39

—¡Kellin! —chillo.

Este se abalanza sobre el americano, con el puño en alto, preparado para golpearle en cualquier momento. Vuelve a apartarme, pero esta vez es Alex quien hace que tropiece con algo y caiga, dándome un fuerte golpe en la cabeza. Mierda, siento cómo poco a poco voy quedándome sin fuerzas, pero no puedo dejarles así, acabarán matándose si no me interpongo.

—Alex…, Alex, por favor —digo en voz baja, y como puedo.

—¡Te mataré, capullo! —gruñe Kellin igual que una bestia.

—Kellin, para, por favor —murmuro intentando ponerme en pie.

Mis ojos se llenan de lágrimas al ver cómo no deja de golpearle. Alex no se queda atrás, sigue devolviéndole cada uno de los impactos. ¿Qué demonios están haciendo? ¿Es que el mundo se ha vuelto loco? Consigo ponerme en pie, y me tiro encima de ellos, a la desesperada, no se me ocurre otra cosa. Me cuelo entre los dos, cierro los ojos, Kellin está a punto de golpear, pero es en ese momento, se detiene.

—Sal, Lucía, apártate.

—No, Kellin —susurro entre quejidos—. No voy a dejar que esto siga así.

Me ayuda a ponerme en pie, Alex se levanta también, coge su bolsa y se marcha sin decir nada más.

—No me puedo creer lo que le acabas de hacer. Eres un animal…

—Quien no se lo cree soy yo, Lucía, jamás voy a olvidar lo que ha pasado. Pensé que te quería, pensé… que habías sido hecha para mí, pero ya veo que no.

Algo en mí se resquebraja, se rompe en mil pedazos que parecen que nunca más se volverán a unir. Las lágrimas me empapan el rostro, hasta que se acerca ligeramente, y recoge cada una de las que han caído.

—He venido por ti, nena… —susurra.

—No tenías que venir a por mí… —contesto—. No deberías haberme dejado marchar, Kellin, ese fue tu error.

Niego con la cabeza, me doy la vuelta y cierro la puerta, dejándole fuera. Pero la golpea, pidiéndome que la vuelva a abrir.

—Por favor… —me pide.

Durante unos segundos me lo pienso, no se merece que le abra, no debería ni siquiera haberle abierto antes, pero no lo he podido evitar, igual que ahora, que tampoco puedo hacerlo.

—Kellin, de verdad, no deberías haber venido.

Fija sus ojos en los míos, y da un paso adelante, adentrándose en el piso.

—¿Cómo no iba a venir si te has llevado mi corazón?

Es entonces cuando rompo a llorar, desconsoladamente, ¿por qué el destino tiene que ser tan caprichoso? Mierda, mierda, y más mierda… Me intenta abrazar, una de sus manos roza mi brazo, pero como si su piel en contacto con la mía ardiera, me limito a dar un paso atrás.

—Eso deberías haberlo dicho antes… —murmuro lloriqueando—. Pero si tanto me había llevado tu corazón, ¿qué hacía esa zorra comiéndote la boca?

Permanece en silencio, con la vista gacha y con los puños cerrados a sabiendas que tengo razón.

—No sé si debo creerte o no, Kellin, no me fio de ti, no te conozco, no sé nada…

Niega con la cabeza.

—A mí no me hace falta saber nada de ti, lo único que me importa es lo que siento aquí —dice cogiendo una de mis manos y colocándola sobre su pecho.

—Pues a mí sí que me importa, Kellin. No puedo confiar en ti si a la primera de cambio te encuentro con una tía enganchada a la boca.

—Muy bien, si eso es lo que quieres, no hay nada más que añadir —murmura—. Supongo.

Sin decir nada más, da media vuelta y desaparece tras la puerta. ¿Qué he hecho? ¿De verdad voy a dejar que se marche? Me dejo caer en el suelo, tras cerrarla, entierro mi rostro entre mis piernas, y rompo a llorar. El aire me falta, ni siquiera soy capaz de respirar, dejo ir pequeños hipidos, intentando llenar mis pulmones, pero me cuesta demasiado. Joder… Lo único que quería y me importaba y he dejado que se marche como si nada. ¿Qué demonios me pasa? Cierro los ojos, y no puedo dejar de ver a Kellin, con esa mirada de pena, llena de tristeza y dolor. He podido reconocer la pena en él, pero realmente no sé si es verdad lo que he visto.

El móvil no deja de sonar, alguien llama insistentemente, pero no le hago ni caso, ahora mismo no estoy por nada ni por nadie. Todo lo que había dejado en Cardiff de repente ha venido a buscarme, persiguiéndome como una absoluta pesadilla que no parece acabar. Lloro, sin control, perdiéndome en el mar de lágrimas que empieza a ahogarme a medida que estas llenas de dolor, van cayendo. ¿Y si es él quien llama? No puedo dejar que Kellin se vuelva a Gales, así como así… Cojo el teléfono, es Natalia quien llama y no me deja tranquila, abro el WhatsApp, tengo que impedir que se marche, no puedo dejar que vuelva. Le escribo entre lágrimas.

Lucía:

Ven, jódeme la vida, haz lo que quieras,

rompe mi corazón y vuelve a arreglarlo,

pero ven, Kellin Lund.

Lee el mensaje, pero ni siquiera es capaz de contestarme, supongo que debe estar cabreado. Pero ya nada importa, si ahora no vuelve significará que todo lo que ha dicho es mentira, y que en ningún momento ha estado pendiente de mí, cosa que me dolería demasiado.

Pasan las horas y ni siquiera se ha tomado la molestia de contestarme con un «Vete a la mierda», o un «Déjame tranquilo». Yo también habría reaccionado así, o tal vez no… ¿Qué es lo que realmente quiero? A él, le quiero a él, aunque no sea el hombre perfecto, aunque me haya hecho daño, aunque se haya comportado como un gilipollas. Cuando estoy a punto de meterme en la cama, alguien golpea ligeramente la puerta. Seguro que es Natalia, ha vuelto a llamar pero solo le he contestado con un simple mensaje. Me levanto, es raro que no abra con sus propias llaves. Vuelven a tocar, y cuando abro se me cae el alma a los pies.

Sin esperar a que diga nada se abalanza sobre mí, me besa con tanta pasión que llega a abrumarme. Cierra la puerta de una patada, me toma por la cintura y hace que rodee su cadera con mis piernas. No deja de besarme, de acariciar mi espalda con mimo, hasta que me apresa contra la pared junto a la entrada a mi habitación.

—Kellin…

—Ahora no, nena.

—Por favor…

—Te necesito —dice en voz baja.

Cuando fijo mis ojos en los suyos me doy cuenta de que pequeñas lágrimas se escapan de ellos, lo que me enternece el alma y me alivia el corazón. Vuelve a besarme con urgencia, con una necesidad que me resulta extrañamente familiar, es la misma con la que le deseo yo.

—Te quiero, Lucía —susurra contra mi boca—, mi dulce tentación, una perdición que me ha arrancado el corazón.

Lloro a la vez que le beso, atrapa cada uno de mis quejidos, y los apacigua con sus mimos. Remendando mi roto corazón, amando mi cuerpo y recuperando mi resquebrajada alma.

—Deja que remiende mi error.

—No hables de eso, ya habrá tiempo.

Me lleva a la habitación, tumbándome en la cama, quitándome con delicadeza la ropa, acariciando cada centímetro de mi piel con sus manos. Me besa poco a poco, con una sensualidad y una pasión con la que nunca me había topado, mayor aún que la que me profesaba Alex. Se deshace de la camiseta ancha que lleva, igual que lo hace con mis braguitas, hasta que le detengo, yo también quiero cuidar de él, mimar su cuerpo como lo hace conmigo.

Le desabrocho la camisa tejana que lleva, igual que hago con sus bermudas negras, y se lo voy quitando poco a poco, hasta que solo los calzoncillos le cubren. Es tan jodidamente sexy… Su pelo se ha quedado alborotado, y parece un chico malo. Me da un ligero golpecito en el hombro, haciendo que quede tumbada en la cama, se coloca encima de mí, pegando su cuerpo al mío, hasta que nuestras bocas vuelven a encontrarse. Paseo mis dedos por su espalda a la vez que él lo hace por mi rostro y mi pelo. Kellin no es como decían, o por lo menos eso es lo que espero, lo que me ha mostrado a mí no es ni la mitad de lo que le ha demostrado al resto de gente, ni siquiera Collins debe conocer esta parte de él.

—Kellin… —digo en voz baja.

—¿Qué, nena?

—Cuida de mi corazón —le ruego.

—Lo haré. —Promete.

Una de sus manos se cuela en mi ropa interior, tira de ella hasta que me la quita, hago lo mismo que él. Veo cómo me observa desde los pies de la cama, arrodillado frente a mí, sus ojos vuelven a estar llenos de lágrimas, pero no hay rastro del miedo y del dolor que había hace apenas unos minutos. Besa el interior de mis piernas, el hueso de mi cadera, y sube por mi vientre, sin dejar de acariciarme, hasta llegar a mis pechos. Sonríe, los lame poco a poco con un mimo que me deja atontada y que me sume en una nube. No tarda en volver a atacar mi boca, y como si le necesitara para seguir viviendo me llevo cada uno de sus suspiros, todas y cada una de las lágrimas que han caído durante la noche. Siento su miembro en mi entrada, pidiendo cobijo, esperando a que sea yo quien dé la señal, y le deje pasar. Alzo mi cadera, y con un sencillo movimiento entra en mí, sin necesidad de prepararme.

—Estás tan húmeda, Lu —gruñe.

—Hazme el amor, Kellin —le pido—. Hazlo.

—Te lo haré todos y cada uno de los días que pase a tu lado, pero, por favor, cree en mí.

Asiento, tenemos una conversación pendiente, pero ahora solo estamos nosotros dos, y no voy a dejar que nada rompa este hermoso momento. Una pequeña lágrima se me escapa, no necesitaba nada ni nadie más a que él.

Tenía tantas ganas de tenerle dentro que poco a poco voy deshaciéndome del puro gusto que me hace vivir, no sé qué es lo que tiene, pero solo él es capaz de hacerme sentir más que nadie. Empieza a moverse con brusquedad, cada vez más deprisa, mirándome a los ojos, puedo ver el león salvaje que lleva dentro y que, cada vez me enciende más. Cuela una de sus manos entre nosotros, para acariciar mi abultado botón, haciendo que todo mi vello se erice, y mis piernas se tensen. Sonríe contra mi boca.

—¿Qué te pasa, leona?

Niego con la cabeza, ahora mismo no estoy para hablar, y lo sabe. Me da un beso de esos que alegran el alma, y vuelve a descender, saliendo de mí, por lo que me remuevo bajo su cuerpo, pidiéndole que no lo haga, pero parece que le da completamente igual lo que le diga. Abre mis piernas, las besa y se centra en mi sexo, lo lame de arriba abajo, como si fuera un delicioso helado de su sabor favorito. En pocos minutos siento cómo mi cuerpo se tensa y tiembla ligeramente, como un poderoso y amenazante tsunami de placer que se acerca.

—Joder —murmuro cuando adentra uno de sus dedos en mi interior a la vez que sigue torturando mi pequeño clítoris.

Alza la mirada, se relame como un gato y sin esperar ni un solo segundo vuelve a atacarme, ensartándome de una sola estocada. Sus gemidos son cada vez más fuertes, incluso deja ir gruñidos que me vuelven loca.

—Espera —le digo.

Las tornas se cambian, hago que se tumbe y aprovecho para ser yo quien tome el mando de la situación. Sonrío, me siento a horcajadas sobre él, haciendo que quede dentro de mí por completo. No dejo de moverme, escuchando cómo sus quejidos son cada vez más fuertes, clavo mis uñas en sus hombros al sentir que la oleada se acerca más y más. Sin que pueda hacer nada por remediarlo, todo lo que siento me arrolla, igual que lo hace él. Nos dejamos ir los dos a la vez, sintiendo cómo nuestros cuerpos se tensan, tiemblan y se deshacen al mismo tiempo.

—Joder…, Lucía, eres deliciosa.

Me echo a llorar, dejándome caer encima de él. Ahora me siento completa del todo, solo él es capaz de llenarme y hacerme estar bien.

—Creo que te quiero, Lucía.

—Y yo a ti, capullo. —Sonrío.

Sin poder hacer nada por evitarlo, mientras me acaricia la espalda, acabo quedándome dormida.

Al despertarme, me desperezo igual que si fuera un gato, me pongo la ropa interior, y antes de salir de la habitación escucho cómo Kellin habla por teléfono desde el salón. ¿Con quién hablará? Tal vez sea con Collins, para decirle que está aquí, aunque no sé…

—Lo sé, cielo, pero ahora no puedo ir a verte —dice en voz baja.

Me asomo ligeramente tras la puerta y veo cómo está mirando por el gran ventanal, se encuentra algo encorvado, tiene una mano en la nuca y no deja de frotársela a la vez que mueve la cabeza diciendo que no.

—June, cariño, dile a mamá que coja el teléfono, por favor —le pide.

Hace una pausa, permaneciendo en silencio hasta que la supuesta «mamá» se pone al teléfono. ¿Quién demonios es June? ¿Es que tiene una hija? ¿Cómo ha podido ocultarme algo así? La rabia empieza a apoderarse de mí, es como me habían dicho… Todo ha sido una farsa, me ha vuelto a engañar como a una tonta, una vez más he caído en su trampa.

—Hope, ¿cómo dejas a la niña que llame a estas horas? —pregunta—. Hope, por Dios… —Es entonces cuando se da la vuelta y me ve, ahí plantada—. Tengo que dejarte.