PLAN FILOSÓFICO
YA a la terminación de la carrera, César se presentó un día en la oficina de su amigo Alzugaray.
—Creo —le dijo— que voy concretando mi plan filosófico.
—¡Hombre!
—Sí. A mi pragmatismo darwiniano le he añadido algunos perfiles más.
Alzugaray, a quien todos los buceamientos de su amigo producían una gran sorpresa, se le quedó mirando candorosamente.
—Sí, voy construyendo mi plan —siguió diciendo César—, un plan dentro de lo relativo. Es claro.
—Veamos cuál es.
—A nosotros —dijo César, como si estuviera hablando de algo ocurrido en la calle momentos antes— nuestro inseguro instrumento de conocer nos da como reales dos estados aparentes de la naturaleza; uno el estático, en que se nos presentan las cosas inmóviles; otro el dinámico, en que estas mismas cosas se hallan en movimiento. Claro que en el fondo todo está en movimiento; pero dentro de lo relativas que son nuestras ideas podemos creer que hay cosas que están en reposo y otras en acción. ¿No es verdad?
—Sí; es decir, creo que sí —contestó Alzugaray, que comenzó a pensar si todo el mundo temblaría bajo sus pies.
—Bien —siguió diciendo César—. Voy a pasar de la naturaleza a la vida; voy a suponer que la vida tiene una determinación. ¿En dónde puede hallarse esta determinación? No lo sabemos. ¿Pero cuál puede ser el mecanismo de esta determinación? Sólo el movimiento, la acción. Es decir, la lucha. Hecha tal afirmación, yo voy o colaborar a su finalidad. Las cosas que llamamos espirituales son también dinámicas. Quien dice algo dice materia y fuerza; quien dice fuerza, expresa atracción y repulsión; atracción y repulsión son sinónimas de movimiento, de lucha, de acción. Ya estoy dentro de mi plan. Este será poner en movimiento, en acción, en lucha, todas las fuerzas próximas a mí. ¿Placer que pueda haber en esto? Primero, el placer de hacer, el placer que pudiéramos llamar de la eficiencia; segundo, el placer de ver, el placer de contemplar… ¿Qué te parece?
—Hombre, bien. Siempre que las cosas que pongas en movimiento sean buenas.
—Ahí está el punto moral. También creo que lo he resuelto.
—¿También?
—Sí; la moral no debe ser más que la ley verdadera, propia y natural del hombre. ¿Considerado únicamente como máquina espiritual? No. ¿Considerado como un animal que come y bebe? Tampoco; considerado de una manera íntegra. ¿No es eso?
—Creo que sí.
—Sigo adelante. En la naturaleza, las leyes se hacen más oscuras a medida que los objetos del conocimiento se presentan más complicados. Todos vemos claras la ley del triángulo y con la misma claridad la ley del oxígeno o del carbono. Estas leyes se nos aparecen sin excepción, pero viene el mineral y ya vemos variaciones; en esta forma tiene una atracción, en esta forma, otra distinta. Ascendemos al vegetal y lo encontramos como una caja de sorpresas; estas sorpresas se centuplican en el animal y se elevan a una potencia desconocida en el hombre. ¿Cuál es la ley del hombre-hombre? No la sabemos, probablemente no la sabremos jamás. El derecho y la justicia pueden ser verdad, pero siempre serán verdades fraccionarias. La moral clásica es un pragmatismo útil y eficaz para la vida social, para la vida reglamentada, pero, en el fondo, sin realidad. Resumen de todo esto: primero, que la vida es un laberinto que no tiene más hilo de Ariadna que uno: la acción; segundo, que el hombre está sostenido en sus cualidades altas por el esfuerzo y por la lucha. Esas son mis consecuencias.
—¡Demonio! No sé qué te diga.
Alzugaray afirmó que, sin meterse a decir si eran buenas o malas las ideas de su amigo, no ofrecían nada práctico; pero César insistió una vez y muchas acerca de las ventajas que veía en su metafísica.