15
No, no, no…
No entiendo el gran vacío que siento por dentro, ni el hecho de que todo este mal haya tomado mi corazón como si nada, sin ningún esfuerzo. La agonía encoge mi pecho, me cuesta incluso respirar. Me hago un ovillo en la cama, pero poco después salgo corriendo hacia el baño, unas horribles ganas de vomitar me acosan de tal manera que no puedo evitar echarlo todo hasta que no queda nada en mi estómago. Me dejo caer junto al váter, apoyando mi espalda en la bañera. Lloro en silencio, no sé qué ha hecho Kellin conmigo pero siento un apego extraño hacia ese hombre. Necesito a Nati conmigo. No sé qué hacer, qué pensar ni cómo reaccionar. Cierro los ojos, entierro mi rostro entre las rodillas, escondiéndome, pero de lo que quiero esconderme no puedo.
Alguien llama varias veces al móvil, pero ahora mismo no tengo ganas de hablar con nadie y mucho menos que me vean así. No puedo dejar de llorar, de sentir este vacío que ha asolado mi interior como si fuese el rey de un todo, incluso siendo yo la dueña de mi cuerpo. Suspiro a la vez que escucho cómo vuelven a llamar al teléfono y cuando cuelgan, llaman al timbre de la portería en repetidas ocasiones. No voy a levantarme para abrir, lo lleva claro la persona que esté abajo… Va a helarse, porque no tengo intención de abrirles la puerta.
—¿Por qué has tenido que irte? —le pregunto a un Kellin omnipresente que ni siquiera existe.
Alguien forcejea en la puerta de la entrada, la cual tarda poco en abrirse, no he cerrado con llave, lo que provoca que mi corazón se acelere y empiece a ponerme muy nerviosa. Joder, joder… ¿Quién demonios está entrando? Cierro la puerta del baño de un portazo y echo el pestillo. Me resguardo en la bañera, cogiendo el bote de laca con fuerza. Mierda, mierda. Todo mi cuerpo tiembla a causa del miedo. El dolor que había en mí le deja paso, haciendo que la amargura se disipe como si nunca hubiera estado ahí. Me tapo la boca cuando empiezan a golpear la puerta del baño. Mi respiración se vuelve agitada, intento no hacer ningún ruido, cojo el albornoz y me lo echo por encima a la vez que cierro con cuidado la mampara. Joder, creo que me voy a mear encima del miedo. Cojo aire. Ha caído la noche, y apenas hay luz en el salón, ni siquiera sé qué hora es. Debería de haber cogido el teléfono, podría haber llamado a la policía. Lloro sin hacer ni un solo ruido, aterrada, nerviosa y paralizada, solo puedo agarrar con fuerza el bote de laca.
Escucho cómo algo de cristal se cae al suelo y se rompe, cierro los ojos con fuerza, intentando evadirme de todo, cosa que no consigo. Suena algo metálico en el pomo de la puerta, intentan quitar el pestillo, solo le ruego a los dioses que no lo consigan, y que se den por vencidos. No quiero sufrir, que me roben, ni me hagan daño, no quiero que me violen… Solo quiero estar tranquila. No dejo de llorar, se me está haciendo todo una bola, y no sé cómo cojones voy a salir de aquí sin que me dé un infarto.
La puerta del baño se abre y lo único que soy capaz de hacer es encogerme bajo el albornoz sintiendo cómo mis mejillas se empapan cada vez más, mojando la tela de mi jersey. Puedo ver la silueta del hombre al otro lado de la mampara. Ha encendido la luz. Solo espero que la claridad de la tela me camufle como si fuera el fondo blanco de la bañera. Cierro con fuerza los ojos, aprieto la mandíbula, intentando que ningún sonido se escape de mi interior. Joder, ¿por qué todo lo malo me tiene que pasar hoy a mí? ¿Es que no podía esperarse a mañana? Un profundo quejido se me escapa, rasgando mi garganta, ya no hay nada que hacer. Me deshago entre llantos y lágrimas. La mampara se abre, entonces mi corazón se detiene durante unos segundos.
Marc se arrodilla, asustado, su expresión es de puro terror, igual que supongo que lo es la mía. Jamás le había visto así, pero ahora mismo tampoco me importa del todo. Pasa uno de sus brazos bajo mis rodillas y el otro por mi cintura, poco a poco va cogiéndome hasta que mi cuerpo deja de tocar la bañera. Dejo caer el albornoz y la laca para poder abrazarle con fuerza, rodeando su cintura con mis piernas y escondiendo mi rostro contra su cuello. No puedo evitar llorar como una cría.
—Tenía tanto miedo… —susurra él contra mi pelo, a la vez que acaricia mi espalda con mucho mimo.
Hace una pausa mientras sigue acariciándome, consolando el llanto que intenta tomar el lugar que le pertenece al silencio.
—Pensaba que te había ocurrido algo y que te perdía —admite.
Siento cada uno de sus pasos, sale del baño y se dirige al salón, hasta que se sienta en el sofá, aún sujetándome contra su pecho. Ahora mismo es en el único lugar en el que puedo sentirme a salvo, bajo sus brazos. Me siento tan confusa, tanto… No sé qué es lo que me daba más miedo, no sé a qué estoy temiendo, si a quedarme sin Kellin o al hecho de que pudiera haberme ocurrido algo. Lloro, sin hacer ningún sonido, pero vaciando toda mi alma de todos esos gritos que estaban atormentándola como si no hubiera un mañana, haciendo que se resquebrajara.
—Ya está, pequeña —mustia—. Yo cuidaré de ti, no dejaré que nada te ocurra, te lo prometo.
Sus palabras son tan sumamente sinceras que hacen que el dolor de mi corazón sea aún mayor. Me siento tan mal, tanto… No sé qué demonios debería de hacer, pero algo que sí sé que es importante que haga es olvidarme de Kellin, no puedo seguir pensando en él.
—Siento haberte asustado.
—No… no pasa nada —consigo decir.
Besa mi coronilla, como si fuera una niña. El dolor y el miedo se ven disipados por la paz que desprende Marc, es tan dulce y bueno que es imposible no sentirse reconfortada entre sus fuertes brazos. Me separo un poco de él, y quedo cegada por esos ojos azules que tanta bondad reflejan. Son tan hermosos que no puedo dejar de mirarlos, en ellos hay pigmentos distintos que hacen que sean muy especiales. Pongo mis manos a ambos lados de su rostro, con cuidado de no meterle el dedo en un ojo, porque con lo patosa que soy sería capaz de hacerlo sin siquiera darme cuenta.
—Lo siento —digo en voz baja.
Hace una mueca sin entender a qué viene esa disculpa, pero solo yo sé a qué me refiero. No debería de estar aprovechándome así de él, pero haré lo imposible por compensar todo aquello que he hecho. Me abrazo a Marc, y le beso el cuello.
—No hagas eso —me ruega en voz baja.
Vuelvo a separarme de él, mirándole. Él vuelve a hacer una mueca, pero poco después esboza una sonrisa en sus labios. Es extraño lo que este hombre es capaz de decir con una simple mirada, es tanto que me embriaga y me obliga a dejar de observarle. Siento cómo mis mejillas se encienden, igual que lo ha hecho su mirada. Mi barriga suena, no he comido nada desde este mediodía, tampoco estaba con ánimos como para hacerlo. Ni siquiera sé qué hora es, pero debe ser tarde, si no Marc no estaría ya en casa.
—¿Quieres comer algo? —pregunta.
—¿Qué hora es?
—Tarde, las once y media.
—¿Y qué haces tú aquí?
Normalmente no suele llegar a casa tan pronto, debe de haber entrado Héctor un poco antes y lo ha reemplazado.
—Me han dejado salir antes —me explica.
—Héctor.
—Ajá —asiente.
—Está bien. —Sonrío.
—Entonces… ¿quieres cenar?
Miro hacia abajo, y luego a él. Asiento un par de veces, tengo bastante hambre, pero estaba tan obcecada en sentir ese dolor feo que Kellin ha creado en mí que ni siquiera estaba pensando en comer.
—He traído algo, por si no habías preparado nada.
—Pues suerte que lo has hecho…
—Bueno, tal vez haya sido un presentimiento, algo de última hora.
Sonrío, adoro cómo se comporta conmigo y el tacto que tiene. Cierra los ojos durante unos segundos… Suspira aliviado, como si se hubiera quitado un gran peso de encima, como si su preocupación fuese una mochila de treinta kilos.
—¿Qué? —pregunto.
Me observa con esa dulce mirada que tiene, no deja de hacerlo, lo que me pone un poco nerviosa, a la vez que me intimida.
—Estaba asustado, cuando he entrado y no te he visto por ninguna parte, no sé… He pensado que algo malo te había ocurrido, por alguna razón he temido por ti.
—Bueno, yo pensaba que estaban entrando a robar y vamos…, que me iban hasta a violar.
—¿Por qué dices eso?
—No sé, es lo primero que he penado nada más escucharte.
Sin venir a cuento y porque me apetece, le doy un beso, fugaz y casi imperceptible, un piquito. Sonríe al igual que lo hago yo.
—¿Quieres cenar ya? —pregunta alegre.
—Por favor.
Se pone en pie, aún conmigo sujeta, por lo que dejo ir un chillido de sorpresa. Marc se ríe, me deja en el suelo y besa mi frente. Le doy un golpe en el brazo, por lo que suelta un quejido más falso que una moneda de tres euros, sí, pero aun así, un quejido.
—¿Qué has traído? —pregunto curiosa.
—Pan de olivas, tomate y cebolla, tallarines con setas y unos tagliatelle Calabrese.
—¡Uff…! ¡Qué hambre!
—Pues venga, ponemos la mesa y a cenar.
—No, cenaremos frente a la televisión, es mejor.
Subo la mesa, ya que es de esas que son plegables. Me encanta porque es mucho más cómoda que una de las que se mantienen bajas. Saco todo lo que hay encima, dejándolo sobre la grande. Echo el mantel sobre la pequeña para que no se manche.
—¿Faltan servilletas? —pregunta.
Asiento a la vez que voy hacia la cocina, falta todo, cojo los cubiertos, vasos, servilletas y una botella de agua fresca. Mientras, Marc se dedica a preparar lo restante, colocándolo en platos tras saltear ligeramente los tallarines y los tagliatelle para que no estén fríos, al igual que pone las barritas de pan sobre la tostadora.
—¿Me lo llevo? —pregunto cuando veo cómo echa los tallarines en un plato.
—Claro. —Sonríe.
Tras cenar tranquilamente, recogemos dejando las cosas sobre la encimera de la cocina, ahora solo tengo ganas de quedarme tirada en el sofá, apoyada sobre su pecho viendo alguna película. Olvidando todo lo ocurrido en el día de hoy. Y eso hacemos, por suerte dan La sirenita en uno de los canales. Nos tapamos con una manta y me recuesto sobre su pecho, como si fuera una almohada, adoro estar así, y con la tranquilidad que emana es imposible no estar perfectamente bien. Acaricia mi espalda, a la vez que su corazón late pausadamente, haciendo que me quede prácticamente dormida.