5

Me levanto sobresaltada, sudando y con el corazón desbocado, perdido en ese poderoso sueño que ha hecho que mi sexo arda en deseos de tenerle, humedecido ante la incitación que ese hombre provoca en mí.

Suspiro, perdida en el húmedo sueño que he tenido. Kellin es un dios atrapado en un cuerpo de hombre. Me paso las manos por la cara y el pelo, busco la botella de agua, pero no la encuentro, enciendo la luz, y la veo en el suelo. Le doy un largo trago, se me había quedado la boca seca. No puede ser que me ocurran estas cosas, me estoy volviendo loca. Me siento en la cama, me miro las manos y las piernas, el recuerdo de sus manos sobre mi piel hace que todo el vello se me erice. Una lágrima se escapa de mis ojos.

Salgo de la cama, y voy hacia la de Marc, ahora mismo es a él a quien necesito, quiero dejar de pensar en Kellin. Sin pensármelo dos veces, abro la puerta de su habitación, levanto levemente las mantas y me meto bajo ellas. Marc no tarda en darse cuenta de ello, se gira, y se abraza a mí.

—Yo velaré por ti en tus pesadillas, pequeña —susurra.

Abro los ojos, poco a poco, entonces veo que Marc ya no está, y que un fuerte olor a café entra por la pequeña rendija que ha quedado abierta entre la puerta y su marco. Debe ser pronto, apenas entra luz por la ventana, y eso que está prácticamente abierta. Me coloco bien el pantalón del pijama, cojo una de sus sudaderas, la cual me queda enorme, la cierro y voy al salón.

—¿Qué haces? —pregunto.

En realidad si hubiera estado en su lugar le habría pegado un bufido de los míos que le habría dejado sentado en el sitio. Me pongo la capucha, y me dejo caer en el sofá. Hoy es un nuevo día.

—Pues…, ehm… —balbucea.

—¿Sí? —pregunto sonriente, o intentándolo.

—Te estaba preparando el desayuno.

Voy hacia la cocina, me asomo y veo cómo tiene las manos empolvadas en harina, igual que tiene la encimera. Se aparta uno de los ricitos que le caen por la frente, por lo que se mancha con el polvo. Me río, no puedo evitarlo, tiene la cara como si fuera un fantasmilla de Halloween, no solo la frente. Cojo un trapo, humedezco una de las puntas, y le limpio con delicadeza. Sonríe, agradecido. Me besa en la mejilla y sigue a lo suyo.

—¿Qué estás haciendo?

—Creps.

—Oh…, creps… ¡Madre mía qué bueeenas! —exclamo—. Gracias.

Ahora soy yo quien le besa en la mejilla, por lo que esboza una sonrisa, tan radiante y bonita como ninguna. Con el trapo con el que le he limpiado la cara, limpio la encimera, y me siento en ella. No aparto la vista de él, no puedo dejar de hacerlo.

El cabello le ha crecido notablemente, tanto que algunos mechones se le han rizado y ya caen por su frente. Va aún con el pijama de cuadros azul marino de cual se murió la camiseta, por lo que lleva una negra que le queda algo ajustada.

—¿Qué miras, pequeña?

Se pone las gafas de ver, ya que se las había quitado para cocinar.

—A ti, me gusta mirarte.

—Vaya… —dice a la vez que se sonroja levemente.

—¿Te pones rojo? —pregunto a pesar de que es algo más que obvio.

—No, no.

—Ya… —Alargo la vocal y sonrío.

Prepara un par de tazas una de ellas, la suya, la deja bajo el chorrillo por el que saldrá el café, y en la otra echa un par de cucharadas de Cola Cao, y después coge una jarra para la leche.

—¿De qué quieres las creps?

—Te diría que de chocolate…

—Luego te duele la tripa.

—Exacto.

—¿Jamón de york y queso?

—Sí, porfi.

—¡Marchando dos creps de jamón dulce con doble de queso!

Sonríe y sigue a lo suyo mientras yo aprovecho para hacer mi cama y la suya, ¡pobrecito! Si es que es más mono… Es más bueno y dulce que el caramelo. Creo que nunca antes, ningún chico, me había hecho el desayuno, y mucho menos después de haber pasado de su culo como lo hice ayer, aunque el hecho de que hiciera una escapada nocturna debe de haber hecho que se olvide de todo.

—Oye, he pensado que tal vez podríamos ir al cine esta noche, termino a las seis —escucho cómo me dice desde la cocina.

¿Cine? ¿Esta noche? Puede que sea un buen plan con el que despejarme un poco y olvidarme de ese galés que me trae de cabeza. Salgo al salón, me asomo por el arco de la cocina y le miro.

—Es buena idea.

—¿Sí?

—Claro.

—Podríamos invitar a Collins y Nat.

—Sí, estaría… —trago saliva—. Estaría bien. —Sonrío.

En cuanto Nati me vea va a echarme una bronca del quince, solo espero que no lo haga delante de Marc, si no se dará cuenta de que le había mentido descaradamente.

—Pues… ¿hablas tú con Nat?

—Ehm…, claro, ahora le escribo que creo que hoy no está en el Jubilee.

—Vaya, ¿y eso?

—Estamos buscando a alguien que nos ayude.

—¿Y Joel?

—No sabemos nada, está desaparecido, igual que esa novia absorbecerebros que tiene. Nos han dejado tiradas como a una colilla. —Suspiro—. Nati ha contactado con una chica, hoy se cita con ella para poder hacerle una entrevista en condiciones.

—Bueno, a ver si hay suerte esta vez.

—Ojalá, porque ya estamos hasta desesperadas. —Suspiro—. Ya sabes que alguna vez ha tenido que venir Laura a ayudarnos.

Marc asiente un par de veces, hace una mueca y coloca el desayuno en la barra americana.

—Ven, vamos.

Sonríe, y me es imposible no ir a su lado. Marc es un chico fantástico, adorable, dulce, y cariñoso. ¡Vamos, todo un bonachón! Lo único que no me gusta es que hay veces que creo que no tiene sangre en las venas, sino horchata.

Media hora después ya estoy frente al Jubilee, subiendo la persiana de metal con cuidado de que no me acabe dando después en la cabeza. Paso al interior, cuando está a la mitad, enciendo las luces y miro cómo está todo. Por suerte anoche Nati se quedó hasta tarde, tanto que ha dejado hasta masa para hacer galletas de mantequilla, y todo preparado para que pueda meter los cruasanes nada más llegar.

Mi teléfono empieza a sonar, salgo de la cocina y voy hacia la barra, para poder coger el móvil. Rebusco en la mochila, hasta que recuerdo que está en el bolsillo pequeño de la parte de fuera.

—¿Sí?

—Lu —escucho cómo me dice Kellin al otro lado.

—¿Qué quieres? —pregunto tajante.

—No veas, leona. —Ríe.

Niego con la cabeza, pongo el altavoz y sigo haciendo cosas mientras oigo como respira. Es que hasta eso hace que mi corazón se acelere de tal manera que sienta el pulso bajo cada centímetro de la piel.

—¿Qué quieres? —repito.

—¿Buenos días? ¿No? —me pregunta en inglés—. Por lo menos.

—Vamos —espeto.

No dice nada, permanece en silencio, esperando a que diga algo más, pero no lo voy a hacer. Dejo el móvil en la sala, y entro en el cuartillo, para poder conectar la música y que suene por los altavoces que hay en toda la cafetería.

—¿Lu?

—¿Qué quieres? —murmuro—. O me lo dices ya o cuelgo.

Como se queda callado, decido colgarle, no quiero saber nada de él. No me gusta comportarme como una maleducada, pero este hombre acaba sacando lo peor de mí, y eso que cada vez se vuelve más adictivo. Suspiro, me recojo el pelo en una coleta, y sigo a lo mío.

Guardo las cosas en la salita, parece que Kellin vuelve a llamar, pero le ignoro por completo, como debería haber hecho cuando ha llamado la primera vez, aunque al no tener su número no he podido saber que era él hasta que me ha llamado Lu, como suele hacer últimamente. Me pone de los nervios que lo haga.

Ahora mismo necesito hablar con alguien que no sea él, quiero quejarme, sacar por mi boca todo tipo de improperios. «Cheap Thrills» de Sia, adoro esta canción, en realidad la gran mayoría de sus canciones me tienen loca, no puedo dejar de bailarlas, y esta no es menos. La música se hace con el control de todo mi cuerpo. Voy de un lado a otro de la sala, con un trapillo un poco húmedo para acabar de repasar las mesas para que no les quede ni una sola mota de polvo. Me deslizo hacia la cocina, enciendo el horno para que vaya calentándose mientras acabo de repasar la biblioteca. No puedo dejar de bailar, tras «Cheap Thrills» empieza a sonar «Pony» de Ginuwine, de la película Magic Mike XXL. Me parece tan terriblemente sexy que un hombre baile, y más que lo haga igual que Channing Tatum en la película. ¡Madre mía cómo está ese hombre!

Alguien entra a la cafetería, y es justo cuando doy una vuelta sobre mis talones, aunque acabo pisando una gota de agua que había caído al suelo y por poco me caigo de morros contra este. Unas fuertes manos me sujetan, no me atrevo siquiera a levantar la vista, se quién es, puedo oler ese varonil perfume tan característico, ese que solo él lleva. Mi corazón empieza a latir con fuerza, la música deja de sonar para mí, y lo hace para ambos.

—Te mueves muy bien, leona —sonríe contra mi oído, tras decírmelo.

Siento cómo por primera vez en la vida, mis mejillas se sonrojan igual que si fueran dos tomates Cherry, o mejor dicho, de esos grandes que son para hacer pan con tomate. Parpadeo varias veces, aún con la vista gacha. Este hombre me pone tan de los nervios, que no soy capaz ni de controlar mis manos, las cuales se van a su pecho, intentando apartarle. No sutre el efecto que quería, ya que consigue atraparme aún más contra su cuerpo. Su colonia me abruma, dejándome confusa y sin poder siquiera reaccionar.

—¿Qué quieres, Lund? —pregunto de mala gana, esta vez sí, mirándole.

—A ti, un ratito. —Sonríe de medio lado, lo que hace que todo mi vello se erice, es como si pudiera recorrer cada centímetro de mi piel tan solo con la mirada.

«Pony» deja de sonar, y ocupa su lugar «Earned it» de The Weeknd. Mira que la canción ya me parecía sexy, pero ahora mismo se ha vuelto abrasadora, y está haciendo estragos en mí, tantos como lo haría un huracán en una pequeña ciudad.

—A mí no vas a tenerme —digo en voz baja.

No puedo aguantarle la mirada, de verdad… No sé qué mierda hace conmigo, pero me intimida de tal manera… Sería capaz de hacer cualquier cosa, y ahora necesito alejarme, coger aire.

—Y tanto que sí. —Sonríe de nuevo—. ¿Qué te apuestas?

—Nada, contigo nada, ni nunca.

—Eso ya lo veremos. —Me guiña un ojo.

—No, no veremos nada —espeto.

Me separo de él, tanto y tan lejos como puedo. No quiero estar a su lado, no sé si sería capaz de volver a alejarme así de él.

—¿A dónde vas, leona? —pregunta, tomándome del brazo.

—¿A trabajar?

—Si no hay nadie —murmura mirando hacia todos lados.

—¿Y qué?

Resoplo, recolocándome la coleta y, metiéndome en el cuartillo, lo dejo solo. Espero que se vaya, porque como vuelva a acercárseme así se me van a escapar hasta las bragas, y eso solo con una mirada. ¡Ay, madre! ¿Quién me manda a mi fijarme en un tío como él? Me paso una mano por el rostro, me siento perdida, confusa e incluso desesperada. Ansiosa por saber más de él, mucho más.

Meto una bandeja de cruasanes al horno, para que se vayan haciendo, y así luego poder bañarlos con un poco de almíbar para que reluzcan como si fueran de oro. Sonrío, son los mejores del mundo mundial, nadie puede decir lo contrario. Suspiro, en realidad, me muero de ganas de que entre aquí, de que venga y me dé uno de esos besos de película que hacen que hasta te tiemblen las rodillas. Ojalá lo hiciera, pero ambos sabemos que es mejor que no. Bueno, en realidad dudo que a Kellin le importara mucho, tal vez ni siquiera tenga una señora consciencia que le diga lo que está bien y lo que está mal. Escucho cómo alguien se acerca a la cocina.

—¿Por qué no te marchas? —digo de mala manera.

—¿Ocurre algo? —escucho que dice Collins.

—Oh, vaya… Eres… eres tú.

—¿Quién iba a ser si no?

—Kellin.

—¿Ha estado Kellin aquí?

Parece sorprendido de que haya estado él antes de que llegara.

—Sí, es raro que no le hayas visto salir.

—Vaya…

Me giro para mirarle, ¡vaya joyita tiene Natalia! Se ha dejado el pelo un poco alborotado, se ha puesto las gafas y va vestido con un traje gris que le sienta como un guante.

—Vas guapo, Estiradillo.

—¿Gracias?

—Supongo. —Río—. ¿Café?

—Por favor —me pide.

Salgo con él a la sala, y mientras se sienta, yo enciendo la cafetera. Coloco una taza y su platillo sobre la barra de mármol y echo la leche en la jarrita metálica para luego poder calentarla.

—¿Nati ya se ha marchado?

—Sí, antes de que saliera yo de casa ya se había ido.

—Espero que vaya bien.

—Sí, yo también lo espero —murmura mirando el móvil—. Suerte que tenéis a Laura.

—La verdad es que sí, adoro a tu hermana —sonrío.

—Ya somos dos, sé que no está bien que yo lo diga, pero es una chica maravillosa con un corazón que no le cabe en el pecho.

Le miro, está muy orgulloso de ella, ojalá a mí me ocurriera igual. Por suerte, tengo a Natalia, daría una mano por afirmar sin equivocarme que ella también se siente igual de orgullosa de mí.

—Oye, Estiradillo —digo dándole al botón para que salga el café.

—Dime.

—¿Os venís al cine esta noche? Conmigo y con Marc.

Abre el calendario del móvil, hace una mueca, una que no me gusta nada.

—Pues…

—Vengaaaa…

—Claro, es viernes.

—Perfecto. —Sonrío.

Le sirvo el café.