4
Entro en casa como un torbellino, cierro la puerta y dejo el bolso en la entrada. No quiero hablar con Marc, no quiero saber nada de nadie en estos momentos. Lo que ha pasado con Kellin no debe volver a suceder o habrá problemas, y que conste en acta que no quería que ocurriera. Y mucho menos algo así. Aunque supongo que podría haber sido peor. Me encierro en mi habitación, segundos después escucho cómo unos pasos se acercan a la puerta. Dos golpecitos rompen el silencio que había en ella, y sin que tenga que decir nada, Marc abre.
—¿Qué te pasa, pequeña?
Se acerca a mí, que estoy sentada en la cama, se coloca a mi lado y me abraza, lo que hace que me sienta aún peor persona que hace apenas unos minutos. ¿Por qué tiene que ser tan sumamente bueno? Debería alejarme de Kellin, desaparecer de su vida, igual que debería hacerlo él de la mía, y olvidarme de lo que acaba de ocurrir en casa de Collins. Sí, vale, puede que esté haciendo una montaña de un grano de arena, pero no sé… No puedo dejar de sentirme mala persona sobre todo teniendo a un hombre como Marc a mi lado.
—Nada, no ha sido un buen día —contesto tajante.
—¿Por qué? ¿Mucho agobio en el Jubilee?
—Digamos que sí.
Suspiro. Pasa una de sus manos por mi espalda, intentando calmar la desazón que siento en estos momentos, pero de nada sirve ya que solo empeora las cosas.
—¿Quieres que te haga algo de cenar?
—¿Qué hora es? —pregunto confusa, ni siquiera recuerdo la hora.
—Son casi las nueve.
—Vaya…
Me paso la mano por la cara, y también por el pelo. Dejo caer todo mi cuerpo hacia atrás, quedando completamente tumbada sobre la cama. No tengo ganas de hacer nada, ni siquiera de tener a Marc cerca. Sé que tan solo quiere ayudar, hacerme sentir mejor, pero me siento tan mal…
—¿Qué te ocurre, pequeña?
—No es nada, de verdad, Marc. Solo quiero descansar y dormir un poco.
—Ven conmigo al sofá, pongamos una película, pidamos algo al chino…
Niego con la cabeza, no quiero nada, no ahora.
—Venga —insiste.
Hago una mueca. En realidad me sabe mal decirle que no, dejarlo tirado sin más. Miro hacia las almohadas, que se han quedado algo descolocadas, así debe de sentirse él cuando rechazo estar a su lado, descolocado.
—Porfi —dice poniendo carilla de pena.
—Está bien.
Sonrío a duras penas, pero lo suficiente como para que él esboce otra sonrisa, dulce y compasiva.
Tras la cena, que no ha sido nada del otro mundo, suspiro. No tenía hambre, suerte que a Marc no le ha dado por cocinar como sabe, que no es poco. Desde que empezó a trabajar con los nuevos compañeros, sobre todo con Marcos, el chef que han contratado para suplir la falta de Jonás, el cocinero que ha estado desde el principio es él, prácticamente. Se sienta a mi lado, me tiende un vaso con batido de frutas del bosque, tiene una pinta deliciosa, además le ha echado un poco de nata.
—Gracias. —Sonrío.
—No me las des, tonta.
—No sé por qué me cuidas tanto…
—Porque te lo mereces.
Unas terribles ganas de llorar se apropian de todo mi cuerpo, haciendo que las amargas lágrimas de frustración se agolpen en mis ojos. Parpadeo rápidamente, intentando disiparlas y que no se dé cuenta de ello.
—Marc…, yo… voy a irme a dormir, no tengo ganas de ver la televisión.
Suspiro, necesito cerrar los ojos y que llegue un nuevo día.
—Buenas noches, cielo. —Me da un beso en la frente, y me abraza.
—Buenas noches.
Me marcho a mi habitación, me meto en la cama y sin más cierro los ojos.
Sus manos recorren todo mi cuerpo, me acaricia con delicadeza, pero a la vez con algo de rudeza. Me besa apasionadamente, como nadie había hecho antes. Siento cómo ardo, todo mi ser desea tenerle dentro. ¡Madre mía! Mi respiración se vuelve agitada, tanto o más que la suya.
—Joder… —susurro cuando se cuela entre mis piernas.
Besa el interior de mis muslos, con cuidado, pero agarrándolos con fuerza, tanta que creo que acabará por dejarme la marca de los dedos en ellos. Hace que las separe más, quedando completamente expuesta a él. Su lengua se cuela por mis pliegues, pillándome por sorpresa, igual que lo hace un dedo en mi interior.
Mi cuerpo clama el suyo, ruega que entre en mí, que me haga gemir como no lo he hecho nunca, necesito sentir cómo tiemblo a consecuencia de cada una de las fuertes embestidas que, seguro, me propinará. Por todos los dioses… Lo que yo tengo aquí es un hombre de los pies a la cabeza, capaz de hacerme perder el sentido.
—Kellin… Kellin —digo sintiendo una oleada de placer que empieza a acercarse.