19
Natalia al final se quedó a dormir, pero ya ha vuelto a marcharse, por lo que me he quedado sola de nuevo. Me visto rápidamente para poder irme a El Casal, tal vez haya alguna clase a la que pueda asistir. Me pongo un chándal cualquiera, gris, algo ancho, una camiseta de tirantes ajustada de color negra y mi sudadera granate. Dejo mi pelo suelto, le doy un trago al zumo, y salgo de casa. Tengo que aprovechar la mañana, ya que esta tarde tendré que estar con Ángela en el Jubilee, Nati tiene que ir a ayudar a Collins. Estas Navidades vienen los padres de él a casa, y tiene que encargarse de todos los preparativos.
Nada más llegar a El Casal me encuentro con Sara, quien tiene una sonrisa de oreja a oreja, y no deja de hablar con una chica que hay frente al mostrador. Tal vez ella también quiera apuntarse a alguna clase. Voy directa hacia el aula que tiene asignada la profesora de baile, y cuando entro me encuentro con que no hay nadie. Puede que aún no haya empezado, o acabe de terminar. Me siento sobre el pequeño escenario que hay al final de esta, con las piernas cruzadas y acabo dejándome caer hacia atrás, colocando mi mochila tras mi cabeza, para no hacerme daño. Se escucha algo de música en una de las salas contiguas, es tango lo que suena, y mi cuerpo quiere bailarlo, moverme de un lado a otro. Me pongo en pie, en el momento en el que Alex entra por la puerta con esa sonrisa tan hermosa que tiene, me encanta ver la felicidad que irradia al pisar la sala.
—¿Llevas mucho aquí?
—Qué va… —digo en voz baja.
Le miro de pies a cabeza, y es que no hay nada más sexy en este mundo que un hombre que baile. Me encanta. Por suerte o por desgracia, él no está hecho para mí, pero ojalá sí que lo fuera. Todo sería más sencillo.
—¿Lo escuchas? —pregunto cuando deja su bolsa junto a mí.
—¿Tango?
—Tango —asiento.
Levanta una ceja, sin apartar su mirada de la mía, lo que hace que me sienta desafiada, y algo me dice que eso es lo que él quiere. No tengo ni idea de cómo se baila el tango, pero con tal de ganar esta pequeña guerra soy capaz de todo. Sonrío, provocándole, momento en el que me tiende una de sus manos.
—¿Bailas? —Sonríe él.
—Bailo, Tyree.
Tomo su mano, y tiro de él hacia el centro de la sala. Camino con toda la elegancia y delicadeza que puedo, dando pasos decididos. Alex tira de mi muñeca, haciendo que de media vuelta y acabe prácticamente abrazada a él, me toma por la cadera, con un rápido gesto y con fuerza pega la suya a la mía, para que ni el aire pase entre nosotros. Él me guía a cada paso que doy, yo me limito a dejarme llevar por la pasión que requiere este baile. Nos deslizamos por la sala, agarrados, envueltos en la débil música que sigue sonando, hace que gire sobre mis propias zapatillas, pero estas no son lo suficiente lisas como para poder movernos como debería. Me las quito sin pensarlo ni un solo segundo, y entonces sí que puedo girar como lo haría una peonza. Tomo el control durante unos instantes, pego mi espalda a su pecho, coloco su mano sobre el hueso de mi cintura, y le guío, imitando sus gestos. Puedo notar cómo sonríe contra mi oreja.
—No está nada mal —me susurra.
Todo mi vello se eriza al escucharle, al sentir que su cuerpo está pegado al mío, dejo ir un suspiro y sigo moviéndome. Sonrío, me gusta bailar con Alex, si no hubiera ningún hombre en mi vida me atrevería a decir que es prácticamente perfecto para mí, por no decir «perfecto», en mayúsculas y todo. Baila, le gusta todo tipo de música, es muy guapo y sexy, bueno, adorable… ¿Qué más se le puede pedir? Nada, la que conquiste su corazón será muy afortunada.
—¿Nada mal? —le digo desafiante.
—Demasiado bien en realidad.
Giro un poco la cabeza lo suficiente como para ver cómo una hermosa y arrebatadora sonrisa se dibuja en sus labios. «Dios, dame paciencia y fuerza para alejarme de este hombre, porque si no… ¡maaaaaaaaaadre mía!». Aunque en realidad tengo suficiente lío con Marc como para despistarme con otro. Alex me hace girar, volar por la sala como si apenas tocara el suelo, es muy bonito ver cómo nuestros cuerpos están unidos por un hilo invisible que hace que nos movamos al mismo son.
Antes de que termine la canción, una mujer entra en la sala, puedo verla, pero apenas le presto atención, solo quiero seguir bailando. La música sigue, aunque algo me dice que no tardará en detenerse. Alex, quien parece conocerla de memoria, tira de mi brazo, extendiendo el suyo por completo. Con un rápido movimiento me recoge, y poco después coloca una de sus manos en mi cintura. Sus ojos están fijos en los míos, puedo sentir la pasión, e incluso puedo ver deseo en ellos, pero prefiero pensar que solo es por el baile, coloca su mano sobre la parte trasera de mi cintura, asiente y me guiña un ojo, pidiéndome confianza. Entonces, hace que gire sobre las puntas de mis pies, y acabe estirada por completo en el aire, con su rostro a apenas a unos centímetros. La canción se detiene y la mujer que nos observaba aplaude.
—Felicidades, pareja —alza la voz.
La miro perpleja, no tengo ni idea de quién puede ser, pero, parece que Alex sí que la conoce, si no, no habría hablado, supongo… Si yo fuera ella y no nos conociera a ninguno de los dos me habría muerto de vergüenza al hablar.
—Gracias, Elisabeth.
—Bravo y brava. —Aplaude.
—Te presento —dice tomando mi mano, y haciendo que me dirija hacia donde se encuentra Elisabeth—. Esta es Lucía Palacios, la chica nueva que se ha apuntado a las clases.
—Tienes mucho potencial, niña. —Se pasa las manos por su canoso cabello, el cual a pesar de estar teñido sigue teniendo algún que otro matiz blanquecino.
—Gracias. —Sonrío vergonzosa.
—Ella es la profesora, Eli —añade Tyree.
—Encantada.
—Es un placer tenerte entre mis filas. —Hace una pequeña reverencia o, mejor dicho, el saludo que haría un artista frente a un gran público.
Deja su bolsa de tela sobre el escenario, se sube el maillot negro que viste y se recoloca la camiseta. Vuelve a darse la vuelta, puedo ver cómo algunas arrugas se dibujan junto a sus ojos, parece una mujer muy risueña y agradable.
—También es la profesora de yoga, y taichí —me explica Alex.
—¿Sí?
Elisabeth asiente alegre, va hacia el aparato de música y coge un pequeño mando que hay junto a este.
—Quiero ver qué hacéis, bailad para mí.
Nos miramos perplejos, sin entender muy bien a qué viene esto, pero rápidamente y sin pensarlo mucho más, asentimos. Elisabeth conecta la música, «Pony» vuelve a sonar, la misma canción con la que Alex me bailó el primer día. Sonrío al recordar esos movimientos tan sexys con los que me deleitó, algunos de los que ahora vuelve a retarme. Sonrío desafiante, al igual que lo hace él. ¿A mí me va a ganar? No, eso sí que no.
—No sabes dónde te estás metiendo, Tyree.
—Oh, claro que sí.
Nos movemos en círculos, retándonos con la mirada, como si se tratara de un duelo de espadas. Esa sonrisa que ya tenía no se borra, sigue ahí, burlona y pidiendo a gritos una buena revancha.
—¿Un duelo? Oh, no, quiero ver cómo os movéis juntos, sois una delicia —dice Elisabeth—. Quiero que os mováis igual que lo estabais haciendo con el tango, como si fuerais uno solo.
—¿Juntos?
—Sí, señorita —me responde.
—Muy bien.
Aparto la mirada de ella, centrándome en Alex, y en cómo va danzando a mi alrededor, igual que un conquistador lo haría en una discoteca, como un león lo haría con su felina. Pero, no sé si acabará por conquistarme o acabará en un simple juego de niños, indefenso e inocente.
—Vamos. —Sonríe.
Elisabeth cambia de música, pasa a una salsa y, tras eso, al tango de nuevo, no deja de cambiar. Nosotros nos limitamos a hacer lo que podemos y lo mejor que nos sale, aunque en mi opinión tampoco es nada fuera del otro mundo. Sencillo, grácil y por disfrutar. Porque sí, el baile puede ser una lucha, un duelo, pero también la unión de dos personas, el dejarse llevar sin entender de género ni número. El baile está hecho para ser disfrutado como lo que más.
Tras una intensa clase, del pequeño gran baile que nos hemos montado en medio de la sala y de todas las emociones que hemos ido sintiendo a lo largo de la mañana, es hora de volver a casa. Tengo mil cosas que hacer, entre ellas ducharme, preparar la comida, limpiar y ordenar la casa, antes de salir pitando hacia la cafetería. Creo que es demasiado para tan poco tiempo.
—¿Comemos? —me dice Alex.
—No puedo, tengo mucho que hacer antes de irme a trabajar.
—¿No será porque te he ganado?
—No me has ganado —refunfuño.
—Claro que sí, y lo sabes.
Niego con la cabeza, no me ha ganado, no ha habido duelo. Aunque debo admitir que se mueve demasiado bien como para no haberse fijado en cómo baila.
—Bueno —intento cambiar de tema—. No tengo tiempo, y sí muchas cosas que hacer, así que a no ser que vengas a mi casa y me hagas la comida mientras yo hago el resto, no podemos comer juntos.
—Pues me voy contigo.
Abro los ojos como platos, no esperaba que fuese a decirme que sí, pero bueno… En realidad tampoco es mala idea, a no ser que no sepa cocinar, que en ese caso sí que habrá sido una muy mala idea.
—Pero… ¿tú sabes cocinar?
—Algunas cosillas sí —contesta orgulloso.
—Mmmmm… ¿algunas cosillas como qué?
—Soy bastante bueno con la pasta, si me dejas ver lo que tienes en tu nevera te monto algo rápido.
Me está hasta convenciendo, no sé por qué, pero me fío demasiado de este muchacho, aunque tal vez no debería ser así. Aunque no puedo evitarlo, así que al final acabo accediendo a que venga a casa a hacerme la comida.
Llegamos, por suerte no se encuentra todo patas arriba, está más o menos ordenado, salvo mi habitación, que tiene la cama por hacer y alguna que otra cosa por el suelo, solo espero no haberme dejado unas bragas por ahí tiradas, eso sí que sería vergonzoso.
—Me gusta tu piso. —Sonríe.
—Gracias.
Dejo la bolsa que suelo llevar a las clases en el colgador, y voy directa a la habitación, cerrando la puerta, o mejor dicho entornándola. Entonces, Alex la abre. Mierda, hay de todo por todas partes, incluido mi pijama, los calcetines y un sujetador. ¡Qué vergüenza! Alex se queda mirando el pijama durante unos segundos, hasta que se da cuenta de que también hay ropa interior, es ahí cuando da media vuelta y se marcha al salón, con los mofletes rojos y sin decir nada. Me parece que le ha dado más vergüenza a él que a mí. Dejo ir una carcajada, cojo el pijama y demás, hago una bola con ello y lo meto debajo de la almohada tras estirar un poco las mantas.
—Puedes mirar en la nevera si quieres —digo sin siquiera mirarle, indicándole hacia donde se encuentra la cocina.
—Voy.
Deja su bolsa de deporte junto al sofá, a los pies de este, y se quita la sudadera, dejando a la vista esos fuertes músculos que se dibujan bajo la tela de la camiseta, la cual le queda algo justa. Si es que parece estar esculpido en mármol por los dioses olímpicos. Pero no es tan hermoso como Kellin, él es tan distinto, tiene un aire tan puro, hecho para el deseo y la perversión que es imposible que alguien le supere.
—Mmmm… Vamos a ver —dice abriéndola.
Se sube las mangas de la camiseta, se pasa las manos por la cabeza y mira bien qué es lo que hay dentro. La verdad es que hay muy poca cosa, como Marc siempre trae comida del restaurante…
—Voy a hacerte unos falsos feutccine de calabacín con salsa de quesos.
—¿Falsos fetuccine? —pregunto.
—Sí, tú ya verás.
—No sé si debería fiarme mucho de ti —murmuro.
—Claro que sí.
Cojo aire, le miro y cada vez estoy menos segura de dejarle así como así en mi cocina. Tal vez sea un loco y esté pensando en asesinarme cuando le dé la espalda… Quién sabe… Pero bueno, me tocará confiar en él y no comerme la cabeza. En realidad, tampoco tengo otra opción, ni tiempo, mientras no acabe quemándome la cocina y haga algo comestible yo ya estoy contenta.
—Si no te importa, voy a ir a darme una ducha. No quiero ir con estas pintas al trabajo.
—Vas bien —dice pelando un calabacín.
—Uy, no… ¿Tú me has olido?
—Al principio de la clase sí, hueles demasiado bien como para no olerte.
Mis mejillas se encienden, e intento que no lo vea. Suspiro, hago todo lo que puedo para pensar algo con lo que cambiar de tema antes de que se dé cuenta de que mis mejillas ahora se han vuelto dos semáforos en rojo.
—Bueno pero ahora ya no huelo tan bien —me excuso—. Me doy una ducha rápida y vuelvo.
Cojo mis cosas y hago lo que le he dicho, una agüilla para deshacerme del mal olor que llevo encima. Nada más salir de la ducha, recuerdo que me he dejado la ropa interior en la habitación, por lo que salgo envuelta en la toalla y con el cabello aún húmedo. Alex permanece en silencio, mirándome de arriba abajo, casi a punto de babear. Hasta que carraspea y desvía la mirada hacia lo que estaba haciendo. Está nervioso, puedo notarlo en su gesto, en cómo se mueve y mira de un lado a otro. Sonrío, pero dejo de recrearme en su inquietud y me meto en la habitación para poder vestirme. Me pongo unos tejanos y un jersey morado, tendré que recoger el baño.
Al salir veo cómo escurre algo y mezcla ingredientes en la sartén. Me siento en uno de los taburetes que hay frente a él y sonrío.
—Parece que al final no me vas a quemar la casa.
—¡Claro que no! —exclama.
Recojo un poco el salón, aún hay algunas mantas por el suelo, tiradas y sin doblar, por lo que las guardo y doblo, metiéndolas en la caja de madera que hay junto al sofá. También llevo hacia mi habitación la ropa que había dejado en el baño. Si no fuera porque Tyree está haciendo la comida, seguramente, llegaría tarde al Jubilee y Nati se enfadaría conmigo, sin motivo, porque ella siempre llega tarde cuando le toca venir después de comer. Preparo la mesa con todo aquello que podamos utilizar mientras él acaba de cocinar.
—Entonces… —murmuro.
—¿Qué?
—Sabes cocinar bien, ¿no?
Sonríe y deja ir una sonora carcajada que me alegra la tarde y el día. Me gusta lo alegre que es este muchacho.
—Algo sé hacer.
—Bueno, eso tiene muy buena pinta —digo levantándome un poco, lo suficiente como para poder ver bien lo que va cocinando.
—Gracias. —Hace una mueca—. La verdad es que me gusta mucho la cocina y buscar recetas con las que experimentar.
—¿Sí?
—Ajá —asiente—. Me gusta hacer experimentos con lo que encuentro en mi cocina.
—¿Y te salen bien?
—Suelen hacerlo, en realidad, casi siempre.
—Eso está genial.
—¿Y tú? —pregunta curioso.
—Bueno, no se me da mal aunque hay veces que casi he llegado a quemar la cocina.
Alex ríe, lo que me gusta y mucho. Sigue preparando la comida, enrolla las tiras de calabacín, como si fueran un pequeño nido, echa unos champiñones que había en la nevera con algo de cebolla, revueltos, y luego los baña en la salsa que tenía preparada.
—Aquí tienes, reina. —Me pasa un plato.
Le miro y por un momento creo que mis ojos hacen chiribitas, ¿qué le falta a este hombre? ¡Nada! Es perfecto. Siento cómo mis ojos se llenan de pequeñas lágrimas, ¿por qué Kellin no puede ser como él? Suspiro, me estoy muriendo de rabia, pero es lo que hay, supongo.