8
Al llegar a casa me dejo caer en el sofá. No debería haber salido, porque entre una cosa y otra he vuelto más saturada de lo que ya estaba. Era una noche para desconectar y evadirme de él. Pero al final ha terminado siendo una noche de mierda, no sé qué ha sido peor si el encuentro con Kellin o el tener que simular que estaba bien a pesar de que no era así y hacerle creer a Marc que, realmente no me pasaba nada salvo el malestar que sí que sentía. Saco el móvil del bolso, el cual no ha dejado de sonar desde que he salido de allí.
Kellin:
¿A qué cojones ha venido eso?
Dios. No soporto que te bese, que te acaricie…
No sé por qué, pero no me puedo aguantar.
No puedo callarme, es superior a mí.
Suspiro, perdida en mis pensamientos. ¿Qué demonios le pasa a Kellin? No le entiendo, hay veces que se comporta como un completo capullo y luego otras en las que dice no ser capaz ni siquiera de verme cerca de Marc. Es peor que una mujer.
Kellin:
Joder, Lu… No sé qué haces conmigo.
Lucía:
¿Celoso o tal vez obsesionado?
Kellin:
Sí
Admite segundos después, ignorando la segunda parte del mensaje.
Lucía:
¿Por qué?
Kellin:
Déjame enseñarte porqué.
Mi corazón se acelera, y las ganas que tenía de sentirle en mi interior aumentan sin control. Si es que este hombre hace que todo lo imposible parezca alcanzable. Le escribo tras pensarlo bien.
Lucía:
Kellin, yo no puedo ser para ti.
Tras enviarle eso dejo el móvil junto al baño, en el pequeño sifonier que hay entre la puerta del lavabo y de mi habitación. Vuelve a sonar, pero esta vez ignoro que lo ha hecho, Ahora mismo me siento algo mal, hay un vacío en mi interior que no me gusta. Algo que tampoco me gusta es no poder contarle nada a Nati, ella sabría qué hacer. Enciendo el portátil, en busca de algo de cordura o algo que me distraiga. Empiezo a llenar la bañera y meto una taza de agua en el microondas, un té rojo me sentará mejor que nada. Alguien me llama, el móvil suena, cuando me aproximo a él veo que es Kellin quien vuelve a reclamarme.
—¿Qué quieres, Lund? —pregunto intentando parecer tajante.
—A ti, no voy a renunciar así como así, y mucho menos rendirme.
—Sabes tan bien como yo que esto no puede ser —digo en voz baja—. Marc…
—¿Qué pasa con ese?
—¿Que estamos viviendo juntos? No voy a dejar por tu enchochamiento que todo se vaya al traste.
—Me sacas de quicio.
—Y tú a mí.
Entonces caigo en la cuenta de que Kellin debería de estar en el cine y no hablando conmigo. ¿Qué hace fuera de la sala?
—¿Tú no estabas en el cine?
—No puedo estar en el cine y pensando en ti.
¿Cómo que pensando en mí? Siento una terrible curiosidad por saber qué es lo que ronda su mente. No sé si realmente sería bueno preguntarle, pero aun así lo hago, no puedo evitarlo.
—¿Y en qué piensas?
—En las ganas que tengo de tenerte contra la pared y escuchándote gemir.
¡Oh, por todos los dioses! Me muero de ganas de tenerle conmigo, entre mis piernas, respirando agitadamente por todo lo que parece que provoco en él.
—¿Dónde te has metido, Lucía? —le pregunto a mi yo del espejo.
Pongo algo de música, coloco el portátil sobre la tapa del lavabo, junto a la bañera, me deshago de la ropa y me meto en el agua caliente, dejándolo todo ahí tirado. Dani Martín me acompaña con su «Las Ganas», su nuevo single. Pienso en lo que dice la canción.
¿Y a dónde irán las ganas de querernos más?
Se las llevaron nuestras ganas de querer volar.
Ojalá se fueran pero bien lejos, y así no volvieran, o acabará haciéndome perder la cabeza. Laura me llama por Skype, debe de haberme visto en línea, así que acepto y subo un poco la cámara para que no se me vea nada salvo la cabeza.
—Hombre, la señorita Collins.
Veo cómo sonríe, es un alivio tener a alguien con quién poder hablar de según qué cosas, sobre todo, teniendo a Natalia tan en contra de lo que pasa con Kellin, y eso que no sabe más que el principio.
—¿Cómo vas, Lucy? —pregunta pronunciando mi nombre con su perfecto inglés.
—Hasta el moño de todo —digo en voz baja.
—Uy, uy… —espeta—. A ver, ¿qué es lo que te pasa?
—¿Te soy sincera?
Asiente a la vez que se sube las gafas y se recoloca el moño de cabello rubio que ya consigue hacerse y que casi se le deshace al mover la cabeza.
—Hay algo en Kellin…
—¿En Kellin? ¿Qué Kellin? ¿Lund?
—Sí.
—¿Tú estás loca? —exclama.
—Pues lo más seguro es que sí.
—¿Loca?
—Sí, claro que loca, es imposible no estarlo y sentir algo por ese gañán.
—Natalia no sabe nada, supongo.
—No, no le he dicho nada…
—Normal, Kellin no es para ti, ni para ti ni para nadie —me explica—. Ese hombre no es un buen partido, te lo aseguro.
—Yo…
—¿Tú qué? —murmura.
—Pues que no creo que sea tan malo, no le veo así.
Es cierto que no le veo así, pero si Laura también me dice que Kellin no es una buena compañía por algo será. No creo que se hayan compinchado las dos para que me aleje de este hombre.
—Lucy, no te fíes de él, no lo hagas —me pide—, tienes a un hombre buenísimo a tu lado y parece que no te des cuenta de ello.
—Claro que me doy cuenta, pero estoy más que segura de que Marc no está hecho para mí, ahora mismo no.
—Como diría Naty, tú lo que necesitas es un buen polvo que te quite las tonterías.
—Y eso quiero.
—Pero no de Marc, ¿verdad?
—No.
Me sumerjo en el agua pensando en él, «Ay, dios… ¿Qué se supone que debo hacer ahora?». Estoy más perdida que un cani1 en una biblioteca, y ahora ya no sé cómo salir de este embrollo.
—No sé qué hacer, Laura.
—Aléjate, es lo mejor que podrías hacer.
—Pero es que mi corazón me pide que haga justamente lo contrario.
—Ya me lo imagino, pero haz lo que te pido, me lo agradecerás.
—No sé qué hacer, en serio —suspiro—. Bueno, nena, voy a darme un baño, a ver si me aclaro un poco, porque ni siquiera sé qué voy a hacer con mi vida.
—Relájate y ya me contarás qué ha pasado al final.
—Sí, yo ya te cuento.
Tras eso, termino la llamada y vuelvo a sumergirme bajo el agua con los ojos cerrados, dejando que el calor calme mi cuerpo y mi mente. La música se reinicia cuando se cierra el Skype, y ahora quien me acompaña es Ed Sheeran, quien se hace con el control del silencio que había en toda la estancia y lo rompe con su «Give me love».
Escucho cómo alguien llama al timbre poco después, el de la puerta principal, lo que en cierto modo llega a asustarme. No espero a nadie y tampoco creo que nuestra nueva vecina, Concha, venga a saludar, ni a pedirnos absolutamente nada.
—¡Voy! —grito.
¿Quién será?