EL BANDIDISMO
EL Montes acababa de salir de Ocaña.
Era un manchego alto, fuerte, membrudo, que había estado en presidio varias veces.
—¿Y cómo le mandamos al Montes? —preguntó César.
—Le ponemos como mozo del Centro Obrero.
—Nos va a inficionar aquello.
—Sí, es verdad. Entonces le enviamos de punto al café del Comercio. En este café se juega, él puede ir allí, y a los dos o tres días le da el alto a Juan el Babas.
—Bueno.
—También convendría que echara usted al nuevo juez y llevara algún amigo suyo, y un día armábamos una pelotera y metíamos en la cárcel a todos los amigos del Padre Martín.
—Están ustedes haciendo una política bárbara —dijo Alzugaray, que escuchaba la conversación.
—Es la única que se puede hacer —replicó Ortigosa—. Es una política científica. El bandidismo convertido en filosofía. Jugamos una partida de ajedrez con el Padre Martín y sus amigos, y vamos a ver si se la ganamos.
—Pero, hombre. ¡Emplear esos matones!
—Amigo —contestó César—, las posiciones políticas tienen eso; con la cabeza tocan con lo más noble, la salvación de la patria y de la raza; con los pies, con lo más miserable, con la policía, los vicios y los crímenes. Hoy todavía un político tiene que mezclarse entre los reptiles, aunque sea un hombre honrado.
—Además, que nosotros no debemos tener escrúpulos —añadió Ortigosa—; los habitantes de Castro son para nosotros conejillos de indias de un laboratorio. Vamos a experimentar en ellos, vamos a ver si resisten el suero del liberalismo.