27
Hace un par de días que no sé nada de Kellin, parece haber sido tragado por la tierra, y eso es lo que más miedo me da, que haya vuelto a desaparecer. Suspiro, miro el móvil, no he hablado con Marc desde hace varios días, y la verdad es que no me importa, no echo de menos sus palabras ni siquiera tenerle cerca. Me siento en la cama y miro mis zapatos, no entiendo por qué lo hago, pero ahora mismo no sé qué hacer. Bajo al salón, Natalia, Rosa y Collins se han marchado a The Capitol Shopping Centre, un centro comercial que hay no muy lejos de aquí, han ido a pasar la mañana. El señor Collins tampoco está y Laura ha salido, por lo que me he quedado completamente sola. Alguien llama al timbre, lo que hace que dé un bote, no me lo esperaba, me acerco a la puerta, y sin mirar por la mirilla, abro.
—Kellin… —digo en voz baja.
Me paso la mano por mi moño a medio recoger, tengo que tener unos pelos de loca que no veas. Me recoloco el jersey y los tejanos, asegurándome de que todo está en su sitio, vaya pintas llevo, debo de haberle dejado de gustar de golpe.
—¿Qué haces aquí?
—He venido a verte.
—Pues…, pasa, si quieres.
—Claro.
Cuando entra a casa, aprovecho para deshacerme el moño, y dejarme el pelo suelto, no creo que esté tan mal. Kellin pasa al salón, veo cómo mira hacia todas partes hasta que escucha que me encamino hacia él.
—¿Y los demás?
—No están, han salido —le explico—. ¿Quieres algo para tomar? ¿Agua aunque sea?
—Sí, por favor.
Se quita el abrigo, dejándolo recostado sobre el sofá, mientras voy hacia la cocina, me sigue. Cuando voy a servirle un vaso de agua, noto cómo Kellin pega su pecho a mi espalda, acaricia mi vientre con una de sus manos, y empieza a besar mi cuello, al igual que mis mejillas. Me doy la vuelta, y veo de nuevo esa mirada peligrosa que solo él tiene.
—¿Sabes cuándo volverán?
Niego con la cabeza, no tengo ni idea de a qué hora podrían volver y, aunque lo supiera, ahora mismo no estoy para pensar mucho en ello.
—Yo sí.
Le miro con los ojos abiertos como platos, ¿cómo lo sabe? Entonces… ya sabía que no iba a haber nadie en casa, por eso mismo ha venido, estoy segura. Le conozco, y sé que lo ha hecho por eso. Toma mi cintura con la suya, haciendo que acabe atrapada entre él y la encimera.
—Ya sabías que estaba sola.
—Sí.
—¿Entonces?
Ladea la cabeza, mirándome como si fuera un cachorro, con esa sonrisa de medio lado que me vuelve loca cada vez que la pone. En realidad… ¿qué no me vuelve loca de este hombre? Nada, todo me parece demasiado perfecto como para dejarlo pasar.
—¿Entonces qué, leona?
—Hay algo que has venido a buscar, a mí no me engañas.
—He venido a buscarte a ti, mi gata, tengo hambre —gruñe contra mi oído—. Hambre de ti.
Me muerdo el labio inferior, tengo ganas de él, pero no sé… No es el lugar adecuado, esta no es mi casa, suspiro y, antes de que pueda contestarle me besa desesperadamente, como si no hubiera un mañana. Mi sexo arde en deseos de tenerle dentro, no ha hecho nada nada, cuatro palabras, cinco besos y un suspiro.
—Llévame contigo.
—No quiero llevarte —admite.
Ladeo ligeramente la cabeza, no entiendo a qué se refiere.
—Quiero tenerte.
Cojo una de sus manos, tirando de él, atravesamos el salón y subimos a la habitación, estando aquí no me sentiré tan mal, aunque algo me dice que dentro de un rato dejaré de pensar en ello. Cuando cierro la puerta me empuja contra esta, sin hacerme daño, me besa hambriento, con rabia, con lujuria, pero también con una dulzura algo extraña. Kellin me toma por la cintura, pero esta vez seré yo quien lleve el control de la situación. Le empujo sobre la cama, y me siento a su lado. Me pongo sobre él, mordiéndole el cuello a la vez que voy desabotonando la camisa que cubre su torso. Acaricio su pecho desnudo, fijándome en ese colgante que lo adorna mientras paseo los dedos sobre sus marcados músculos. Kellin sonríe de lado, a la vez que alzo una ceja. Adoro esa sonrisa que esboza cuando algo le provoca, y me encanta aún más ser yo el motivo por el que aparece.
—¿Y si aparece el señor Collins?
—No aparecerá.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque está con mi padre, y en un rato irán a por John y compañía —me explica—. No te preocupes, leona.
Suspiro, en realidad, no sé cómo no voy a preocuparme, estoy en una casa que no es mía acostándome con el mejor amigo de mi cuñado, el amigo mujeriego, según dice Natalia. Aunque yo no he visto ni un ápice de ese Kellin.
—Hazme tuyo.
—¿Vas a ser mío?
—Hace tiempo que lo soy.
Le beso ansiosa, escuchar cómo esas palabras salen de su boca me hacen sentir terriblemente orgullosa de mí, Kellin es demasiado atractivo como para pasar desapercibido a los ojos de cualquiera. Acaricio de nuevo su pecho, desde el cuello hasta llegar a su cintura. Su miembro está duro, lo que sube mi ego a más no poder, me encanta tenerle así, para mí.
Le acaricio sobre la ropa, quiero quitarle los pantalones, hacer que se vuelva loco, pero antes perderá los nervios y se morirá de ganas de hacerme de todo. Sonrío maliciosa, ni se imagina lo cruel que puedo llegar a ser. Me levanto y cojo unos calcetines altos con los que ato sus manos al cabezal de la cama, para que no se pueda mover ni un ápice. Le beso por todo el pecho, bajando, haciendo una hilera hasta llegar a la cinturilla de los tejanos. Alzo la vista, encontrándome con la suya, la cual brilla llena de lujuria. Paseo mis manos sobre su miembro, sin apartar la tela, lo que provoca que deje ir un gruñido. Se desespera, y alza la cadera, empujándome hacia arriba.
—Tranquilo, león, te daré lo que quieres.
Kellin sonríe de oreja a oreja, como victorioso, pero la verdad es que no lo es para nada.
—Pero no ahora.
Ahora soy yo quien sonríe, con malicia. Voy a aprovecharme un poco de él. Desabrocho el botón de los tejanos, bajo la cremallera y, tras bajarlos, vuelvo a atacar su boca, la cual está hecha para el pecado. Le beso a la vez que me restriego contra su sexo, lo pasará mal, y me encanta que así sea.
—No me hagas sufrir.
—¿No? ¿Y qué harás si no te hago caso?
—Darte un mordisco.
—Uyyy… Preocupada estoy.
Me río de él y de la estampa de la que está siendo protagonista. Su miembro presiona mi entrada a través de la tela de los calzoncillos. Beso su cuello, me quito las mallas y las braguitas que me vestían, al igual que hago con su ropa interior. Uniendo nuestros sexos quedando completamente pegados, ardiendo el uno por el otro, por unirse y no separarse jamás. Kellin alza la cintura, no deja de moverse, intentando entrar en mí. No voy a dejarle hasta que yo quiera, lo que hará que pierda los nervios.
—Estás tan húmeda, Lucía…
Alzo una ceja, me acaba de dar una idea. Desciendo por sus piernas, hasta que me lo meto en la boca, succionándolo, lamiéndolo de arriba abajo. Su respiración se vuelve agitada, tanto que al final acaba dejando ir un profundo gemido que llena la habitación.
—Eres delicioso —digo sacándomelo de la boca.
—Te arrepentirás —sisea.
—No creo.
Me subo sobre él, haciendo que entre en mí de una sola estocada. Un gimoteo acaba escapándoseme, le echaba de menos, mucho y eso que tan solo hacía dos días que estaba sin él.
—Joder… —dice entre dientes.
—¿Qué?
Entrecierra los ojos para mirarme de mala manera, por lo que dejo ir una carcajada.
—Que me pones muchísimo —me susurra al oído cuando me acerco a él, erizando todo mi vello—. Desátame —me ruega.
Niego con la cabeza, ni de coña le voy a dejar libre, no ahora, primero tengo que cansarle un poco o acabará matándome a polvos. Hace una mueca, intentando darme pena, pero no lo conseguirá, o sí… No puedo con su mirada, soy débil, hay veces que pienso que Kellin podría ser capaz de hacer cualquier cosa. Aunque mejor que eso él no lo sepa o se volverá en mi contra.
—Tenía tantísimas ganas…
—Me pasaría el día así —susurro.
—¿Ah, sí?
Asiento, me encanta tenerle dentro, sentir cómo llena cada parte de mí. Suspiro, cada vez me doy más cuenta de que me estoy volviendo más adicta a él, a sus besos, sus caricias, su cuerpo, su piel… Me besa con pasión, con tantas ganas como lujuria.
—Me muero por…
Le beso, interrumpiéndole, sonrío contra su boca y le miro.
—¿Te mueres por…?
—Por follarte, leona.
Siento cómo mis mejillas se encienden igual que si fueran dos tomates, madre mía… Suspiro.
—Pues…
—¿Pues?
—No voy a dejarte.
—¿Ah, no?
—No.
—¿Por qué?
—Porque voy a hacértelo yo.
Me agarro al cabecero de la cama con fuerza, y empiezo a moverme. Kellin entreabre la boca, sorprendido, intentando coger aire y no morir en el proceso. Le muerdo el labio inferior.
—No sabes lo mucho que me pones —gruñe—. Suéltame.
Le digo que no otra vez, con la cabeza.
—Necesito tocarte.
El calor se hace con el control de mi cuerpo, por lo que me quito la sudadera y la camiseta, no llevo nada, y Kellin sonríe ampliamente. Agarro sus manos y las desato con cuidado, no debería hacerlo, pero… yo también lo necesito. Toma mis pechos con ellas, llevándoselos a la boca, los lame, mima y mordisquea. No sé qué hace conmigo, pero cuando alza su cadera provoca que una fuerte oleada de placer se vaya acercando a mí, cada vez es mayor y se aproxima con más fuerza. Eriza todo mi vello, cojo una bocanada de aire, mi corazón empieza a volverse loco, y eso que hace rato que se había desbocado.
Una de las manos de Kellin se cuela entre ambos, acariciando mi clítoris, haciendo que todo se vuelva más intenso.
—No hagas eso —murmuro entre bocanadas.
—¿O qué?
—Me matarás.
Sonríe maliciosamente, me toma por la cintura con fuerza para que no pueda apartarme y tenga que seguir moviéndome mientras él se alza. El placer no deja de crecer, es cada vez mayor, y lo peor es que lo hace a pasos agigantados.
—Para, para —le ruego.
—De eso nada.
Ahora es él quien se mueve, todo se vuelve más cercano, hasta que un poderosísimo orgasmo me arrolla, haciéndome gemir y temblar hasta que este me abandona, desaparece.