3

Termino de secarme el pelo, deprisa y corriendo con la toalla, intentando quitar el agua restante. Me siento sobre la tapa del váter, me miro al espejo, realmente podría haber ido a ver a Kellin tal cual estaba, pero por alguna razón no me apetecía. Mi móvil suena, es Nati, no le he dicho dónde voy, si lo hubiera hecho no me dejaría, estoy más que segura. Marc tampoco ha preguntado, es su único día de fiesta, y se lo ha pasado descansado.

Me pintarrajeo levemente, lo suficiente como para no parecer la novia cadáver. Me hago un moño rápido, dejando que los pelos que se han quedado fuera sigan libres como el viento. Salgo del baño y me visto con lo primero que encuentro, unos tejanos azules y un jersey.

—Ale, ya está —me miro al espejo, sonriéndome.

Me parece un poco raro que Kellin quiera que hablemos, sobre todo después de lo que ha pasado esta mañana, debería no querer verme más. Tal vez quiera disculparse por haberme dejado tirada como si no fuera más que una colilla. No sé por qué Nati es tan exagerada, no parece mal tipo, al contrario, tiene algo que lo hace terriblemente interesante. «¡Quítate esa idea de la cabeza, Lucia Palacios!», me digo a sí misma. Debería hacerlo, Kellin no está hecho para mí, yo necesito a alguien como Marc, que me cuide y esté a mi lado. Aunque ahora mismo solo esté tumbado sin hacer el huevo. Desde que se mudó aquí todo ha cambiado, pensé que iría mucho mejor, y que el hecho de que nos viéramos más afianzaría esto que tenemos. Pero me he dado cuenta de que nada es lo que parece, sobre todo con los hombres. La gran mayoría de las veces no se dan cuenta de las cosas hasta que les das en los morros con ellas, a no ser que vaya todo ello acompañado de un cartel luminoso, entonces tal vez se enteren de lo que ocurre.

Cojo mi chaqueta de cuero, el bolso negro y salgo del salón. Marc sigue a lo suyo, viendo un programa absurdo de cómo se hacen algunas cosas, tan tranquilo, como si no ocurriera nada.

—Me voy —anuncio.

—¿A dónde vas?

—He quedado.

—¿Con quién? —pregunta asomando la cabeza tras el respaldo del sofá.

—Con Natalia —miento.

Sin decir nada más abro la puerta y salgo de casa, algo nerviosa. Mis propios pensamientos me reconcomen, no sé muy bien cómo he podido hacer eso, mentirle así. Trago saliva, me apoyo en la pared junto al ascensor y le doy al botón para que suba. Me paso las manos por la cara, sin hacer mucha presión, pero lo suficiente como para intentar deshacer este nudo que acaba de crearse en mi garganta.

Mi móvil suena de nuevo, lo rebusco en el bolso que, por suerte, no es muy grande y puedo encontrarlo rápido. Lo desbloqueo, es Natalia de nuevo, ya se está poniendo nerviosa porque no encuentra algo. Abro el mensaje, y veo que lo que realmente ocurre es que no encuentra la bandeja para las pastas, y eso que ha sido ella la que ha sacado las otras.

Lucía:

La has dejado en la parte baja de la mesa metálica.

Dos minutos después vuelve a estar en línea.

Natalia:

Cierto.

Lucía:

Vaya cabeza tienes.

Natalia:

¿Qué haces?

Lucía:

Nada, aquí, en casa.

Vuelvo a mentir.

Tras eso, guardo el móvil de nuevo en el bolso y me dirijo hacia casa de Collins, donde se supone que Kellin debería de estar esperándome.

Llamo al timbre, espero durante un buen rato, pero parece que no hay nadie. ¡Será sinvergüenza! Me cita aquí y luego ni siquiera es capaz de estar. Niego con la cabeza, me aparto de la puerta, y cuando estoy a punto de darme la vuelta y marcharme por donde he venido, esta se abre.

—Lucía —me llama Kellin.

Al voltearme casi se me desencaja la mandíbula, por no decir que realmente lo hace como si fuera un dibujo animado. Madre mía del amor hermoso… Parpadeo varias veces, solo me falta frotarme los ojos para ver si es real.

—Ehm… —digo en voz baja.

Le miro de pies a cabeza, no puedo evitarlo. Está demasiado bueno como para despreciar esta hermosa vista que tengo ante mí ahora mismo. Va sin ropa, solo está cubierto por una toalla que se enrolla a su cintura, su pecho reluce, aún húmedo por la ducha que, supongo, se estaba dando. Tan definido y contorneado, a causa de horas de ejercicio, tostado por el sol, y sin vello alguno. ¡Buf, por todos los dioses del Olimpo…! Este debe ser uno de ellos, porque no es normal que exista un hombre así. Creo que voy a ir necesitando una ducha, un cubo para las babas, o ropa interior nueva.

Trago saliva, y desvío la mirada al ver cómo la suya se fija en la mía, mi corazón empieza a latir con fuerza, y no se me ocurre otra cosa que dar un paso hacia atrás.

—¿Te ibas? —pregunta.

Cojo aire por la nariz, intentando que mi voz empiece a salir siendo clara y serena, para que así no note el nerviosismo que acaba de provocarme. Aunque no solo eso es capaz de hacer que nazca en mí.

—Ehm…, sí, como no contestabas…

Asiente, se pasa la mano derecha por su tupé chorreante, haciendo que el agua que queda en él se deslice por su pecho, recorriendo cada uno de los relieves y hendiduras, rodeando su ombligo y muriendo al final de esa «v» tan bien marcada. Los calores no dejan de acecharme, y las ganas de recorrer su pecho con mi lengua cada vez son más fuertes. Porque sí, ¿para qué negarlo? Pasearía mis manos y todo lo que pudiera por su cuerpo. Es demasiado irresistible no pensar en ello.

Kellin carraspea, se muerde el labio inferior, y se hace a un lado de la puerta, sin salir a la calle.

—Adelante —murmura seriamente, con ese acento que tiene de guiri.

—¿De qué quieres hablar? ¿No podemos hacerlo aquí? —espeto nerviosísima.

—Pasa.

Sigue junto a la puerta, y parece que no dará su brazo a torcer, por lo que entro en la casa de Collins, y Natalia. Aunque como Collins ha estado fuera algunos días, Nati ha tenido que venir a pasarlos a casa, para no quedarse sola, ya que Kellin se marchó con él.

—¿Por qué quieres hablar conmigo?

—Sigue caminando —dice viniendo detrás de mí.

—Eres un poco mandón, ¿no?

—No.

Le miro de reojo hasta que entramos al salón, me apoyo en la isleta de mármol blanco, y vuelvo a darle un buen repaso de arriba abajo, sin perderme ni un solo detalle. Sus brazos y piernas son fuertes, igual que todo su cuerpo, está tonificado, totalmente equilibrado, perfecto.

—¿Qué quieres? —pregunto.

—Que te disculpes. —Se acerca a mí, tanto que hace que mi corazón se dispare.

Trago saliva, nerviosa. «Espera, espera… ¿Cómo? ¿Ha dicho que ¡yo!, tengo que disculparme? ¿Está mal de la cabeza? ¿Qué demonios le ocurre?». Alzo una ceja, Nati me ha pegado esa mala manía que tiene. Le miro poniendo mala cara, haciendo una mueca con la boca.

—¿Perdona?

—Eso digo yo.

—Déjate de bromitas, inglesito.

—De inglesito nada, guapa —dice desafiándome con la mirada y esbozando una sonrisa de medio lado terriblemente irresistible.

—¿No, por qué?

—Porque yo no soy inglés, nena.

—A mí no me llames «nena», inglesucho. —repito.

—Soy galés.

—Pues galesucho.

Sonrío burlona a la vez que él hace la mueca, igual que la que había hecho yo antes. Niega con la cabeza, y se acerca aún más. Mi cuerpo se paraliza, ni siquiera puedo moverme como para poder apartarme de él.

—Discúlpate —me dice casi al oído.

—No tengo por qué hacerlo.

—Sí, sí tienes por qué.

—Ah, ¿sí?

Asiente, pasando una de sus manos por mi pelo.

—Por cierto… —murmura—. Creo que no nos hemos presentado como es debido.

—Ni lo haremos, señor Lund —afirmo intentando alejar mi posición de él.

—Sí que lo haremos —susurra contra mi oído, colando una de sus manos en mi pelo y sujetándome por la nuca—, lo haremos todo.

Pega su cintura a la mía. Mi corazón se desboca, sentir que solo nos separa la insignificante tela de una toalla y unos vaqueros hace que me ponga de los nervios.

—¿Qué te pasa? —pregunta.

Desvío la mirada al sofá, y trago salvia.

—¿Te incomoda tenerme tan cerca?

Durante unos segundos tengo que llegar a pensármelo, en realidad no sé qué responder, hay tantos sentimientos encontrados en mi interior que no sé ni siquiera qué debería hacer. Cojo aire, y lo dejo ir a modo de suspiro.

—S… sí, me incomoda.

—¿Y eso por qué, Lu?

—No me llames Lu, soy Lucía —espeto—. O señorita Palacios, para ti.

Con su mano aún entre mi pelo, y la otra a punto de posarse en mi cintura, me agarra y acaba uniéndonos en un apasionado beso, que a cada segundo que pasa se vuelve más húmedo y poderoso. Todo mi cuerpo arde en deseos de dar rienda suelta a la perversión que emana de cada uno de los poros de nuestra piel y que nos ruega que acabemos con ella.

—Kellin…, Kellin, aparta —le ruego.

Vuelve a besarme, y como si no fuera más que una marioneta no puedo evitar no devolverle el beso como ansío hacer, hasta que le doy un empujón, lo suficiente como para que se aparte de mí, y tras eso un bofetón.

—Te he dicho que te apartaras.

No está bien, eso que estaba haciendo no estaba nada bien. Ya verás cuando se entere Nat, madre mía… No quiero ni pensar en la bronca que me va a echar. Lo aparto hacia un lado y paso junto a él, para así poderme marchar.

—Esto era lo que querías, ¿no? —pregunto con desdén.

—Lo que quise desde el día en el que te vi, nena. —Me guiña un ojo.

—Imbécil… —digo entre dientes.

Tras eso, me marcho, enfurecida por lo que ha ocurrido y por lo que puede que pase cuando llegue a casa. Es cierto que hay algo con Marc, pero parece tan invisible como lo es el aire. Suspiro. No quiero saber nada más de él.