31

Solo tengo ganas de gritar, de pegarle hasta que me sangren los nudillos. La rabia que me corroe por dentro no se apaga, sigue ahí después de un buen rato. No dejo de pensar en ello, en todas las veces que se ha aprovechado de mí y me ha mentido al decirme todas aquellas dulces palabras.

—¿Es que solo puedo pillarme por capullos?

—Eso parece… —dice Laura a mi espalda.

—Ya sé lo que me vas a decir.

No tengo ganas de escuchar el famoso «te lo dije», si lo dice me dará aún más rabia, porque tenían toda la razón del mundo y, aun así, no les hice ni caso, incluso Rosa me lo advirtió. Kellin no es para mí, no es para nadie, solo para sí mismo. Es un egoísta.

—No tengo ganas de hablar, Laura.

Me siento en la entrada del Rocket, cabizbaja. Solo quiero marcharme a mi casa, y olvidarme de lo ocurrido en Cardiff. No más Kellin, no más Marc, no más nadie, solo yo.

—Natalia ha golpeado a Kellin y se ha hecho daño en la muñeca.

—¿Qué dices?

—Sí…, hay que llevarla al hospital a ver qué le dicen, se le ha hinchado como si tuviera un huevo… John se quedará con Kellin.

—Hijo de puta… —digo en voz baja.

—Kellin está bien, por si te lo preguntas, Natalia le ha partido el labio, pero nada más.

—Por desgracia…

—Le ha dado un buen golpe.

—Se merece más.

—Lo sé…

Nati sale del Rocket sujetándose la muñeca derecha, con los ojos llenos de lágrimas, y acompañada por su fiel escudero, Collins, quien le echa sobre los hombros su chaqueta para que no pase frío.

—Estás loca… —digo en voz baja, y la abrazo.

—No podía dejar que se fuera de rositas.

—¿Te ha hecho daño?

—No, no se ha defendido, me he hecho daño yo sola —me explica—. Ha tenido suerte de que ha aparecido Collins y me ha frenado, que si no…

—Anda que…

—Y a la otra no le he hecho nada porque suficiente tiene ya con esa cara de bruja.

Laura va a por el coche, mientras Collins aguarda a que nos vayamos para volver a entrar con ese desgraciado. No tarda en llegar, cuando la puerta del Rocket se abre y tras ella aparece Kellin, le miro con repulsión, negando con la cabeza, el corazón se me acelera. Limpia un poco la sangre que aún le sale del labio y me mira, ahora sí que lo hace… Antes ni siquiera era capaz.

—¿Podemos hablar?

—Vete a la mierda, Lund.

Le miro una última vez y, sin decirle nada más, me meto en el coche. No quiero volver a saber nada más de él, no quiero ni siquiera verle, ni en pintura. Nada más cerrar la puerta me derrumbo entre las sombras que ocupan el coche, lloro en el silencio, perdida en este vacío que siento por dentro. Odio sentirme así, tan débil… He pasado de estar enganchada a él, a que sea otra quien ocupe mi lugar.

—No te martirices, hermanita —me pide Natalia entristecida.

Permanezco en silencio, sumida en mis pensamientos. En realidad, no entiendo cómo he llegado a sentir algo por Lund de esta forma tan inmediata, apenas nos conocíamos, ni siquiera hemos pasado el suficiente tiempo juntos. Pero no puedo evitarlo, cuando estoy a su lado hay una atracción animal que hace que pierda los papeles, que necesite estar pegada a él. Somos dos imanes, tan diferentes… Destinados a estar juntos y a repelerse.

Natalia extiende el brazo, intentando rozarme, pero ahora mismo no necesito a nadie y mucho menos a alguien que sienta pena por mí.

Trago saliva, me paso las manos por la cara, emborronando el poco maquillaje que me cubría el rostro. Saco del bolso un paquete de pañuelos con el que me limpio los rastros que han quedado. No tengo ganas de nada, pero no puedo hacer otra cosa que acompañarles al hospital y ver qué tiene Natalia en la muñeca. No está muy lejos de donde nos encontramos, espero que puedan atenderla pronto y no tengamos que esperar durante toda la noche, si no me dará algo entre una cosa y otra.

Mi mirada se pierde en las calles de Cardiff, sintiendo cómo el vacío que hay en mi interior va haciéndose cada vez mayor, debería haber hecho caso a Natalia, y no haberme dejado llevar por Kellin, quien cada vez me inspira más desconfianza. Bueno…, después de lo que ha hecho. ¡Qué menos! ¿Cómo voy a poder creer lo que dice? Cierro las manos en puños, se merece que Natalia le haya pegado, solo que debería haber ido yo detrás para acabar de rematarlo. Solo de pensar en esos dos me pongo enferma, nunca me había sentido tan furiosa, pero ahora mismo los dejaría calvos a ambos.

No tardamos en llegar al hospital, aparcamos a dos metros de la puerta, para así poder entrar con mayor rapidez y que la atiendan cuanto antes. Laura se encarga de hablar con la enfermera y explicarle lo que le ocurre a Natalia, la mujer nos mira haciendo una mueca y lo apunta en el ordenador que hay frente a ella. Por suerte, no hay nadie, salvo una mujer algo mayor que parece desorientada e incluso perdida.

—¿Cómo vas? —me pregunta.

—Eso debería preguntártelo yo a ti…

Tuerce el gesto, esperando que le responda.

—¿Sinceramente?

Asiente un par de veces a la vez que bajo la mirada y refriego las manos entre sí.

—Decepcionada.

—Normal… —Me coge una de las manos y le da un beso—. No sabes cuánto lamento haber tenido razón. Ojalá no hubiera sido así.

—No pasa nada, tal vez debí hacerte caso, pero en ese momento creí que debía hacer caso a lo que me decía mi corazón. Y se equivocó, como yo.

—Bueno, ahora no te preocupes.

Suspiro, no me preocupo, pero me voy reconcomiendo de rabia a medida que pasan los minutos y pienso en ello.

—Nati… —digo en voz baja.

—¿Qué, pequeña?

Alzo la mirada y veo cómo Laura coge unos papeles que le da la enfermera con la que habla en recepción.

—Quiero irme de Cardiff —admito.

—¿Por qué?

—No aguanto más aquí.

—No te vayas, por favor.

—Nati, no quiero ni verle, y tenerle tan cerca… Es que como le vea le voy a retorcer el pescuezo.

—Deja que te ayude, hermanita, no te vayas, no me dejes sola.

—No estás sola.

Me pone carita de cachorrillo triste, y cuando viene Laura la quita para poder mirarla a ella.

—¿Qué pasa? —pregunta Laura.

—Lucia quiere irse.

—¿Cómo? —Se asombra.

Me mira con los ojos bien abiertos, confusa, incluso sorprendida. Se sienta a mi lado, y me pide que me gire para poder hablar con ella.

—Como no te quedes vamos a ir a por él. —Añade Laura.

—Y le cogeremos por lo cataplines y lo subiremos al campanario más alto de todo Cardiff. —Se une Natalia.

—Hacedlo —murmuro—. Y que así quede estéril.

—Sí, así el gañanismo no pasará de padres a hijos.

—Gañ… ¿Qué? —pregunta Laura sin entender lo que decimos.

—Gañanismo, cielo, ga-ña-nis-mo.

—Gañanismo —repite Laura.

—¡Eso es!

Dejo ir un suspiro, sé que no debería seguir pensando en ello, pero no puedo hacer nada por remediarlo. Mientras, Natalia rellena el formulario que le ha traído Laura, y se lo entrega para que se lo devuelva a la enfermera.

—No te vayas, hermanita, no me dejes aquí sola, no quiero que te marches.

—Nati, ¿y si a Kellin le da por venir a buscarme?

—¿Quieres que te sea franca?

Cuando dice eso me temo lo peor del mundo, aunque ahora mismo todo lo que tenga que ver con Kellin me da igual.

—Por favor.

—Por lo poco que conozco a Kellin, no creo que venga, no lo ha hecho con nadie, ¿por qué lo iba a hacer contigo?

—Ya.

—Siento ser dura, hermanita, pero es así, Kellin es un hombre que no se preocupa por nadie salvo por sí mismo y por su enorme ego.

Y aunque pensaba que me daba igual lo que me dijera sobre él, me doy cuenta de que sus palabras me duelen como pequeños puñales que van atravesando mi piel sin dejar que se recupere.

—Jamás pensé que fuese a ser así, pero parece que no lo conocía tanto como creía.

Suspiro, vaya mierda de vida, el universo se ha puesto en mi contra, quiere que me quede sola y sea la tía loca de los gatos cuando Natalia tenga un bebé. Cada vez odio más este sitio y lo que provoca en mí.

—Dice la enfermera que te harán una radiografía y que mirarán a ver cómo tienes los huesos. —Anuncia Laura.

—De acuerdo.

—A partir de ahí harán una cosa u otra —nos explica—. Ahora, ve con ella para que puedan hacértelo.

—Ahora vengo —me dice acariciando mi hombro—. No te vayas, ¿eh?

—No, tranquila. —Intento sonreír.

Cuando Natalia se marcha con la enfermera, Laura toma una de mis manos, y tira de ella, para que le preste algo de atención, ya que seguía mirando cómo mi hermanita se adentraba en una de las salas.

—A ver, Lucy.

—¿Qué?

—¿Cómo que qué? —Niega con la cabeza—. Kellin es un auténtico gilipollas, sé de lo que hablo, no hay nada que le importe, y mucho menos una mujer. No se merece que una chica como tú esté así por él, porque probablemente él no lo esté —dice seria—. Es más… ¿quién sabe lo que estará haciendo con esa tía?

—Ya.

—Sí, dices «ya», pero luego mira. —Posa una de sus manos en mi mejilla—. No es la primera vez que lo hace, se muestra encantador, sexy, feroz, y luego te deja tirada como una colilla. Es irresistible, lo sabe, y eso es lo que más le gusta, sentirse así.

Habla como si realmente supiera lo que es Kellin, como si hubiera sufrido en sus propias carnes lo que me ha pasado a mí. ¿Habrá estado liada ella con él? Sabe perfectamente cómo se comporta, lo que me hace sospechar que efectivamente ha estado pillada por Kellin.

—No sufras por un crío que se cree hombre, porque eso es lo único que es Kellin, alguien que no ha madurado lo suficiente como para saber lo que está bien y mal, o que simplemente le da igual.

—Me es inevitable. Vale que no me voy a morir, porque sería imposible, pero…

—Te da rabia.

—Mucha, no entiendo cómo pudo engañarme así, haciéndome creer que había algo distinto entre nosotros. Luego no ha sido más que una triste mentira.

—A lo mejor tú también te hiciste tu propia película, hay veces que vemos lo que queremos ver. Es inevitable.

—Ya me imagino.

Dos horas después aún seguimos en el hospital, no entiendo cómo pueden estar tardando tanto. Solo tenían que hacerle una radiografía, mirar que todo estuviera en su sitio y poco más. Al final amanecerá y nosotras aquí tiradas, incluso ha venido Collins a ver qué era lo que pasaba. El pobre se ha disculpado por el comportamiento de Kellin, como si fuese su padre, y la verdad es que no debería haberlo hecho. Él es mayorcito para saber qué debe y qué no debe hacer.

—¿Cómo estaba Natalia? —le pregunto a Collins.

—Bien, animada, pero no sé por qué tardan tanto —responde.

—Yo tampoco —dice Laura.

Collins ya empieza a ponerse nervioso por lo que no creo que dure mucho estando aquí sentado mientras esperamos a que salga. Dos minutos después, ya está en pie, intentando hablar con una de las enfermeras para que le digan qué están haciendo con Nati y por qué no sale ya.

—No se preocupe, señor Collins, su mujer saldrá enseguida —escucho cómo le dice la mujer en inglés y, por suerte, Laura me traduce.

—¿Cómo no me voy a preocupar? Llevamos más de dos horas esperando —exagera.

—Ahora mismo iré a ver qué ocurre, si así se queda más tranquilo.

—Por favor.

Se vuelve a sentar a mi lado, saca el móvil y veo un mensaje de Kellin. Sé que no debería haber mirado su pantalla, pero no he podido evitarlo cuando he visto que era él quien le escribía. Parece ansioso por saber.

Kellin:

¿Cómo está? ¿Está bien?

¿Y Natalia?

Cuando leo esto último todo me descuadra, ¿está hablando de mí? Resoplo, pero intento quedarme callada, no es momento de soltarle nada a Collins, suficiente tiene el pobre con tener que estar aquí esperando. Miro mi móvil, pero no tengo ni un solo mensaje, por lo que supongo que lo que he visto y lo que he pensado, no ha sido nada más que una imaginación, lo que decía Laura. Hay veces que solo vemos lo que queremos ver.

—Natalia —exclama Laura.

Mi hermana aparece tras una de las puertas con la mano enyesada hasta casi el codo, hace una mueca, y poco después intenta sonreír. Collins va directo hacia ella, no espera ni un solo segundo para abrazarla. Mira que es peliculero y exagerado. Ni que hubiera tenido un accidente.

—¿Cómo estás, pequeña?

—Bien, tranquilo.

Le da un beso en los labios, y tras eso vuelve a nosotras para enseñarnos lo que le ha pasado. Por suerte, no tiene nada roto, pero tiene varias fracturas que harán que tenga el brazo inmovilizado al menos un mes, por lo que tendré que buscar a alguien que me ayude en el Jubilee cuando volvamos.

—¿Cómo ha ido? —le pregunta Collins.

—Bien, un poco lentos, pero dentro de lo que cabe lo han hecho bien —nos explica—. Han sido muy atentos y agradables.

—Me alegro. —Le besa delicadamente en los labios.

—¿Vamos?

Al llegar a casa me doy cuenta de que en ningún momento he tenido conexión a internet, cosa que ahora mismo me asusta. ¿Y si me ha escrito? Y lo peor de todo… ¿Y si no lo ha hecho? Suspiro, me dejo caer en la cama, tiro el móvil sobre la almohada y me tapo la cara con las manos. Alguien llama a mi puerta, pero solo con notar cómo Turrón intenta subirse a la cama, ya tengo más que claro quién es. Natalia se sienta al otro lado del colchón, y ayuda a que el pequeño pueda subirse con nosotras.

—¿Cómo vas? —pregunta.

—Mejor.

—¿Mejor?

—Sí, aceptando que es un gilipollas, e intentando mantener la calma.

Suspira, pasa una mano por mi pelo, y lo acaricia con cuidado.

—Te he traído una cosa.

Me aparto las manos de la cara y la miro. Está sujetando una pequeña bolsa azul con un dragón dibujado en color rojo. Me la da para que pueda abrirla, y eso hago, no espero ni un segundo. Saco un pequeño paquete de lo que parecen tortitas con algunas pasas o virutas chocolate, pero conociendo las rarezas de este lugar creo que serán pasas. La miro, quiero probarlo pero ya. Suerte que el hambre no se me va con los disgustos, si no acabaría muriendo.

—¿Vas a abrirlos?

—Claro. —Sonrío—. ¿Acaso lo dudabas?

—No, la verdad es que no, sabía que esto te alegraría. —Hace una mueca—. Aunque sea un poco.

—Gracias.

Me abrazo a ella, tengo demasiada suerte de tenerla conmigo, aunque haya traído también parte de mi desgracia, Natalia siempre está ahí para cuidar de mi como lo haría mi propia madre, o incluso más. A la vista está, esta noche ha parecido una leona mamá y me ha defendido como si fuera su pequeña criatura.

—A ver…, suéltalo. —Mustio justo antes de darle un mordisco a uno de los bollitos.

—¿Cómo lo sabes? —pregunta extrañada.

—¿Hace falta que…? —le digo aún con el trocito de bollo en la boca—. ¿Que te diga que te conozco como si te hubiera parido?

—No.

Me termino de comer el bollito y la miro. Saco otro más y lo parto por la mitad, para darle un trozo a ella.

—No te vayas, por favor.

—No me iré, pero prométeme que no me harás salir a ninguna parte si no tengo ganas de ir.

—Tranquila.

—Son solo dos días, intentaré no acabar en los calabozos, tampoco es tanto…

—No me extrañaría que lo hicieras, yo ya le habría asesinado.

—Tú has tenido suerte con Collins.

Suspira, sabe que tengo razón, Collins es un hombre maravilloso, dulce, bueno, cariñoso y que venera el suelo que pisa. No la daña, cuida de ella como si de ello dependiera su vida. Yo quiero algo así, no que me hagan sufrir.

—No sabes cuánto te envidio, hermanita.

Se abraza a mí, a sabiendas de que le estoy siendo totalmente sincera. Cualquiera envidiaría la hermosa relación que hay entre ellos dos.

—No digas tonterías.

—No son tonterías, nena.

—Claro que lo son… —dice en voz baja—. Estoy segura de que hay alguien para ti, ya lo verás, pequeña.

Me da un beso en la mejilla, y vuelve a abrazarme. Dejo ir un bufido, no me consuela mucho escuchar eso, lo único que podría apaciguar esto tiene nombre y apellidos. Pero, por suerte o por desgracia, después de esta noche, no creo que se vuelva a acercar. Lo mejor será que me olvide de él, y de todo aquello que tenga relación. Natalia se marcha, dejándome sola con mis cosas. Me irá bien pensar en lo ocurrido y en lo que pasará cuando esté de vuelta en España.

Me tumbo en la cama, boca abajo, y cuando me voy a abrazar a la almohada escucho cómo algo metálico tintinea bajo esta. No tengo ni la más remota idea de qué puede ser. De un pequeño bote doy la vuelta, me siento en la cama y aparto los cojines que me rodeaban y la almohada. Entonces, me encuentro con un colgante que lleva una chapa de identificación militar y una llave. Me resulta muy familiar, mucho. Le doy la vuelta a la chapa, donde puedo leer perfectamente cómo hay grabado un nombre: R. Lund. ¡Es de Kellin! Suspiro al sentir que mis ojos empiezan a llenarse de lágrimas. ¿Cómo puede ser que este hombre me afecte aún sin estar cerca de mí? Por primera vez desde que salimos del Rocket, me permito echarme a llorar en silencio, deshaciéndome de este nudo que me ahoga por dentro y que no me deja respirar. ¡Maldito Lund!

Ni siquiera sé qué hora es cuando me despierto, solo sé que no puedo seguir durmiendo y que debe ser demasiado temprano ya que apenas hay luz solar. Me envuelvo en la manta y me siento junto a la ventana, lo único que me ha gustado de este lugar es la simpatía de según qué gente, lo verde que es, y que tiene mucha calma, en algunas zonas, claro. Por primera vez en mi vida me apetece salir a correr, y eso que a mí nunca me ha gustado, pero sé que si lo hago conseguiré deshacerme de esta carga que aún llevo encima. Me quito el pijama, me enfundo unas mallas negras, una camiseta de manga larga y la sudadera. Un poco de música y todo listo.

Hace más frío de lo que me imaginaba, aunque, espero que se me pase dentro de un rato cuando entre en calor. No hay prácticamente nadie en la calle, cosa que me gusta, así estaré más tranquila. Por suerte, tras la casa de Collins hay un callejón por el que solo pueden pasar los residentes que dejen el coche en el parking trasero. Me coloco bien los auriculares, le doy al play y dejo que la música se haga con el control de mi cuerpo. Al pasar junto a la casa de Kellin no puedo evitar mirarla, esperando que esté ahí mismo, mirándome igual que lo estoy haciendo yo. Pero no creo que tenga suerte… Aun no entiendo por qué hay veces en las que todo se tiene que torcer tanto, ¿por qué pasa?

Al final del callejón aparece un hombre, no tiene muy buena pinta, lo que hace que se me erice el vello. Mierda. Miro hacia los lados, hacia atrás, pero no hay nadie que pueda ayudarme. Joder, joder… El hombre se acerca cada vez más, puedo verle la cara, la tiene arrugada y sucia. No parece de aquí, cosa que me extraña, no he visto muchos visitantes.

—Hola, guapita —me dice al llegar a mi altura.

Intento pasar velozmente, habla español con un acento un poco raro. Antes de que pueda alejarme, echa a correr detrás de mí, no dejo de mirar atrás. ¡Me va a coger! Me tropiezo con una piedra, por lo que caigo al suelo, pero me levanto todo lo rápido que puedo. Aunque no lo suficiente. El hombre me sujeta del brazo, siento cómo mi corazón se acelera, un sudor frío me recorre la espalda y mi respiración se agita. Me aguanta con fuerza, mucha más de la que pensé que tendría, ya que parece delgado y endeble. De un golpe me empuja haciendo que mi espalda choque con brusquedad contra el muro que hay en el lado contrario a las casas. Intento recomponerme, pensar en cómo defenderme, pero antes de que pueda hacerlo noto que algo punzante se clava en mi estómago. Mierda, una navaja.

—¿Qué…? ¿Qué quieres? No llevo nada…, de verdad.

—Dame todo lo que tengas —gruñe—. ¡¡Todo!!

Aprieto la mandíbula, no quiero parecer débil, no lo soy, pero si aprecio lo que ahora tengo, tendré que hacerle caso. Saco el teléfono del bolsillo de la sudadera, y se lo doy, al igual que los auriculares.

—He dicho todo.

Abro los ojos y veo cómo me mira de arriba abajo, con una sonrisa burlona, y deseoso de verme sin ropa. Joder… Siento que las amenazantes lágrimas se agolpan impidiéndome ver bien. Me quito la sudadera, pero eso no le es suficiente. No deja de apuntarme con la navaja, la cual es enorme. La coloca en mi cuello, cuando me indica que me quite las mallas. Cojo el poco aire que mi cuerpo puede guardar. Un escalofrío me recorre de pies a cabeza. Antes de que haga nada más, el hombre baja el arma por mi cuello, hasta que llega a la camiseta, y acaba rasgándola por completo. No puedo seguir conteniendo las lágrimas, mi cuerpo empieza a temblar, hasta el punto en el que acabo desmoronándome por completo.