21

Dos días después…

«¿Estás preparada?», me autopregunto en el espejo, toca volver al Jubilee, a las sesiones de baile y a todo aquello que ahora mismo me cuesta, que aquel chaval entrara en la cafetería tan fácilmente me hizo pensar todo el día de ayer. Tuve que estar casi toda la mañana en la comisaría, junto a Ángela. Por suerte estábamos las dos en el Jubilee, sino… Podría haberme hecho cualquier cosa, haberse llevado todo el dinero, o haberme herido con aquella navaja. Suspiro, me cuelgo la mochila del hombro derecho, acabo de ajustarme los patines, y miro el salón, creo que no me dejo nada que sea importante, por lo menos para utilizarlo durante la mañana.

Salgo de casa, tranquilamente, apenas hay gente, son las diez de la mañana, y la clase debe de estar a punto de empezar, por suerte, solo tengo que cruzar una calle, y bajar junto al río. En menos de cinco minutos habré llegado a El Casal, cuando voy a cruzar el paso de cebra, le veo… Mi corazón se acelera sobremanera, tanto que creo que me va a dar algo. No sé qué es lo que hace este hombre conmigo, pero, aun en la distancia, es capaz de controlar lo que siento sin ni siquiera tener que mirarme, está ahí, algo en mí se quiebra. ¿Qué hace él aquí? Abro los ojos como platos, quiero ir tras él, perseguirle, saber si realmente se marchó por lo que le dije. ¿Debería hacerlo? Quien sabe, pero eso es lo que hago. Voy tras Kellin, sin importarme nada más, solo quiero hablar con él, aunque lo mejor sería alejarme y dejar que la vida pasase como si él nunca hubiera existido. Hago que las ruedas de mis patines rueden cada vez más rápido, tanto incluso que tengo que ir esquivando a la poca gente que hay en la calle.

—Kellin —grito.

No se da la vuelta, ni siquiera se detiene, lo que me molesta terriblemente. ¿En serio va a ignorarme de esta manera? No voy a dejar que se vaya así como así. Voy hacia donde se encuentra, tan veloz como puedo.

—Kellin —repito—. Detente, por favor.

Le agarro por el brazo, entonces se da la vuelta, y todo aquello que me recordaba a Kellin se esfuma, este hombre no es él. Me siento ridícula, no sé cómo he podido confundir a alguien tan distinto con ese galesucho… Yo… ¡Joder! Soy patética. Ni siquiera se parecen, pero, por un momento, he estado segura de que él era Kellin.

—Lo siento…

—Deberías ir con más cuidado, niña —espeta entre dientes.

Estaba tan segura de que era él que no hubiera imaginado que me estaba equivocando de esta manera. Todo lo que había sentido antes de perseguirle se deshace, desvaneciéndose como si nada.

Voy hacia El Casal, y nada más llegar me topo con Alex, quien sale de este algo nervioso. Lo que nos pilla a ambos desprevenidos haciendo que choquemos. Caigo de culo, con los patines incluidos. Normal, después de la colisión con un armario empotrado/empotrador como él es, imposible no caer, para no hacerlo hay que ser Hulk u otro armario.

—¿Estás bien?

—Bueno… —Me paso la mano por el cogote, me he pegado un buen golpe.

—Deja que te ayude.

—Es lo mínimo que puedes hacer, Tyree. —Sonrío.

Sonríe también, si es que de verdad, este muchacho hace que se me alegre el día. Es de esas personas que son capaces de contagiar lo que ellos sienten al resto, y eso me encanta.

—De verdad, Lucy, ¿estás bien?

—Sí, tranquilo.

Me quita la bolsa, para que no tenga que llevarla colgada, y me ayuda a bajar las escaleras con mucho cuidado por las que se entra en El Casal. Así no volveré a caerme, aunque por norma general suelo bajarlas yo sola. Nos dirigimos hacia la sala donde solemos hacer las clases, ya está prácticamente llena, debería de haber llegado antes, pero entre la persecución del falso Kellin, y la caída de culo, ha sido imposible.

—Hombre, aquí llega —dice Elisabeth—. ¿Te habías perdido? —pregunta pareciendo algo arrogante.

Elisabeth parece haberse levantado con el pie izquierdo, si no, no entiendo el porqué de su tono. Hago una mueca, Alex deja mi bolsa en uno de los bancos que hay al inicio de la sala. Me siento en él, me quito los patines y me pongo las zapatillas.

—No, no me he perdido, pero me han arrollado —contesto, algo seca.

—No veas, la gata —murmura Alex.

—Oh, cállate. —Le golpeo en el hombro.

Elisabeth crea un rondo, nos hace separarnos en dos grupos. No dejamos de movernos cuando la música empieza a sonar, es el grupo 112 quien nos acompaña con su canción «Anywhere». Me gusta mucho la música que escoge la profesora o, mejor dicho, la guía, porque realmente poco enseña, somos un grupo de gente que quiere un sitio en el que poder bailar sin que nadie le mire raro. Pero, aquí alguien tiene que poner orden, y para eso está ella, una responsable que dé su nombre para coger la sala, y para que podamos estar aquí.

Cuando «Anywhere» termina, 112 da paso a DJ Khaled, con su «All I do is win». Es tanto lo que me muevo que pronto tengo que parar, un pequeño ataque de tos hace que tenga que sentarme durante unos minutos en uno de los bancos. Veo cómo Alex se mueve, y es algo tan sumamente delicioso que me es imposible dejar de mirarle. No sé por qué, pero me resulta demasiado sexy verle bailar. Me pasaría el día entero. Me lanza una mirada llena de perversión, y luego sonríe.

—¿Vienes?

Se acerca a donde me encuentro, me tiende la mano para que me vuelva a levantar, y tira de mí poco a poco hasta que quedo prácticamente abrazada a él. Alzo la mirada, encontrándome con la suya, me da un beso en la frente y se separa de mí. Cuando llevamos un buen rato de clase, me acerco a Elisabeth, y le pido al oído que me deje el mando, quiero jugar con él.

—Haceos a un lado —dice Elisabeth.

Cojo el mando que me ha dejado, y cambio de canción, poniendo la del primer día, la que bailó Tyree el otro día, «Pony». «¿Preparado? No lo creo que lo esté», me digo a mi misma. Sonrío con malicia al mirarle. No sabe qué es lo que está a punto de suceder, y eso es lo más divertido. Nada más empezar, hago que se siente en una silla, igual que lo hizo él conmigo. Imito cada uno de sus gestos, aquellos que pretendía, y fueron, sexys, pero que en mí parecen algo más ridículos. Me río, no puedo evitarlo. Alex se ríe conmigo, negando con la cabeza. Todo el mundo nos mira, no dejan de reír y aplaudir. Todos conocen los pasos de Alex, saben que ese baile es suyo, nadie más se mueve como él, es su canción, su todo…

Solo que ahora quien la baila soy yo. Me siento encima de él, agarro sus manos y las coloco en mi cintura. Hago que estas se muevan por todo mi cuerpo, incluyendo las piernas, no dejo de moverme sobre Tyree, hasta que siento cómo un terrible calor empieza a salir, lo que hace que mis mejillas se enciendan. No dejo de bailar, no me detengo hasta que la canción se acaba. Tras eso y sin decir nada más, me pongo en pie, me aparto de él, y le doy las gracias a Elisabeth.

Se acabó por hoy el baile. Cuando cojo mis cosas para marcharme, Alex viene a por mí, no me deja salir de la sala, ya que me intercepta antes, como si no fuera más que una pelota de béisbol.

—Oye, yo… —dice en voz baja—. Lo siento.

—¿El qué?

—Bueno, ya sabes —murmura bajando la vista hasta su abultado paquete.

Me río, en realidad, no me ha molestado que eso ocurriera, no pasa nada.

—No te preocupes, Tyree. —Intento aguantarme la risa—. Si yo fuese un tío y hubiera tenido a una chica bailándome así, también me habría puesto cachondo —digo sin más.

—No estoy…

—No te preocupes, en serio, es algo natural.

Le doy un beso en la mejilla, y poco después salgo de la sala. Aún tengo cosas que hacer antes de marcharme, por suerte esta vez no he acabado tan sucia como la clase anterior. Escucho que Alex viene detrás de mí, con paso rápido.

—No quiero que pienses que me quiero acostar contigo, lo que ha pasado es que… —Se pone nervioso, lo que me hace gracia—. A ver, que no es que no quiera tampoco, pero quiero decir que…

—Tranquilo —digo alargando la primera vocal—. Te entiendo —resumo—. Que te hayas puesto así, no significa que quieras llevarme a la cama.

—Eso.

—Está claro.

—Aunque, bueno…, tampoco me importaría.

Sin decir nada, me doy media vuelta, con los mofletes rojos como tomates, y me voy, será mejor no seguir hablando sobre eso. Solo me faltaba ahora otro maromo por ahí rondando, como si no tuviera yo ya suficiente… Suspiro, es hora de volver al trabajo, y centrarse en eso.

Cuando llego a casa ya son las dos y media, voy a tener que engullir los espaguetis que he preparado esta mañana con salsa carbonara, me encantan así, por lo que he hecho un buen plato, para una persona normal debería hasta sobrar, pero tengo un hambre. Cojo el móvil, abro el WhatsApp, y enciendo el fuego para calentarlos un poco. Le envío un mensaje a Natalia, hoy nos tocará trabajar toda la tarde juntas. Nada más llegar le diré que vaya a descansar y a por algo de comer, lleva todo el día en la cafetería, debe de estar cansada.

Lucía:

¿Cómo va?

Contesta poco después.

Natalia:

Cansada

Lucía

¿Qué tal unos espaguetis a la carbonara?

Antes de decir nada envía varios emoticonos de la cara sorprendida, estoy segura de que si le llevo unos pocos se volverá loca, no sé si le gustan más a ella o a mí, y eso que soy yo quien los cocina. Me escribe segundos después.

Natalia:

Sí, tráete, porfi.

Lucía:

Te los llevo.

Echo algo más de la mitad de espaguetis en un bol negro, y mientras voy enrollando algunos en un tenedor para comérmelos. Pongo una olla al fuego, para hervir más pasta y así poder llevarle a Nati, por suerte hay tantísima salsa que podría llenar tres platos como el mío y tal vez aún sobraría. Mi móvil suena, la pantalla se ilumina, un mensaje de Marc aparece y poco después otro de Natalia, parece que se hayan puesto de acuerdo para escribirme los dos a la vez. Me pregunta tan adorable como siempre.

Marc:

¿Cómo va tú día, pequeña?

Lucía:

Bien, todo bien, cansada…

Y ahora al Jubilee.

No lee el mensaje, por lo que seguramente se haya escaqueado del trabajo cinco microsegundos para poder escribirme y luego volver a seguir. Últimamente tienen mucha gente, suelen ir en grupo. Seguro que es porque se acercan las navidades y muchas empresas empiezan a hacer las cenas o comidas navideñas.

Natalia:

Si me traes espaguetis seré la persona que

más te quiera sobre la faz de la Tierra, ¿lo sabes?

Lucía:

Ya lo eres, seguro.

Natalia:

Seguro que sí.

Seguido de su mensaje, pone algunos emoticonos mandándome unos cuantos besos. No sé qué haría sin ella, es el mayor apoyo que jamás he tenido en la vida, sin ella no habría vivido muchísimas cosas. Jamás podré agradecerle del todo el millón de cosas que ha hecho por mí y lo mucho que me ha querido y cuidado durante todos estos años. Mis ojos se inundan de lágrimas. Cojo aire, intentando a calmarme, será mejor que me deje de tonterías y siga comiendo, o cuando llegue al Jubilee, en vez de que Natalia me abrace por los espaguetis me dará un buen golpe por llegar tarde.