COMENTARIOS DE LOS DOS AMIGOS
PENSANDO en los detalles de la visita estaba César cuando entró Alzugaray; y viendo que había luz en el cuarto de César, pasó adentro. Alzugaray venía muy animado. Pasaron los dos amigos una revista irónica a las personas conocidas aquel día, y en general estuvieron conformes en todo, menos en apreciar el carácter de la Amparito…
César la encontraba antipática, descarada e impertinente; en cambio, a su amigo le había parecido muy simpática, muy amable y muy graciosa.
—A mí —dijo César— me parece de esas niñas de pueblo que tienen amores con un estudiante, luego con un capitán y al último se casan con un animal rico, y engordan y se ponen hechas unas cerdas y se les marca el bigote.
—Creo que eres de una injusticia fundamental —dijo Alzugaray—. Amparito no es una chica de pueblo, porque vive en Madrid casi todo el año. Además, eso no tiene importancia; lo que yo no he visto es que haya cometido ninguna ligereza ni impertinencia.
—Hombre, eso va en apreciaciones. A mí me ha parecido mal, y a ti te ha parecido bien.
—Eres un absolutista, porque te advierto que has estado hasta grosero con ella.
—Tanto como grosero creo que no, puro frío y poco amable, sí.
—¿Y por qué?
—Primero, porque está en mi política; la familia de don Calixto no le quiere a la Amparito; y segundo, porque a mí tampoco me ha gustado la chica.
—¿Y por qué no te ha gustado? ¿Sin razón ninguna?
—No soy partidario de las razas platirrinas.
—¡Qué tontería! ¡Y tú quieres ver claro en las cosas! ¡Un hombre que juzga a las personas por sus narices!
—¿Y te parece poco dato? Una muchacha morena, braquicéfala y algo platirrina…, ya no hay más que hablar.
—Y si hubiera sido rubia, dolicocéfala y nariguda, ¿te hubiera parecido bien?
—Me hubiera parecido bien su tipo étnico.
—No discutamos. ¿Para qué? Pero siento que tu arbitrariedad llegue a tal extremo.
—La chica, si supiera nuestra discusión, no podría quejarse, porque si en mí ha tenido un detractor sistemático, en cambio en ti ha encontrado un defensor entusiasta.
—Hombre, sí; porque yo veo tan de tarde en tarde una persona con ingenuidad y con entusiasmo, que cuando la encuentro llevo una verdadera alegría.
—Eres un sentimental.
—Es verdad, y tú estás hecho un inquisidor.
—Muy cierto. Creo que en eso y en todo lo demás estamos conformes.
—Me parece que sí. Bueno. ¡Adiós! —dijo Alzugaray malhumorado.
—¡Salud! —contestó César.