EL AGUA
CÉSAR tenía dinero en abundancia, y se decidió a influir en Castro Duro de una manera decisiva.
Hacía ya mucho tiempo que tenía varios proyectos planteados.
Pensaba que era momento a propósito de llevarlos a la práctica.
El primero que intentó realizar fue la traída de aguas.
El Ayuntamiento tenía archivado un proyecto y César lo pidió para estudiarlo. La obra era larga y costosa, el arroyo que había que captar para conducirlo a Castro estaba muy lejos. Era necesario, además, construir un sifón o un acueducto.
César consultó con un ingeniero, que le dijo:
—Esto, como negocio, es muy malo; aunque aprovechen ustedes el agua sobrante, por ejemplo, en una fábrica, no les dará resultado.
—¿Y qué haremos entonces?
—Lo más sencillo sería poner una máquina elevadora y subir el agua del río.
—Pero es un agua infecta, llena de impurezas.
—Se filtra y se purifica. Eso no es difícil.
César expuso al Ayuntamiento esta idea, y se acordó llevarla a cabo, como más práctica y hacedera. Se formó una Sociedad para elevar el agua, y se comenzaron los trabajos. Los accionistas fueron casi todos los ricos de Castro, y la Sociedad arregló sus estatutos de tal manera, que el pueblo casi no se pudo beneficiar en nada. No iban a instalar más que dos fuentes públicas en el casco de la ciudad, que estarían abiertas unas horas. César intentó convencer de que esto era un absurdo, pero nadie le hizo caso.