29

Nada más llegar al Rocket, Kellin me coge de la mano y tira de mí, guiándome por el interior. Es un bar un tanto especial, tiene una pista de baile muy aceptable, luces de color azul se mueven de un lado a otro, en frente de la pista hay una enorme barra que parece estar hecha de olas del mar, gracias a las ondas del cristal y la luz de tonalidades aguamarina que lo acompaña. Es muy bonito, nunca antes había visto nada igual, y lo mejor de todo es lo céntrico que se encuentra, hemos llegado en menos de cinco minutos. Hay bastante gente, aunque ni la mitad de ellos bailan, solo lo hacen un par de chicas. Kellin me ayuda a quitarme el abrigo, lo dejamos en el ropero, al igual que el bolso. Nos acercamos a la barra, cuando la camarera ve a Lund sonríe de oreja a oreja, y le lanza una mirada pícara que me molesta, y mucho. Un fuego interior empieza a arder en mí, y unas terribles ganas de dejarla calva aparecen.

Tiro de la mano de Kellin, haciendo que dé media vuelta. Le doy un beso de tornillo, de esos poderosos que encienden cualquier brasa, me agarra con fuerza de la cintura y del culo, apretándome ligeramente. Espero que le haya quedado bien claro a la lagarta de la barra que Kellin solo hay uno y es mío. Sonrío contra su boca, igual que lo hace él.

—Quiero que bailes para mí —me susurra al oído.

—Baila conmigo.

Le guiño un ojo y sonrío pícara, esa lagarta se va a enterar de lo que vale un peine, y como le diga algo…, no me quedaré callada, aunque parezca un poco bruta.

—¿Quieres tomar algo? —pregunta.

—Sí, un sex on the beach.

Ronronea contra mi oído, como si fuera un gato. Me da un lametón en el cuello haciendo que todo mi vello se erice.

—Eso te lo haría yo encantado, nena.

—¿El qué? —pregunto inocentemente.

—El sexo en la playa, señorita.

Mis mejillas se encienden. «Por Dios, yo sí que iba a hacérselo en la playa, en la montaña, en la ciudad y hasta en el desierto», no sé cómo este hombre es capaz de provocarme de esta manera. Se acerca a la barra, la camarera se marcha a atender al otro cliente por lo que es su compañero quien va a ver qué es lo que quiere beber. Kellin no aparta la mirada de mí, no me pierde de vista ni un solo segundo, sonrío igual que lo hace él. Alza una ceja y me guiña un ojo.

—Aquí tienes. —Me tiende la copa, a la que le doy un trago.

Me besa al despegar mi boca del vaso y se relame, igual que hace con mis labios. Posa su mano en mi cintura, pegándome a él, sonriente.

—Delicioso —murmura—. Pero más deliciosa estás tú.

—No tanto como tú.

Le devuelvo el beso que me ha dado, y tiro de él en dirección a la pista, si quiere que baile para él, eso tendrá, va a saber lo que es bueno, no habrá visto nada igual. Hablamos durante un rato, ya que apenas nos escuchamos a causa de la música. Pero, lo hacemos lo suficiente como para oír su última frase antes de arrancarme a bailar.

—Tengo ganas de ti.

—Y más que tendrás, rey.

—¿Rey?

—León.

Le guiño un ojo, sonrío, y dejo la copa casi vacía sobre una de las mesas altas que hay esparcidas por la sala. «Baby one more time» empieza a sonar, con un remix algo extraño, pero tampoco es tan malo como para no bailarlo. Escucho la música, su melodía entra en mí, adoro cómo toma el control de mi cuerpo y hace que no deje de moverme.

Tomo las manos de Kellin, y las coloco en mi cintura. ¡Que empiece el show! Pego mi espalda y mi trasero a su fuerte cuerpo. Noto cómo sus brazos se tensan cuando paso las manos por su cuerpo, y su cuello. Su miembro crece en el pantalón, sonrío al ver lo rápido que reacciona y lo mucho que le gusta tenerme así de pegada a él.

—No sigas así, nena.

Me doy la vuelta, apoyo las manos en su nuca y le beso. No voy a dejar de moverme por mucho que me lo pida, va a enterarse de lo buena que soy. Sonrío con malicia, por lo que niega con la cabeza varias veces. Río, me gusta sacarle de quicio, no puedo evitarlo, es demasiado divertido. Me besa hambriento, hasta que me separo de él y sigo bailando al ritmo de la música. Kellin se mueve conmigo, sin separarse ni un ápice de mi cuerpo.

—Me gustas demasiado —me susurra al oído.

A mí también me gusta demasiado, pero es mejor no decírselo o acabará creyéndoselo mucho, lo que me haría débil… Kellin tiene un don de persuasión elevado, y a mí me encanta tanto que hay veces que consigue que haga lo que él quiere con tan solo una mirada.

—Puedes repetirlo si quieres.

—Me gustas, Lucía —repite—. Me pones mucho.

Me muerdo el labio inferior, no sé qué me gusta más, si que me lo diga o notarlo físicamente. Vuelvo a darme la vuelta, sigo bailando como lo hacía, esta vez alejada de él, sin rozarle, sin que me toque. Puedo notar su mirada fija en mí, lo que me enciende cada vez más. Le guiño un ojo cuando me vuelvo hacia él y le digo que venga a por mí y, eso hace, como un león que se acerca a su presa, arrollador, salvaje. Me besa con unas ganas impresionantes, lleno de lujuria y pasión, tanta que provoca que mis piernas flaqueen, que mi corazón se acelere y que mi sexo arda en deseos de que lo invada. No dejo de moverme a su alrededor, contoneándome como una leona en celo. Adoro bailar, provocarle así, y ver cómo reacciona, a cada uno de mis movimientos.

—Deja de moverte, leona —dice sujetándome por la cadera—. Aquí quieta.

Me pego aún más a él, muevo el culo ligeramente, notando cómo su miembro se hace sitio bajo la tela de sus vaqueros.

—Marchémonos de aquí —me susurra al oído.

—¿A dónde quieres ir? —pregunto curiosa, dándome la vuelta.

—A cualquier lugar donde pueda tenerte para mí solo.

Le beso y asiento. Me dejo guiar entre la gente, el local se ha llenado en cuestión de minutos, no me extraña, buenos cócteles, buena música y es un lugar precioso. Lo más seguro es que sea uno de los pubs más concurridos de Cardiff. Porque vamos, aquí mínimo hay media ciudad.

—Vamos, nena.

No vamos muy lejos. Kellin detiene el coche en un callejón oscuro a pocos metros de donde se encuentra el Rocket. Aparca con tranquilidad, me encanta ver cómo conduce, está tan concentrado que hace que aparezca ese gesto tan sexy que solo él tiene.

—No puedo esperar más, leona.

Desabrocho mi cinturón y me abalanzo sobre él. Le beso ansiosa, no sé qué me pone más: si tenerle así de activo para mí o cada uno de los besos y caricias que me da. Cada vez me gusta más. Beso su cuello, lo mordisqueo y lo lamo, a la vez que acaricio su duro miembro. Me muerdo el labio inferior, me encanta tenerle así, y que sea solo para mí.

—¿Por qué te muerdes tanto?

—Me muerdo por no morderte a ti.

Sonríe de medio lado, provocador, y al mismo tiempo alza una ceja, mirándome. Me está retando.

—Hazlo.

Vuelvo a besarle, más ansiosa que nunca y, tras el último de ellos, le doy un mordisco y escucho como deja ir un leve gemido que le provoca una oleada de placer, haciendo que mi sexo arda. Quiero tenerle dentro, sentir cómo toda su largura entra en mí, y no quiero esperar más.

—Vete hacia atrás —le ordeno.

Me guiña un ojo antes de salir del coche para pasar a la parte trasera de este. Me quito los botines, que me estorban, y tampoco quiero mancharle la tapicería de los asientos. Estoy segura de que si lo hiciera acabaría echándome una buena bronca.

—Hola, morena —dice con ese acento guiri que tiene.

—Hola, galés —le contesto al pasar entre los asientos.

Apoyo una de las manos en la parte cubierta que da al maletero, y me siento sobre él, agarrándome al reposa cabezas, hasta que noto que me sujeta, entonces doy un ligero vote. Su mirada ya no es dulce ni retadora, sino que se ha vuelto salvaje y feroz. Adoro esos ojos marrones que tiene, tan profundos como la noche pero tan vivos y brillantes como las estrellas.

—No sabes lo mucho que me has puesto ahí bailando.

—¿Ah, sí?

Asiente un par de veces, con la mirada fija en la mía, no la aparta ni un solo segundo.

—He tenido ganas de…

Le beso, para que se calle, pero tal vez no debería haberlo hecho. Quiero saber de qué tenía ganas cuando estábamos dentro del Rocket. Sonrío contra su boca, igual que acaba haciendo él, poco después.

—¿Ganas de…?

—De follarte, Lucía.

—¿Eso quieres? —pregunto provocadora.

Asiente de nuevo, seguro de lo que dice.

—Y… ¿qué haces que no me estás follando ya, Lund?

—Eso es lo que voy a hacer, leona.

Me besa a la vez que pasea sus manos por todo mi cuerpo, acariciándome las piernas, el vientre y finalmente los pechos. Se deshace de mi sujetador, liberándolos para así poder mimarlos mejor. Sube ligeramente el jersey que los cubre para poder lamerlos con delicadeza, aunque de vez en cuando les da algún que otro mordisco. Estos se endurecen inmediatamente ante el contacto de su boca. Dejo ir un gemido cuando tira de uno de ellos, provocando que dolor y placer se unan en uno solo.

—Eres deliciosa. —Sonríe.

Me coge con fuerza, y me sienta a su lado. Desabotona el vaquero, baja la cremallera y con cuidado los va quitando hasta llegar a mis tobillos.

—Tal vez sea mejor que me los quites del todo —digo poniendo las piernas sobre las suyas.

—Haré lo que quiera, leona.

—¿Lo que quieras? ¿O lo que quiera yo?

Sonríe, y me los acaba de quitar. Por primera vez en mucho tiempo me siento terriblemente expuesta, pero algo en Kellin me hace sentir segura y en casa. Acaricia mi sexo con las manos, con cuidado separa mis piernas, a la vez que tomándome por la cadera me arrastra por el asiento hasta que llego a donde él quiere. Echa el asiento del copiloto tan hacia delante como puede. Cuando tiene el espacio suficiente, recoloca mis piernas y se cuela entre ellas, besándolas con delicadeza. Me parece adorablemente dulce, pero ahora mismo no me apetecen finuras. Tomo una de sus manos y me la llevo a mi sexo, indicándole hacia dónde quiero que se dirija. Kellin se relame como un gatito hasta que su lengua se cuela entre mis pliegues, jugueteando con mi clítoris como si mi placer provocara el suyo. Me tapo la cara y me muerdo el labio. ¡Madre mía del amor hermoso! Jamás había sentido nada así, solo él es capaz de hacer que todo mi interior se remueva y se recoloque de nuevo.

—Joder… —gruño.

Alza ligeramente la cabeza, pero sin apartarse de mi lugar secreto. Estiro el brazo, intentando llegar a él, pero me aparta la mano. Me ignora y sigue a lo suyo, vuelve a la carga como un huracán. Su lengua se aparta, y deja que sean sus dedos los que ocupen su lugar. Se relame, como si se hubiera comido una golosina y le hubiera quedado trocitos de azúcar en los labios.

—Eres una auténtica delicia.

Adentra un par de dedos en mi interior y los mueve a la vez que vuelve a lamerme de arriba abajo, provocando que pequeños latigazos de placer me ericen el vello.

—Joder… —repito.

Esa oleada arrolladora que siempre acaba alcanzándome aparece en un horizonte no muy lejano. Se aproxima sin control, por lo que coloco una mano sobre su cabeza, intentando apartarle. No quiero acabar. Necesito tenerle dentro de mí, notar cómo me llena por completo y gemir hasta que me quede afónica. Kellin me sujeta con más fuerza aún, para que no pueda moverme ni un ápice. Me lame haciendo círculos alrededor de mi clítoris, mi corazón se desboca, a la vez que lo hace mi respiración.

—Para, Kellin —le ruego entre bocanadas, pero no me hace ni caso—. ¡Kellin…, stop! —grito.

Se aparta, relamiéndose, me lanza un beso y alza una de sus cejas. Sonríe, bajándose los pantalones y entrando en mí de una sola estocada. Dejamos ir un profundo gemido que nos vacía y nos llena al mismo tiempo. Suspiro, perdida en él.

—Joder, Lucía…

—¿Qué? —pregunto mediante un quejido.

—Estás tan húmeda…

Sonrío, adoro ver esa cara de depredador que se le pone cuando está tan excitado. No deja de moverse en mi interior, abriéndose paso con su duro miembro. Una de sus manos se cuela entre ambos, acaricia mi sexo, haciendo que todo sea aún más placentero. Se detiene, por lo que hago una mueca, un puchero de niña.

—¿Qué, nena?

—¡Que me folles!

Sale de mí, hace que dé la vuelta sobre mi misma, quedando a cuatro patas e igual que había hecho antes, entra en mí sin pensarlo dos veces. Con una mano me sujeta de la cadera, y con la otra acaricia mi pelo, hasta que tira de él ligeramente. No puedo moverme, solo él lo hace, aun sujeto. El instinto animal que hay en mí se despierta para arrasar con el racional. La mezcla entre el placer y el dolor de los leves tirones me recorre de arriba abajo, hasta que se detiene y me deja ir.

—Tenías tantas ganas de ti… —susurra contra mi oído.

Giro levemente la cabeza para poder mirarle, aunque solo sea de lado. Me besa en el hombro, a media espalda y tras eso vuelve a la carga como si la dulzura que me había mostrado jamás hubiera existido y solo hubiera lugar para la lujuria y la pasión. La última de las estocadas que me da, hace que deje ir un fuerte gemido y que mi cuerpo se vea sacudido por un escalofrío que acaba provocando que mis ojos se cierren. Una de sus manos desciende por mi pierna, tocándola, hasta que poco después se cuela de nuevo entre mis pliegues, acariciándome sin parar, hasta que no puedo más. Mi cuerpo comienza a temblar como nunca lo había hecho antes, una poderosa oleada de placer recorre todo mi cuerpo, deshaciéndome como un helado en verano.

—Joder… —gruñe sin dejar de moverse.

No dejo de temblar cuando Kellin se deja ir entre gruñidos y jadeos, lo que hace que todo se magnifique. Cuando todo termina me quedo tendida sobre el asiento reclinado, con Kellin apoyado en mi espalda, rendido.

—¡Oh, Dios! —murmura.

Aún puedo sentir los restos de los estragos que ha creado Lund en mi interior. Respiro entrecortadamente, a bocanadas, apenas me entra aire, el corazón se me ha descontrolado y ahora solo intento controlarlo.

—Eres una jodida maravilla.

Me besa de nuevo en el hombro mientras yo solo puedo sonreír ligeramente, no tengo ni siquiera fuerza para levantarme.