18
La noche llega, Marc ya se ha ido al restaurante. Bueno, en realidad se fue pasadas las cinco y media, debía de estar a las seis, y a pesar de que estamos a menos de cinco minutos a él siempre le gusta llegar con tiempo para poder empanarse si quiere y mirar las musarañas mientras se cambia. Preparo algo de cena, nada trabajado, masa de pizza ya preparada de Casa Tarradellas, y le pongo todo lo que tengo en la nevera, menos cosas que no peguen, tampoco estoy tan loca como para echarle piña. Hacía mucho que no preparaba una, al estar Marc en el restaurante apenas puedo, ya que siempre acaba trayéndolas él. Esta vez hago un par, con una sola no tendríamos, entre lo que como yo y lo que come ella… Además, que si sobra algo bueno será, así lo tenemos para desayunar, o por lo menos yo, que si ella no quiere su parte ya me la quedo, y si hace falta hasta como lo mismo mañana.
Sin llamar al timbre ni a la puerta, esta se abre y veo que Nati aparece tras ella. Trae una botella de vodka negro y una de lima, lo que me hace pensar que esta va a ser una noche con algo de desmadre. Abro una bolsa de patatas, la dejo encima de la mesilla, y coloco unos cuantos vasos sobre ella. Antes de que pueda decir nada, se abraza a mí y se echa a llorar como una niña pequeña, sin ni siquiera dejar las botellas.
—No llores, nena —le digo en voz baja.
—Te echaba de menos —murmura entre mocos y lágrimas.
La miro, no me gusta verla así, se me cae el alma a los pies, me duele casi más que el hecho de sentir yo el dolor, y necesito verla bien. Si hay algo en esta vida que pueda hacerme doblegar es el hecho de que le hagan daño a mi Natalia, mi hermana, mi alma gemela.
—Vas a convertirte en un gran moco como sigas así.
Empieza a reír como una loca, y tras eso se separa de mí, con una amplia sonrisa que le llega de oreja a oreja, lo que me hace sentir terriblemente bien.
—¿Qué has preparado? —pregunta frotándose las manos.
—Qué morro tienes… Ya ni lloras ni nada.
—Hombre, es que tengo hambre. —Se sorbe los mocos.
Niego con la cabeza a la vez que le quito las botellas y las meto en la nevera, será mejor que estén fresquitas, así estará todo más bueno.
—Pizza.
—¿Una?
—No, tranquila, monstruo de las pizzas, he hecho una para cada una, no quiero quedarme sin nada.
—Habló… Como que tú no comes, gorda —dice riendo.
—Poco.
—Ya, ya. —Niega con la cabeza como acabo de hacerlo yo.
Nos sentamos en el sofá, tranquilamente, con unas patatas que también traía ella escondidas en el bolso. Básicamente para que no les echara el ojo y las acabara abriendo antes de tiempo y comiéndomelas, que es lo que seguramente habría pasado. Las pizzas se van haciendo y la ansias de mi amiga no deja de pedirme que abramos la bebida.
—Bueno, venga, ve a por ella y así miras cómo va la cena.
Se pone en pie igual que si fuera un resorte, de un solo salto y con esa sonrisa maliciosa que solo ella puede tener.
—¡Pues cómo van a estar! ¡Churruscadas!
—¿Qué dices?
Salgo corriendo hacia la cocina, casi me caigo por culpa de la zapatilla de Nati y me como toda la mesa… Madre mía, suerte que no me he quedado sin dientes, sino habría parecido un chino hablando sin la «r». Paso junto a nuestra barra americana, y veo cómo Natalia empieza a reírse igual que una loca.
—¿De qué te ríes?
—Qué rápido has venido.
—Capulla… —digo entre dientes.
De lo mucho que se ríe empieza a llorar, pasa a su fase de que le falta el aire y poco después cae al suelo, pataleando con pies y manos como si le estuvieran dando espasmos. Madre mía, no es más exagerada porque no, entonces ya sí que le estaría dando algo pero en serio.
—Venga, levanta el culo.
Hace lo que le digo, levanta el culo, pero el resto del cuerpo no. Si es que hay veces que es ella más cría que yo. Aunque, cuando nos juntamos las dos, somos el peligro personificado, ni siquiera Satán se atrevería a venir a decirnos nada. Bueno, si fuera Lucifer, el de la serie de televisión estaría invitadísimo, porque no veas cómo está el amigo… Yo le pedía unos cuantos favores.
—Vamossss… —le insisto.
Después de unas copas y de zamparnos casi una pizza entera cada una y una bolsa de patatas, voy a por una buena tarrina de helado para compartir de nueces de macadamia con caramelo y chocolate.
—¡Madre mía, qué pintaza tiene! Tú lo que quieres es cebarme —murmura Nati tocándose la barriga.
—Pues claro, ¿quién te crees que soy?
Natalia le da otro sorbo al vodka, ya verás tú como la vea así Collins, tendrá que venir a buscarla, o será ella quien tenga que quedarse aquí a dormir la mona, porque no veas cómo va la amiga.
—No sé cómo te puede gustar ese —dice en voz baja cuando me siento a su lado.
Al final hemos acabado sentadas en el suelo sobre la alfombra y los cojines para que no se nos quede el culo frío.
—Yo tampoco, Nat, de verdad.
—Debes alejarte.
Tiene razón, tengo que alejarme de él, hasta yo misma me he dado cuenta de ello, y pienso ponerlo en práctica, ya no solo por mí, ni por Nati sino por Marc, tampoco merece que le hagan daño. Tengo que saber qué es lo que quiero, y decidir.
—Pero bueno, ahora ya se ha ido.
—Sip —se queda mirando el vaso como hipnotizada.
—¿No dijo nada?
—No, simplemente cogió sus cosas, le dijo a Collins que ya hablarían, y poco después se marchó sin más.
Su respuesta es como una puñalada, me duele igual que si me hubieran herido, pero ¿qué esperaba? ¿Que fuese a dejar un mensaje para mí? Ni que ellos fuera un contestador. ¿Cómo iba a decir nada? Amargas lágrimas se agolpan en mis ojos, pero por mí y por mi orgullo no dejaré que escapen.
—Que se vaya… Ya se puede ir y no volver, porque no quiero saber nada más de él —murmuro entre dientes, enfadada—. Y como vuelva se va a enterar, porque de la patada en los huevos que le voy a dar lo voy a mandar a Cardiff de golpe. Así que más le vale no volver, o no tendrá descendencia.
—Bien dicho, hermanita.
Se pone en pie, busca dos vasos de chupito, y los trae junto a una botella de ron que teníamos por ahí guardada. Sirve un poco en ambos, cogemos los vasos y brindamos.
—Ya puede irse a la mierda.
—Sí —sentencia Natalia.
«Un gran pirata soy, brindad compañeros yo-ho», canturreamos al unísono.