33
Lucia
Joder, joder, joder… ¿Qué mierda acabo de hacer? Me paso una mano por la cabeza, me recojo el pelo mojado en un moño y me pongo la capucha. Ni siquiera sé cómo ni por qué he despertado en la casa de Kellin, lo único que recuerdo es haberlo visto aplacando al hombre que intentó robarme. O que, mejor dicho, lo consiguió, porque ese desgraciado se llevó mi móvil y ahora no tengo con lo que contactar con Natalia, ni con nadie, evidentemente. Espero que al llegar a casa de Collins no me echen mucha bronca por haber desaparecido, así como así, durante la mañana, necesitaba aclararme y al final he acabado tirándome al hombre del que debía alejarme. Como se enteren las chicas van a acabar matándome, yo lo haría si la situación fuera al revés y alguna de ellas hubiera sufrido lo que yo. Maldito Kellin… Espero que haya disfrutado de este polvo de despedida, porque no va a volver a tocarme, ¡me niego! Después de todo lo que ha hecho lo único que quiero es no volver a verle ni tenerle cerca, porque sí… Odio admitirlo, pero soy terriblemente débil cuando él está a mi lado, es capaz de doblegar mi fuerza de voluntad y hacerse rey de mi cabeza.
En realidad, ni siquiera entiendo por qué me ha llevado a su casa, podría haberme dejado en casa de los Collins y no hubiera ocurrido nada. Ya tiene a esa fulana con la que acostarse siempre que quiera, es más, si no estuviera ella podría tener a cualquiera con tan solo una mirada y chasquear los dedos. No comprendo por qué sigue interesándose en acabar conmigo.
Veinte minutos después llego a casa de los Collins, ni siquiera sé qué hora es, pero por la escasa luz del sol diría que son las diez de la mañana. Me suelto el pelo antes de entrar, por suerte está algo más seco de lo que esperaba, y me pongo la capucha para intentar ocultarlo. Nada más entrar me encuentro de cara a Rosa, quien me mira con preocupación.
—¿Dónde estabas, niña?
—He salido a correr esta mañana… —murmuro.
—¿Y qué es lo que te ha pasado en el cuello? —me pregunta a la vez que hace una mueca de preocupación.
—Pues…
Cuando Rosa empieza a preguntar ya no hay vuelta atrás, hay que decirle lo que ha pasado, igualmente acabaría sabiéndolo. Así que será mejor no andarse con rodeos, a la larga es perder el tiempo.
—Un hombre aprovechó que estaba sola para amenazarme.
—¿Para amenazarte? —dice confusa—. ¿Por qué alguien tendría que amenazar a una chica tan maravillosa como tú?
—Quería robarme.
La mujer se lleva una mano a la frente, suspira, y me abraza.
—¿Estás bien, niña?
—Sí, sí, tranquila. No ha sido nada, he tenido suerte de que…
Antes de seguir hablando me pienso bien qué es lo que debería decir, no quiero que sepan que he estado con Kellin, por lo que tendré que mentir como una bellaca para que no nos pillen o, mejor dicho, para que no me pillen a mí.
—¿Suerte?
—Sí, un hombre apareció justo a tiempo para detener al agresor antes de que la cosa fuese a más.
Vuelve a abrazarme con fuerza. Me da un beso en la mejilla y, al separarse de mí me mira con pena.
—Hay que ir a la policía —anuncia.
—¿Policía? —pregunta Laura, que baja por las escaleras.
—Le han robado el móvil.
—Sí…, por suerte, solo ha sido eso —respondo.
—¿Estás bien? —pregunta Laura.
—Sí, sí, tranquila, solo ha sido un susto. —Hago una mueca intentando sonreír.
Niega con la cabeza a la vez que me coge de la mano y tira de mí hacia la cocina, hace que me siente en uno de los taburetes, y se coloca a mi lado.
—¿Le has podido ver la cara?
—Claro que le he visto la cara.
—Perfecto.
Mira a su madre algo preocupada, pero no tarda en asentir, por lo que Rosa sube a la segunda planta, desapareciendo de nuestras vistas.
—¿Has comido algo?
—No… y tengo algo de hambre la verdad.
—Te veo distinta, ¿ha pasado algo más?
No sé qué es lo que tiene Laura, pero debería ser psicóloga, o por lo menos debería serlo conmigo, ya que parece conocerme incluso mejor que Natalia en según qué ocasiones. Niego con la cabeza, no quiero mentirle, pero no puedo decirle que he estado en casa de Kellin pasando parte de la mañana, y mucho menos que he estado en su ducha.
—¿Segura?
—Que sí, Laura, tan solo eso.
—De acuerdo entonces. —Sonríe tristemente—. ¿Tostadas y leche?
—Por favor.
Tuerzo el gesto, me preocupa lo que puedan hacer con mi móvil, aunque supongo que no volveré a verlo y me saldrá más a cuenta comprarme uno nuevo y hacer un duplicado de la tarjeta.
—No te preocupes, iremos a ver qué puede hacer la policía.
—Sí, aunque el móvil es lo de menos.
—Ya me imagino… Debe de haber sido un buen susto.
Antes de que pueda seguir hablando, se queda callada y mirando a mi espalda, lo que me pone algo nerviosa. ¿Qué le pasa? Cuando me giro veo cómo Kellin nos observa desde el ventanal del salón. ¿Qué demonios hace él aquí? Suspiro y vuelvo a girarme para mirar a Laura.
—¿Qué hace Kellin aquí? —gruño.
Por un momento olvido lo ocurrido hace apenas media hora, porque ahora mismo solo puedo recordar cómo se restregaba y besaba a esa asquerosa. No dejo de reconcomerme por dentro, la mala leche vuelve a tomar el control de mi cabeza y mi corazón. ¡He sido una gilipollas! Debería de haberme largado nada más despertarme. No entiendo por qué le ha dado tan fuerte conmigo, pero no voy a dejar que siga así, porque al final quien le va a dar fuerte voy a ser yo pero en la cara. Antes de que pueda echar a andar en dirección a donde se encuentra, Laura me detiene para que no lo haga.
—Déjame, por favor —le pido.
—No, Lucía.
—Quiero hablar con él…
—Es mejor que no lo hagas.
Un día y cuatro horas después ya estamos a punto de aterrizar en Barcelona. Miro por la ventana y veo cómo el mar brilla bajo los rayos del sol reflejando esa pureza que solo él tiene. Espero que en este avión se quede todo lo malo que ha pasado en Cardiff, al igual que Kellin. Ojalá deje de rondar mi mente, y se olvide de mí, aunque sea la mitad de rápido que espero hacerlo yo.
—¿Cómo vas? —me pregunta Natalia.
Coge una de mis manos y la cobija entre las suyas. No sé muy bien cómo voy, me siento confusa, agobiada, perdida, pero sobre todo estoy dolida tanto con él como conmigo misma.
—Bueno, bien.
—Ahora ya olvídate de todo, nena.
—Decirlo es fácil.
—Bueno, tú ya verás cómo lo será. —Sonríe—. Además, Marc estará deseando verte.
Marc… pobrecillo, ya ni siquiera me acordaba de él. En realidad, dejé de contestar a sus mensajes nada más llegar a Cardiff y ahora que no tengo el teléfono pues menos.
—Pero yo a él no, hermanita, y no voy a usarle como un pañuelo al que llenar de moscos.
—Ya lo sé, nena —murmura—. No me refería a eso, ya sé que jamás serías capaz de hacerle eso a nadie, solo quería decir que estoy segura de que se morirá de ganas de verte.
—Yo no quiero verle.
—No seas así, anda.
Hago una mueca, la verdad es que Marc siempre ha cuidado de mí, ha sido un amor, y por eso mismo no se merece que lo use como dice el dicho, un clavo saca otro clavo, pero en mi opinión el segundo clavo no hace más que agrandar la herida y dejar morralla que no la deja sanar. Suspiro, a ver qué es lo que pasa pero ahora mismo no estoy para nadie, ni siquiera sé si estoy para mí misma.
Al llegar a cas, a dejo la maleta en el recibidor y me tumbo en el sofá. No tengo ganas de hacer nada, solo de comer algo y ver la televisión, apalancada hasta que me quede dormida, o muera por un empacho de bacón. Cierro los ojos, vaya viajecito más… entretenido. Sobre la mesilla del salón me encuentro un sobre, por lo que lo abro rápidamente y leo:
Querida Lucía, mi pequeña… Sé que hay algo que no va bien, algo en ti cambió desde el momento en el que apareció Kellin, he sido un cero a la izquierda. Mi corazón me pide que me marche, que si realmente te quiero me aleje y te deje ser feliz.
Me dolerá la vida entera, pero sé que es lo correcto. Lucharía por ti si creyera que iba a servir de algo, sé que no es así.
Espero que ese hombre te haga feliz, porque como me entere de que derramas una sola lágrima por él, no habrá lugar en el mundo para esconderse.
Te quiero, Lucía.
Por un momento, siento como algo en mí se apaga, lamento tanto haberle hecho daño cuando él tan solo pretendía cuidarme… Solo él ha sabido quererme como en realidad no me merecía.
En realidad, no sé qué voy a hacer estos días, Natalia me ha sugerido que me quede en casa hasta que me acabe de centrar en lo que tengo aquí y ahora, pero sinceramente no tengo ganas de estar encerrada, porque si no al final acabaré pegándome un tiro. Lo primero será acercarme a por un móvil nuevo, y a por una copia de la tarjeta. Por lo menos por el momento tendré algo solucionado y, tras eso, solo me quedará enfrentarme al tema Kellin, aunque me temo que eso no será tan sencillo. Espero que no aparezca como hizo la última vez. Así no tendría que preocuparme por nada.
Son las cinco de la tarde, y solo de pensar en que hoy no tengo nada que hacer se me cae la casa encima. No puedo quedarme aquí. De un salto me pongo en pie, meto la maleta en la habitación, me pongo unas mallas y me preparo la bolsa para ir a clase de baile. Me voy. La Lucía que estuvo en Cardiff se ha quedado allí, y no dejaré que me acompañe y nuble lo que tengo en Barcelona. Me cuelgo la bolsa del hombro y me encamino hacia la academia. Nada más llegar me encuentro con Sara, una de las gemelas, la cual viene a abrazarme rápidamente.
—¡Cuánto tiempo! —exclama tras soltarme.
—Sí, lo sé. —Sonrío.
El tiempo en Cardiff se me ha hecho tan eterno que me da la sensación de que hace años que no paso por aquí. Es una liberación haber vuelto, aunque mi condena siga rondándome. Suspiro, pero poco después esbozo una amplia sonrisa, es mejor que me olvide.
—Me alegro mucho de que hayas vuelto.
—Gracias, Sara, ya tenía ganas de desconectar y olvidarme un poco de todo.
—Pues ya sabes. ¡Este es el mejor sitio para hacerlo! Lo malo queda fuera, y ahora a disfrutar.
Asiento un par de veces, tiene toda la razón del mundo, así que es hora de olvidarme, aunque sea durante un rato de todo lo que ha pasado estos días.
—Por cierto —digo justo antes de encaminarme hacia la sala—, ¿y Tyree?
Hace mucho que no sé de él, entre eso y que no tengo móvil parece haber desaparecido de la faz de la Tierra. Sara hace una mueca, mira un papel que tiene sobre la mesa y carraspea.
—Pues… hace unos días que no viene, aunque hoy tiene clase. Elisabeth no ha podido venir, su bebé se ha puesto muy enfermito y le ha pedido que ocupe su lugar hasta que pueda volver.
—Vaya… —murmuro—. Bueno, entonces le veré después.
—Así es, en nada.
Cojo mi bolsa, veamos cómo está el buenorro de Tyree. Todas las alumnas tienen que estar babeando delante de él, es normal yo también lo haría. Hasta que llegue mi hora de ser feliz me limitaré a alegrarme la vista con este hombretón. En la sala hay dos mujeres que no dejan de cuchichear todo el rato, hasta que me ven aparecer, se callan y me miran. Hago una mueca, las saludo con la mano, pero ninguna se digna a contestarme, ni siquiera vuelven a mirar. Alex entra. Tan sexy y arrollador como siempre. Las mujeres se giran con rapidez hacia él, y le observan como si fuesen a deshacerse con una sola de sus miradas. Dejo ir una sonora carcajada que llena el ambiente y que molesta a las señoras que cuchicheaban. Tyree se gira, al verme abre los ojos como platos y sonríe de oreja a oreja.
—¡Lucía! —exclama.
Viene hacia mí y, sin esperar ni un solo segundo, me abraza sin apenas dejarme respirar, estos brazacos que tiene me apretujan contra su duro y musculado pecho. De su cuerpo emana un no sé qué, una dulzura, un algo, que es capaz de tocarme el corazón.
—¡Qué alegría verte!
Rodeo su cuello con mis brazos, le beso en la mejilla y me abrazo a él como si fuera un koala.
—Echaba de menos un buen abrazo de oso.
—Yo te doy los que necesites, de oso y de lo que quieras, pitufa. —Sonríe—. He echado de menos a mi pareja… —Vuelve a abrazarme— de baile. —Fija esos ojazos azules que tiene en los míos haciendo que un escalofrío me recorra de pies a cabeza.
—Yo también he echado de menos bailar contigo, Tyree.
—Parece que hace un mes que no te veo.
—La verdad es que sí, entre una cosa y otra se me ha hecho eterno.
Toma una de mis manos, y me lleva junto al escenario para que nos podamos sentar, es curioso ver que no la suelta, sino que la sujeta y la acaricia.
—Tengo ganas de bailar, Tyree.
—Baila conmigo.
Toma la misma mano que acaricia y tira de mí hasta que me pongo en pie. Con una sola mirada me reta, provocándome y encendiendo algo en mi interior con lo que nunca antes me había topado, por lo menos con él.
—Aún no ha empezado la clase —murmuro intentando mantenerle alejado de mí, aunque sea durante unos minutos.
—No me importa la clase. —Me guiña un ojo de nuevo y sonríe—. Ahora solo estoy por ti.
No sé qué ha cambiado en Alex, pero parece diferente, ahora ha ocupado un rol provocador e incluso sensual que me impide no fijar mi atención en él, aunque pensándolo bien, tal vez sea yo quien ha cambiado. Mi corazón se acelera cuando sus manos vuelven a rozar las mías. Tira de mí hasta que quedo presa entre sus brazos, encantada y encadenada a ese erotismo que solo él desprende.
—Baila conmigo —susurra contra mi oído.
¡Yo bailo con él y lo que haga falta! Si es que nadie podría resistirse a esa voz, ese cuerpo y ese todo suyo que tiene. Imposible. Cuando se da la vuelta no puedo evitar mirarle de arriba abajo, fijándome en cómo los pantalones de deporte se le ciñen ligeramente a su trasero, realzándolo y haciéndolo terriblemente atractivo. Lleva una camiseta blanca con las mangas cortadas que casi deja todo su costado al aire, enseñando ese torso musculado esculpido por el mejor artesano del mundo. Suspiro, ¡ay, madre! ¡Vaya hombre!
—¿Qué quieres bailar, pitufa? —pregunta.
—Lo que más te apetezca.
Asiente, coge el mando del reproductor, le da al play y automáticamente empieza a sonar «Talk Dirty» de Jason Derulo. Tyree irradia una sensualidad demasiado magnética, que capta toda mi atención. Carraspeo, la tensión aumenta cuando coge mis manos y empieza a acariciar todo su torso de arriba abajo, a la vez que no deja de moverse contra mi cuerpo. ¡Ojú! Como diría Ángela. ¡Qué calores me están entrando! Intento dejar de pensar en lo sexy que es este hombre y me centro en moverme. Echaba mucho de menos sentirme así de libre, solo bailar me deja abrir las alas y volar hasta tocar las nubes.
—Has perdido un poco de práctica —se mofa.
Cierro los ojos a la vez que posa una de sus manos en la parte baja de mi cintura, me pega a él y sonríe burlón.
—Tú sí que la has perdido.
Le doy un manotazo en la suya, me aparto y empiezo a rondar a su alrededor, como una leona que acecha a su presa. Me guiña un ojo, por lo que dejo ir una carcajada. Cojo una silla y bajo su atenta mirada no dejo de moverme, las manos se las coloco en mi vientre, bajándolas por la cintura hasta el inicio de mis piernas. Le doy un golpecito en estas, apartándolas, me volteo y me siento encima de él. Mi corazón se acelera, mi sexo se humedece ardiendo como un poderoso fuego, haciendo que me desconcentre. Rodeo su nuca con mis brazos, nuestros rostros quedan a apenas unos centímetros. Puedo sentir su respiración pegada a la mía, sus ojos fijos en mi mirada… Durante unos minutos dejo de escuchar la música y a las mujeres que vuelven a cuchichear, y solo me centro en él, en esa boca redondita y en esos ojos penetrantes que tiene. Me ha encendido por completo, yo sola me lo he buscado. Vuelve a cogerme por la cintura, para acercarme un poco más a él, noto cómo su miembro se endurece cuando acerco mi boca a su cuello para darle un mordisco. ¡Por Dios! Un poderoso cosquilleo me recorre el vientre, todo mi cuerpo está ansioso por rozar el suyo, por sentir su piel contra la mía. Me muerdo el labio y cierro los ojos, Tyree se está convirtiendo en una auténtica tentación prohibida.
Para la música con un ligero movimiento, rompiendo la burbuja en la que estábamos metidos y nos devuelve a la realidad que deberíamos estar viviendo. Carraspeo, me pongo en pie y me doy la vuelta para que él también pueda levantarse. Me besa en la mejilla nada más hacerlo y aparta la silla. Giro la cabeza ligeramente, y veo cómo se recoloca los pantalones, para que no se note lo que esconden.
—Bueno, vamos a empezar la clase.
Antes de decir nada más, me lanza una mirada llena de picardía que acaba por derretirme.