32
Kellin
Ni siquiera sé qué hago aquí, pero algo no va bien. Dios…, debería de haber apartado a Candy cuando todavía estaba a tiempo. Al final del callejón veo cómo un hombre amenaza a una chica. Pero no es una chica cualquiera, es… es Lucía. Corro en su dirección y, sin esperarlo ni un segundo, golpeo al hombre con rabia, haciendo que caiga al suelo.
—¡Serás hijo de la gran puta! —gruño entre dientes.
Le agarro por el cuello, asfixiándolo, hasta que se queda casi inconsciente. Miro a Lucía, quien parece una niña asustada, no deja de temblar, y sus mejillas están bañadas en lágrimas. Algo en mí muere en este preciso instante, verla así me derrota, ningún golpe podría ser tan fuerte ni causar tanto daño.
—Lu… —digo en voz baja.
Me pongo en pie, pero no sin atar al hombre con la bufanda que llevaba colgada del cuello y tirar el arma que sujetaba bien lejos, al otro lado del muro. La miro, sintiéndome destrozado. Parece que el malestar no le dura mucho al hombre, ya que poco después le veo reptar y acaba poniéndose en pie para salir corriendo como la sucia rata que es.
—Joder…, Lu…
Me quito mi chaqueta, y se la pongo, pero rápidamente la tira al suelo. Me mira con asco y rabia, como nunca antes lo había hecho. Supongo que me lo merezco. De un manotazo me gira la cara, y no puedo hacer otra cosa que aguantar y callarme, porque todo esto ha sido por mi culpa.
—No esperes que te dé las gracias —murmura.
Se viste con su ropa, se pone la sudadera y la capucha. Se marcha, cojeando, y sin decir nada más. Permanezco en silencio, ni siquiera sé que debería decirle, tal vez es mejor que me quede callado y deje de cagarla, parece que es lo único que soy capaz de hacer en estos momentos. Lucía sigue caminando, aunque por poco tiempo, ya que cae de rodillas, quedándose agazapada y sin moverse. Corro hacia ella, en el momento en el que empieza a llover, aprieto la mandíbula, ¿por qué no se mueve? No puede ser… Mi corazón se acelera al ver que ni siquiera alza la cabeza, los nervios empiezan a tomar el control de mi cuerpo y no puedo hacer nada más que arrodillarme a su lado. ¡Joder! Apoyo su cabeza contra mi pecho y la sujeto entre mis brazos, creo que está inconsciente. Mierda… ¿Qué le habrá hecho ese desgraciado? Miro hacia atrás, pero ya ni siquiera está. No puedo dejarla aquí, ni meterla en casa de John como si nada.
Media hora después, Lucía descansa en mi cama como un ángel que duerme entre las nubes. Por alguna extraña razón esta pequeña criatura hace que mi corazón se ablande, mi cuerpo sienta su ausencia e incluso que mis manos me rueguen volver a tocarla. No puedo dejar de observar ese delicado rostro aún manchado de arena. Parece en calma, una paz absoluta se ha hecho con el control tras el horror de lo ocurrido. Miro el reloj, no son ni las cinco de la mañana, ¿qué demonios hacia fuera? No entiendo nada. Me dejo caer en el sofá, para no despertarla, y no puedo dejar de pensar en por qué estaba en la calle, cómo ha podido atacarle ese hombre, ni siquiera sé si debería haberla traído aquí. Pero, es lo que mi interior me pedía.
Joder… ¡Maldita Candy! ¿Por qué cojones ha tenido que hacer eso delante de todo el mundo? ¡Está más que hablado! No quiero saber nada de ella, tan solo es una camarera del bar al que voy, pero no hay nada personal. Cuatro polvos poco aprovechados, pero nada más. Lucía debería haber visto lo que ocurrió después… Aunque si hubiera sido ella yo tampoco esperaría a saber nada más, en realidad habría matado al otro tío con mis propias manos, disfrutando mientras lo ahogaba y viendo cómo sufre.
No sé cuánto rato ha pasado, pero me he quedado medio dormido en el sofá un par de horas mínimo, ya que la luz del sol ya empieza a colarse tras los estores del salón. Voy al baño, y me miro en el espejo, Natalia me ha dado un buen golpe. Me ha dejado un moratón, jamás pensé que pudiese darme tan fuerte, parecía estar ida, aunque supongo que yo habría hecho lo mismo. Me deshago de la ropa, necesito despejarme un poco. Cuando ya estoy dentro de la ducha escucho cómo Lucía se levanta de la cama y anda confusa por la habitación.
—¿Kellin? —escucho que dice en voz baja.
Me anudo una toalla a la cintura, y salgo del baño para ver qué es lo que necesita. Nada más hacerlo me la encuentro tan solo vestida con la camiseta que le he puesto para quitarle la ropa mojada que llevaba antes, y que se ha quedado toda sucia y embarrada. No puedo apartar la vista de ella, aun siendo tan sencilla y natural hace que todos mis instintos estén en alerta, que mi cuerpo ruegue y clame por el suyo, y mi boca arda en deseos de cubrir la suya hasta que nos falte el aire. Pero ahora no es el momento, a no ser que sea ella quien lo quiera así.
—¿Cómo te encuentras?
No responde, simplemente se acerca a mí observándome, parece una leona preparada para atacar a su presa. Y por primera vez me siento cazado, sin ser yo el depredador. No deja de devorarme con la mirada, lo que hace que mi fiera interior ruja por salir. Pero ahora no es su momento, es el de ella. Tomo una de sus manos, y tiro de ella hacia el interior del baño.
—Deja que cuide de ti.
Sigue sin decir nada, permanece callada, simplemente espera a que la guie. Me deshago de la camiseta que la cubre, cuando voy a quitarle las braguitas para que entre en la bañera noto cómo sus delicados dedos se cuelan bajo la toalla hasta hacer que caiga al suelo y se arremoline a mis pies. Hago que entre en la bañera, y luego imito su gesto. Enciendo el agua y recorro su cuerpo de pies a cabeza, empapando su cabello, acariciando su piel con cuidado. Cojo un poco de jabón y empiezo a limpiarla, primero por los hombros, el vientre, las piernas, y cuando quiero darme cuenta, una de sus manos dirige a las mías hacia su monte de Venus. Puedo ver cómo me observa de reojo, mordiéndose el labio inferior. Me cuelo entre sus piernas, mis manos se mueven por voluntad propia o, mejor dicho, a su voluntad, porque ha sido Lucía quien ha querido que ellas estuvieran allí. Le doy la vuelta, quiero que me observe bien igual que yo con ella.
—¿Estás segura?
Asiente dos veces, completamente segura de lo que va a ocurrir. Se pone de puntillas, coloca una de sus manos tras mi nuca y me besa con una pasión desmedida, que hace que todo mi cuerpo reaccione bruscamente ante su contacto. Mi miembro se alza, pidiéndole atención, rogándome que entre en ella y le haga sentir cuánto lamento que haya visto lo ocurrido, o mucho peor…; que haya creído que entre Candy y yo podía haber algo en ese momento.
Me besa con más ansia, acaricia mi erección de arriba abajo, haciendo que mi respiración se acelere hasta tal punto que me falta el aire. Se arrodilla ante mí, cosa que me hace perder la cordura por un momento, pero antes de que se lo pueda meter en la boca me echo hacia atrás, quiero ser yo quien rinda culto a su hermoso cuerpo, tan pequeño y delicado, desnudo y liso por completo, es el más bello que he visto jamás. La ayudo a ponerse en pie de nuevo, mimo sus senos, los lamo y acaricio, y mediante un reguero de besos llego a su sexo. El cual está tan húmedo y receptivo como siempre, o incluso más, lo que me vuelve loco. Adentro uno de mis dedos en ella, escucho cómo deja ir algunos gemidos disimulados entre suspiros, sus mejillas se encienden y no puedo hacer otra cosa que sonreír. Lamo y jugueteo con su pequeño botón, provocando que los gemidos aumenten, igual que su humedad por segundos.
—Fóllame, Kellin. —Dice mediante un gruñido, al notar cómo sigo torturándole.
—Tus deseos son órdenes para mí, Lu.
Caigo rendido a sus pies, y hago lo que tanto desea, la sujeto por la cintura, con fuerza, y la obligo a rodearme la cintura con los pies, haciendo que quede completamente abierta para mí. Tengo tantas ganas de sentir que todo su cuerpo me abraza que no puedo evitar entrar en ella de una sola estocada, haciendo que tiemble y se sofoque, aún más. La sujeto con fuerza contra la pared de la ducha, sin dejar de moverme, sintiendo cómo mi pene entra y sale de ella sin ninguna dificultad, disfrutando de su estrecho pasillo, del gusto que me produce llenarla por completo. No deja de gemir, se queja por el placer que siente. Sonrío al acercarme a su boca y capturar sus deliciosos jadeos que provocan que mis ganas de hacerla estallar aumenten y suban hasta las nubes. Noto que sus turgentes y pequeños pechos se yerguen excitados al rozarse contra mi pecho. Le muerdo el cuello y, deja ir un profundo gemido que me vuelve más loco aún.
—Joder, Lucía… —gruño.
La dejo de pie sobre el suelo y, antes de que pueda girarla para seguir deleitándome con el placer que le hago sentir, me besa con una lujuria peligrosa que saca el lado más salvaje que hay en mí. Muerdo su labio inferior, la tomo por la cintura y la giro, haciendo que apoye sus manos en la pared. Entro en ella sin pensarlo, la aguanto con fuerza y no dejo de bombear una y otra vez.
—Kellin…, Ke… Kellin —susurra en voz baja.
Puedo ver cómo me mira de lado, cómo sus mejillas se han enrojecido, y sus ojos se han llenado de lágrimas. Me acerco a ella a la vez que cuelo uno de mis dedos entre sus pliegues haciendo que todo su vello se erice y las piernas le flojeen.
—¿Qué te pasa, nena?
Deja ir un gruñido al notar que la embisto, inundo todo su interior y lo hago mío por completo. Me encanta sentir cómo tiembla con cada una de mis acometidas. Cómo su delicioso y delicado cuerpo desea al mío como nadie lo había hecho nunca. Es cierto que he estado con muchas mujeres las cuales se han entregado a mí sin pensarlo, sin decir que no a nada. Pero, no era eso lo que yo buscaba… Yo la buscaba a ella, y todo mi ser lo sabe.
—Vas a partirme en dos. —Gime.
—En un millón si lo deseas.
Se queda callada, pero no puede evitar jadear igual que si el aire le faltara.
—¿Qué, nena? —digo deteniéndome.
—¡Que no pares!
Vuelvo a moverme a la vez que acaricio su pequeño y abultado clítoris, haciéndole temblar. Sonrío orgulloso, sobre todo cuando abre la boca para pedirme que me detenga, y yo ignoro que lo ha hecho.
—Kellin…, ¡por Dios!
—¿Qué te pasa, leona?
—¡Para, Kellin! —me ruega entre gritos.
Me detengo justo a tiempo, salgo de ella, la cojo en brazos, mirándola con una sonrisa burlona que provoca que me golpee en el hombro. Me la llevo a la cama donde la tumbo para acabar de llevarla a las estrellas. Acaricio sus piernas con delicadeza, las beso pasándome a su interior, hasta que llego a su húmedo sexo que clama mi atención. Lo lamo de arriba abajo, centrándome en su botón. Sus piernas se tensan, anunciando la inminente llegada de ese orgasmo que la arrollará hacia el infinito y más allá. Poco después, y como ya sabía, se deshace entre mis manos, dejando ir quejidos, gemidos y jadeos que me vuelven loco. Sonrío al ver la carita que se le ha quedado después de dejarse ir tan brutalmente.
—Esto… yo…
Se pone en pie, rebusca entre sus cosas, las cuales ya están secas y dobladas sobre la cama. Busca algo, parece preocupada, pero no dice nada de nada.
—¿Qué ocurre?
—Ehm…
Sigue a lo suyo, prácticamente ni me ha mirado, cosa que me da rabia. ¿Qué demonios le pasa que no es ni siquiera capaz de prestarme un poco de atención? Abro el armario y me pongo unos calzoncillos, no creo que esto acabe.
—¿Lucía?
Maldice entre dientes a la vez que se va vistiendo con la ropa seca y se pone las zapatillas. Mira que no se le haya quedado nada encima de la cama.
—Será hijo de puta…
—¿Quién?
—Aquel hombre…, se ha llevado mi… ¡Me voy!
—Lucía, por Dios, ¿qué se ha llevado?
—Tengo que irme.