LOS conservadores de Castro Duro estaban dispuestos a llevar a cabo los mayores atropellos y arbitrariedades para vencer de cualquier manera.
Se sabía que en el Ministerio de la Gobernación se había presentado una Comisión formada por García Padilla, el Padre Martín Lafuerza y dos concejales conservadores, a pedir que por todos los medios se impidiera el triunfo de César.
—Es necesario que don César Moncada no sea elegido por el distrito —dijo el Padre Martín—. Si lo es, el pueblo quedará sometido a una dictadura revolucionaria. Todas las clases conservadoras, el comercio, las comunidades religiosas, anhelan que no salga diputado Moncada.
La comisión de los castreños visitaron a otras altas personas, y debieron conseguir su objeto, porque pocos días después el Ayuntamiento de Castro quedaba suspendido, el Centro Obrero cerrado, se trasladaba al juez, se reforzaba el puesto de la Guardia civil, y se destinaba a Castro como delegado para las elecciones un inspector de Policía de malísimos antecedentes.
El gobernador de la provincia, adversario político de César, era amigo suyo.
—Por usted estoy dispuesto a perder el destino —le había dicho—; ahora, a sus partidarios, no tengo más remedio que darles en la cabeza.
La Libertad, el periódico de César, hizo una campaña violentísima contra García Padilla. Ortigosa llegó a averiguar que Padilla había estado procesado por estafa y denunció este hecho.
A su vez, El Correo de Castro insultaba a César y le llamaba zurupeto de Bolsa, arribista y ateo.
La rapidez y violencia de las medidas del Gobierno produjo en los liberales tibios un efecto de miedo; en cambio, a los decididos les impulsó a mostrarse más valientes y arriesgados.
El partido de Moncada tomó casi inmediatamente un carácter revolucionario. La logia «El Microbio», funcionaba y de ella partían las disposiciones más radicales. Al Gobierno y a los conservadores les convenía que el partido de Moncada tomara este carácter demagógico. El delegado hizo venir gente maleante de la capital con el objeto de sembrar la cizaña en el Centro Obrero.
Esta gente sospechosa, dirigida por uno a quien llamaban el Chispín se reunía en las tabernas a soliviantar a los obreros y a los campesinos haciendo propaganda al parecer anarquista, pero en el fondo antiliberal.
—Todos son unos —decían—; liberales y conservadores no se diferencian en nada. Los borrachos y vagos del pueblo estuvieron durante aquellos días en sus glorias, comiendo y bebiendo. Nadie sabía a ciencia cierta la procedencia de aquel dinero, pero que corría profusamente lo pudo comprobar todo el mundo.
Al mismo tiempo, el delegado hizo prender a los obreros más significados del Centro y se les formó un proceso con acusaciones ridículas.