25
Apenas he podido hacer nada durante la mañana, los nervios no me han dejado descansar, y la opción de salir de casa y encontrarme de bruces con él cada vez me aterran más. Por suerte, no se ha percatado de que lo observaba desde el ventanal, sino, estoy segura de que habría venido a decirme algo. Me siento en esta especie de sillón que hay pegado al cristal, por el que entra toda la luz que alumbra la habitación. Enciendo el iPod, me pongo los auriculares y dejo que los escasos y débiles rayos de sol acaricien mi cuerpo. Bajo la vista, no sé cómo se lo diré a Marc, ni cuando, pero debo hacerlo. No puedo seguir engañándole así, porque al fin y al cabo lo único que hago es traicionarnos, tanto a él como a mí. Suspiro, debería hacerlo cuanto antes, esta farsa no puede seguir así. La pantalla de mi móvil se enciende, es un mensaje de Marc, debe de haber hecho una pausa para descansar y aprovecha para escribirme.
Marc:
Mi niña
¿cómo va por Gales?
Espero que muy bien, que estés disfrutando
de esas tierras y que, aunque yo no esté allí,
te acuerdes de mí.
¡Y tanto que me acuerdo! Demasiado, más de lo que realmente me gustaría. ¿Qué se supone que debería contestarle ahora? Si no fuera porque ya he abierto el mensaje, lo ignoraría, pero ya que sabe que lo he leído, tendré que responderle.
Lucía:
Hola. Todo bien, hace buen día para ser Cardiff.
Rosa nos ha cebado nada más llegar, y ahora
anda preparando un poco de pavo relleno para la cena.
Añado un emoticono sonriente, intentando no ser muy fría.
Le doy a enviar sin apenas hacer referencia a lo que me ha preguntado. No puedo llamarle cariño, ni cielo, ni nada, porque no me sale, no soy tan hipócrita como para engañarle así, y eso me duele. Él es demasiado bueno y dulce como para sufrir.
Marc:
Me alegro un montón, pequeña.
¿Ya habéis ido a ver algo de la zona?
Lucía:
No, aún no.
Marc:
Vaya, bueno,
aún tenéis tiempo para hacerlo.
Lucía:
Sí, la verdad es que sí.
No quiero seguir hablando con él, por lo que bloqueo la pantalla. Christina Perri no deja de cantar, suerte que ella me acompaña siempre, si no ya habría sucumbido a una depresión sentimental, o parejil, si eso existiera. Miro a la gente, hay una niña pequeña que va de la mano con un hombre que parece su abuelo. Kellin ha vuelto a marcharse, ya hace horas que lo ha hecho. Madre mía, si parece que sea una cámara de vigilancia, pero, en realidad, solo estoy aquí para poder evadirme de la porquería que llevo dentro. Echo de menos bailar con Tyree, ese hombre es demasiado sexy para ser real, pero bueno, habrá que vivir con ello.
El coche de Kellin, o por lo menos el que conduce, aparece de nuevo por el lado derecho de la casa. Se detiene frente a esta y poco después entra hasta la zona de grava donde aparca. Sale de este, saca una bolsa de deporte y de la parte del copiloto sale una mujer morena, algo más mayor que yo, parece joven pero a la vez madura, tiene un cuerpo escultural, que va acompañado de unas curvas de infarto. Veo cómo él la escanea de arriba abajo, lo que me pone terriblemente enferma. La mujer se pasa las manos por el cabello, y le sonríe ampliamente, él le corresponde con una sonrisa pícara. No lo aguanto. Vuelvo a fijarme en ella, no puedo evitarlo, va enfundada en un vestido ajustado, el cual no deja nada a la imaginación, normal que la mire tanto, yo también lo haría solo que pensando: «Vaya zorra…».
Dejo ir un gruñido, y le doy un golpe a la ventana, Kellin parece escucharlo, por lo que se queda mirando hacia aquí. Hace una mueca, ni siquiera sé si me está mirando, pero yo siento que sí, mi cuerpo lo nota. Cierro los ojos con fuerza al ver cómo estos se empiezan a llenar de lágrimas, producidas por la rabia y el rencor. ¿Por qué me siento así? ¿Por qué a pesar de todo este tiempo Kellin sigue teniendo tanto control sobre mi estado? No lo entiendo.
Me lanza una última mirada, tras eso le da un beso en la mejilla a la mujer, y coloca una de sus manos en la parte baja de su espalda, acompañándola al interior de la casa. Aprieto la mandíbula, más enfadada que una mona. Dejo el iPod sobre la cama, y hecha una furia voy a la cocina, necesito beber algo. Nada más entrar me encuentro con Natalia y Rosa.
—¿Qué te ocurre, niña? —pregunta Rosa.
—Eso, pareces un torbellino. —Añade Natalia.
—Necesito una copa.
—¿Ahora? —preguntan al unísono.
Asiento, a la vez que cojo aire. Rosa me sirve un poco de un licor galés en un vasito y me lo da. Me lo bebo de un solo trago, y le pido otro, pero no lo rellena.
—A ver, ¿qué es lo que te ha pasado para que te pongas así?
—Kellin —digo en voz baja.
—Oh, niña…, ese muchacho, es bueno, pero no es adecuado para ti.
—No puedo evitarlo, Rosa.
—¿Qué te ha pasado para que vengas así?
—Pues…, estaba sentada en el ventanal, cuando le he visto llegar…
Les explico lo poco que ha pasado. Me pone enferma, no puedo evitarlo, por eso debería alejarme de este hombre, no es bueno para mi salud mental. Seguro que estando con él sería una celosa empedernida y un poco psicópata.
—Lo mejor es que te alejes —dice Natalia.
—Oh, claro, eso lo dices cuando estoy casi puerta con puerta. ¿Ahora me lo dices? Podría estar en Barcelona tranquilamente, sin tener que sentirme así.
Los ojos se me llenan de lágrimas causadas por la rabia y la agonía. No quiero estar de esta manera. Cada vez odio más este país, y eso que he llegado esta mañana. Solo de pensar en qué semanita me espera…
—Me voy a dar una vuelta.
Cojo el abrigo, la bufanda, los guantes y el móvil. Será mejor que me dé un poco el aire, porque si sigo aquí dándole vueltas a la cabeza, acabaré explotando.
No sé cómo lo he hecho, pero he llegado a un pub no muy lejano a la casa de Collins. Nada más entrar me fijo en el muchacho que hay tras la barra, tiene los ojos verdes y cabellos de oro. Me sonríe, mostrándome una dentadura que, a pesar de no ser muy perfecta, es bonita. Me siento frente a él, y le pido una copa de vodka con mi inglés chapurreado. Dos minutos después me la sirve, con la misma sonrisa que me ha recibido.
Miro el pub, es algo oscuro, huele a una humedad extraña mezclada con el olor de diversas cervezas, algunas algo agrias… Me deshago de la chaqueta y la bufanda, ya que aquí dentro hace mucho calor. Fuera solo hace falta que empiece a nevar, porque vamos… Si Reino Unido ya es frío normalmente, en invierno es como un helado. Miro el monedero, para ver cuántas libras llevo encima y cuánto puedo beber.
Empieza a sonar algo de música, no muy fuerte, lo suficiente como para ambientar y que puedas hablar con la persona que tienes delante. Está bastante lleno, pensaba que sería todo lo contrario, se acerca la hora de cenar y, los ingleses y galeses, por no hablar de los guiris en general, suelen comer y cenar muy pronto.
—¿Quiere algo para comer? —me pregunta el muchacho en inglés, aunque consigo entenderle.
—No, gracias.
Vuelve a sonreír, pero esta vez desaparece tras la barra, eso sí, no sin antes servirme otra copa, bueno, vaso. Me termino el otro, dando largos tragos. Voy a parecer una alcohólica, pero no me importa, solo quiero olvidarme de él. «¿Olvidarte? ¡Lo que tienes que hacer es cantarle las cuarenta!», me digo a mí misma. No puedo escribirle, no puedo decirle nada, él no es nada mío, por desgracia. Tiene derecho a rehacer su vida. «¿Es que no lo echas de menos?». Demasiado, anhelo hasta sentir su aliento contra mi piel, esa mirada de lobo, esas grandes manos recorriendo mi cuerpo de arriba abajo. Alzo la mirada, frente a mí hay un gran espejo, donde se refleja todo el mundo, incluso sus ojos. Cuando me doy la vuelta, no está, me lo habré imaginado, él no puede estar aquí. Mi móvil suena, a pesar de que no tengo datos. Lo saco del bolsillo, y en la pantalla hay un nombre: Kellin Lund.
—¿Qué? —pregunto de mala manera.
—¿Dónde estás?
—A ti eso no te importa.
—Lu, ¿dónde estás? —vuelve a preguntar.
Todo mi cuerpo se tensa escuchando su voz, mi sexo se enciende y mi corazón se acelera. ¿Qué demonios hace llamándome? Las piernas me tiemblan, por lo que me agarro con fuerza a la silla o, mejor dicho, taburete, para no caerme y darme un buen culetazo.
—N… n… no te importa.
—¿Has bebido?
Permanezco en silencio, pensando en qué debería contestarle. En realidad, tendría que coger y colgarle. Así que eso es lo que hago, le cuelgo y se acabó. Que ahora no me venga con tonterías. He estado más de tres…, de tres meses sin saber nada de él, ¿y ahora va a hacerse el preocupado? ¡Anda ya! Bebo de nuevo, suspiro. El móvil vuelve a sonar. Parece que Kellin no se cansa de llamar una y otra vez, hasta que le respondo.
—¿Qué coño quieres? —pregunto medio mareada.
—¡Qué me digas dónde estás!
—No te lo voy a decir.
Nada más responderle por última vez, un chico dice algo detrás de mí. Algo que apenas he entendido, por lo que me doy la vuelta para mirarle. Cuando quiero darme cuenta, Kellin ya ha colgado.
—Bueno, assí mejor.
Creo que debería dejar de beber. Miro el reloj, en realidad hace un buen rato que llegué, y solo he tomado dos copas. Casi una hora y media. ¿Tanto ha pasado desde que me marché? Apoyo los codos en la barra, y entierro el rostro entre mis manos. ¿Qué puñetas voy a hacer con él? Nada, él tiene su vida, que me haya llamado no significa nada. Le habrá dado un venazo de los suyos y ya está, sino no me lo explico… Después de tanto tiempo no creo que vaya a importarle qué me ocurre.
Permanezco así durante un rato, hasta que siento cómo unas manos se posan sobre mis hombros, por lo que doy un bote sobre el asiento, pero no a causa del miedo, sino por la sorpresa. Puedo olerle, adoro ese perfume que lleva. Cojo aire, intentando calmar mi corazón, que como una hoguera llena de brasas, vuelve a prenderse en llamas. Pega su frente a mi cabello, inspira y poco después lo besa. Parece demasiado tierno para ser él, pero sé que lo es. Tal vez haya cambiado. Aparta el cabello, dejando que todo este repose sobre mi hombro izquierdo. No dice nada, pero cuando alzo la mirada, me doy cuenta de que la suya está fija en mí. Es como si observara una obra de arte. Es tan hermoso, tan perfecto, por lo menos para mí, que no sé cómo pude dejarle ir así.
—¿Qué haces aquí? —le pregunto, reuniendo las pocas fuerzas que tengo.
—He venido a buscarte —responde de inmediato.
Trago saliva, escucharle hablar así de cerca y tener sus manos sobre mis hombros hace que todo mi vello se erice para él, como si tuviera pleno derecho y poder para controlar lo que siento y pienso.
—¿Ahora?
—Sí, ahora.
—Deberías haberlo hecho hace tres meses. —Murmuro con inquina.
—Tal vez deberías haberlo hecho tú.
Pienso en lo que dice, tal vez sí que tendría que haber sido yo quien le dijera algo, pero no debía hacerlo.
—¿Por qué has venido? —pregunto desganada.
No dice nada, se limita a sentarse a mi lado, y a girar mi taburete para que estemos frente a frente. Nuestros ojos se encuentran, hay tanto en ellos que un profundo vacío toma mi interior, haciendo que me venga abajo en apenas unos segundos. Entierro mi rostro de nuevo entre mis manos, escondiendo esas lágrimas que empiezan a humedecer mi rostro. No quiero que me vea llorar, por lo que pago mi bebida y sin ni siquiera abrigarme, salgo del pub. No puedo estar con él, pero tampoco sin él, lo que me crea una gran confusión y ansiedad. Cuando quiero darme cuenta, está nevando, el suelo empieza a estar blanco, y las pequeñas motas de nieve van muriendo sobre la poca tela que me recubre y sobre mi piel. Jamás había visto nevar así, lo que en cierto modo, me emociona. Kellin aparece tras la puerta, con la chaqueta de cuero marrón sin cerrar y con la bufanda a medio colgar.
—¿Dónde vas? —pregunta molesto.
—A donde quiera, ¿acaso tengo que pedirte permiso?
—No estaría mal que me avisaras.
No dejo de caminar, él conmigo. Apenas medio metro nos separa pero no es suficiente como para poder huir.
—Yo no tengo por qué avisar…
Antes de que pueda terminar de rebatirle, tira de mí, metiéndome en un callejón, y entre que apenas tengo fuerzas y que el alcohol no ayuda… Puede conmigo. Me empuja con cuidado, posando sus manos en mi cintura, hasta que mi espalda toca la pared. Entonces, devora mi boca como nunca antes lo había hecho, con rabia, con un fulgor distinto a todo lo que me había dado. Lo separo de mí, y le doy un guantazo, inconscientemente. Me mira perplejo, aparto la mirada al sentir cómo un escalofrío me recorre de pies a cabeza. Mis ojos siguen llenos de lágrimas, pero algo en él hace que mi corazón se vuelva más cálido, que todo el frío que sentía en mí desaparezca.
—Ven —le pido.
Viene hacia donde me encuentro, me abrazo a él como si fuera el único lugar en el que pudiera sentirme segura, y es así como me siento, segura, en casa… Alzo el rostro, para poder mirarle.
—Déjame llevarte a casa —dice en voz baja.
—No quiero ir a casa —admito.
—¿Y a dónde quieres ir?
—A donde sea…, pero contigo.