus manos bajo mi vestido, acaricia mi sexo por encima de la fina tela que lo cubre y suelta una pequeña risa.

Me vuelve a besar, esta vez algo más tranquilo pero con la misma fiereza y pasión que le había puesto. Separa mis piernas con una de las suyas para poder acceder un poco mejor a mi lugar sagrado, lo acaricia poco a poco, con delicadeza, sabiendo perfectamente dónde debe tocar. Mis piernas se tensan, y el vello se me eriza. Bajo sus pantalones, dejando al aire una prominente erección que clama de mis atenciones. Repaso cada uno de sus fuertes brazos, acaricio su espalda y, cuando quiero darme cuenta, baja mis braguitas, me toma por la cintura, alzándome y haciendo que le rodee con mis piernas. Puedo notar su duro miembro contra mi entrada, se roza, provocándome, haciendo que todo mi cuerpo se tense y desee tenerle dentro. Entre nosotros apenas queda sitio, pero es capaz de volver a acariciarme, y eso no es lo que quiero yo ahora. Le miro con lujuria, muerta de ganas por sentir cómo todo él me arrolla sin control, quiero dejarme llevar y olvidarme de todo.

—¿Sabes…?

Alzo una ceja, ¿qué se supone que tengo que saber? No aparto los ojos de los suyos, la música no deja de sonar, Pablo Alborán nos acompaña con una de sus canciones más sexys, «Éxtasis».

—Me muero de ganas de hacerte gemir.

Siento cómo mis mejillas empiezan a arder, mi sexo se revoluciona, y un cosquilleo nace en la parte baja de mi vientre, adelantándome lo que está por venir. Me muerdo el labio inferior, no puedo evitarlo. Enredo mis manos en su pelo, sintiendo que entra en mí de una sola estocada. Dejo ir un profundo gemido que se acopla con el que se le escapa a él.

—Hazlo.

Clavo las uñas en su espalda al sentir que se mueve dentro de mí, me embiste con una fuerza que hace que tenga la sensación de que en algún momento me va a partir en dos. Nunca antes había visto ni sentido nada igual, devora mi boca, hambriento, tan perdido en mí como yo lo estoy en él. Deja ir un profundo gruñido que me pone aún más, volviéndome loca.

—Joder, Lucía —murmura contra mi oído.

Lame mi cuello, y acaba por morderlo, erizando mi vello y provocando que vea cada vez más cerca ese tsunami que no tardará en arrollarme. Le agarro del cuello, sujetándolo contra mi boca, y le beso apasionadamente como lo hace él.

—¿Qué, Tyree? —pregunto sensual.

Durante unos segundos se detiene, los únicos que puedo utilizar para poder coger algo de aire y no morir entre gemidos y quejidos. Me mira con esos ojos salvajes que esconden demasiado, pero que hablan como un libro abierto.

—Que me pones demasiado —gruñe.

Me deja de pie en el suelo, pero con un rápido movimiento hace que dé la vuelta por completo, quedando mirando hacia la pared. Me apoyo en esta, a la vez que él me toma por la cintura, dirigiéndome hacia su duro miembro. Entra en mí, abriéndose camino, haciendo que mis piernas tiemblen, y que contenga la respiración. Giro un poco la cabeza, lo suficiente como para poder mirarle. Parece ido por completo, solo está centrado en mí. Baja una de sus manos hacia mi sexo y empieza a acariciarme, haciendo que todo se vuelva un enorme agujero negro que empieza a llevarme consigo. ¡Dioses! Este hombre va a hacer que tenga el orgasmo más grande de mi vida y esto tan solo ha hecho que empezar. Me sujeta por el hombro, veo cómo se lleva los dedos con los que me acariciaba hacia su boca y los lame gustoso, haciendo que me encienda aún más. Vuelve a la carga, deshaciéndose de toda la firmeza y fuerza con la que contaba, me aguanta para que no caiga si mis piernas fallan. Sigue moviéndose, aunque ahora lo hace algo más calmado, lo que provoca que pequeñas descargas me recorran de pies a cabeza y que deje ir un profundo gemido que hace que él sonría. Sabiendo de lo que es capaz, se mueve cada vez más despacio, haciendo que sienta cada centímetro de su largura. Me muerdo el labio inferior, hasta que le doy un manotazo en la suya, en esa que acercaba cada vez más la oleada que está a punto de llegar.

—Para, para —le pido.

Sonríe, pero sigue moviéndose. Le doy un empujón, aunque de poco sirve, ni siquiera sale de mí, hasta que niego con la cabeza y hago una mueca. Entonces, se detiene. Sus piernas se han tensado ligeramente. Tiro de su brazo, haciéndole sentarse en el sofá, es hora de tomar el control, no voy a dejar que se lleve mi orgasmo sin llevarme yo el suyo conmigo. Ahora soy yo quien sonríe maliciosa, la venganza empieza a tomar forma cuando me siento sobre él, a horcajadas.

—Es mi momento. —Le guiño un ojo.

—Eso ya lo veremos, pitufa.

Hago que su erección entre por completo, le beso a la vez que empiezo a moverme de arriba abajo. Acaricio su pecho, viendo cómo me observa, cómo esa mirada de lobo salvaje que tenía ahora se ha vuelto la de un cachorro pidiendo clemencia y disfrutando de lo que le hago.

—Eres deliciosa.

Sonrío, claro que lo soy. Le guiño un ojo, le beso en un arrebato de locura y frenesí que provoca esa dulce carita que tiene. Sus dedos vuelven a jugar con mi abultado y sensible clítoris, haciendo que me tense.

—¡No hagas eso, joder! —exclamo.

—¿Por qué, pitufa? —pregunta fanfarrón.

—¡Porqué vas a hacer que me vaya!

Alza una ceja, incitándome, cosa que hace que me ponga aún más. Alex es un hombre terriblemente sexy, capaz de seducir a cualquiera, y cómo no, lo ha hecho conmigo, aunque sea por ahora.

—Quiero que lo hagas —susurra contra mi boca.

Me muerde el labio inferior, con uno de sus fuertes brazos me sujeta contra su pecho mientras que con el otro no deja de acariciarme, y por un momento dejo de ser yo quien manda para ser él quien me hace perder el sentido. Hace que me mueva cada vez más deprisa, sin dejar de tocarme, siento todo su miembro dentro de mí, creando estragos a cada una de sus embestidas, porque sí, ahora es él quien manda. Noto que está cada vez más cerca, cierro los ojos pero mediante un murmullo me pide que los abra para él, y eso hago.

—Por Dios, Tyree…

—¿Qué, pitufa?

—Me voy a ir… —Y lo hago mediante un gemido.

—Hazlo.

Me besa con una pasión desmedida, y todo estalla en mil pedazos. Mi orgasmo desata el suyo, deja ir profundos gemidos y quejidos que me encantan. Siento cómo me llena por completo, nos fundimos en uno solo, deshaciéndonos.

—Joder… —Arrastra la «r».

Le miro con los ojos bien abiertos, ¿es que no le ha gustado? Durante unos segundos estoy confundida.

—¿Qué?

—Eres impresionante, pitufa.

Y por primera vez, me siento especial.