EL ARTE, PARA LOS MARIDOS ENGAÑADOS
ESTABA César escribiendo al margen del libro cuando llamaron a la puerta.
—¡Adelante! —dijo César.
Era Laura.
—¿Dónde te metes? —preguntó ella.
—Estoy aquí, leyendo un rato.
—Pero hombre, te estamos esperando.
—¿Para qué?
—¡Toma, para qué! Para hablar.
—No tengo ganas de hablar. Estoy muy cansado.
—Pero bambino, Benedetto! ¿Vas a vivir huyendo de todo el mundo?
—No; ya saldré otro día.
—¿Qué quieres hacer esta noche?
—¡Esta noche! Nada.
—¿No quieres ir al teatro?
—No, no; tengo el pulso de una debilidad tremenda y algo de fiebre. Mis manos abrasan en este momento.
—¡Qué tonterías!
—Es verdad.
—¿De manera que no sales?
—No.
—Bueno, como quieras.
—Cuando haga buen tiempo saldré.
—¿Quieres que te traiga un Baedeker?
—No, no me hace falta.
—¿Es que tampoco piensas ver los monumentos?
—Sí, veré buenamente lo que pase por delante de mis ojos; no me conviene que me vuelva a suceder lo que me ocurrió en Florencia.
—¿Qué te ocurrió en Florencia?
—Que perdí el tiempo lastimosamente, estusiasmándome con Botticelli, con el Donatello y con otra serie de tonterías, y cuando volví a Londres me costó un gran trabajo llegar a olvidarme de estas cosas y meterme de lleno en mis asuntos financieros. Así que ahora estoy decidido a no ver nada más que en los momentos de descanso y sin dar importancia a todas esas chucherías.
—¡Pero qué simplezas! ¿Tanto te va a distraer de tus asuntos, de esos asuntos graves que tienes entre manos, el ir a ver unos cuadros o unas estatuas?
—El verlos, precisamente, no; el preocuparme de ellos, sí. El arte es una cosa buena para los que no tienen fuerza para vivir en la realidad. Es un buen sport para solteronas, para maridos engañados que necesitan un consuelo, como los histéricos necesitan morfina…
—Y para la gente fuerte como tú, ¿qué hay? —preguntó Laura irónicamente.
—¡Para la gente fuerte!… la acción.
—¿Y tú llamas acción a estar tendido en la cama, leyendo?
—Sí, cuando se lee con las intenciones que leo yo.
—¿Y qué? ¿Qué es lo que estás urdiendo?
—Ya te lo diré.
Laura vio que no convencía a su hermano, y se volvió al salón. César, un momento antes de llamar para comer, volvió a vestirse de negro, se puso sus zapatos de charol, se contempló ligeramente en el espejo, vio que no estaba mal, y se reunió con su hermana.