17

El día amanece en paz, tras la tormenta todo está en calma, o al menos por ahora. Cuando me levanto de la cama, Marc aún está conmigo, abrazado a la almohada como si fuera yo a quien abraza. Me pongo una sudadera ancha, y salgo de la habitación, dejándole dormir mientras, yo voy preparando el desayuno. Pongo algo de música, muy baja, lo suficiente como para que solo yo pueda escucharla, cierro bien la puerta de la habitación, ya que se había quedado entreabierta. Me lavo la cara en el baño, y me recojo el pelo igual que suelo hacer siempre.

Mi teléfono suena, por suerte lo llevo en el bolsillo de la sudadera, por lo que no molestará a Marc. Lo miro y para mi sorpresa, es Natalia quien me escribe, lo que me extraña y mucho, creo que aquí empieza el mal día, y la verdad es que no tengo ganas de que así sea, por lo que no miro su mensaje y lo pongo en silencio.

Preparo unas tostadas, huevos revueltos, una tortilla con queso, y lo llevo todo a la mesa junto a un birk de zumo de naranja, magdalenas, galletas, unas creps, un par de vasos y poco más. Va a tener dónde elegir, esto más que un desayuno de casa parece uno de buffet que dan en los hoteles, porque madre mía… Tras eso voy hacia la habitación, de nuevo, Marc está tirado en la cama boca arriba, con los ojos abiertos y mirando hacia el techo, sin decir ni hacer nada. Le contemplo desde la puerta, tiene el pelo alborotado, no lleva camiseta y solo el edredón le cubre.

—Buenos días —le digo con una amplia sonrisa.

—Buenos días.

—¿Qué haces?

—Estaba pensando.

Me siento a su lado, y le doy un beso en la mejilla. Su cuerpo no parece tan cálido como normalmente, sus gestos tampoco lo son. Es frío, es como si el cariño hubiera desaparecido, lo que hace que un escalofrío me recorra de pies a cabeza.

—¿En qué piensas?

—En ti —dice en voz baja—. En ti y en ese capullo… —añade entre dientes.

Le miro atontada, otro escalofrío me recorre. No me gusta la sensación que estoy teniendo, no me gusta ni un pelo. Acaricio su pecho con mimo, pero no hace más que permanecer tenso.

—Si pudiera… —gruñe.

No debería preguntar, pero algo en mí quiere saber qué quiere decir.

—Si pudieras… ¿qué?

—Iba a cambiarle de cara, no iban a reconocerle ni en su casa.

—No pienses en él. —Beso su pecho—. Ven a desayunar, he preparado algunas cosas para que cojas fuerzas.

—¿Cómo no voy a pensar en ello, Lucy?

—Pues no haciéndolo.

Me siento encima de él, de su cintura y agarro sus brazos para que no pueda moverse ni un ápice. Le beso en la boca y él me devuelve el beso, haciendo que sonría.

—¿Vienes a desayunar?

—¿Serás tú mi desayuno?

—Pues… la verdad es que ya he preparado un banquete, pero mañana ya veremos. —Le guiño un ojo, pícara.

Acto seguido le doy otro beso y me aparto de él, bajando por el lado que da hacia la ventana. Levanto un poco la persiana, lo suficiente como para que diminutos rayos de sol se cuelen entre las lamas.

—Vamos, vamos —insisto.

Le destapo, a pesar de que sé que no le gusta, y que odia que lo haga, pero es lo único que hará que se levante.

—Te vas a enterar.

Le miro desde la puerta, hasta que se pone en pie de un salto, entonces, corro hacia la cocina como alma que lleva el diablo. No tarda en alcanzarme sorteando las sillas, y todo aquello que hay por en medio, me toma por la cintura y hace que me dé la vuelta. Me besa apasionadamente y, tras darme un mordisquito en el labio inferior, me deja ir para dirigirse hacia la mesa como un rayo, igual que lo haría Turrón, el tío es un ansia con la comida.

—¡Madre mía! ¡Vaya banquete! —exclama nada más ver todo lo que hay sobre la mesa—. Te has pasado, pequeña.

Se da la vuelta para volver a cogerme de la cintura y besarme en la boca una vez más, sonríe tras hacerlo, y luego se sienta en una de las sillas de la parte central de la mesa, no a los extremos, así llega mejor a todo.

—¿Zumo? —me pregunta a la vez que se sirve él un poco.

—Sí, por favor.

Me siento frente a él, unto un par de tostadas con mantequilla y voy a por algo de jamón de york. Al igual que mi abuela se hacía tostadas con mantequilla y azúcar, o mantequilla con trocitos de chocolate… Recuerdo cuando me hacía bocadillos así para ir a clase.

—¿Hoy vas al Jubilee?

—Pues…, no lo sé, Nati no me ha dicho nada.

Permanezco en silencio, pensando hasta que recuerdo que en realidad sí que me ha escrito, solo que no le he hecho caso. No sé si debería mirar ese mensaje. Algo me dice que me arruinará el día, y eso sí que no, suficiente tuve con el de ayer como para amargarme de nuevo.

—Bueno, en realidad, sí que lo ha hecho.

—¿Entonces?

—No he mirado su mensaje.

—¿Y eso? —pregunta curioso a la vez que le da un gran mordisco a una de las tostadas con huevo que se ha montado.

—No sé, algo me dice que no me gustará lo que me ha escrito.

—Pues no lo mires.

—Ya, pero tendría que ver qué me dice. No sé…

Sigo desayunando tranquila, hasta que mi curiosidad vuelve a asaltar mi mente, tomando el control de esta y de mi boca.

—¿Y tú? ¿No vas esta mañana al restaurante?

—No, esta semana voy de tarde.

—Vaya, llegarás a las tantas todos los días.

—Sí, pero lo bueno es que tengo toda la mañana libre para hacer lo que quiera, e incluso para poder descansar un poco.

—Eso sí.

—Si quieres podemos ir a dar una vuelta, o quedarnos aquí, si al final no tienes que ir a la cafetería.

Permanezco en silencio durante unos minutos, dándole vueltas a lo que me ha dicho.

—¿Qué pensaste cuando… cuando te dije lo de Kellin?

—Bueno, pensé en que si pudiera lo estrangularía con mis propias manos, lo mataría.

Suspiro. Normal, yo también habría querido lo mismo, o algo peor, me saldría mi vena asesina, acabaría en la cárcel seguro. No sé muy bien cómo es capaz de aguantarse, yo ya habría ido a por ella, pero supongo que somos muy distintos, por lo menos en eso.

—Lo mío habría sido peor —digo justo antes de darle un mordisco a mi tostada.

—¿Qué habrías hecho?

—¿Realmente quieres saberlo? —pregunto dándole un sorbo al zumo.

Marc asiente un par de veces masticando su desayuno. Es tan ansias que casi no puede esperar para contestarme que ya le ha dado otro mordisco.

—Pues, en primer lugar, habría averiguado dónde vive, luego robaría un coche y en tercer lugar la atropellaría —tras decir eso, le sonrío ampliamente.

Marc hace una mueca, pero le es imposible no romper a reír. Cree que lo digo en broma, y no lo es, vamos… Si yo estoy con alguien, lo primero es que él se quedaría sin descendencia, lo segundo sería atropellar a la otra, y tercero sería que volvería a estar soltera. Por suerte, o por desgracia, nosotros no tenemos una relación como tal, él mismo lo dijo la otra noche y, aunque sea raro y en cierto modo me duela, es verdad. No tenemos nada, vivimos juntos, somos amigos, hay una atracción, un cariño que se ve día a día, pero solo es eso.

—Entonces…, tú y yo… —murmuro.

—Tú y yo, ¿qué? —pregunta.

Desvío la mirada, ya que él la había fijado en la mía y eso estaba poniéndome de los nervios, hay veces que no puedo aguantársela, algo en ella me inquieta, pero jamás encuentro el qué.

—Pues…

¿Cómo se supone que hay que preguntar estas cosas? No sé cómo la gente lo hace, porque yo soy un poco incapaz de hacerlo con normalidad, y mira que habitualmente suelo ir como una cabra loca a los sitios y decir lo que se me pasa por la cabeza pero con Marc es todo distinto en este momento.

—¿Sí? —insiste.

—Joder, que me pones nerviosa.

—¿Por qué?

—Pues no sé, tu mirada…, tú, me pones nerviosa.

—¿Y qué era lo que querías preguntar?

Suspiro, madre mía, qué hombre. Si es que no puede ser, es peor que yo y todo, pero, me gusta que sea así.

—¿Qué somos? —suelto sin más.

—¿Tú y yo? —pregunta.

—No, hombre, esta magdalena y yo —digo acercándome una magdalena a la cara—. ¿Hacemos buena pareja? ¿Sí, verdad?

Marc se echa a reír, y no es para menos, yo también lo habría hecho, ¿qué clase de loca hace eso? Yo, pero me consuela saber que viene de familia y que no solo yo estoy más p’allá que p’acá.

—Claro, tú y yo, es que vaya preguntas, chico.

—Pues…

—No lo sabes, ¿verdad?

—No —admite.

—Yo tampoco. —Río.

Hace una mueca, sigue tomándose su zumo y poco después alza el dedo índice, como queriendo decir algo pero sin acabar de pronunciarlo.

—Ya encontraremos la respuesta a dicha pregunta. —Sonríe.

—Sí.

No puede ser más adorable, ¿por qué es tan bueno? No lo entiendo, hay veces que creo que si le hiciera cualquier putada sería capaz de perdonarme como lo ha hecho con lo ocurrido con Kellin, aunque diga que no somos nada.

Después de desayunar tranquilamente, de hablar un buen rato sobre tonterías y de ver cómo casi relamía el plato, recogemos todo. Me siento en el sofá cuando veo que la pantalla de mi móvil se enciende. Natalia.

—¿Sí? —pregunto aun a sabiendas de que es ella quien llama.

—Tengo que hablar contigo —dice algo seria.

—Habla.

Intento parecer dura, aunque sea un poco y durante un rato, no voy a ir detrás de ella pero ambas sabemos que acabaré haciéndolo porque no puedo vivir sin ella, igual que ella sin mí, si no, no me estaría llamando. La conozco como si la hubiera parido, que solo me faltaba eso porque vamos… Lo sé todo, y cuando digo todo es: ¡todo!

—¿Puedes venir al Jubilee?

—¿Para?

—Para hablar.

—¿Es que no puedes hacerlo por teléfono?

—No —responde tajante—. Joder…, Lucía, por favor, necesito verte. —Admite desmoronándose.

—Por fin —murmuro.

—¿Cómo que por fin?

—Te he echado de menos, idiota.

Escucho cómo empieza a moquear al otro lado del teléfono, la respiración le tiembla levemente y acaba por sonarse.

—Jope, Lucy… —dice en voz baja.

—No seas tonta, no me llores, ¿eh?

—Es que no me gusta estar así contigo, no quiero enfadarme, y mucho menos por ese gilipollas. No sé cómo puede gustarte.

—Ya…

—¿Cenamos esta noche?

—¿Los cuatro?

Durante unos segundos escucho cómo deja el móvil sobre la mesa, o la barra, y habla con Ángela, suerte que está ella allí para ayudarla, si no, no sé cómo lo habríamos hecho, las dos enfurruñadas yendo de un lado a otro sin hablarnos.

—No, solo nosotras.

—¿Cena en casa?

—Perfecto.

Escucho como sonríe al otro lado, porque sí, las sonrisas se escuchan a pesar de no ser vistas.

—Nos vemos esta noche, pequeña —me dice.

—Sí.