41
Algunas horas más tarde y después de que Kellin se fuera de casa, es momento de hablar con Alex, y de contarle qué fue lo que ocurrió durante mi estancia en Cardiff, incluyendo la relación que hay entre el galés y yo. A pesar de que no tengo muy claro eso de que haya algo real entre ambos, habrá que ver. Acabo de vestirme, y es justo cuando alguien toca el timbre de la portería, por lo que me supongo que será Tyree. Dejo la puerta de la entrada abierta, una manía muy mala que tengo y que sé que no debería hacer.
Recojo las cosas que habían quedado sin recoger en el salón. La puerta se cierra, doy un bote y entonces me encuentro con Natalia asomando la cabeza.
—¿Qué haces tú aquí? —pregunto extrañada.
—¿Que qué hago yo aquí? —chilla.
Tiene los ojos llenos de lágrimas, rojos y parece muy enfadada. Se acerca a mí, fija su mirada en la mía y me coge por los hombros, zarandeándome.
—¿Qué cojones te pasa? —grito enfurecida.
—¿Y a ti? Te he llamado cien veces, y ni siquiera has sido capaz de responderme a un puto mensaje.
Llora desconsoladamente, algo en mí vuelve a romperse. Se me cae el alma a suelo cuando la veo así, y sobre todo si es por mi culpa.
—Estaba tan preocupada por ti —dice al abrazarme.
Se deshace en mis brazos, algunos quejidos se escapan de ella, y solo puedo abrazarla con más fuerza, cobijándola. Le doy un beso en la cabeza, acaricio su espalda, hasta que se separa de mí.
—¿Por qué demonios no contestabas?
—Digamos que he tenido algunos problemillas…
—¿Problemillas?
—Sí…
Coge mi mano, tira de mí y hasta que no me hace sentar en el sofá no se queda contenta. Hace un ligero movimiento de cabeza, esperando a que le cuente qué es lo que ocurrió la otra noche.
—Bueno…, resulta que Kellin ha vuelto, como supongo que sabrás.
—¿Cómo?
—Sí, ha venido a disculparse, a pedirme que le perdone y a compensarme por todo lo ocurrido.
Le cuento todo hasta el punto en el que veo que por poco se le desencaja la mandíbula al decirle que pensaba que tenía una hija y que, resulta que es su sobrina. Deja ir una carcajada, ella habría sido peor… Si se hubiera tratado de Collins le habría dejado sin su capacidad para tener hijos para siempre.
—¿Se pegó con Alex? —pregunta sin creérselo.
—Sí, dos veces, en el Jubilee y aquí en casa.
—Vaya, tal vez sí que le gustes de verdad.
—Eso espero —murmuro.
—Debería matarte por no haberme hecho caso y haber huido de ese hombre, pero… sé que amas a Kellin, hay algo en él que hace que le necesites cerca, que te llama y te pide que no le sueltes.
Asiento, identificándome con cada una de sus palabras.
—Sé lo que sientes, hermanita. —Sonríe.
Cuando conoció a Collins todo se volvió raro, era un hombre muy distinto, parecía arrogante y estirado, pero cuando supo más sobre él y vio lo que había tras ese chico malhumorado que entró en la cafetería, no pudo alejarse de él nunca más. Se aman tanto que en breve se casarán.
—Me alegro de que hayas encontrado a alguien. Aunque ese alguien se llame Kellin Lund y piense que sigue siendo un mujeriego. —Murmura—. Pero bueno, él sabrá, por que como te haga sufrir, como vea que derramas una sola lágrima más por él, le cortaré las pelotas y se las daré de comer a Turrón.
—Serás bruta. —Le golpeo en el brazo.
—Por ti nunca seré lo suficientemente bruta, pequeña.
—El sábado vendrá a ver la función —le explico—. Allí ya puedes amenazarle tranquilamente y sin remordimientos.
—Lo haré.
Vuelven a llamar al timbre, debe ser Alex.
—¿Quién es?
—Tyree.
—¿Te lo has vuelto a…?
—Pues… —digo en voz baja, vuelven a tocar—. Ya te contaré.
—¡Ya me contarás no!
—¡Lo siento!
Alex no tarda en subir, por lo que Natalia acaba mirándome con odio, y marchándose con cara de enfurruñada.
—Luego hablamos.
—Ya veremos. —Río.
Tyree se cruza en su camino, se saludan cordialmente, aunque Natalia no puede evitar pegarle un buen repaso de arriba abajo.
—Cuidado no te caigas —le grito.
Deja ir una sonora carcajada por la cual Alex me mira extrañado, me río con ella a pesar de que ya se ha escabullido en las escaleras. Cierro la puerta, cuando va a saludarme sus labios van directos a los míos, sin que pueda hacer nada para escaparme. Acaricia mi rostro con delicadeza y, por un momento, me hace dudar de todo.
—Alex… —murmuro.
—¿Qué, pitufa?
—Que esto no puede seguir así.
—¿A qué te refieres con esto? —pregunta.
Señalo el poco espacio que queda entre nosotros.
—Oh, de acuerdo —dice dando un paso hacia atrás.
—No quiero que te lo tomes mal, de verdad… Hace un tiempo conocí a Kellin, pensé que me había engañado, me marché de Cardiff con el corazón partido, y tú fuiste una cura dulce que me llenó de arrumacos, mimos y deliciosas caricias.
—Lo entiendo…
—Me pareces un tío maravilloso, te lo prometo.
—Pero tu corazón es suyo —resume.
—Sí.
Sonríe, es tan buen hombre que ni siquiera se ha enfadado no hay ni una sola palabra de rencor, ni un mal gesto. Nada, solo una sonrisa, y un abrazo que me llena alegrándome el alma. Gente como él vale demasiado la pena, todo el mundo debería tener un Alex en su vida.
—Gracias.
—¿Por qué? —pregunta.
Al ir a responderle, alguien llama al timbre, seguramente debe ser Natalia, que se habrá dejado algo. Abro abajo y dejo la puerta, como siempre.
—Por lo que has hecho por mí. —Sonrío.
—Lucía, yo… —Hace una mueca.
—¿Sí?
Fija sus ojos en los míos, posa una de sus grandes manos en mi cintura y se acerca un poco a mí.
—Creo que estoy enamorado de ti —admite.
De repente veo cómo Kellin se queda pasmado detrás de Alex. La tensión se instaura en el ambiente, le mira con cara de odio, pero no hace nada, se limita a observarle.
—Kellin… —murmuro.
—Tranquila, nena.
Se ríe el galés, desviando la vista hacia mí.
—Espero que no estés muy enamorado, tío —se mofa Kellin—, porque ella es mía.
—Kellin, ya —espeto.
—No pasará nada, de verdad —me asegura Alex.
—Lo mismo digo. —Añade Kellin.
Cojo a Lund del brazo y lo llevo al interior de mi habitación, para poder hablar con él, no me gusta que hable así con Alex.
—Kellin, por Dios, ¿qué quieres?
—Follarte, hacerte el amor cada hora del día y tenerte a mi lado.
Siento como mi corazón se acelera, mis mejillas se encienden como dos semáforos, y mi sexo arde, haciéndome salir de la preocupación que sentía hace apenas unos segundos por cómo le ha hablado a Alex. Se acerca a mí, demasiado, aprisionándome contra la pared, me besa con una pasión que me enciende aún más.
—Kellin, Kellin… —murmuro.
—Dile que se vaya —susurra pegando su boca a mi cuello.
—Tengo que ensayar.
—Ensaya conmigo, muévete encima de mí como anoche —gruñe como un león.
Cojo aire, tengo que mantenerme firme o acabaré cayendo en sus trampas una vez más, pero es que con esa cara y esos ojos color chocolate, ¿cómo voy a poder resistirme? Suspiro, y salgo de la habitación, pero no sin antes darle un beso.
—Quedamos esta noche. —Le guiño un ojo.
No sé qué hace este hombre conmigo, pero la verdad es que si pudiera no iba a dejarle escapar hasta que no saciara todas las ganas que tengo de él. ¡Ay, madre! Este galés me tiene loca.
—Nos vemos luego, nena —dice dándome una palmada en el culo.
—Sí. —Sonrío vergonzosa.
Cuando desaparece tras la puerta siento alivio por no tener que seguir viviendo esta situación teniendo a Alex cerca, no creo que sea justo para él, y mucho menos después de haber escuchado su confesión.
—Es hora de ensayar, ¿no? —le digo.
Nos dirigimos hacia El Casal, y una vez allí, dejamos las cosas dentro de la sala en la que siempre hemos ensayado. Elisabeth no está, hoy no hay clase para nadie, salvo para nosotros, que tenemos que estar preparados al completo para la actuación del fin de semana.
—Oye, Alex… —murmuro.
—¿Sí?
—Aún no me has contado para qué es este concurso.
Hace una mueca y se sienta a los pies del pequeño escenario que hay al fondo de la sala, se mira las manos y al alza la vista, para fijarla en la mía.
—Pues, es para poder ganar fondos para las clases de baile, apenas podemos arreglar los desperfectos que hay en las aulas, el ayuntamiento no nos hace ni caso, y tenemos que apañarnos con la poca subvención que tiene El Casal, para repartirnos el dinero entre todos los cursos que se hacen.
—Vaya…
—La verdad es que es una pena… No solo participamos nosotros, por lo que debemos hacerlo lo mejor posible.
Asiento, tenemos que ganar ese concurso para que todo el mundo pueda utilizar estas aulas, no es justo que este lugar tenga que sobrevivir, con lo poco que le dan los altos cargos del ayuntamiento. Cojo la mano de Tyree, y tiro de ella hasta que se pone en pie, enciendo la música, es hora de bailar.
Subimos al escenario, y le hago pasar hacia un lado. Cuando la canción empieza a sonar, caminamos lentamente hasta encontrarnos en el centro del escenario. Toma mi cintura, con delicadeza, hace que de media vuelta y mi espalda queda pegada por completo a su pecho. No dejo de moverme, la música se hace con el control de mi cuerpo, como siempre. Tyree esconde su rostro en mi cuello, sin apartarse de mí ni un solo momento. Somos como uno solo, un mismo cuerpo danzando como si nada nos pudiera separar. Vuelve a girarme, cogiendo mi mano, y posando otra en mis caderas, nuestros cuerpos están cada vez más cerca.
Cuando la canción termina, no puedo evitar mirarle directamente a los ojos, como él mismo hace. Sonrío, pero veo que empieza a acercarse de forma peligrosa, por lo que niego con la cabeza.
—Alex… —murmuro.
—¿Qué, pitufa?
—Qué esto no puede ser… Lo hemos hablado antes. Pensaba que había quedado claro, pero parece que no es así —le digo desanimada—. No podemos seguir, Kellin… Es un buen hombre, y le quiero. No deseo hacerte daño.
—Tranquila. —Baja la vista.
—Entiéndelo.
—Tenía que intentarlo una última vez. —Sonríe con tristeza.
Tras los ensayos, mi galés pasó a buscarme, fulminando con la mirada a Alex. Aquella noche no cenamos, Kellin y yo nos amamos hasta que las estrellas dejaron paso al gran sol, y así pasaron los días hasta que llega el ansiado momento que todo el mundo esperaba, el sábado de la función.