36

Me agarro a la almohada, estiro las piernas, abarcando casi por completo la cama, es entonces cuando me doy cuenta de que Alex ya no está aquí durmiendo conmigo, como lo ha hecho durante toda la noche. Abro los ojos, me desperezo y escucho cómo deja un vaso sobre la encimera de la cocina. Meto la tarjeta SIM en el móvil, que lleva cargando desde ayer, lo enciendo y pongo el pin. Lo dejo sobre la cama, esperando a que acabe de iniciarse, pero cuando voy a cogerlo Alex abre la puerta, lo hace muy despacio intentando no despertarme, aunque al ver que estoy despierta sonríe de oreja a oreja.

—Buenos días, pitufa.

—Buenos días.

Se sienta en la cama y mientras acabo de estirarme, acaricia mi rostro con delicadeza y acaba dándome un beso tan dulce como el chocolate. Sonrío contra su boca, y le devuelvo el beso.

—¿Quieres desayunar?

—Sí, claro.

Asiente un par de veces, vuelve a besarme y se pone en pie, me mira durante unos segundos hasta que me enderezo. Pero entonces, me dice que no con la cabeza.

—Quédate ahí —me pide—. Yo me encargo.

—Bueno…, vale, porque insistes.

Deja ir una carcajada que me saca una sonrisa aún más grande de las que ya había esbozado antes. Niega con la cabeza y con las mismas con las que ha venido se marcha a preparar algo que podamos desayunar, aunque tampoco es que tenga mucha cosa en la nevera. Dejo que el móvil se descargue WhatsApp, mientras me pongo en pie para vestirme, recogerme el pelo y levantar la persiana, momento en el que, el móvil emite un leve sonido. Me siento, y cuando desbloqueo la pantalla me encuentro con mensajes de Kellin, son antiguos, de la semana que estuve en Cardiff.

Kellin:

Ni siquiera sé cómo debería explicarte esto…

Puede que suene a tópico, puede que…

Yo qué sé… Ahora mismo no sé qué decirte.

¡Joder!

Leo para mí lo que escribió, el corazón se me acelera, cierro las manos en puños, ¡maldito Kellin! Siento cómo mis ojos se llenan de lágrimas, jamás pensé que fuese a escribirme, ni a darme explicaciones de lo que ocurrió. Ya lo dijeron Natalia y Laura, Kellin no es así.

Kellin:

Lucía, necesito hablar contigo,

necesito explicarte lo ocurrido con Candy,

por favor, no sé qué has hecho conmigo,

Lu, no lo sé…, de verdad, no entiendo cómo

has sido capaz de entrar así en mi vida…

Ni siquiera te conozco realmente,

pero siento que no lo he hecho bien.

Trago saliva, notando cómo un enorme nudo se me atraganta en la garganta. ¿Por qué ahora? ¿Por qué yo?

Kellin:

Lucía, de verdad que lo que ocurrió con Candy

no es lo que parece, esa camarera se lanzó,

ni siquiera pensaba que fuese a hacerlo…

¿Qué hacía él ahí?

Kellin:

Por Dios… Lucía, contéstame.

Insistió hasta que se dio por vencido, entonces ya rogó una respuesta, esa que nunca llegó y nunca llegaría.

Kellin:

No me dejes así, por favor, Lucía, ¡joder!

No seas así, deja que te lo explique.

Un último mensaje que suena a promesa rota en mi cabeza, y que acaba por destrozar mi corazón.

Kellin:

Iré a por ti, no voy a dejar

que te marches a Barcelona así.

Rompo a llorar, todo lo que había ido curando vuelve a romperse, a resquebrajarse como si nunca antes se hubiera recuperado. Cierro los ojos, las lágrimas empapan mis mejillas, y no puedo evitar dejar ir un profundo hipido que me deja completamente vacía por dentro. ¿Qué se supone que debo hacer ahora? Miro la cama, Alex aquí, Kellin en Cardiff, y yo sumida en un abismo del cual no sé cómo saldré. Me dejo caer al suelo sentándome sobre la alfombra y, escondo mi rostro entre las manos, cuando escucho que abre la puerta.

—Ya está preparado el desayuno.

Cuando me ve agazapada, deja la bandeja en la que lo llevaba todo sobre la cajonera, y se acerca a mí. Pasa una de sus manos por mi pelo, lo que hace que rompa a llorar con aún más fuerza.

—¿Qué te ocurre, pitufa?

Niego con la cabeza, no quiero involucrarle en esto, no quiero que sufra por mí, pero sé que lo hará.

—Venga, levanta —me dice con dulzura.

Le vuelvo a decir que no, pero sin que pueda hacer nada por remediarlo, pasa sus manos por debajo de mis piernas, y por detrás de mi espalda, levantándome del suelo, llevándome hacia el sofá. Se sienta, dejándome a mí encima, cobijándome entre sus fuertes brazos. No dice nada, permanece en silencio, acariciando mi cuerpo, mimándolo como no lo habían hecho nunca. Alex es tan dulce y tan bueno que ni siquiera sé qué ocurrirá mañana. Me da un beso en la frente, a la vez que pasea sus manos por mi pelo, no deja de acunarme.

Alzo la vista, y veo cómo me observa, seca mis lágrimas con el bajo de su camiseta y me besa en los labios. Me abrazo a él, hace que me sienta como en casa. Mi corazón va latiendo cada vez con mayor tranquilidad, el hipo desaparece, y mis lágrimas poco a poco se van secando.

—¿Estás mejor? —pregunta preocupado.

—Sí…

Vuelve a besarme, con delicadeza. Acaricia mi rostro fijando sus ojos en los míos, parece realmente preocupado, por lo que hago una mueca con la que tranquilizarle, pero no lo consigo del todo, por lo que me acerco hasta que nuestros labios se unen.

—Estoy bien —aseguro.

—¿Sí?

Asiento, sin apartar la mirada de él.

—Sí, tranquilo.

Sujeta mi rostro entre sus grandes y ásperas manos, me besa apasionadamente, como lo hacía la otra noche, le correspondo, pero al sentir que poco a poco va colándose bajo mi camiseta y veo que quiere ir más allá decido detenerle. No puedo hacerle esto a Alex, lo hemos pasado bien, demasiado bien, pero antes de que vuelva a suceder algo más tengo que aclarar lo que me pasa con Kellin. No sería justo para nadie. Me llevo una mano al vientre, la verdad es que me muero de ganas de comer algo, aunque si por mí fuera no sería el desayuno lo que me comería… Pero ahora no es el momento, tengo que pensar en tanto él como en mí.

—¿Tienes hambre?

—Ajá —asiento.

Sonrío, me pongo en pie y voy a por la bandeja que ha preparado Alex y que ha dejado sobre la cajonera. Le doy un sorbo a lo que ha hecho y lo llevo todo al salón. Lo coloco sobre la mesita de café y veo cómo Tyree hace un gesto que no acaba de gustarme, supongo que no debe haberle hecho mucha gracia que le haya rechazado, aunque he intentado no ser muy brusca.

—Huele tan bien…, no he podido evitar que mi estómago ruja. —Río.

—Ya veo ya. —Me mira de arriba abajo—. Pero, bueno, yo también tengo hambre.

—Pues a por ello.

Ha preparado un par de rebanadas de pan tostado para cada uno con algo de bacón, porque sí, en mi casa hay dos cosas que nunca faltan: bacón y naranjas para hacer zumo. También les ha echado un poco de tomate, queso fresco, y ha preparado un café y una taza de leche con cacao.

—Gracias por el desayuno —le digo.

—No me agradezcas nada, pitufa, es todo tuyo.

—Bueno, pero lo has preparado tú.

Le da un mordisco a una de sus tostadas y asiente como diciendo «bueno, eso sí es verdad, no te lo voy a negar». Hago lo mismo que él, y bebo un poco de zumo, me encanta y más si está fresquito.

—Oye…

—¿Hm? —murmuro.

—Quiero pedirte algo.

Me recoloco en el asiento, y siento cómo un ligero nerviosismo empieza a tomar parte de mi interior.

—A ver, dime.

Muerdo de nuevo mi tostada y acabo por comerme casi todo el bacón que había encima de esta. Todo ello sin desviar la mirada de él.

—El fin de semana que viene hay una actuación en el ateneo del pueblo, Elisabeth me ha asignado una pareja, pero no la quiero —me explica—. Además ella misma ha visto que contigo hay una química especial, nos llevamos demasiado bien, y sería perfecto para la actuación.

—Pero… —murmuro—. ¿Cómo me voy a aprender un baile en una semana?

—Lo haremos de nuevo, a nuestro gusto, lo prepararemos entre los dos. —Parece algo desesperado porque le diga que sí—. Por favor…, te quiero a ti, no a ella.

Sonrío, la verdad es que me gusta cómo suena eso, a pesar de que va a ser una locura enorme. Pero, ¿si no hacemos locuras de qué sirve vivir? Nos llevará un trabajo muy grande, pero lo sacaremos adelante.

—Bueno…

—Podemos ensayar por las tardes, o cuando tengas libre, si es eso lo que te preocupa —me interrumpe.

—Acepto —sentencio.

—¿Sí?

—Claro, ¿por qué no? Pero, que sepas que si lo hago es porque me lo pides tú, si fuera otro me lo pensaría.

—Sí, sí.

—Que quede claro. —Río.

—¡Gracias! —exclama.

Me besa en la boca y se abraza a mí.


—¿¡Que has hecho qué!? —exclama Natalia al otro lado de la barra del Jubilee.

—¿Qué has hecho, chocho? —pregunta Ángela nada más dejar el trapo sobre una de las bandejas.

—Se ha tirado al bailarín.

—¡Será jodía la tía! ¡Ay, omá, cómo está ese hombre! —dice Ángela alzando la voz—. Vaya suerte tienes, cacho perra.

—Gracias, Nati, por propagarlo todo a los cuatro vientos —gruño.

Veo que Collins ha entrado en la cafetería y nos mira extrañado, haciendo una mueca. Fija sus ojos en Natalia, se acerca donde nos encontramos y le da un beso.

—Propagar a los cuatro vientos, ¿el qué?

—Que la canija se ha follado al buenorro de su compañero de baile.

Antes de que podamos decirle algo o taparle la boca ya lo ha soltado todo, como si no pasara nada, y fuera lo más normal del mundo. ¡Mierda!

—¡Ángela! —gritamos Natalia y yo al unísono.

—¡Ay! ¿Es que él no lo puede saber? —pregunta la aludida.

—No hace falta que se enteren hasta en Cuenca, ¿sabes? —murmuro.

Niego con la cabeza, madre mía… Lo que me faltaba, solo espero que se quede bien calladito y no chivatee nada. Collins me mira, hace una mueca, y le da un beso a Natalia en la mejilla.

—¿Alguna me prepara un café? —pregunta sonriente.

—Claro —contesta ella embobada.

Solo le falta que se le caiga la baba, es impresionante la capacidad que tiene Collins de captar toda su atención, igual que la tiene ella para hacer lo mismo con él. Mi móvil suena antes de que él se siente y, por un momento, se me hiela la sangre, un sudor frío recorre mi espalda y no puedo ni siquiera tragar.