EL INGLÉS Y SU MUJER
LAURA, cuando no contemplaba el paisaje, miraba a los que iban y venían por el pasillo.
—El inglés está de acecho —advirtió Laura.
—¿Qué inglés? —preguntó César.
—El hijo del lord.
—Ah, sí.
César siguió en su lectura y Laura continuó en la contemplación del paisaje que huía por delante de la ventanilla. Al cabo de un rato la viajera exclamó:
—Jesús, ¡qué cosas más feas!
—¿Cuáles?
—Esos barcos de guerra.
César miró lo que indicaba su hermana. En una rada brillante de luz se veían dos buques de guerra negros y llenos de cañones.
—Así habría que estar para vivir, armado hasta los dientes —exclamó César.
—¿Por qué? —preguntó Laura.
—Porque la vida es dura, y hay que ser también duro como ella para triunfar.
—¿Y tú no te consideras bastante duro?
—No.
—Pues yo creo que sí. Tú eres como esas rocas ásperas y puntiagudas de la costa, y yo como ese mar… Me rechazan y vuelvo.
—Es que quizá, en el fondo, nada te importa nada.
—¡Oh, bambino! —exclamó Laura tomando la mano de César con una ironía cariñosa—. Siempre has de ser cruel con tu mamá.
César se echó a reír y guardó entre sus manos la de Laura.
—El inglés nos mira entristecido —dijo—. No supone que soy tu hermano.
—Abre la puerta, le diré que pase.
Lo hizo así César, y Laura invitó a entrar al joven inglés.
—Mi hermano César —dijo, haciendo la presentación—. Archibaldo Marchmont.
Se saludaron los dos, y Marchmont dijo en francés a Laura:
—Es usted muy cruel, marquesa.
—¿Por qué?
—Porque se aleja usted de los que le admiramos y le queremos. Mi mujer deseaba que le presentara a usted. ¿Quiere usted que venga?
—¡Oh, no! Que no se moleste. Iré yo a verla.
—De ningún modo. Un momento. Marchmont salió al pasillo y presentó su mujer a Laura y a César.
Se entabló entre ellos una animada conversación, interrumpida por las exclamaciones de alegría de Laura al pasar por delante de alguno de esos puntos admirables de la Costa Azul.
—Es usted latina, marquesa, ¿eh? —dijo Marchmont.
—Completamente. Este es nuestro mar. Siempre que lo veo me encanta.
—¿Ustedes se quedarán en Niza?
—No, vamos mi hermano y yo a Roma.
—Pero Niza estará espléndido…
—Sí, es verdad; pero teníamos decidido ir a Roma a visitar a nuestro tío el Cardenal.
El inglés hizo un gesto de incomodidad que no pasó inadvertido para su mujer ni para Laura. Al llegar a Niza, bajaron el inglés y la yanqui, después de prometer que antes de pocos días estarían en Roma.
Quedaron solos Laura y César, y charlaron de sus compañeros de viaje. Según dijo Laura, el matrimonio no se entendía bien y se iban a separar.