26

Abro los ojos, no recuerdo casi nada de lo que ha ocurrido. ¿Cómo he llegado aquí? Miro hacia todos lados, estoy en un piso de grandes ventanales, un loft decorado en tonos grises y blancos. Bajo la vista, y me encuentro a un pequeño yorkshire toy durmiendo pegado a mi vientre. Escucho una dulce música de piano que suena de fondo, ¿dónde me encuentro? Estoy completamente vestida, en una cama que no sé de quién es, aunque supongo que debo de estar en el piso de Kellin, sino no entiendo cómo he llegado hasta aquí. Me levanto con mucho cuidado, dejando al pequeño perro entre las mantas, para que no se despierte.

—¿Kellin?

Voy hacia lo que parece un salón. Miro hacia la derecha y está la cocina, al final de la gran sala le veo a él. Tocando el piano tan majestuosamente como si fuese un virtuoso de la música frente a un gran público. La pasión que hay en él, la velocidad de sus manos moviéndose sobre las teclas es impresionante. Parece no haberme escuchado, es como si estuviera en una burbuja en la que no puedo entrar. Me acerco poco a poco a donde se encuentra, sin hacer mucho ruido, no quiero molestar, pero no puedo evitar ser curiosa. Poso mis manos sobre sus hombros cuando termina de tocar, apoyo mi barbilla sobre uno de ellos, el izquierdo, y le abrazo por la espalda. Acaricia mis manos con mimo.

Hay veces que no parece ni siquiera el Kellin que conocí, y mucho menos ese del que hablan. Le beso en la mejilla un par de veces, hasta que toma una de las manos, tira de ella y acaba sentándome sobre su regazo, me abraza con dulzura, acunándome como si fuera una niña pequeña. Cierro los ojos y respiro tranquila, como hacía tiempo que no lo conseguía. Me besa en la frente, y pasa sus manos por mi pelo, peinándolo.

—¿Has dormido bien?

Asiento un par de veces, he podido dormir, aunque me duele un poco la cabeza, pero, aun así, me encuentro mejor de lo que creía.

—¿Cuánto hace de lo del pub?

—Dos horas y media.

—Dios…, Natalia… —digo pasándome la mano por la frente.

—Tranquila, he llamado a Collins para que supieran que estás bien.

—Gracias —digo en voz baja.

Rodeo su cintura con mis piernas, aún sentados sobre la banqueta del piano, enmarco su rostro con las manos, y le beso en los labios. Ahora mismo me siento tan confusa… Tanto… Solo hay una cosa que tengo claro, y es que le necesito a mi lado como el aire que respiro.

—Te he echado de menos —admito.

Kellin no dice nada, se limita a fijar sus ojos en los míos. En ellos hay tristeza y algo que no me gusta, no sé… Le beso de nuevo y poco después hace una mueca. Es una sonrisa amarga, gris.

—¿Qué ocurre?

El hecho de no ser del todo correspondida me aterra, hace que me quede callada, al igual que él, no sé ni siquiera qué debería hacer. Tal vez tenga una vida, puede que tenga una historia que vivir, una en la que no haya sitio para mí. Mi corazón se parte en pedazos al pensarlo, debería marcharme de aquí, de este país. Cuando voy a ponerme en pie para ir a por mi chaqueta y marcharme, me lo impide, ni siquiera me deja levantarme, me sujeta por la cintura con fuerza para que no me mueva ni un ápice.

—No sé qué haces conmigo —admite.

—Ni tú a mí.

Le paso una mano por el pelo, colocando algunos de los mechones sueltos. Me abrazo a él, cerrando los ojos y llevándome conmigo su olor. Estoy en casa, con él, lo estoy, no sé por qué, pero me siento bien, demasiado. Actualmente, él es mi hogar.

—He anhelado tanto tenerte así —me dice al oído.

Mi cuerpo empieza a arder, él también ha echado de menos tener a Kellin tan cerca. Beso su cuello, dándole algún que otro mordisco, lo lamo de arriba abajo, provocando que un escalofrío le recorra de pies a cabeza. Sonríe como lo haría un lobo feroz preparado para atacar, me encanta, echaba en falta estas miradas peligrosas que solo él tiene. Le beso ansiosa, perdida en las ganas que tengo de hacerle mío, cuando todo su cuerpo se activa, aparece el lobo. Sujeta con fuerza mi cintura, anclándome sobre sus piernas. Me besa con tanta pasión que hace que todo mi cuerpo responda a cada una de sus caricias, a cada uno de sus besos, el corazón se me acelera, igual que lo hace mi respiración. Dejo ir un gemido cuando muerde mi labio inferior, mi sexo arde pidiendo que él calme esa necesidad que tiene por el suyo.

—Joder —gruñe.

—¿Qué?

Toma una de mis manos, me echa hacia atrás con cuidado de que no caiga, y la coloca sobre su abultado paquete. ¡Madre mía! Parece tres veces mayor que antes… Por Dios santo, no le recordaba tan sumamente grande, siento cómo mis mejillas se encienden en plan semáforo.

—¿Qué, leona?

Suspiro, perdida en las ganas que tengo de que esté dentro de mí, no puedo pensar en nada más. Kellin sigue con esa sonrisa de medio lado, tan sexy como peligrosa.

—Tengo ganas de ti.

Cuela una de sus manos entre ambos, desabrocha el botón de mis pantalones y a continuación la cremallera. Le freno, sonriendo, quiero que sea mío y ser yo quien le guie. Paseo las manos por su pecho, de arriba abajo, noto cómo sus fuertes músculos han ido a más. Me muerdo el labio, perdida en la lujuria que desprenden esos ojazos que tiene. Masajea mis glúteos, amasándolos, disfrutando de ellos. Hacía tanto que no estábamos juntos, tanto… que apenas era capaz de recordar cómo era el sentir sus manos de esta manera. Tomo una de ellas, y le guío a través de su propio piso, recorriendo así los pasos que ya había dado. Puedo sentir que su vista se fijan en mi cuerpo, lo que en cierto modo me enorgullece. Al llegar a los pies de la cama, intercambio nuestros sitios, y le doy un empujoncito para que caiga de culo sobre el colchón. Le quito la camiseta que lleva y le observo estupefacta, no hay hombre más perfecto sobre la faz de la Tierra, es un dios griego esculpido en mármol y hecho solo para mí. Me relamo solo de verle, y eso que aún lleva los pantalones puestos, que sin ellos es todavía más hermoso.

—Quiero bailar, quiero música.

Kellin asiente, me aparta con un ligero toque y se acerca a la mesilla de noche, donde coge un mando con el que enciende un iPod que está conectado a unos altavoces. No sé quién canta, pero solo escucharlo la sintonía se hace con mi cuerpo. Kellin pega su pecho a mi espalda, siento cómo su sexo hace presión contra la parte baja de mi espalda. Aparta mi cabello y empieza a besarme el cuello, lamiéndolo e incluso mordiéndolo. Dejo ir un quejido, por lo que él sonríe contra mi oído. Cuela una mano por dentro del pantalón y la otra por dentro de la camiseta. Acaricia mi sexo por encima de la tela, haciendo que cada vez arda más en deseos de tenerle dentro moviéndose para mí. Adoro escuchar esos gruñidos tan salvajes que me vuelven loca. No deja de mover sus dedos sobre mis braguitas, y suerte que llevo unas bonitas, sino se me habría caído la cara de vergüenza y puede que ni siquiera estuviera pasando esto. Intento darme la vuelta, pero no me deja hacerlo. Está jugando conmigo, igual que lo ha hecho desde el día en el que le conocí.

—¿Por qué me pediste que me marchara?

Adentra uno de sus dedos en mí, apartando la tela y jugando con mi abultado clítoris. Vuelve a lamer mi cuello, me es imposible no pensar en lo bien que estaría esa lengua en otro lugar. Mis mejillas se encienden al pensar en ello, a este hombre se le da todo demasiado bien. Me muevo aún pegada a él, provocándole, haciendo que se muera de ganas de estar en mí, igual que yo de que lo esté. Me vuelve loca tenerle tan cerca, lo que provoca que quiera hacerle de todo durante el día, o mejor dicho, durante toda la noche.

—Lucía, déjame hacerte mía —me ruega.

—Soy tuya desde el día en el que te vi, por desgracia.

—¿Por desgracia? —pregunta confuso.

—Si no puedo tenerte…

—Ya me tienes, leona.

Me doy la vuelta, ahora soy yo la que está perdida y la que no entiende bien por qué dice eso. ¿Hablará en serio? Fijo mis ojos en los suyos, necesito saber si es cierto lo que me dice.

—¿De verdad?

—Claro, nena —dice pasándome una mano por el pelo.

Me besa con una dulzura sobrecogedora que ablanda mi corazón y mi voluntad, podría hacer lo que quisiera conmigo que no sería capaz de zafarme de él. He estado tantos días deseando tenerle para mí sola…

—Te necesito.

—Aquí me tienes, mi Lu.

Devoro su boca como si fuese una droga de la cual he estado separada durante meses, aunque realmente ha sido así, o al menos así lo he sentido yo. Le empujo, haciendo que caiga sobre la cama. Me siento a horcajadas sobre él, echaba tanto de menos ver esa mirada salvaje y sentir cómo su miembro crece para mí… Me muerdo el labio inferior, perdida en el deseo que siento. Un hormigueo recorre mi vientre, es la emoción, los nervios.

—Creo que hay algo que te sobra. —Sonríe lobuno.

—¿Tú crees?

Yes —dice alargando la «s».

Le beso fugazmente, a la vez que sonrío burlona. Me aparto de él, doy varios pasos hacia atrás, y agarro el bajo de la camiseta. Recuerdo el baile del cual me reí cuando Alex lo hizo, pero es demasiado sexy como para no recrearlo. Me muevo frente a Kellin, al son de la música que sigue sonando. Le guiño un ojo a la vez que voy subiendo la camiseta. Me mira ansioso, quiere que acabe, pero eso no va a pasar, me encanta sacarle de quicio. Desabrocho los pantalones, pero no me los quito, aunque sí la camiseta. Cojo sus manos, las coloco sobre mi cintura, y me doy la vuelta, dejando que mi espalda se pegue a su pecho. No dejo de moverme sobre él, rozándome contra su miembro. Hasta que me suelta con fuerza y me baja los pantalones a la vez que se lleva las braguitas. Termino de quitármelos, y me arrodillo frente a él. Me relamo, quiero comérmelo, escuchar cómo gime a causa del placer que le provoco. Desabrocho sus tejanos, bajo la cremallera y tiro un poco de las tiras por donde pasa el cinturón, pero no puedo quitárselos, hasta que eleva levemente la cintura. Hago lo mismo que él, me llevo los calzoncillos. Una poderosa erección se alza ante mí, imponente, hermosa y poderosa. Sonrío al verla, aún arrodillada frente a él, la acaricio de arriba abajo. Me muerdo el labio inferior, y la lamo. Deja ir un leve quejido, un lamento lleno de placer, al cual acompaña una mirada lujuriosa que hace que mis ganas no dejen de crecer.

—A ver qué haces.

Alzo una ceja, retándole, haré lo que quiera, cuando y como quiera. Sonrío maliciosa, es hora de hacérselo pasar mal, igual que sé que lo hará él en cuanto tenga oportunidad. Me lo llevo a la boca, lamiéndolo con cuidado a la vez que lo acaricio. Un delicioso gemido no tarda en escaparse de su interior lo que provoca que mi ego no haga más que crecer.

—Ven —me pide.

—De eso nada.

Le doy un beso en la parte de arriba, y hago una mueca, me encanta. No sé cuánto voy a poder resistirme, porque lo que ahora mismo me apetece es hacerle el amor hasta que me quede sin energías, hasta que me muera si hace falta.

—Ven —me ruega.

—¿Qué quieres?

—Tocarte, necesito…

No dejo de acariciarle a la vez que él intenta hablar, pero me da a mí que su cabeza está en otro lado y no se encuentra en condiciones de hablar.

—Necesitas que… ¿qué?

No puedo evitar ser mala con él, adoro hacerlo. Pero entonces su paciencia se acaba, sonríe malicioso, se pone en pie, y me agarra por la cintura. Me echa encima de la cama y como un auténtico depredador avanza por encima de las mantas hasta llegar a donde me encuentro. Nos une en un beso demoledor, su erección presiona la entrada de mi sexo, lo que provoca que quiera sentirle bien. Alzo las caderas, para hacer que entre, pero me lo impide. Es su turno. Besa mi cuello, va descendiendo por mis pechos, mimándolos y mordisqueándolos con cuidado de no hacerme daño. Sigue bajando, por mi vientre, besa el interior de mis piernas, y se centra en mi sexo, lo lame como si fuera un caramelo, degustándolo como si fuera lo más delicioso que hubiera comido jamás, lo que hace que me encienda aún más de lo que estoy. Adentra un dedo en mí, sin dejar de comerme. Un terrible ardor se hace con el control de mi cuerpo. Apoyo mi mano en su cabeza, para que no se mueva de donde está. Madre mía de amor hermoso… Poco después alza la vista.

—¿Cómo vas, leona?

Niego con la cabeza un par de veces, este hombre va a matarme con esa lengua que tiene. Bueno, esa lengua y ese todo porque vamos… No quiero ni pensar en cuando cambie de posición.

—Me parece a mí que hay algo que quieres y no dices.

Vuelvo a decir que no con la cabeza, es que no soy ni capaz de contestarle, creo que me va a dar un infarto. Mi corazón se ha desbocado de tal manera que hace que ni siquiera sepa qué decir. Sube por mi vientre, lamiéndome, hasta mi cuello. Lo muerde, besa mis mejillas y luego se acerca a mi oído.

—Dímelo.

—A ti, te quiero —gruño entre dientes.

Entonces, sin pensarlo ni un solo minuto, entra en mí, haciéndome estallar en un profundo gemido. Era él lo que me había faltado.