24
Nos prepara un banquete digno de una corte real, con todo lo que ha hecho podríamos dar de comer a medio Cardiff, como mínimo, porque vamos… Es igual de exagerada que Laura, no hace más comida porque si no se quedaría sin nada. Me siento junto al gran ventanal, Laura me sirve un poco de té, además de darme una tetera blanca, al más puro estilo Alicia en el país de las maravillas. En muchas zonas de Reino Unido se suele tomar el té con leche, como en Inglaterra, acompañado de unas pastas típicas, en este caso nos han traído unas Tan y Castell, unas tostadas, bizcocho, galletas, creps, tortitas… Hay de todo. Para parar un tren.
—Mom, te has pasado —dice Estiradillo man.
—Bueno, lo que no se coma ahora, para el postre.
—Pues sí —añado yo, con un trozo de tortita en la boca.
—Con esta no sobrará nada —añade Natalia riendo.
La miro entornando los ojos, con la boca llena y en plan ardilla, con los mofletes hinchados. Como me alimento bien ya tiene que tratarme como a una zampabollos, ni que arrasara con todo… Bueno, tal vez un poco.
—Gracias por este maravilloso desayuno —le digo a Rosa.
Adoro a esta mujer, ya no solo por cómo cocina, ni por lo buena que es, sino por simplemente ser ella. Engullo lo que me queda de tortita, aunque antes le hecho un poco de sirope. En realidad, hay veces que yo tampoco entiendo cómo puedo comer así, ahora mismo otra persona tendría el estómago cerrado, y aquí estoy yo, delante de este banquete, babeando y preparada para atacar a todo aquel que intente quitarme lo mío.
—He pensado que cuando acabes podríamos ir a dar una vuelta por el vecindario, y esta tarde, si no estamos muy cansados, ir a ver el castillo de Coch.
—¿El castillo de Coch? —pregunto.
—Pero, cielo —la interrumpe Collins, cuando va a contestarme.
—¿Qué?
—Coch está algo más a las afueras para ir hoy, quiero decir…, tal vez sería mejor dejarlo para mañana, hoy nos hemos tenido que levantar pronto, Lucía ha estado un poco así…
Los miro, sin saber de qué hablan. Bueno sí, hablan de un castillo y de que está lejos, pero bueno. Conociéndoles, a saber qué acabarán queriendo hacer.
—¿Cuánto hay hasta el castillo? —le pregunta Nati.
—Pues…, entre media hora y cuarenta minutos, depende del tráfico.
Laura alza un dedo, pidiendo paso para ser ella quien hable, pero parece que nadie le hace caso. John Senior está demasiado ocupado leyendo el periódico como para inmiscuirse en la conversación, Rosa anda aún en la cocina, y la parejita feliz va a su bola.
—En realidad, podemos plantarnos allí en unos veinte minutos —dice esta alzando la voz para que de una vez por todas le hagan un poco de caso.
—She’s right —comenta John padre.
«Tiene razón», creo haber entendido. Cómo no, es hablar Laura y que lo que ella diga vaya a misa, supongo que es lo que ocurre cuando eres el ojito derecho de papá, bueno, el derecho y el izquierdo, además de la pequeña.
—¿Qué ocurre? —pregunta Rosa.
Viene cargada con una bandeja con seis huevos fritos, algo de bacón, más pan tostado y unos huevos revueltos. Parece que eso de cebar a la gente, tan español, no lo ha perdido solo que lo ha adaptado a las costumbres de aquí y a la comida que se suele servir en los desayunos de Reino Unido.
—Natalia quiere llevar a Lucy a Castell Coch —le explica a su madre—, pero John dice que no es buena idea ir hoy, por el trayecto, sino que es mejor que vayan mañana.
—Bueno… —mira por la ventana y hace una mueca—, ya no por lo que tardéis, sino porque Lucía hoy no anda muy fina, y algo me dice que el tiempo no va a aguantar a que vayáis a Coch y volváis sin que os mojéis.
—Eso no es problema, hemos traído paraguas —dice Collins.
—Bueno, como veáis… —Nat mira a Rosa.
—A mí me da igual ir hoy que mañana, que no ir… Tampoco he hecho una lista de todos los sitios a los que quiero visitar —contesto.
—Durante la mañana puedes hacer una, si quieres —añade Natalia.
—Luego miraré.
Algo sí que he estado chafardeando, no me iba a venir a un país que no conozco, y volverme sin conocerlo. Pero, así me da tiempo a descansar un poco, que entre que nos hemos levantado a las cuatro, hemos tenido que salir pitando hacia el aeropuerto y que he estado un poco mal del estómago, estoy medio muerta.
Después de recoger lo poco que ha quedado del desayuno, subo a la habitación en la que pasaré estos días. Deshago la maleta, saco algunas de las cosas que me he traído de ropa, para tenerla más a mano y la guardo en el par de cajones que me ha dejado libres Rosa. Saco también el neceser, así no lo tendré que estar sacando y metiendo en la maleta. Cuando está vacía la coloco bajo la cama, donde me dejo caer inmediatamente después.
Suerte que los Collins tienen wifi, si no, no sé cómo me lo haría para poder hablar con Marc. Aunque ahora mismo no sé si realmente es lo que quiero, estar en Cardiff ha hecho que desconecte, que parte de mi corazón se olvide de lo que ha quedado en Barcelona. No sé…, llevo poco aquí, pero no veo a Marc desde hace un par de días, y hay algo en mí que no funciona. Desde hace mucho que no hemos estado separados, y ahora que lo estamos, no anhelo su calor, ni su cuerpo, ni su cariño. Suspiro, me doy la vuelta sobre la cama, el móvil suena, pero me limito a dejarlo caer sobre la alfombra que hay a los pies de la cama.
—¿Qué te pasa? —me pregunta Natalia apareciendo tras la puerta.
—Nada, estoy cansada.
—Ya…
Aparta por completo la puerta, la cierra tras su espalda, para que los demás no nos escuchen hablar, aunque realmente… no me importa mucho si lo hacen. Se sienta en la cama, a mi lado. Pasa sus manos por mi pelo, con cuidado.
—Venga, cuéntame.
No hay nadie que me conozca como lo hace ella, ni siquiera yo misma me conozco así, y es impresionante. Es como si estuviera dentro de mi cabeza y supiera lo que quiero y necesito en ese preciso instante.
—No sé, hermanita.
—¿Qué no sabes?
—Si quiero a Marc —admito.
Al decirlo en voz alta todo suena peor, más frío, duro… No quiero hacerle daño, él ha cuidado de mi como ningún otro hombre. Ha aguantado mi mal humor, mis idas y venidas. No se cómo hacer esto sin herirle ese corazoncito tan bueno que solo él tiene.
—¿Estás segura?
—Bueno…
Al ochenta por ciento segura estoy, no sé… No es algo en lo que me hubiera parado a pensar antes, pero, el no echarle de menos está haciendo mella en mí, y cada vez creo que estoy más en lo cierto.
—No sé, Nati —digo en voz baja—. No le echo de menos, no le necesito a mi lado… No somos como tú y Collins, que os necesitáis siempre. Yo… —hago una pausa—, no le necesito.
Me pongo en pie, reajustándome el jersey que llevo, y subiéndome los pantalones. Natalia no aparta la mirada de mí. Me acerco a la ventana, puedo ver a todos aquellos que cruzan la calle, los coches…, todo. Hasta a él.
—Kellin…
—¿Qué? —pregunta ella.
No dejo de mirarle. Ahí está, más fuerte que antes, tiene el pelo más largo… Sigue estando igual de guapo, o más. Acaba de aparcar en la casa de al lado. Hacía tanto que no le veía… Tanto que provoca que mi corazón se desboque como si fuera un corcel indomable, un pellizquito me encoge el estómago. Mi nerviosismo vuelve, todo aquello que tanto temía, y contra lo que había luchado, llega con él.