14

Tras una agitada y excitante sesión con Alex, y después con la profesora, salgo casi sin fuerza, sudando como una auténtica cerda, pero más contenta que una perdiz. Miro el móvil, el cual se había quedado abandonado en la bolsa mientras me deleitaba con los movimientos infernales de este hombre. Es verle bailar y desear pegarme a su cuerpo, olvidándome del resto. Vuelvo a mirar la pantalla, no hay ni un solo mensaje lo que en cierto modo me pone algo nerviosa y de mala leche. Ni Natalia ni Kellin han sido capaces de escribirme para saber qué ha ocurrido, o simplemente para ver cómo estoy. Resoplo un poco, molesta, por no decir mucho.

Me da rabia que no me hayan dicho nada, pero bueno, no voy a ser yo la que vaya detrás de ellos como una tonta. No me da la gana. Me paso la mano por el pelo, haciéndome un moño rápido y despeluchado. Guardo el móvil y lo dejo en el bolsillo interior de la mochila para no verlo durante un buen rato, por lo menos hasta que se me pase un poco el enfado que llevo. Cuando lo hago me doy cuenta de que se me ha desatado el cordón.

—Lucía —oigo cómo me llama Alex desde el otro lado del pasillo.

—Dime.

No me levanto, sigo a lo mío, atándome mis cordones. Hasta que veo que aparecen sus pies frente a mí, entonces ya sí que me incorporo. Va sin camiseta, solo le cubre una sudadera gris y una chaqueta de piel que le da un toque malote que resulta muy interesante.

—¿Sí? —inquiero.

Fija esos bonitos ojos que tiene en los míos, y sonríe ampliamente. Ains, si es que vaya sonrisa tiene el amigo. Parece un buen muchacho, algo me dice que no hay ningún mal en él, lo que en cierto modo me hace estar más relajada y menos en alerta.

—He pensado que…

¿Se pone nervioso? Qué mono, no puedo evitar dejar ir una pequeña risa, por lo que él esboza una mueca sin entender por qué me río, pero poco después alza los hombros.

—¿Quieres que vayamos a comer por ahí? —pregunta—. Había pensado en que estaría bien, así podemos conocernos un poco mejor.

—Claro. —Sonrío—. Me parece una gran idea.

—¿Sí?

—Claro, donde quieras.

—Perfecto, voy…, voy a por mis cosas y vuelvo.

—De acuerdo.

Me siento en uno de los bancos que hay junto a la salida, apoyo los codos en las rodillas y entierro mi cara entre estas. Kellin vuelve a tomar mi mente, echo de menos tenerle conmigo, cosa que me da rabia, no debería de estar pensando en él, sino en Marc.

—¿Todo bien? —me pregunta Alex, preocupado.

—Sí, tranquilo. —Levanto la vista—. Solo estoy cansada —miento.

—Bueno, cuando te llenes la tripa de comida lo verás todo de otra manera.

—Seguro que sí.

La verdad es que sí, a mi todo, o casi todo, se me pasa comiendo. No hay mal que se resista al placer y la satisfacción que me produce la comida.

Salimos del casal donde se hacen las clase y nos dirigimos hacia el otro lado del río. Hay un restaurante precioso recién remodelado, desde que vine por primera vez con mis padres hasta que cayó para resurgir de nuevo aún más majestuoso que antes, que he estado enamorada de este lugar.

—Tal vez deberíamos haber reservado —digo para mí misma.

—No te preocupes, yo lo soluciono —me tranquiliza, tras haberme escuchado.

—¿Cómo? —pregunto.

Antes digo algo y antes hace él por arreglarlo y que tengamos mesa. No puedo evitar inhalar en el delicioso olor que inunda la sala, huele a las mil maravillas, como antaño. Por mucho que la estética cambie la esencia siempre permanecerá en este lugar. Con su nombre de cuento y la hermosura que ya le caracterizaba. Veo cómo los camareros van de un lado a otro, hay mucha gente, parecen atareados, lo que es buena señal. Debe de comerse igual de bien que siempre. Alex se acerca a la mujer de la recepción, quien hace una mueca de sorpresa y acto seguido sale de tras la diminuta barra y le abraza con fuerza. Una gran sonrisa se esboza en la boca de esta, lo que me alegra. Acto seguido asiente, Alex me mira y me hace un gesto con la mano. Me acerco a donde se encuentran, pasando frente a todos aquellos que están esperando para entrar al comedor.

—Lola, esta es Lucía, mi nueva compañera de baile.

—¿Solo compañera de baile? —pregunta extrañada a la vez que me mira de pies a cabeza—. Pero si es muy guapa.

—Gracias —mustio, sintiendo cómo mis mejillas se enrojecen.

—Sí, Lola, solo compañeros de baile —contesta—. Ya sabes lo que hay —apunta.

¿¡No me digas que es gay!? ¡Por Dios! ¡Que no sea eso! Vale que ahora no quiero nada, pero este hombre no puede desperdiciarse así como así, es más, estaría dispuesta a sacrificarme para devolverlo dentro del armario, si hiciera falta me lo llevaba hasta Narnia, a ver si se dejaba engatusar.

—Después de lo de aquella arpía… —murmura ella entre dientes.

¡Ole! ¡Ni gay ni nada! No puede ser que todos los empotradores-tíos-buenos sean gays, la gran mayoría lo son, y eso no es justo. Para alguien que es capaz de entendernos, encima están buenos y no podemos acceder a ellos. ¡Injusticia! Suspiro, pero consigo hacer una mueca cuando Lola nos hace pasar al interior de la sala.

—Muchas gracias. —Dice Alex.

—A vosotros por venir a verme.

Veo cómo Alex camina frente a mí con ese pantalón deportivo que deja entrever la silueta de lo que podría ser un buen culo. ¿Qué digo un buen culo? ¡Buenísimo! Y eso que lleva un chándal, llega a ir con unos skinny jeans de esos tan apretaditos y a más de una le da un infarto al ver ese culazo. Me pregunto cómo debe ser sin ropa. Nada de ropa. «A ver, Lucía, suficiente tengo con Marc y Kellin como para que ahora me ponga a babear por un bailarín», me digo a mí misma. Solo me faltaba, ahora otro. No, no, ya tengo suficiente y de sobra. Pero todo eso no quita que sienta una terrible curiosidad por saber qué se esconde bajo toda esa tela.

—Podéis sentaros aquí —dice Lola, sonriente—. Ahora os vendrán a atender esperad un momentito.

—Claro.

Sonrío ligeramente, lo suficiente como para no parecer una antipática a pesar de que me ha sacado de mis pensamientos. Alex se sienta en uno de los lados y yo en frente para que así pueda dejar su bolsa en la silla de al lado, igual que lo hago yo. Me mira, hay algo en él tan distinto como dulce y bondadoso. Me gusta, me cae bien.

—¿Habías venido aquí alguna otra vez?

—Sí, solía venir cuando era pequeña y alguna otra vez antes de que lo demolieran para hacer el nuevo restaurante —respondo.

—¿Sí? Vaya.

—Sí —asiento a la vez que contesto—. ¿Y tú? ¿De qué conoces a Lola?

Le da un trago a la botellita de agua que llevaba en uno de los bolsillos externos de su bolsa.

—Pues… —Hace una pausa—. Lola es algo así como mi tía.

—¿Como tu tía?

—Sí, algo así.

Una de las camareras viene a atendernos a la vez que sujeta dos cartas hechas de cartón, o mejor dicho cartulina. Nos las da y se saca una libretilla del bolsillo trasero de su pantalón, donde va apuntando todas y cada una de las comandas. La muchacha nos mira, como si quisiera decir algo pero no se atreviera a hacerlo. Sus ojos se posan en Alex, en esos fuertes brazos que asoman bajo las mangas subidas. Carraspeo, para que vuelva a la realidad y nos atienda, tengo un hambre que me muero.

—Ehm…, perdonad.

—Queremos menú. —Se adelanta Alex—. ¿Qué tenéis?

—Paella, ensalada con queso de cabra, escalivada, espaguetis a la carbonara y verduras salteadas, de primero.

—Yo quiero paella. —Sonríe—. ¿Y tú? —pregunta mirándome.

—Yo… —contesto pensando—. Ensalada.

—Perfecto. —Apunta la muchacha en su block de notas—. De segundo tenéis: secreto a la brasa, lubina a la plancha, hamburguesa con queso, verduras a la brasa con romesco, o pollo en salsa.

—Secreto a la brasa —decimos al unísono.

—Muy bien. —Acaba de apuntarlo—. Luego vendré a contaros qué hay de postre.

No aparta la mirada de Alex lo que en cierto modo me hace gracia. Veo que no soy la única que siente curiosidad por Tyree, incluso sin ropa. Esboza una mueca, la chica se pone algo nerviosa y vuelve a apuntar algo.

—¿Agua, vino y gaseosa…?

—¿Agua? —me pregunta Alex.

Asiento, fijando mis ojos en los suyos, estos brillan de manera especial, lo que me parece incluso curioso. La camarera lo escribe todo en la hoja y tras asentir se marcha, pasando entre las mesas.

—No recordaba que hicieran menú —comento.

—Sí, la verdad es que está súperbien en relación calidad-precio —me explica—. Además de que la comida está muy buena.

—Sí, siempre ha estado todo buenísimo. —Hago una pausa—. Tengo un hambre que por poco le pego un mordisco a la camarera en el brazo —admito—. Aunque ella creo que estaba demasiado ocupada queriendo darte el mordisco a ti.

Alex se ríe, inundando el salón con su agradable risa. Es adorable, aunque aún más sexy que bueno. La chica nos trae la bebida e inmediatamente Tyree me sirve un poco en mi copa.

—Muchas gracias.

—A ti por aceptar la oferta.

Le observo mientras él mira su móvil. Yo no quiero hacerlo, porque sino al final acabaré cabreándome y bien. La verdad es que no me apetece estar mal, por lo que tocará intentar ser positiva.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Ya lo estás haciendo. —Sonríe.

—Bueno, pero a parte de esa pregunta —apunto.

Él asiente repetidamente, alzando la vista de la pantalla, pero sin decir nada más, aguardando a que le haga la pregunta.

—¿Eres el profesor del grupo?

—No, en realidad soy monitor de niños en un centro no muy lejos de aquí.

—¿Y lo de hoy? —pregunto curiosa.

—La profesora, Elisabeth, no ha podido venir y me ha pedido que ocupara su lugar, es algo pasajero, no suele pasar esto.

—Ajá…

Bebo un poco de agua y miro a todo lo que nos rodea. La gente entra y sale del restaurante, otros esperan a que les toque su turno para poder entrar en la sala. Hasta que mi curiosidad vuelve a asaltarme y toma el control de mi boca.

—Lo que ha dicho antes Lola… ¿a qué se refería?

En realidad, sé que estoy teniendo mucho morro, no debería de haberle dicho nada y menos siendo tan directa y cotilla. Debo de estar pareciéndole una maruja. El pobre coge aire y hace una mueca.

—No respondas, no hace falta, he sido una grosera —me disculpo—. No debería de haberlo soltado.

Cuando va a contestar la camarera aparece, interrumpiendo a Alex, o por lo menos haciendo que no me cuente el motivo de por qué le ha dicho eso a Lola.

—Gracias —le dice a la chica cuando esta le deja el plato de paella frente a él.

—De nada. —Babea ella.

Me deja a mí la ensalada, pero por poco me la tira por lo alto y me la pone de sombrero, que ya sería el colmo de los colmos. Pero, bueno, tiene una pinta que vamos, vamos… Estoy deseando que se vaya para poder empezar a comérmela, además de que huele demasiado bien como para ignorar que la tengo frente a mí aguardando a que la devore.

—Gracias.

Y sin decir nada, pero lanzándole una última mirada a Alex, se marcha, eso sí, que no falte la miradita. Seguro que si por ella fuera estaría aquí arrodillada a sus pies, babeando y creando un océano de babas en todo el restaurante. Ni que fuera para tanto…

—Ale, maja —digo entre dientes—. Seguro que si le dices que nos invite a la comida, lo haría.

Alex se ríe, pero seguro que sabe tan bien como yo que es cierto. La chica esta debe de estar… Solo de mirarle debe de darle palmas algo que guarda en los pantalones. No se le puede notar más. Los tíos hay veces que parece que no tengan ojos en la cara, pobrecillos no se enteran de mucho.

—Que aproveche —dice él.

—Igualmente.

Deshago la estructura en la que han montado la ensalada y lo mezclo todo salvo el queso, que acabaré devorándolo como si no hubiera un mañana. El mejor placer de la vida es poder comer lo que uno quiere.

—Pues… Lola se refería a que una chica con la que estuve, y de la que no tengo muchas ganas de hablar.

—Vaya…, bueno, podemos cambiar de tema, no pasa nada.

—No es un buen recuerdo, la verdad.

Su expresión se vuelve distinta, entristecida. Esa chica debió hacerle bastante daño, si no no estaría así, tal vez ni siquiera la haya olvidado.

—¿Y tú? ¿Qué me cuentas de ti? —pregunta.

Hago una mueca. ¿Y ahora qué se supone que le debo contar? ¿Que mi mejor amiga se ha enfadado conmigo? ¿O qué he «engañado» al chico con el que vivo con el mejor amigo de mi cuñado, porque me lo he tirado, varias veces? ¿O tal vez debería contarle el hecho de que me gustaría verle sin tanta ropa? Suspiro y me llevo el tenedor a la boca para poder tener unos segundos más para pensar.

—Pues… —murmuro poco después—. Tengo una bibliotería, o cafeteca.

—¿Una cafeteca? —pregunta quedándose con la última palabra.

—Sí, digamos que es una cafetería mezclada con una biblioteca, o algo así.

—¿Y cómo lo haces?

Se lleva una cucharada de arroz a la boca mientras me mira atento, esperando a que le cuente cómo llevamos el Jubilee.

—Bueno, en realidad, somos dos, mi mejor amiga y yo somos las dueñas de la cafetería.

—Ah, ¿sí?

—Sí.

—¿Y cómo os surgió la idea?

—Era algo que teníamos en mente y tras un viaje a Londres nos dio la neura y cogimos el Jubilee.

—Jubilee —murmura con un perfecto inglés.

—Sí, es un parque de Londres. —Sonrío—. Por cierto, ¿tú de dónde eres? —pregunto sin más.

—Bueno…, es raro —admite removiendo el arroz—. Mi madre es española, pero mi padre es americano.

—Ya decía yo… —murmuro.

¡Había acertado! Y eso que solo lo había dicho por su apellido. Tyree no es que sea muy normal por estas tierras.

—Sí, no soy español.

—¿Naciste allí?

—Sí, en Philadelphia.

—Debe de ser superbonito.

—La verdad es que sí, lo poco que recuerdo es que era realmente precioso.

Suspiro, anda que no me gustaría a mí poder irme para allí. Ojalá algún día pueda cruzar el charco, aunque sea solo unos pocos días, no necesito más.

—¿A qué edad vinisteis?

—A ver, voy a contarte.

Sigue comiendo, al igual que lo hago yo. Me encantan estas ensaladas que llevan cincuenta mil cosas, si solo son lechuga, tomate y cebolla, son muy aburridas, por eso adoro aquellas que son como esta, con su queso, sus nueces, palitos de pan… De todo, son más divertidas. Le doy un largo trago al agua y poco después Alex vuelve a rellenar la copa.

—Gracias.

—Mis padres se conocieron en Boston cuando mi madre viajó con su escuela de baile. Ella no volvió a España, se quedó allí trabajando como bailarina fue sabiendo cosas de él, y poco después él le pidió que fuese a vivir a su piso y no mucho más tarde se mudaron a un pueblo de Boston, donde conoció a mis abuelos y mi padre le construyó allí una escuela con su nombre, hasta que un tornado arrasó con ella y decidieron venir a vivir a España conmigo con tan solo cinco años.

—Vaya historia…

—¿Y tú? ¿Qué, cómo ha sido tu vida?

—Pues normal, no ha habido mucho, la verdad.

—Algo debe de haberte pasado.

—Qué va, mi vida ha sido muy monótona siempre, he estudiado en la universidad y bueno, ahora estoy que no sé ni lo que quiero.

—Vaya…

—Ya…

Suspiro, eso es lo único que creo que tengo claro, que no tengo ni puñetera idea de qué es lo que quiero, pero bueno, con el tiempo seguro que conseguiré aclararme, aunque sea un poco.

—Y… ¿amorosamente? —pregunta curioso.

—Pues… como tenga que hablarte de todo eso no acabamos ni mañana, ya te lo digo.

—Bueno, si quieres empezar, soy todo oídos.

Por alguna razón hay algo que hace que quiera desahogarme con él, y contarle lo frustrada que me siento en estos momentos, pero no sé yo si este es el mejor sitio para hacerlo.

—Deberíamos seguir comiendo, el arroz se va a quedar frío.

—Bueno, no me importa, puedo escuchar y comer a la misma vez, aunque sea un hombre, soy capaz.

Sonrío y veo cómo su dulce mirada se posa en la mía, aportándome una calidez que no tenía y que me resulta incluso extraña. Acabo de comerme casi toda la ensalada antes de empezar a contarle todo lo ocurrido, o casi todo. Me escucha sin apartar la vista de mí, con atención, sin dejar que nada de lo que le explico se le escape. Pero algo me dice que ni un solo detalle lo hace.

—No sé…, Kellin ha hecho algo en mí, y lo que ahora necesito es alejarme.

—No entiendo muy bien por qué quieres alejarte de él.

—Porque no es para mí, incluso Natalia ha dejado de hablarme por él.

—¿Por qué?

—No quiere que me acerque a él y mucho menos…, ya sabes…

—Entiendo.

Su expresión ha ido cambiando a medida que le iba contando lo que pasaba con Kellin. Me da que hay algo que no le ha gustado. Suspiro, Alex es un buen chaval y después de lo que me ha dicho estoy segura de que él tampoco tuvo que pasarlo muy bien, por no decir fatal.

—Pues, sinceramente, no sé muy bien por qué ella se pone así, ni por qué él se comporta como un capullo, debería darse cuenta de lo que tiene.

—Pues sí —contesto desanimada.

—¿Le quieres?

Vaya pregunta. No sé si le quiero, solo sé que no quiero que se marche, por alguna razón necesito que esté aquí, conmigo. Los ojos se me llenan de lágrimas, tan amargas como repletas de rabia y dolor. Mi móvil suena.

—Yo…, un momento. —Alzo el dedo índice.

Abro la bolsa y saco el móvil del bolsillo interior. Lo desbloqueo y antes de que pueda decir nada, varias lágrimas descienden por mis mejillas, perdiéndose en la tela del mantel.

—¿Qué pasa? —pregunta al ver mi gesto.

—Kellin se marcha.