JUAN FORT

JUAN Fort era un muchacho de energía, muy decidido, aunque no muy inteligente. Su tío, Fray José de Calasanz, cuando lo conoció, le tomó afecto. Fray José gozaba de gran predicamento en la Orden, que, no se sabe si por ironía, se llama Orden Seráfica. Fray José consultó con algunas personas ilustradas y le aconsejaron que enviara a su sobrino a estudiar fuera de España. Sabido es que la Iglesia prefiere entre sus ministros a los hombres sin patria. Catolicismo quiere decir universalidad, y el católico verdadero no tiene más patria que su religión ni más capital que Roma.

Juan Fort, sacado de entre sus camaradas y del seno de su familia, fue llorando en compañía de su tío a Francia y entró a hacer sus estudios en un convento de Mont-de-Marsan.

En este convento hizo su prueba monástica y cambió su nombre, como todos los individuos de la Orden, llamándose desde entonces el Padre Vicente de Valencia.

De Mont-de-Marsan pasó a Tolosa de Francia, y, transcurridos dos años, después de una temporada corta en el convento en donde su tío estaba de prior, se fue a Roma.

Cuando la Generosa fue a abrazar a su hijo a su paso por Valencia, pudo comprender que el cariño de este había desaparecido. Como sucede a casi todos los jóvenes que ingresan en una Orden religiosa, Juan Fort sentía una antipatía profunda por su familia y por su pueblo.

El joven Padre Vicente de Valencia entró en el convento de Ara Coeli, en Roma, y siguió allí sus estudios.

Era al comienzo del pontificado de León XIII. En aquella época en la Ciudad Eterna se intentaba la iniciación, dentro de la Iglesia, de una política antijesuíta, por algunos elementos candorosos. Liberales y ultramontanos luchaban en la oscuridad, en los periódicos y en las aulas.

En esta lucha se daba el caso, al parecer paradójico, de que los partidarios de la tradición eran los más liberales, y los partidarios de lo moderno los ultramontanos. El bajo clero y algunos cardenales se sentían vagamente liberales, buscaban ese algo que, según dicen, queda todavía de cristiano en el catolicismo; en cambio, las congregaciones, y sobre todo los jesuitas, daban la nota del ultramontanismo radical.

Los hijos de Loyola habían resuelto el problema de cocina de hacer un guisado de carne sin carne; los jesuitas estaban haciendo de su Compañía la más anticristiana de las Sociedades en comandita.

En Roma el primer defensor del ultramontanismo había sido el abate Perrone, profesor elocuente a quien la presión de los teólogos tradicionalistas obligaba a que antes de dar sus lecciones leyese un capítulo de Santo Tomás acerca del mismo punto. Perrone, después de rendir este tributo a regañadientes a la tradición, decía orgullosamente: «Ahora olvidemos estas vejeces y sigamos adelante».

El Padre Vicente de Valencia se alistó entre los partidarios del ultramontanismo perronesco, y se hizo, como era natural, dado su carácter, un autoritario furibundo. Este hombre sombrío, contrariado en su vocación, que no tenía el menor sentido religioso, que hubiera podido ser quizá un buen militar, tardó mucho en acomodarse por completo a la vida monástica, luchó contra la cadena que le hería, se rebeló oscuramente, y al último, no sólo no rompió su grillete, sino que lo consideró como su único bien.

Poco a poco dominó su rebeldía y se hizo un gran trabajador y un intrigante infatigable.

Los frutos de su voluntad fueron grandes, mayores que los de su inteligencia.

El Padre Vicente escribió un libro de teología en latín, bastante ramplón, al decir de los inteligentes, y que sólo se distinguió por representar la más rabiosa de las tendencias reaccionarias.

Los Comentarios Teológicos del Padre Vicente de Valencia no llamaron la atención de los hombres que tienen el sport de ocuparse todavía de estas cosas; las prensas no gimieron estampando críticas del libro; pero la Compañía de Jesús tomó nota del autor y ayudó a Fort con todo su poder.

Hombre fanático y de inteligencia media, podía ser aquel fraile, en manos de la Compañía, una fuerza considerable.

Poco después de la publicación de sus Comentarios, el Padre Vicente acompañó al general de la Orden en una visita canónica a los conventos de España, Francia e Italia; luego fue nombrado sucesivamente visitador general de España, consultor de la provincia monástica de Valencia, definidor de la Orden y consejero con voto en el gobierno de la misma Orden.

La noticia de estos honores llegó vagamente a la familia Fort; el orgulloso fraile no daba cuenta de sus éxitos. Se consideraba sin patria y sin familia.

César o nada
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