Capítulo 53
Taylor y Baldwin estaban sentados en el porche trasero, tomándose una cerveza fría. Reese Connolly iba a comparecer ante el tribunal aquel mismo día.
La semana anterior había pasado rápidamente. Reese había conseguido llegar al hospital y, después de varias horas de operación, los médicos habían conseguido reparar las lesiones y habían declarado que sobreviviría. Taylor sintió una gran satisfacción. Aquel criminal iba a pagar lo que había hecho. Iban a poder juzgarlo.
Las suposiciones de Reese fueron correctas: la historia se divulgó en los medios de comunicación nacionales. Su tía habría estado desesperada por cubrir aquella noticia. Sin embargo. Whitney Connolly había logrado la fama que siempre había deseado de un modo muy distinto.
Quinn seguía insistiendo en que Reese estaba tan consumido por el odio y por una lealtad equivocada que no estaba en su sano juicio cuando había cometido aquellos asesinatos atroces que habían paralizado el sureste durante el verano. El fiscal del distrito decidió no acusarla. Ella contrató al mejor abogado criminalista de Nashville y buscaba apoyo fervientemente para basar la defensa de su hijo en la locura.
Baldwin pasó una larga tarde en la cárcel de Riverbend, hablando con Nathan Chase, intentando encajar todas las piezas del rompecabezas. Nathan había admitido felizmente sus crímenes, y había mostrado satisfacción por las hazañas de su hijo.
Por su parte, Reese buscaba simpatía por todas partes y hacía todo lo posible por que la gente supiera que no era culpable de sus crímenes. Después de su operación, en el hospital, había explicado con detalle lo que había hecho. Cómo había seguido a Jake Buckley y había visto cómo engañaba a Whitney una y otra vez. Había decidido que Jake sería la cabeza de turco perfecta.
Reese había admitido que había empezado a quedarse sin tiempo, y que había empezado a matar a las chicas en la carretera en vez de tomarse el trabajo de llevarlas a su casa. Se halló sangre en un área de descanso a cincuenta kilómetros de Roanoke. La sangre era de Marni Fischer. Baldwin estaba en lo correcto en cuanto al ataque de asma de Noelle Pazia. La muchacha había muerto en el maletero del coche de Reese Connolly, y al descubrirlo, él había sentido una furia que lo había llevado a nuevos niveles de horror con Ivy Clark.
Nunca había una buena razón para matar. Pero, en su mente desquiciada, Reese estaba haciéndolo por un buen motivo. Estaba intentando conseguir la aprobación y el cariño que pensaba que le habían negado de la única manera que sabía. Irónicamente, había sido Quinn la que había satisfecho aquellas necesidades, algo de lo que él no se había dado cuenta.
Su abogado, un hombre astuto y experimentado, dejaba bien claro en sus declaraciones que Baldwin había obligado a confesar a su cliente cuando todavía estaba bajo la influencia de la anestesia de la operación. Quería que el caso se sobreseyera por una cuestión técnica. Aquello se estaba convirtiendo en el circo más grande que hubiera conocido Nashville.
Baldwin estaba callado, disfrutando del sol de finales de verano. Los días eran más suaves, y por la noche comenzaba a hacer frío. El otoño llegaría pronto.
—Taylor —dijo suavemente.
Ella lo miró con una sonrisa en los ojos.
—He hablado con Garrett esta mañana. Le he dicho que dejo el trabajo.
Taylor se volvió hacia él, colocándose una mano sobre los ojos para protegerse del sol.
—¿Lo dices en serio?
—Sí. Quiero establecerme por mí mismo, montar una asesoría. Podrías trabajar conmigo.
—No quiero dejar la policía, Baldwin. Lo sabes.
—Entonces, podrías ayudarme durante los proyectos. De todos modos, ya está hecho. Voy a enviar los documentos de renuncia mañana por la mañana. Quiero estar aquí, Taylor. Contigo.
Se puso en pie y se acercó a ella. La agarró por los brazos e inclinó la frente para apoyarla en la suya.
—Estoy cansado de esta vida. Cansado de ver estos crímenes, de esperar a que aparezca el siguiente asesino. Quiero más. Quiero estar contigo. Hoy, mañana. Para siempre. Quiero que seas mi esposa.
Él le tomó la mano izquierda, y Taylor sintió que algo duro se le deslizaba por el dedo anular. Se miró la mano y se quedó asombrada al ver un brillante reluciente.
Taylor se quedó sin palabras. No tanto por la proposición de matrimonio como por la emoción que sentía. Esposa. La palabra le resultaba tan ajena… Nunca había pensado en ello seriamente. Sabía que Baldwin y ella se querían. Sin embargo, no se había permitido el lujo de pensar en compartir el resto de su vida con él.
Se enfrentaban diariamente al peligro. El mal se extendía como un cáncer por sus vidas, y los conectaba con la oscuridad. Taylor nunca había pensado que pudiera lograr la felicidad.
—Baldwin… no sé qué decir.
La expresión de su cara le rompió el corazón.
—No significa que esté diciendo que no. Es sólo que no lo había pensado seriamente. Yo… Baldwin, no quiero pensar en perderte. Tengo miedo de que, si nos casamos, pueda perderte.
—Taylor, eso es una locura. No voy a irme a ningún sitio. Nadie se va a interponer entre nosotros. Yo te protegeré. Nos protegeré a los dos.
Taylor notó el picor de las lágrimas en los ojos. Baldwin estaba a poca distancia de ella, mirándola como si fuera a explotar. La vulnerabilidad de su rostro abrumó a Taylor. Él lo había tomado como una señal de que ella lo estaba rechazando, y se volvió para marcharse, para entrar en la casa. Taylor lo agarró de un brazo. Le tomó la mano y se la llevó a los labios. Había empezado a llorar, y las lágrimas se le derramaban por las mejillas. Se las secó con una mano y sonrió a través de la neblina de sus ojos. Lo atrajo hacia sí y le rozó los labios con los suyos.
—No, por favor. No te vayas.
Respiró profundamente.
—Sí.
* * *