SI, ES EL HÉROE
AL levantarse, César se encontró con una porción de cartas y de avisos de sus partidarios de todo el distrito haciéndole indicaciones.
El mismo, en compañía de un criado que solía acompañarle, preparó el automóvil y se dispuso a visitar los colegios.
Al montar en el coche, el mismo chico de la noche anterior se le presentó con una carta.
—De parte de la Cachorra, que la lea usted en seguida.
—Trae, ya la leeré.
—Me ha dicho que la lea usted en seguida.
—Sí, hombre, sí.
César cogió la carta y distraídamente la metió en el bolsillo.
El automóvil partió y César no leyó el papel. A las ocho de la mañana marchaba a Cidones. Las Mesas se habían constituido con legalidad.
Llovía suavemente. Al acercarse a Castro apareció el sol; el río estaba turbio y de color de barro; por la llanura nadaban espesas nieblas grises, que al pasar por debajo del cerro de Castro le daban el aspecto de una isla en medio del mar; de las chimeneas del pueblo salía el humo como madejas de plata, y las campanas sonaban en la calma de la mañana del domingo.
César se detuvo en una venta que había antes de llegar al pueblo. El herrador, un viejo liberal, salió a recibirle. Estaba el viejo hacía tiempo enfermo de reuma.
—¿Qué tal? —le dijo César.
—Bien. Ya he ido a votar por usted.
—¿Y de salud?
—Ahora, que se acerca la primavera, empieza uno a mejorar.
—Si, es verdad —dijo César—; no me había fijado en que los árboles están en flor.
—Pues ya están, ya; dentro de poco entramos en buena época. Para los viejos es un consuelo.
César se despidió del herrador y subió en el automóvil.