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Al bajar del escenario, aún con el corazón a mil por hora, me encuentro con Kellin ocupando su lugar, esperando a que deje de estar en las alturas, para ser él quien me bajara a la Tierra.
—Lo has hecho genial, leona.
Me da un dulce beso en los labios, aunque al ver que no hay ni rastro del anterior, lo hace con más pasión, provocando que todo mi cuerpo se encienda como solo él sabe hacerlo.
—Vamos.
Coge mi mano y, sin dejar que me despida de nadie salimos del ateneo. No tengo ni idea a dónde estamos yendo.
—¿A dónde vamos? ¿Es que te has vuelto loco? —exclamo.
Tira de mí, hace que choque contra su pecho, me besa en la mejilla, acerca su boca a mi oreja y me susurra al oído:
—Loco por ti, leona.
Se pega a mí, me vuelve a besar. Saca un pañuelo de seda de color rojo, sonríe de medio lado, como un león hambriento y peligroso.
—Miedo me das…
—No tienes que tener miedo, Lu, yo cuido de ti —promete.
Cubre mis ojos con el pañuelo, sin que pueda esperármelo, me coge en brazos y me lleva hasta el coche. ¿Dónde estamos yendo? No entiendo nada, me estoy poniendo muy nerviosa, aunque me gusta la excitación que estoy sintiendo.
—¿Vas a decirme a dónde vamos?
—Claro que no.
Deja ir una sonora carcajada y arranca el coche sin decir nada más.
Un rato después, cada vez estoy más inquieta, pero en cierto modo confío en él lo suficiente como para saber que no me pasará nada. Coge una de mis manos, la acaricia y pasados unos segundos detiene el motor de su coche y, sin decirme nada, sale de este. Cojo aire, dejo ir un suspiro, hasta que mi puerta se abre. Al salir del coche puedo notar cómo la brisa mueve mi vestido, y el olor a montaña me envuelve. ¿Dónde estamos? No tengo ni idea, por suerte, Kellin me ayuda a caminar, hasta un punto algo más seguro.
—Quédate aquí, por favor —me pide.
Asiento, y escucho que se aleja, lo que me hace sentirme insegura. De repente, algo de claridad se cuela entre la tela del pañuelo que me cubre los ojos. Huelo a comida, y escucho cómo un mechero se enciende.
—Tranquila —me dice desde la lejanía.
Cierro las manos, respiro tranquilamente, a pesar de que mi corazón se está volviendo completamente loco. Creo que de los nervios me voy a echar a llorar, «madre mía…». Entre una cosa y otra no sé si sobreviviré a esta noche, demasiadas emociones para un mismo día. Puedo escuchar que vuelve, oler su delicioso perfume con notas frutales y, acabo notando sus manos sobre mi cintura. Me besa y, tras eso, se deshace del pañuelo.
—Quédate con los ojos cerrados.
Hago lo que me pide, aunque la tentación de abrirlos es demasiado grande, en otro momento los había abierto, pero intento ser buena y no hacerlo.
—Ahora.
Al abrirlos le veo, tan guapo como va, con su traje gris perla y su camisa blanca, pero sin la americana que le cubría antes. Desvío la mirada hacia un lado. Estamos en un gran prado con una pequeña casita de madera que parece un puesto de vigilancia más que un hogar, con un porche lleno de guirnaldas de luz que te guían hacia el interior, y con la palabra Love iluminada por cientos de bombillas. Mis ojos se llenan de lágrimas, es demasiado bonito. Miro al cielo y veo como cientos de estrellas nos acompañan cuando Kellin hace que las luces se apaguen. Al son de «A thousands years» de la gran Cristina Perr, Kellin se acerca a mí haciendo que no pueda evitar que las pequeñas gotas llenas de amor recorran mi rostro.
—Hemos pasado por mucho, demasiado para el tiempo que nos conocemos, pero Lu… Te he traído aquí para decirte que te amo, nada más verte, perdí la noción del tiempo, estar en Cardiff me dolía y, saber que te había hecho daño me estaba matando.
Suspira.
—Cuando te vi lo supe… —dice con la voz entrecortada—. Había pasado toda mi vida sin amar a nadie, mi corazón había estado vacío porque tú debías ser su dueña.
—¿Y qué pasa con todo lo demás, Kellin? ¿Qué pasa con June y Hope? ¿Qué pasa con Cardiff? Son demasiadas preguntas sin respuesta…
—Ya nada me importa si estoy contigo, leona.
Rompo a llorar desconsolada, abrazándome a su pecho, escuchando cómo su corazón va cada vez más deprisa. Besa mi frente con dulzura, con esa que había tenido desde el principio y que, cada vez se ha vuelto más real. Hay veces que en esta vida nada es lo que parece ser, y no hay que juzgar a la gente por las apariencias. Kellin es uno de ellos, tan solo tenía que encontrar su lugar.
—No llores, mi pequeña Lucía.
—Lloro de felicidad, Lund… Solo tú podrías hacerme llorar así.
Pone sus manos a ambos lados de mi rostro, y vuelve a besarme, esta vez en los labios, tan apasionadamente que es capaz de encoger mi alma entera para moldearla a su antojo.
—Kellin…
—¿Sí, nena?
—Hazme el amor durante toda la noche, y jamás te alejes.
—Tus deseos son órdenes para mí, leona.
Me lleva hasta el interior de la casa, la cual por dentro parece más grande de lo que en realidad aparentaba. Hay un sofá, y en la parte derecha una cama lo suficientemente grande como para que podemos estar los dos.
—¿Y esto?
—Ya te lo explicaré.
Sonríe, y de un pequeño empujón me hace caer de espaldas en la cama.
—Te haré el amor tantas veces que acabarás siendo la mujer de mi vida, leona —gruñe contra mi oído.
Rasga mi vestido, haciendo que un grito ahogado se escape de mi boca. ¡Ha roto toda la tela! Casi me da un infarto al verlo, pero aun así, no pasa nada, los vestidos se pueden volver a comprar y a tejer, el amor que tenemos nosotros no se puede comparar con algo así.
—Te amaré durante mil años si eso es lo que quieres, pero deja que cuide de ti, que venere cada centímetro de tu piel, y alumbre todos y cada uno de los días de tu existencia —susurra entre lágrimas—. No vuelvas a apartarme de ti.
—No lo haré, galés. Jamás volverás a separarte de mi lado.