6

Mientras acabo de hablar con Collins, veo cómo entra una pareja. Él parece un buen chaval, tal vez algo pagafantas, pero ella… Ella es todo lo contrario, tiene una cara de arpía que no se la aguanta. Después de tanto tiempo en el Jubilee, Nati y yo hemos desarrollado la sensibilidad suficiente como para saber cómo es la gente tan solo con mirarla, por eso me parece raro que Nati sea tan reacia a estar cerca de Kellin. Me extraña, no creo que sea tan mal chico como dice. No sé… No quiero pensar en eso.

—Buenos días —les saludo con una amplia sonrisa.

—Buenos días. —Sonríe él—. ¿Qué vas a querer tomar, cielo?

La mujer ignora su pregunta y sigue mirando su teléfono como si él ni siquiera existiera, es una pasada. El pobre chaval, me mira, intentando sonreír.

—Un café solo doble.

—Si ya lo sabes no sé para qué coño preguntas.

Vaya…, madre mía… Y luego la borde y la que pega los bufidos soy yo. Al lado de esta soy algodón de azúcar, porque vamos… No veas el «zasca» que le ha pegado, y vaya mala leche tiene la amiga.

—Un café solo doble. —Apunto—. ¿Y para usted, señor?

—Por Dios… no me llames señor.

Dejo ir una ligera carcajada y sonrío, hasta que me doy cuenta de que la mujer me mira poniendo muy mala cara. Bueno, en realidad solo es la suya pero en versión asco.

—¿Qué? —le pregunto a ella.

—¿Puedes dejar de zorrear con mi chico? —espeta de mala manera.

—¿Disculpe? La miro, parpadeando varias veces, sin creerme lo que acaba de decir.

—Ya lo has oído, camarerucha.

—¿Ah, sí? Con que camarerucha… —murmuro—. Pues antes de que saque su culo de mi cafetería me gustaría decirle unas cuantas cosas. La primera, es que es usted una maleducada, no puede hablarle así a este hombre, a nadie, y menos a él que no le ha hecho nada. La segunda, si es una amargada no es culpa de nadie salvo suya, así que no haga que el resto de la gente se sienta mal. Y tercera y última, si sigue así va a quedarse más sola que la una, arpía, ¡que es una arpía! —Tras eso sonrío—. Y ahora, si me hace el favor de levantar su culo y largarse de mi establecimiento, se lo agradecería enormemente.

—¿Y si no qué?

—Que la sacaré por los pelos. —Sigo sonriendo falsamente.

El hombre me mira perplejo, no se esperaba que fuese a decirle algo así a esa arrogante, aunque la que no sabe cómo ha sido capaz de aguantar su comportamiento ni un solo segundo soy yo. Suspiro, no me gusta tener clientes así y mucho menos me gusta echarles. Pero no voy a permitir que se me falte al respeto en mi propio local. La mujer se levanta ofendida, se pone unas gafas de sol, en plan peli y cuando pasa a mi lado, me da un golpe en el hombro.

—No vuelva a venir, todos se lo agradeceremos —le pido.

—¡Adrián! ¿A qué esperas? —le grita—. ¡Vamos!

—No.

—¿Cómo que no? —pregunta incrédula.

—Como que no, yo no me marcho, te han echado a ti.

—Me lo vas a pagar… Y tanto… Muy caro. Adrián, mucho.

—Señora, ya le ha dicho que se vaya —le dice Collins, quien no era más que un simple espectador y que ahora forma parte.

—Ya lo sé, ya lo he entendido.

—Largo —siseo.

La mujer sale del Jubilee indignadísima, lo que hace que no pueda evitar que una sonora carcajada se me escape y acabe riendo.

—Madre mía cómo está la gente…

Varios minutos después, dejo de hacerlo, intentando mantener la compostura.

—Entonces… ¿Qué quiere tomar, señor?

—Adrián mejor.

—¿Eing? —pregunto confusa.

—Adrián, mejor Adrián que señor. —Sonríe—. Ponme una tila doble, por favor.

—Oh, ¡vale! —Exclamo—. Andando una tila doble.

Varias horas después, Nati aparece por la puerta del Jubilee con una chica, más o menos igual de alta que ella, castaña con algunas mechas rubias. No sé por qué pero no tiene pinta de ser de aquí. Le miro con los ojos entrecerrados, sin que se dé cuenta. Natalia me dice mediante gestos que es ella la chica que seguramente nos ayude en la cafetería. Disimulo un poco, haciendo como que estoy trabajando un montón, aunque la verdad es que han llegado en un momento en el que está todo hecho.

—Lucy —me llama Natalia—. Ven un momento.

—¡Oh! ¡Vaya! ¡Hola! —Sonrío.

Dejo el trapo que tenía entre las manos, y el vaso en la pila. Salgo de detrás de la barra, simplemente para así poder saludarla como debo.

—Mira, te presento —dice Nat.

—Buenas —dice la chica dándome dos besos.

—Esta es Ángela.

Me fijo en ella, y no parece que le haga mucha gracia eso de conocerme.

—Encantada, Ángela, yo soy Lucía, la socia de Natalia.

—Ya me ha hablado de ti —murmura escuetamente.

Parece un poco tajante, la verdad… No me esperaba que fuese a contestarme así, y mucho menos siendo una de sus jefas. Alzo una ceja pero rápidamente la bajo, ya que me lanza una mirada un poco rara.

—¿Cuándo te incorporas?

—Mañana mismo abriremos las dos.

—Vaya…, pero hoy vamos al cine —le digo a Natalia—. ¿No te ha dicho nada Collins?

—No, no me ha avisado.

—Bueno, da igual, en realidad no importa. —Río—. No creo que nos acostemos muy tarde tampoco. —Sonrío—. Solo es una peli y cena.

Ángela no me quita la vista de encima, lo que empieza a ponerme un poco nerviosa, parece estar estudiando cada movimiento o gesto que hago.

—¿Te quieres venir?

Intento ser agradable, aunque espero que diga que no. Sinceramente, no tengo ninguna gana de que una intrusa tan poco agradable entre así como así en nuestro círculo.

—No.

«Joder…, qué borde, ya podría ser un poco más amable la tía». Me doy la vuelta, cojo aire, y vuelvo a mi sitio al ver que una chica entra a la cafetería. Suerte que Ángela ha dicho que no, porque vamos, no es que sea la alegría de la huerta, como para estar aguantándola toda la noche.

—Bueno, Lucy, voy a enseñarle a Ángela la cafetería y ahora me pongo contigo.

—Perfecto —digo alargando la primera vocal.

Acabo de ponerme mi falda de tubo negra nueva de Stradivarius, ¡me encanta! Hay veces que me da vergüenza vestir así, pero no puedo resistirme, la acompaño con un jersey gris con cuello de pico que realza mis pechos, los cuales son…, bueno…, algo más pequeños de lo que deberían pero bien orgullosa que estoy de ellos. Son los más bonitos del mundo entero, y a quién no le guste que no los mire. Me pongo unos botines, para parecer algo más alta, no soporto el tener que mirar a Marc y a Collins como si fuera una enanita, cosa que no soy, pero oye… Esto de ser más bajita de lo normal es lo que tiene. Abro la máscara de pestañas, me doy un poco, y me pinto los labios de rojo, aunque se me hace raro ir maquillada, se va tan bien sin nada… ¡Taaaanto!

—¿Vamos, pequeña?

Marc va tan mono, se ha vestido con unos vaqueros y un jersey azul marino que se le ajusta ligeramente a todo su cuerpo, realzando su figura.

—Claro. —Sonrío.

Me apetece esto de ir al cine con mis amigos, bueno, mejor dicho, con mi hermana y su dios griego. Marc coge mi chaqueta, pero entonces le tiendo el bolso para que lo sujete mientras yo me la pongo, no quiero que me dé un aire y resfriarme. Vamos, solo nos faltaba eso en el Jubilee, que yo no pudiera estar ahí para ayudarlas. Llaman al timbre, por lo que supongo que serán ellos, pero lo hacen desde la portería.

—Ahora bajamos —les contesta.

—Vamos, venga.

Al salir, me encuentro de frente con su mirada, con esos ojos chocolate que tanto me llaman la atención y que me atrapan. «¿Qué hace Kellin aquí?». Siento cómo mi corazón empieza a latir más deprisa. «Joder, joder, joder…», me digo interiormente. ¿A quién se le ha ocurrido la genial idea de invitarle a venir con nosotros? Supongo que a Collins, hay veces que debería tener el pico bien cerrado, no hace más que cagarla, pero bueno. Luego no puedo evitar fijarme en él y en cómo va vestido. «Míralo que sexy va, con esos pantalones negros rotos, esa camiseta blanca ajustada y la chaqueta de piel que le da ese toque de chulo empedernido que tanto te está gustando». Se saludan entre ellos, pero Kellin viene directo a mí.

Niego con la cabeza, pero antes de que pueda hacer nada, me toma por la cintura, aprovechando el descuido de Marc, quien se ha ido junto a la parejita. Me da un dulce beso en la mejilla, y sonríe al sentir cómo un escalofrío me recorre de pies a cabeza ante el tacto de su boca en mi piel.

—Buenas noches, leona —susurra contra mi oído.

Mierda.