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Joder, joder, joder… Llego tarde, Natalia me va a matar. Resoplo, me pongo una camiseta azul turquesa de tirantes finos, y unas mallas negras. Desde que está con Collins que se le va el santo al cielo, esperemos que hoy sea uno de esos días y que no esté refunfuñando como el resto. Dejo a Marc, un amigo un poco con derecho a roce de vez en cuando, tirado en el sofá, dormido como un tronco.
Mi móvil suena, no le hago caso, me pongo una sudadera negra, cojo los patines, la mochila y me recojo el pelo con una goma para que no se me ponga en la cara a medida que avanzo. No sé cómo puede dormir tanto. Le echo una última mirada, una mantilla por encima, anoche llegó a las tantas, supongo que tuvo que ayudar a Carmela cerrando la caja. Esa mujer lo tiene allí hasta que le da la gana y el pobre es incapaz de decirle que no. Le doy un ligero beso en la frente, acabo de atarme los cordones de los patines y guardo las zapatillas en la mochila. Natalia vuelve a llamar, pero sigo sin contestar, salgo rápido de casa para que Marc no se despierte, esta también es más oportuna… Pongo los ojos en blanco y hago callar mi móvil, tras eso cierro con llave.
Desde el pasado viernes no dejo de pensar en esos ojos chocolate que se han grabado a fuego en mi retina y, no puedo evitar que nazca un calor sofocante en mi interior. Trago saliva, y niego con la cabeza, no puede ser, tengo que hacer algo para impedir que esto siga así. Debo mantenerle lejos, por lo menos debe estar a dos palos de escoba de distancia, en todas direcciones, como si tuviera un tutú de palos de escoba. Sí, así en plan puercoespín. Puercoespín. Recuerdo cuando de pequeña los llamaba cuerpoespín. Empiezo a reírme, es imposible evitarlo. Cuando estoy cruzando por el paso de cebra, un coche pega un frenazo y empieza a pitarme. Por primera vez en toda mi vida, el patín derecho me resbala, haciendo que acabe cayendo de culo al suelo.
—¡Joder! Otra vez.
Un hombre de unos cuarenta años que ve cómo me caigo, corre a socorrerme y a ver qué tal me encuentro, al contrario que el conductor. Miro el coche desde el suelo, parpadeo varias veces, ¿ese no es el coche de Collins? Con la ayuda del hombre me pongo en pie, enfadada y voy hacia la ventanilla, este se va a cagar. ¡Vamos! Como que me llamo Lucía. Golpeo el cristal con insistencia, y cuando lo baja me doy cuenta de que no es él, sino que es Kellin Lund quien ocupa su lugar.
—¿Qué coño haces tú ahí? —grito.
Vuelvo a mirar el coche, tal vez me haya confundido, pero daría una de mis piernas a que ese es el coche de Collins. Vamos, estoy segura. Antes de decir nada, sube la ventanilla, retrocedo un par de pasos y de repente se marcha, como si no le hubiera dicho nada. Del bolsillo de la sudadera saco una barrita de cereales y se la tiro al coche, pero, a pesar de ello, y eso que le llega, no se detiene.
Marco el número de Natalia, tengo que decirle algo, aunque… ¿y si realmente no era ese su coche y la cago? Trago saliva, y cuando voy a colgar escucho cómo Nati empieza a gritar al otro lado del teléfono.
—¿Qué haces que no estás en el Jubilee? ¿Dónde estás? Deberías estar aquí desde hace más de media hora.
—Vale, vale, cálmate.
—¿¡Cómo voy a calmarme estando aquí sola!? —espeta con la voz algo más grave de lo normal.
Siempre que se estresa le pasa, parece que acabe hablando en balleno, tipo Dory de Buscando a Nemo. Dejo ir una carcajada, lo que provoca que se enfade aún más.
—Llego en diez minutos.
—¡En diez minutos no! ¡Ya!
Y le cuelgo sin más, aunque sé que será peor, pero eso de que me grite o me hable así me estresa de tal manera que me entran ganas de ahogarla un rato, aunque solo sea un poco, para darle un susto.
Diez minutos después, tal y como le había dicho, llego al Jubilee. No la veo por ninguna parte, hasta que aparece tras la puerta del cuartillo. Hace una mueca nada más verme, pero rápidamente viene a abrazarme, con tanta fuerza que parece que vaya a asfixiarme.
—Siento haberte hablado así, pequeña. —Dice en voz baja.
—No seas tonta, anda, no estaba haciéndote ni caso —contesto sacándole la lengua.
—Idiota. —Me golpea en el brazo.
—Sé que me quieres. —Sonrío, y le doy un fuerte beso en la mejilla.
—Venga, a trabajar, dentro de nada empezará a llegar la gente. Ya lo sabes.
—Señora, sí, señora. —Le hago un saludo militar, y paso al cuartillo.
Dejo mis cosas, pero aún no me quito los patines, así podré moverme rápidamente por la sala principal, mientras no llegue la gente. Collins no tardará en llegar, lo raro es que no esté ya aquí. Me cuelgo el mandil del hombro, a la vez que salgo a la sala.
—Oye… —digo viendo cómo pasa la escoba una vez más.
No sé por qué vuelve a barrer si lo hice yo anoche antes de irme a casa. Resoplo, hay veces que me pone nerviosa, aunque no puedo evitar quererla con toda mi alma. No puedo enfadarme con ella.
—Dime —murmura en voz baja.
—Aquel tipo… —susurro.
—¿Qué tipo?
—El inglés.
—¿Qué inglés?
Se queda con cara de póquer mirándome, sin entender lo que le estoy diciendo. Alzo las cejas, dándole a entender el encontronazo del otro día con el susodicho.
—Kellin Lund.
—¿Kellin? —se extraña.
Asiento repetidamente, con la vista fija en la de ella, pone los ojos en blanco y suspira, a la vez que niega con la cabeza. Ahora ya parece recordar de qué le estoy hablando.
—¿Has vuelto a verle? —pregunta frunciendo el ceño.
Alzo los hombros y hago una mueca, no sé yo si lo de hace un rato cuenta como haberle visto, pero bueno.
—Digamos que sí —murmuro desviando la vista.
—No, digamos que no. O le has visto o no le has visto, no hay más.
Su expresión ha cambiado, ¿por qué le molesta tanto? No lo entiendo. Es el mejor amigo de su futuro marido, debería de hacer un esfuerzo por llevarse bien con él.
—Un poco.
—¿Un poco? —Alza la ceja derecha.
Me mira fijamente con esa cara que solo ella sabe poner, esa de «o me lo dices, o te enteras». Por lo que opto por llevar a cabo la primera parte.
—De acuerdo —digo en voz baja—. Sí, sí que le he visto.
—¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Por qué no me lo has dicho antes? —pregunta.
—Pues… ¿porque no me has dejado? ¿Tal vez?
Niega con la cabeza, resopla varias veces y acaba por sentarse en uno de los taburetes que ha apartado de la barra para poder limpiar mejor.
—Venga. —Mueve la mano.
—Voy. —Me siento a su lado, y fijo mis ojos en los suyos.
—No me digas que os habéis acostado… Por Dios, no me lo digas…
Se lleva las manos a la cabeza, y luego a la cara. Dejo ir un pequeño sonido, ¿quién se cree que soy? Resoplo, y le respondo que no con un movimiento de cabeza.
—¡No, claro que no! ¿Con quién te crees que estás hablando?
—Por eso mismo, nena, por eso mismo.
Le doy un golpe en el hombro, lo que hace que prácticamente se caiga hacia atrás, aunque tiene suerte y logra apoyar una de sus largas piernas en el suelo para así no caer.
—No voy a acostarme con él, vamos, ni harta de vino, tengo demasiado que hacer como para perder mi tiempo.
—Uy, sí…, sobre todo ahora que has acabado el curso.
—El curso, el curso…
—Bueno, las que has tenido que repetir —dice con retintín, y haciendo una mueca.
—No quiero que Kellin se me acerque.
—Ni yo que lo haga.
—Siempre voy a ser tuya, nena, por eso no te preocupes.
—No es por eso…
Alzo una de las cejas. Cruzo los brazos bajo mis pechos, algo indignada por el hecho de que no me haya seguido con lo que le decía.
—A ver —murmuro—. ¿Por qué no quieres?
—Porque no, no me fío de él, es un prepotente, egocéntrico y narcisista —refunfuña—. Además, es un mujeriego.
—Se le ve muy seguro de sí mismo, pero no creo que tanto como llamarle todas esas cosas.
Me llevo las manos a la boca no puede negarme que está como un auténtico queso. ¡Madre mía! Quién fuera ropa para cubrir ese cuerpo hecho para provocar deseo y para llevar a cabo el delito más sensual del mundo entero. Me abanico como puedo con una de las servilletas, solo de acordarme de cómo es, me entran los calores.
—Ay, hermanita, a ese Lund le hacía…
Antes de que acabe la frase, Nati empieza a hacerme gestos para que me calle. Me doy la vuelta y ahí está plantado, con sus gafas de aviador con cristal cálido y esa sonrisa burlona y prepotente que está empezando a sacarme de quicio. Alzo una ceja y le miro con cara de mala leche. Ha visto cómo me caía y no ha sido capaz ni siquiera de salir a ayudarme. Sin decir nada, le doy un bofetón. Las gafas le caen tras la barra, pero no me importa.
—Esto por dejarme ahí tirada, majo.
Tras eso vuelvo a girarme, a Natalia le ha cambiado la expresión de la cara y ahora se está tapando la boca, asombrada.
—¡Lucía! —espeta.
—Que se aguante —bufo.
Entro en la cocina, enciendo el horno para que vaya calentándose, aunque creo que estoy yo más caliente que él. Suspiro y me miro la palma de la mano, la cual está algo enrojecida a causa del bofetón. Vaya idiota. Ni Nati ni Kellin dicen nada, se limitan a permanecer en silencio. Saco la masa para los cruasanes y las cañas de chocolate. Necesito despejarme y dejar de pensar en ese hombre que, para bien o para mal, es capaz de irrumpir en mi mente como lo hace una tormenta en los fríos días de invierno.