23

Dos meses después…

Aeropuerto de Cardiff, Gales.

Me pongo las gafas de sol, aun no sé qué hago aquí, pero Natalia me las pagará. Resoplo, tirando de la maleta y sujetando el bolso con fuerza para que no se me caiga, según Collins, Laura nos está esperando fuera, y ya me estoy poniendo de los nervios, me encuentro fatal, me sudan hasta las manos, ya verás tú cuando lleguemos a casa de Collins. Solo de saber que estamos en el mismo país ya me pone histérica, y si encima estamos en la misma calle entonces ya ni te cuento. Suspiro, Nati me mira y sonríe, lo que hace que me cabree, por culpa de los nervios y de todo lo que me produce estar aquí.

—A mí no me hace ni puta gracia —murmuro.

Lo bueno de estar en un país en el que no entienden tu lengua es que puedes decir lo que quieras, o casi lo que quieras, sin que nadie se entere. Madre mía, si es que no puedo dejar de pensar en ello, me estoy adentrando en una cueva muy profunda en la que está la boca del lobo. Y en este caso, ¡qué boca y qué lobo! Esto no va a ser sano para mí, y encima sin tener a Marc aquí, y sin poder apenas hablar con él. «Joder, vaya semanita de mierda me espera…». Porque es un regalo de Nati y Collins que si no iba a venir quien yo sé. Antes de salir fuera del aeropuerto vemos a un grupo de policías con un enorme pastor alemán, este no me quita ojo de encima, lo que hace que mi inquietud aumente de forma bastante considerable. El perro empieza a ladrar, los hombres empiezan a venir hacia nosotros, mientras avanzamos. No puedo quitarles los ojos de encima y solo se me ocurre salir corriendo, abandonando mi maleta a su suerte y pasando frente a mis amigos, ¡a mi ese perro no me va a atacar!

—Eh, tú. ¡Quieta ahí! ¡Detente o te arrestaremos! —me dice uno de los guardias en inglés.

No sé ni qué me están diciendo, solo corro, no quiero que me atrapen, estoy entrando en un ataque de pánico y creo que del miedo voy a acabar meándome encima.

—Joder… —digo entre dientes.

—¡Lucía! —grita Collins, a quien ignoro olímpicamente.

Ahora mismo estoy en modo atleta, seguro que si compitiera contra Usain Bolt le acabaría ganando, soy la Flash femenina de Cardiff. No hay nadie como yo, seguro.

—¡Por Dios, Lucía, para! —me grita Natalia.

Una vez más paso de ellos, si fuera categoría olímpica, estoy segura de que me darían hasta una medalla de oro.

—¡Lucía! Te van a arrestar como sigas corriendo. —Añade Collins.

¿A arrestar? ¿Por qué? Si yo no he hecho nada. No debería ni siquiera haber venido, vaya país de mierda… Al detenerme siento como si me fuese a morir, un horrible sabor metálico y unas palpitaciones inhumanas se apoderan de mí, creo que nunca antes había corrido así. Suspiro, no debería de haber venido.

—¡Quieta ahí! —me grita uno de los hombres a la vez que corre hacia donde me encuentro.

¡Madre mía la que he liado! Si hubiera sabido que esto iba a pasar, no hubiera venido ni de coña. El hombre llega rápido, me mira de arriba abajo, con cara algo sospechosa.

—Disculpe, señorita, per ova a tener que acompañarnos.

—¿Cómo?

El hombre hace una mueca, no parece entender lo que le digo, lo más seguro es que no sepa nada de español.

—¿Qué? —repito, esta vez en su lengua.

Sigue hablando, pero como no le entiendo nada, dejo de escucharle. Miro a Collins, necesito que venga para ayudarme, no me entero de nada y si no me traduce, no podré defenderme.

—Perdone, señor —le dice Collins a su espalda pausadamente.

No dejan de hablar, yo no puedo evitar fijar la vista en Nati, quien sujeta las maletas para que nadie se las lleve en este momento de confusión. El segurata me mira, haciendo una mueca un poco rara, y que al final, escuchando las palabras de Collins, va suavizando hasta que asiente.

—Lucía, me pregunta que por qué has huido —pregunta.

—No sé… —digo en voz baja—. Me he asustado, estaba nerviosa y me he puesto aún peor, no sabía qué hacer.

—Se asustó, estaba nerviosa… No podía controlar su nerviosismo. —Le va traduciendo.

—Gracias. —Le digo a Collins.

Después de casi una hora respondiendo a las preguntas que han ido haciendo los guardias de seguridad, podemos salir. Laura está desesperada, aunque peor estoy yo, que me tiemblan hasta las piernas.

—Ya estáis aquí. —Sonríe al vernos.

Me subo las gafas de sol, los rayos apenas traspasan las frondosas nubes que cubren el cielo. Niego con la cabeza, abandonando la maleta junto al coche y dejo que Collins la guarde mientras yo, automáticamente, me meto en el pedazo de Mini que tiene Laura.

—¿Estás bien? —me pregunta Natalia.

La ignoro, no quiero hablarle mal, pero es lo único que me sale ahora, ser una borde. Cierro los ojos, noto cómo el coche empieza a moverse, ellos hablan y escucho la música, la cual no para saturando mis oídos, haciendo que me empiece a doler la cabeza como si alguien me la estuviera aporreando sin control.

—Joder… —digo entre dientes.

—¿Qué pasa? —pregunta Natalia preocupada.

Cierro con fuerza los ojos, unas horribles ganas de vomitar toman el control de mi cuerpo. Mi vello se eriza por completo, todo en mi interior se revuelve, apenas he desayunado, pero lo poco que hay grita por salir.

—Para, para —grita Natalia.

—¿Qué pasa? —pregunta Collins alzando la voz.

—¡Que te detengas!

Frena el coche casi en seco, en una de los arcenes que hay junto a la carretera. Abro la puerta sin siquiera mirar, por suerte, no venía nadie si no lo más seguro es que me hubieran atropellado y me hubieran hecho papilla en un segundo. Natalia sale detrás de mí, me sujeta por el vientre y el pelo, para que no se me manche.

—Qué asco —digo en voz baja.

—Pues ya ves.

Saca un paquete de toallitas del bolso y unos pañuelos. Escupo cuando ya me siento vacía, odio cuando los nervios me afectan al estómago, es lo peor del mundo. Nati me da una toallita a la vez que voy incorporándome poco a poco, con cuidado de que no me vuelvan a venir las ganas de vomitar.

—Toma, anda. —Me da otra toallita—. Parece que Cardiff no nos sienta bien a ninguna.

Vaya… Y tan mal que nos sienta, ella volvió embarazada, con sus vómitos, y sus cosas, y yo… «Y si…».

—Joder, no…

—¿Qué? —pregunta asustada.

«No, no, no, no, no, no, no… ¡No! Por Dios, no puede ser, no puede ser…, joder». Me están temblando hasta las piernas.

—John, ven. —Escucho de fondo—. Lucy, cielo, ¿qué te pasa?

—¿Y si estoy e…?

—¿Si estás qué, pequeña?

—Embarazada, Natalia.

—No lo estás, no lo veríamos tan deprisa.

Intento respirar tranquila, ya que estaba a punto de rozar la hiperventilación. Tiene razón, no… no podría tener síntomas tan rápidamente, lo que me dice me suena tan convincente y parece tan segura de sus palabras, que incluso llego a creérmelo.

—¿De verdad?

—Claro. —Sonríe pasándome una de las manos por el pelo y colocando algunos mechones tras mi oreja—. Además, te tomas la píldora, ¿no?

—Sí, claro —asiento—. Pero…

—¿Pero?

Anoche fue una noche movida, volví a salir con los chicos, ni siquiera sé si la pastilla haría efecto, después de todo el alcohol que ingerí…, no tengo claro si me la tomé.

—No recuerdo si la tomé.

—Joder, Lucía…

Collins aparece por detrás de Natalia con una botella de agua. Me la da con cuidado, y sin que mis labios toquen la botella, lleno mi boca de agua. Hago gárgaras y poco después lo escupo, me limpio la boca con un pañuelo. Qué asco.

—Tenemos que llegar cuanto antes a casa, y ver si se las ha tomado. Si no lo ha hecho, habrá que ir a una farmacia o a un hospital —dice Nati con su modo mandona-organizadora activado.

Collins asiente, entra de nuevo en el coche, y habla con Laura. Natalia me mira algo entristecida y muy preocupada, incluso más de lo que estoy yo. Me abraza con fuerza, y me besa en la mejilla.

—Todo irá bien —me promete.

—Eso espero.

El coche de Laura vuela sobre el asfalto, nunca antes había ido tan deprisa en un coche, pero no hay tiempo que perder, porque si no me acabará dando un infarto por este cúmulo de cosas que siento y que son horribles.

Diez minutos después, llegamos a casa de los Collins. No hay nadie, lo cual es algo extraño, pero lo agradezco, así mejor. Podré buscar tranquilamente mis pastillas. Descargamos las maletas y Laura me guía hacia la habitación de invitados, su antiguo lugar. Como ella ya no vive aquí, me dejan ocuparla, sino, lo más seguro es que me hubiera tenido que quedar en un hotel, o algo.

—Aquí lo tienes. —Sonríe.

Ni siquiera contesto, subo la maleta en la cama, la abro y rebusco en la bolsita de líquidos, en una de ellas, ya que llevo un par. No están, mi corazón palpita todo lo deprisa que puede, cada vez me estoy poniendo más y más nerviosa. Joder, como no lo encuentre me va a dar un infarto. Vacío las dos bolsas de plástico transparente, pero no están. Solo espero no haberlas dejado en Barcelona. Mis ojos empiezan a llenarse de lágrimas, me estoy poniendo muy nerviosa, tengo miedo, y apenas puedo respirar con normalidad, me falta hasta el aire…

Abro el bolso, bajo la atenta mirada de Laura, quien me mira perpleja, lo remuevo todo desesperada, madre mía… Me moriré como no las vea. Entonces escucho cómo las pequeñas píldoras bailan en su envoltorio. Por primera vez desde que he pisado este país me siento algo más calmada, abro el bolsillo interior del bolso, y ahí está, la tableta de pastillas se esconde tras un paquete de pañuelos.

—¿Están? —pregunta Natalia desde la puerta.

—Sí —consigo decir.

Las saco del bolso y veo que falta la de ayer. «Joder, qué susto…». Respiro más tranquila, aunque el miedo aún lo llevo en el cuerpo, y tardará en desaparecer.

—Suerte —me dice Nati a la vez que me abraza.

—Demasiada he tenido… —suspiro—. Aún no me lo creo.

Mi estómago ruge, pidiendo algo que lo llene, ya que está completamente vacío. Ahora solo tengo un problema, y tiene nombre y apellidos: Kellin Lund.

—Tendrás que comer algo, ¿no? —me pregunta.

—Sí, algo sí.

La puerta de la entrada se abre, se escucha cómo John padre reniega de algo en inglés, y Rosa, cansada de todo, le contesta en español. Es gracioso ver que la historia se repite, un galés y una catalana. Sonrío al ver cómo una mueca de felicidad se esboza en su boca, se asoma por las escaleras, y de inmediato se escucha un leve chillido.

—¡Natalia! —exclama Rosa.

Bajamos hasta el recibidor de la casa, se abrazan como si hiciera siglos que no se vieran, como si fueran dos imanes. Cuando Rosa se da cuenta de que estoy tras mi amiga, sonríe ampliamente.

—Lucía.

Adoro a esta mujer, siempre que puede me escribe para ver cómo estoy, y qué tal me van las cosas. Es como si fuera una madre para Natalia y casi para mí, y eso que no soy yo la novia de su niño.

—Me alegro mucho de que hayáis llegado bien —dice sonriente.

—Gracias.

John padre aparece con la chaqueta en la mano, parece que a este hombre se le alegra la vida solo cuando ve a Laura o a Natalia. Supongo que ambas tienen esa simpatía y dulzura que cautivaría a cualquiera, incluyendo al frío corazón galés de John Senior. Nati lo abraza con fuerza, puedo notar que el ambiente cambia, se vuelve más cálido, más positivo, distinto.

—Bienvenidas —nos saluda.

—Gracias, señor Collins.

—Oh, por Dios, Lucía, ¿cuántas veces tengo que decirte que no nos llames de usted? —exclama Rosa.

—No puedo evitarlo.

Me paso una de las manos por la nuca, y poco después noto cómo Collins, o mejor dicho, Estiradillo man, coloca una de sus manos sobre mi hombro derecho.

—Hijo —le dice su padre.

—¿Queréis almorzar algo? —pregunta Rosa, zanjando el ambiente turbio que se había creado entre padre e hijo.

—Sí, por favor. —Contesto.

—Sí, es demasiado pronto, y apenas hemos desayunado. —Dice Natalia.

—Entre eso y que has echado lo que tenías dentro —añade Collins.

Rosa me mira, con los ojos bien abiertos. Hace una mueca, algo preocupada.

—¿Y eso, niña?

—Los nervios.

—Vaya…, tendrás que tomar algo de té para asentar el estómago.

—Estoy bien, Rosa.

Me mira como solo una madre sabe hacerlo, al final tendré que hacerle caso, aunque sea porque estoy en su casa y lo único que hace es preocuparse por mí.

—Bueno, vale —acepto al final.

—Así me gusta.