22

Al llegar la Jubilee dejo el tupper de espaguetis tras la barra, para que nadie lo vea, queda muy feo que esté ahí a la vista de todos los clientes. Voy al cuartillo, para poder dejar la bolsa y la sudadera. Cuando salgo de la cocina veo cómo Ángela se marcha, diciéndole adiós a Nati y a una señora que está sentada junto al gran ventanal por el que entra toda la luz del sol. Me ato el mandil a la cintura, saco mi pequeña libretilla y me acerco a Natalia, le doy un golpecillo en el hombro, nada más girarse una amplia sonrisa se dibuja en su boca.

—¿Tienes hambre? —pregunto.

—Sí. —Alarga la vocal—. ¿Dónde están? —pregunta entornando los ojos, y con cara de loca.

—Detrás de la barra.

Coge el tupper y lo abraza, custodiándolo como si fuera su tesoro, igual que lo haría Gollum, de El señor de los anillos. Seguro que si alguien se le acercara para quitárselo le daría un mordisco de los buenos para que no consiguiera llevárselo.

—Tranquila, pequeña Gollum, esos espaguetis son solo para ti, así que no te preocupes, que nadie te los va a robar.

Dejo ir una sonora carcajada al ver cómo su gesto cambia, no se había percatado de qué cara había puesto al coger el cacharro, por lo que apenas entiende de que hablo. Pobrecilla, debe tener hambre y ya ni la sangre le llega a la cabeza, aunque pocas veces lo hace.

—Ve a comer, anda.

—¿Sabes que te quiero?

—Sí, pero si me lo dices otra vez, no estará de más…, me gusta oírlo.

—Te quiero, hermanita.

Me da un fuerte abrazo, el cual recibo gustosa, es de esos abrazos que unen cuerpo y alma, reparando y revitalizándote, nadie los da como ella. Después de lo que ocurrió la otra noche, Nati no deja de mirar la puerta, le da miedo que aquel hombre que le robó en la calle pueda volver a aparecer, esta vez entrando incluso en la cafetería como el chaval del otro día. Es normal, después de aquello… Pudo haberla violado sin que nadie lo impidiera. Aquello la habría marcado para siempre, podría habérsele creado un trauma y quién sabe si ahora seguiría con Collins. Por suerte, no ocurrió y, aun así, tuvo que ir a ver a Beth en varias ocasiones por culpa de aquellos ataques de ansiedad causados por el miedo. Hasta que se sintió segura, Collins la traía y se la llevaba. Así no habría quien le atacara.

Apenas hay gente en la cafetería, tan solo quedan cuatro personas, por lo que me coloco tras la barra. Natalia se sienta en uno de los taburetes que hay al otro lado. Se frota las manos entre sí, le sirvo un vaso de agua fresca y le paso unos cubiertos.

—¡Qué buena pinta! —exclama.

—Gracias.

Enrolla algunos espaguetis entre el tenedor y la cuchara, se lo lleva a la boca y hace una mueca de alegría. Le encantan. Verla disfrutar de ellos de esta manera me hace sentir muy orgullosa. Por tenerla así siempre le haría tanques de espaguetis a la carbonara.

—Están deliciosos, nena. —Sonríe, con la boca cerrada, eso sí.

—Pensaba que me ibas a sonreír con la boca abierta, ¡qué asco!

—No seas cerda, anda.

Me da un golpe en el hombro y luego ríe, hasta que le da un ataque de tos, al más puro perro viejo. Me río, cuando veo que Laura entra en el Jubilee.

—Dios, ¡cuánto tiempo sin verte!

—No seas exagerada —dice con ese acento tan inglés que tiene y que tanta gracia me hace.

—Bueno, hace ya algo de tiempo. —Sonrío.

Le abrazo con fuerza. Natalia, con la boca llena de espaguetis se pone en pie de un salto de taburete y corre hacia su cuñada. Natalia ha tenido suerte de que Collins tenga una familia tan maravillosa. Laura la adora, igual que lo hacen los padres de él, o la tía, incluso la abuela. Ojalá algún día tenga lo mismo, o algo parecido, sería muy feliz, muchísimo. Ahora toca saber con quién. Laura y Nati vuelven a sentarse en los taburetes, mi hermanita sigue comiendo mientras le sirvo un té rojo a Laura.

—¿Quieres que te prepare un bocadillo o algo?

—No, gracias, querida. —Sonríe y pronuncia con su perfecto inglés.

Remueve el té cuando le echa dos de los azucarillos que le he dejado junto a la taza, tras eso le da un largo sorbo. Deja las cosas sobre otro asiento junto a ella y saca el móvil.

—¿Qué haces aquí entonces?

—He venido a hacer unas gestiones con un cliente y he aprovechado para venir a veros un momentillo —sonríe—, además, así veo cómo lleváis el viaje.

—¿Viaje? ¿Qué viaje?

Le doy un sorbo al agua de Natalia, se me ha quedado la boca seca, ¿de qué viaje está hablando? Laura mira a Natalia, y esta hace una mueca, aún con la boca llena de espaguetis.

—A Cardiff —responde Laura.

Ha dicho Cardiff… Como si fuera un dibujo animado, escupo el agua que aún tenía en la boca, así en plan aspersor, manchando parte de la barra con el líquido y mis babas.

—Te vienes conmigo a gales —sonríe—, ¿no? —pregunta Nat de sopetón.

—No, ¡claro que no! —alzo la voz.

Salgo de tras la barra, y me meto en el cuartillo cabreada como una mona, solo por no montar el lío ahí en medio, delante de todo el mundo. No entiendo a esta muchacha, de verdad.

—¡No te entiendo! —grito al escuchar cómo cierra la puerta tras su espalda—. Primero te enfadas conmigo, me pides que me aleje del hombre que más me ha hecho sentir, de Kellin, que ni siquiera hable con él —prosigo—, y ahora me quieres meter en la boca del lobo como si nada. ¡No puedes pedirme que vaya contigo!

—Kellin no va a hacerte nada, ni lo dirá.

—No voy a ir —me niego en rotundo.

—¿Por qué no?

—¿Tú eres sorda?

Alza los hombros, sabe que tengo razón, no debería ni siquiera pensar en pedirme algo así. Kellin es Kellin, y si no se fía de él en Barcelona, ¿por qué iba a fiarse de él estando en Cardiff? Es su territorio, seguirá siendo el lobo de siempre, o peor.

Antes de salir del Jubilee aparece Alex, tan alegre como siempre, con esa maravillosa sonrisa que tiene. Se apoya en la barra y me mira.

—¿Qué haces tú aquí? —pregunto.

—He venido a proponerte algo.

—¿El qué? —pregunto desganada.

No tengo ganas de mucho, pero no sé qué hace este chaval conmigo, que sería capaz de animarme a hacer cualquier cosa. Sonríe de nuevo, pero esta vez de forma algo malvada, lo que me hace sospechar.

—A ver —digo en voz baja.

—Uy, ¿quién es este? —pregunta Natalia apareciendo desde la cocina.

—Nat, te presento a Tyree.

Nati lo mira de pies a cabeza y, antes de que le vaya a mirar, abre los ojos como dos platos.

—Encantado de conocerte. —Le da dos besos.

—Lo mismo digo, guapetón. —Sonríe—. ¿Y de dónde has salido?

—Bailamos juntos.

—¿Cómo? —pregunta estupefacta.

No aparta la mirada de mí, como diciendo: «¡No veas!». Lo más seguro es que luego me soltará: «No sabía yo que estuvieras refregándote con un hombretón como este».

—He empezado a ir a unas sesiones de baile, y Alex es uno de mis compañeros.

—Ajá…, bueno, yo voy a seguir haciendo cosas por aquí.

—Sí, mejor —le digo por lo bajini—. ¿Entonces?

—Van a cenar con los chicos y conmigo.

—¿Con los chicos?

—Los de baile, hemos estado hablando y mira… Te vienes, ¿verdad?

—Bueno…

Y aquí estoy, después de un par de mojitos, tres chupitos de Jäger, y una cena para gordacos, solo intento atinar con la llave en la cerradura de la portería. Me he quedado sin batería del móvil poco después de salir de la cafetería y no tengo ni idea de si Marc ha vuelto a casa, así que no puede abrirme. «Claro, tonta, si no está no te abre, si estuviera te abriría», me autodigo. ¡Qué mal ha sonado eso! Pero, la verdad es que tampoco me importaría que lo hiciera.

Consigo abrir la puerta, entro en el ascensor y vaya cara tengo, espero que Marc no esté porque entre las ganas que tengo de…, que me abra. Aunque con las pintas que llevo no sé si voy a gustarle mucho. Cojo aire, no puedo beber, luego me pasa siempre lo mismo. Abro la puerta de casa, no está echada la llave, por lo que me supongo que él está dentro. Cierro con cuidado, apenas hay luz. Dejo el bolso en la entrada, y cuando paso al salón, ahí está él, dormido en el sofá, con una mueca de tristeza. El salón está lleno de velas, en el suelo quedan restos de pétalos de rosa, me asomo a la cocina y veo una fuente de cristal. Sobre la mesilla, frente al sofá, hay una botella de vino, con dos copas, una de ellas usada, la suya. Suspiro, pobrecito. Ha preparado una noche especial y no he estado aquí para disfrutarla a su lado.

Me siento en el suelo, sobre la alfombra. Paso una de mis manos por su pelo, con cuidado y mimo. Le beso en la mejilla, tras eso en los labios, con ternura. Sus ojos se abren poco a poco, parpadea varias veces, sonríe y se da la vuelta, poniéndose boca arriba.

—Hola. —Sonríe.

—Te has quedado dormido —digo sonriendo.

—Sí… —contesta algo confuso.

Le beso de nuevo en la boca hasta que se sienta en el sofá de frente. Me muero de ganas de tenerle, tengo demasiadas ganas de él. Me siento a su lado, pasando las piernas por encima de las suyas y apoyo mi cabeza sobre su hombro.

—¿Dónde has estado? —pregunta por curiosidad.

—He ido a cenar con los de baile y me he quedado sin batería.

—Te he estado llamando… He salido antes del trabajo y había pensado en prepararte algo.

Me siento encima de su regazo, paso mis manos por detrás de su cuello, lo acaricio y fijo mis ojos en los suyos. Le beso la mejilla.

—Lo siento…

—No pasa nada, nena. —Sonríe triste.

—Te compensaré.

Mira hacia abajo, entonces, con el dedo índice alzo su rostro. Ahora es él quien se lanza, y me besa con ganas. Sonrío contra su boca, me muerdo el labio inferior. Puedo ver la lujuria y el deseo en sus ojos, hasta que niega con la cabeza.

—Es mejor que no…

—¿Por qué no?

—Hueles a alcohol, pequeña, no quiero aprovecharme.

—Pues me aprovecharé yo.

Capaz soy de hacerlo, pero ahora mismo tengo muy pero que muy claro que Marc no va a rechazarme así como así. No le dejaré. No me gusta que me digan que no, y menos en estas… circunstancias.

—Solo ha sido un poquito —me justifico—, dos mojitos de fresa un poco cargados.

Beso su cuello con delicadeza, con toda la sensualidad que mi cuerpo puede permitirse expresar en chándal y estando en un momento así. Marc deja ir un grave gemido que hace que me encienda aún más de lo que ya estoy. Le doy un leve mordisco, y escucho cómo sonríe. Al separarme de ese apetecible cuello que tiene, empieza a besarme como una auténtica fiera. Su pantalón tejano cada vez se nota más justo y abultado, lo que me hace sentir muy orgullosa. ¿Debería estarlo? Ya lo creo que sí, tener a un hombre como él así es una verdadera delicia.

—Ya sabes lo que me pasa con el alcohol, ¿no?

Marc niega con la cabeza, aunque algo me dice que intuye a qué me refiero perfectamente.

—¿No? —Niega de nuevo, respondiendo a mi pregunta—. ¿No lo sabes? —Sonrío pícara—. Ya lo verás —le susurro al oído.

Puedo notar todo su vello erizarse ante el contacto de mi piel y lo que le he dicho. Me encanta provocarlo así. Paseo mis manos por su pelo, le beso con ansia, tengo ganas de que sea mío, solo mío. Por lo menos ahora. Cuela una de sus manos por dentro de la tela del chándal, para ser él quien me acaricie.

—Aprovéchate de mí —le digo en voz baja, sonriente y perdida en sus manos.

Me siento a horcajadas encima de sus piernas, paso mis manos por su pelo, y me muerdo el labio inferior. Sonríe, me mira pícaro durante unos minutos, pero poco después saca el seductor que lleva dentro. Pasea sus manos por mis piernas, acariciándolas, subiendo por mi vientre, hasta que llega a mis pechos desnudos. Porque sí, lo único bueno de no tener dos melones y tener dos mandarinas, es que puedo ir sin nada y estar cómoda.

Siento como mi cabeza se va hacia atrás en el instante en el que él se deshace de la camiseta y lame mis pezones, endureciéndolos, haciendo que pequeñas oleadas de placer tomen el control. Los mordisquea y tira ligeramente de ellos, provocando que todo sea aún mayor. Sin pensárselo dos veces y sujetándome con fuerza, se pone en pie y me lleva a su cama, dejándome tumbada por completo. Me observa desde las alturas, deleitándose con lo que ve. Le guiño un ojo y con el dedo índice le digo que venga a por mí, sin apartar los ojos de él, desafiándole a cada segundo que pasa. Se arrodilla encima del colchón, me quita las zapatillas, y hace lo mismo con mi pantalón, arrastrando con él incluso las braguitas. Pasea sus manos por mis piernas, con delicadeza, hasta que encaja su cintura con la mía, por lo que me apoyo sobre mis codos para poder desabrochar el cinturón y sus vaqueros. Imito lo que ha hecho, quitándole la ropa interior, con su ayuda, ya que ahora mismo no estoy como para hacerlo sola, dejándolo todo tirado en el suelo.

Acaricia mi sexo, a la vez que se inclina para poder besarme, es tan dulce y tierno que hace que mis ojos se llenen de lágrimas. Lamento tanto haberle hecho daño… Pero, ahora no es momento de pensar en ello, ya habrá tiempo de hablar. Apoya su cintura sobre la mía, haciendo que su miembro me roce, estimulándolo. Una terrible calor se hace conmigo, mi monte de Venus arde en deseos de tenerle dentro, de sentir cada uno de sus centímetros en mi interior.

—Eres tan deliciosa, Lucía… —susurra contra mi boca.

Poco a poco se adentra en mí, haciendo que un escalofrío me recorra. Se va abriendo paso, con una tranquilidad pasmosa, que cada vez me impacienta más y más. Me besa, con ansia, hasta que con la mirada le pido que vaya más deprisa, y eso hace.

—Tus deseos son órdenes para mí, pequeña.

No deja de moverse, esta vez con algo más de rapidez, pero aun así sigue siendo bastante plácido. Mis ganas de más van aumentando a pasos agigantados, por lo que tomo el control de la situación, haciendo que dé media vuelta y acabe tumbado en la cama. Me coloco sobre su cintura, haciendo que su miembro entre por completo, hasta que ambos dejamos ir un profundo gemido. Le beso desenfrenadamente, perdida en cada una de las caricias que me da.