Capítulo 40
Taylor se despertó sobresaltada al oír el teléfono sonar. Gruñó, rodó por la cama y descolgó el auricular. Al mismo tiempo que respondía, alargó el otro brazo para encontrar a Baldwin, pero su lado de la cama estaba vacío. Se concentró en el teléfono.
—Teniente, oficina de la Metropolitana. Me han pedido que la informe de que hay un allanamiento de morada en el que se requiere su presencia.
—¿Hay algún muerto?
—No, señora, el mensaje que me han dado…
—Entonces, cuelgue. Si no hay fallecidos, no me necesitan.
—Teniente, el oficial Parks está en la escena y ha pedido que la avisáramos. Dice que quizá haya un doscientos dieciséis que puede interesarla.
Mierda. Aquello captó su atención. Bob Parks era un buen amigo, y si él pensaba que había una violación en aquel allanamiento de morada y que Taylor podía estar interesada, sólo significaba una cosa: el Hombre de la Lluvia.
Taylor se levantó y se puso los pantalones vaqueros.
—¿Dónde está el escenario? —preguntó. —En el Bulevar de Old Hickory, en una urbanización privada llamada Middletown. ¿Conoce la zona?
—Sí, muchas gracias. Dígales que voy en camino. Avise a Lincoln Ross y a Marcus Wade de mi parte, por favor, y envíeles para allá. Yo llegaré en diez minutos.
Después de colgar, terminó de vestirse, tomó su pistola y salió al salón. Eran las dos de la mañana.
Baldwin estaba en el sofá, medio dormido, con papeles esparcidos por los cojines y el suelo. Taylor le dio un beso rápido en la frente, le dijo adonde iba y se marchó. Cuando llegó a la Middletown, encontró fácilmente el lugar donde se había producido el allanamiento de morada. Había vehículos de policía con las luces, azules y blancas, girando delante de ella. Siguió la carretera hasta la multitud y aparcó. Después salió del coche y atravesó el cordón policial para dirigirse hacia Bob Parks, que estaba bajo la luz de una farola.
—Bob —le dijo al oído, y consiguió que el policía diera un salto. Se volvió y la saludó.
—Me alegro de que estés aquí. Pensé que querrías ver esto —le dijo, e hizo un gesto hacia la casa, un edificio señorial de ladrillo blanco.
—¿Qué ha pasado?
—El niño que vive en la casa llamó a la policía. Oyó ruidos y bajó las escaleras. Vio a su madre peleando contra un hombre que llevaba la cara tapada con un verdugo negro. El tipo se había colado por las puertas dobles del jardín y había atrapado a la señora, que estaba durmiendo en el sofá. El niño es muy pequeño, pero es muy listo, y volvió corriendo a su habitación, cerró la puerta con llave y llamó a la policía. La patrulla llegó aquí en pocos minutos, pero el tipo ya había terminado y se había marchado.
—¿La violó?
—Sí. Está muy afectada, pero consiguió decirnos que le había puesto un cuchillo en la garganta. Todo fue muy rápido.
—¿Y crees que fue el Hombre de la Lluvia?
—Bueno, está lloviendo. Además, el modus operandi concuerda. Sé que tú has estado llevando el caso, así que pensé que deberías venir al escenario.
—¿Está bien el niño?
—Sí, está bien. Asustado, pero puede que le haya salvado la vida a su madre, ¿sabes?
—Gracias por el aviso. No sé lo que podré hacer, pero me alegro de que me hayas llamado. Marcus y Lincoln van a venir también. Hablaremos con la víctima para ver si recuerda algo que pueda ser de ayuda. Tendremos que llevarla al hospital para que le hagan una exploración y obtengan pruebas. ¿Habéis buscado por el exterior de la casa?
—Sí. Hemos traído a los perros. La víctima dice que salió por la puerta de atrás cuando terminó, justo cuando se oían las sirenas en la distancia. Hay un bosque justo detrás de la casa, que llega hasta el aparcamiento de la Iglesia Presbiteriana de Cristo.
Taylor miró hacia el norte.
—¿Y has enviado patrullas al aparca miento? Quizá tenga allí su coche y haya venido andando.
—Sí. Estamos en eso. No tenemos nada todavía. Como he dicho, sólo pensé que querrías saber lo que estaba ocurriendo.
Taylor le tocó el brazo.
—Te lo agradezco mucho, Bob. Has hecho bien en llamarme. Ve y haz lo que tengas que hacer. Yo esperaré aquí a Marcus y a Lincoln y entraré en un minuto.
Parks asintió y se dirigió hacia la casa. Taylor miró hacia el edificio. Se había agolpado mucha gente para observar el desarrollo del drama, y Taylor los observó con atención. Hombres y mujeres en pijama y bata, atraídos por la tragedia como polillas a la luz. Sin embargo, no había nadie fuera de lugar. Tenían cara de angustia, y todos estaban despeinados y somnolientos de haberse despertado en mitad de la noche a causa de las sirenas de policía.
Lincoln Ross y Marcus aparecieron después, y al verlos, Taylor comenzó a caminar hacia ellos. En aquel momento, una sombra captó su atención. Miró a la derecha, y podría haber jurado que vio a una persona moviéndose junto al muro de la casa. Lincoln y Marcus salieron del coche y ella les hizo una seña silenciosa para que la siguieran a la casa de al lado. Caminó despacio, para que nadie notara que estaba persiguiendo a alguien en mitad de la oscuridad, pero decidida a averiguar qué era lo que le había llamado la atención.
—¿Qué ha visto?
—No lo sé —susurró ella—. Parecía una persona junto a la casa. Sólo he visto una sombra que se movía rápidamente. Puede que haya sido mi imaginación.
—Puede que no —dijo Marcus. Se abrió la funda de la pistola, y Lincoln y Taylor lo imitaron.
Estaban a cuatro metros de la casa. Por encima del olor a hierba mojada, Taylor percibió un olor a gasolina. Se detuvo en seco y se volvió hacia Lincoln.
—¿Oléis eso?
—No. Yo no huelo nada.
—Aceite —dijo Marcus—. Huele como a garaje.
Se miraron con horror, pensando lo mismo. ¿Acaso alguien quería prenderle fuego a la casa? Taylor se deshizo de toda precaución y salió corriendo hacia el edificio. Al doblar la esquina vio un zapato colgando de un muro de contención.
—¡Allí está! —gritó, corriendo hacia el muro. Por muy poco, se le escapó el tobillo al que pertenecía aquel zapato—. Maldita sea, ha saltado al otro lado del muro. ¡Parks! —gritó—. ¡Parks, que traigan a los perros! ¡Ha saltado el muro!
Con aquello, ella tomó carrerilla y saltó la pared con limpieza. Aterrizó de golpe al otro lado, y se quedó sin respiración durante un instante. Oía ruidos e imprecaciones. Lincoln y Marcus saltaron también.
—¿Está bien, teniente? —le preguntó Marcus.
—Sí, sí, vamos. Ha ido por allí —dijo ella, señalando hacia el oscuro bosque.
Lincoln y Marcus sacaron las linternas. Oían a alguien corriendo por entre los arbustos. Los perros ladraban y la gente gritaba. Taylor salió disparada hacia el escándalo.
Las ramas le golpearon la cara, pero ella se puso un brazo por delante para protegerse. La forma oscura que seguían no podía llevarles más de cuarenta metros de ventaja. El terreno era desigual. Marcus se tropezó con una rama y su linterna desapareció. La única luz de que disponían, por lo tanto, era la de Lincoln. Entonces, de repente, apareció un claro, y estaban corriendo por un campo que pertenecía a una granja. Taylor vio al hombre al que estaban persiguiendo; se estaba quedando sin aliento y cada vez corría más despacio. Lo estaba alcanzando, y oía a un perro que se acercaba a ellos por la derecha. No quería dejarse distraer de la carrera por el animal; él no iba a distinguir cuando comenzara a morder.
Aceleró todo lo que le permitieron las piernas. El hombre estaba a tres metros de ella, a dos… De un salto, lo atrapó con ambos brazos por la espalda. Él forcejeó y pateó, gritándola. Lincoln apareció detrás de Taylor y lo agarró por una pierna, intentando sujetarle las manos. El hombre se dio la vuelta levemente en brazos de Taylor, y de repente, ella vio las estrellas. El impacto de su puño le lanzó la cabeza hacia atrás, y estuvo a punto de soltarlo. De repente, Marcus llegó también, y entre Lincoln y él redujeron al hombre y lo esposaron. Finalmente, ella pudo respirar, y se dio cuenta de que le dolía todo el cuerpo.
El pastor alemán estaba a dos metros, preparado para atacar, ladrándole furiosamente al sospechoso. La cacofonía de ladridos y gritos casi ahogaba los bramidos del sospechoso.
—¡Soltadme, cerdos! No he hecho nada. ¡Soltadme!
El hombre apenas era capaz de retorcerse bajo el peso de Marcus y de Lincoln.
Apareció el adiestrador del perro y le dio una instrucción. El pastor alemán ladró unas cuantas veces más, y después se sentó en silencio, con unas cuantas gotas de lluvia cayéndole por el hocico. Aparecieron cuatro hombres más, y Lincoln rodó a la derecha para permitirles acceso. Marcus se puso en pie y tiró del hombre. Los oficiales gritaban diferentes órdenes, empujando al sospechoso. Taylor se sentó en el suelo, respirando profundamente.
—¡Les digo que yo no he hecho nada! ¡Suéltenme!
—¿Es él? —preguntó ella—. ¿Hemos atrapado a ese desgraciado?
Al hombre lo estaban desnudando, prácticamente, para registrarlo, y todos los oficiales asentían.
—Aquí tiene un verdugo de esquí.
—Tiene el cuchillo.
—Tiene la cuerda en el bolsillo. Cállate, maldito idiota. Te hemos cazado.
Taylor se puso en pie. Se acercó al hombre, que seguía forcejeando. Se detuvo al verla, con una sonrisa de loco. A ella le dolía el ojo, le dolía la cabeza y le dolían las piernas, pero parecía que habían atrapado a su hombre. Lo miró de arriba abajo. Llevaba unos pantalones de explorador y una camiseta negros. Era delgado y fibroso, y tenía los antebrazos muy musculosos. Llevaba botas de combate negras.
—Eres un pequeño ninja, ¿eh? ¿Cómo te llamas?
—Que te jodan.
—Muy bonito. ¿Lleva alguna identificación?
Los oficiales lo palparon y se echaron a reír.
—Tiene la cartera en el bolsillo de los pantalones. Qué maldito idiota —dijo uno de ellos, y le pasó la cartera de cuero a Lincoln. Él la abrió y sacó el carné de conducir del hombre.
—Muy listo, Norville. Amigos, les presento a Norville Turner. Norville, te presento a la gente que te hará la vida imposible de aquí en adelante —dijo, y miró a Taylor, sacudiendo la cabeza—. Traerse la cartera. Brillante.
—Yo no he hecho nada. No tienen nada contra mí, cerdos.
El sospechoso comenzó a forcejear de nuevo, y fue reducido rápidamente.
Taylor se puso frente a él y lo miró a los ojos. Olía a aceite sucio, y ella arrugó la nariz.
—Cállate, Norville. Llevas la bragueta abierta, idiota.
Él se lanzó contra ella antes de que nadie pudiera evitarlo y la escupió en la cara.
—Zorra. ¿Qué demonios te crees? Yo no he hecho nada.
Taylor, que se había enfurecido, se limpió la cara. Los oficiales tuvieron que sujetar al sospechoso mientras se retorcía, pero ella esperó. Cuando cesaron el forcejeo y los gritos, Taylor le sonrió. Después le dio un puñetazo con tanta fuerza como pudo en la mandíbula derecha. A él se le echó la cabeza hacia atrás, violentamente, y le flaquearon las rodillas. Los oficiales que estaban a su alrededor vitorearon a Taylor y se echaron a reír. Lincoln y Marcus se pusieron uno a cada lado de su jefa.
—Cuando se despierte, decidle a ese imbécil que está arrestado.
Sacudiendo la cabeza, se dio la vuelta y se alejó.
Taylor volvía por el bosque seguida de Lincoln y Marcus. Le dolía la cabeza y no veía bien por el ojo derecho. Se sentía maravillosamente.
Al volver al escenario, se encontraron con un caos absoluto. Había más coches patrulla aparcados en la calle, una ambulancia junto a la casa de la víctima y habían llegado ya las ubicuas furgonetas de la televisión. Taylor miró el reloj. Eran casi las cinco de la mañana. Las cadenas podrían emitir la noticia por la mañana.
—Lincoln, Marcus, quedaos con Price y contadle lo que acaba de ocurrir. Yo quiero ir con la víctima para ver cómo está. Hay que fichar al sospechoso y ver si ella puede identificarlo. Quizá se le resbalara el verdugo. De todos modos, hay que procesarlo. Supervisadlo todo, ¿de acuerdo?
—Muy bien, jefa. Llamaré con antelación y pediré que preparen las fotografías —le dijo Marcus, y la tomó por el brazo para poder mirarla mejor—. Se le va a poner el ojo morado en un par de horas.
Taylor se palpó suavemente la cara con los dedos. Hizo un gesto de dolor y pensó que no quería verse en el espejo.
—Sí, bueno, todo por el deber.
Lincoln apareció a su lado y le tendió una bolsa de hielo químico que había ido a buscar a la ambulancia.
—Aquí tiene. ¿Quiere que me quede?
—No, vosotros acercaos a la oficina a arreglarlo todo. Gracias, chicos.
Se despidió de ellos y se dirigió a la casa con el paquete de hielo apretado suavemente contra el ojo, intentando no mover la cabeza. Hacía tiempo que no se llevaba un puñetazo en la cara, y se le había olvidado lo mucho que dolía.
Brian Post estaba saliendo de la casa cuando ella llegó a la puerta principal.
—Vaya, me alegro de verte, teniente. Me he enterado de que has agarrado a ese desgraciado tú sola.
Taylor se quitó el hielo de la cara. Post emitió un largo silbido.
—Vaya, eso sí que es un ojo a la funerala. ¿Estás bien?
—Estupendamente. ¿Y nuestra víctima?
—¿Quieres una toalla? —le preguntó él, observando dubitativamente su pelo empapado.
—No, ya está secándose.
—De acuerdo. Te acompaño.
Volvieron hacia la entrada. Post iba hablando sin parar. La adrenalina los había consumido a todos. En pocas horas se derrumbarían de agotamiento, pero, por el momento, todos estaban acelerados.
—Cuando recibimos la llamada, Betsy casi se escapa de la cama. Quería venir rápidamente para hablar con la víctima. Casi tuve que esposarla para conseguir que se quedara en casa.
—Ésa es mi chica —dijo Taylor con una sonrisa torcida—. No esperaba menos de ella. Tiene agallas.
El interior de la casa estaba iluminado como un árbol de Navidad. Todas las luces estaban encendidas. Taylor se acercó directamente a la morena bajita que estaba envuelta en una sábana. Bien, pensó. Era el protocolo estándar para una víctima de violación: envolverla y asegurarse de que no se alteraran las pruebas, ni dejar que se perdiera ninguna antes de que ella pudiera ir al hospital y someterse a una exploración para la recuperación de pruebas físicas.
La mujer miró a Taylor con los ojos apagados.
—¿Quién es usted?
—Soy la teniente Taylor Jackson. Quería hablar con usted antes de que la lleven al hospital. ¿Se encuentra bien?
—Soy Nancy. Nancy Oldman. Estoy… bien… no del todo, pero lo estaré. Aquel oficial me ha dicho que quizá lo hayan arrestado. ¿Es cierto?
—Hemos tenido un altercado con un hombre fuera de su propiedad. ¿Puede decirme algo sobre el sujeto que la atacó?
Nancy tomó aire, y los ojos se le llenaron de lágrimas. Pero se recuperó rápidamente.
—No le vi la cara. Tenía un verdugo negro puesto. Pero olía muy mal, a gasolina o algo así. Fue muy rápido. Me agarró, me tiró al suelo y todo terminó rápidamente. No sé qué decirle. Me pareció que duraba una eternidad, pero ahora sé que no puede haber sido mucho tiempo. Quiero decir… —estaba balbuceando, pero se detuvo y respiró profundamente—. Está herida. ¿Se encuentra bien?
Taylor asintió.
—Sí. Nancy, vamos a necesitar su ayuda. ¿Está dispuesta a testificar contra el hombre que le hizo esto cuando lo tengamos en custodia oficialmente?
La víctima elevó la barbilla.
—Sí. Testificaré.
—Buena chica. Voy a dejar que la lleven al hospital con el detective Post. Lo ha hecho muy bien, Nancy. Hablaremos pronto, ¿de acuerdo?
Taylor le dio una palmadita torpe en la rodilla.
Después, sonrió a Post y salió de la casa. Necesitaba darse un baño y tomar un antiinflamatorio, o algo que le calmara el dolor de la cara. Pero primero, tenía que hablar con la prensa.
Cuando llegó al final de la calle, comenzó la locura. Los reporteros se pusieron a luchar para acceder a ella. Taylor se detuvo y alzó las manos. Los focos y los flashes se dispararon ante su rostro, y la cegaron durante unos instantes. Oyó un jadeo de mujer; no supo de quién provenía, pero se dio cuenta de que debía de tener muy mal aspecto. Se pasó una mano por el pelo, intentando dar una sensación de orden. Se le cayó una hoja de la cabeza, y Taylor estuvo a punto de echarse a reír. La mujer salvaje de Borneo hablando con la prensa.
—Tengo una breve declaración —dijo, cuando la multitud se calló—. Tenemos en custodia a un hombre blanco que estaba huyendo del escenario del allanamiento. Es posible que sea el autor del delito. Seguramente, el portavoz del departamento tendrá más información para ustedes mañana. Gracias —terminó. Se dio la vuelta y se alejó. Los gritos la siguieron.
—Teniente, ¿ha sido obra del Hombre de la Lluvia?
—¿Han detenido por fin al violador en serie?
—¿La golpeó, teniente?
Taylor decidió contestar a aquella última pregunta. Se dio la vuelta hacia los reporteros e intentó guiñar un ojo, pero no pudo.
—Al menos, será acusado de agredir a un oficial de policía —dijo con una sonrisa. Después entró en su coche y se marchó a casa.
Y todo, en una noche de trabajo.