Capítulo 18

Taylor se apoyó en el respaldo de la silla, con las manos enredadas entre su pelo largo y rubio. Las palabras del médico le rebotaron en la cabeza como si fueran una bola de pinball. «Estás embarazada. Estás embarazada. Estás embarazada».

Repasó su conversación con el doctor Gregory una y otra vez, como si pudiera cambiarla, alterar su significado.

—Eso es imposible. No tengo ningún retraso. Nunca lo he tenido. Creo que de ser así, lo sabría. Y tomo la píldora. Jamás se me olvida. Así que tiene que estar equivocado.

—Taylor, estas cosas pasan. Los análisis son muy sensibles, detectan las hormonas del embarazo casi inmediatamente. Lo que tienes que hacer es relajarte. Voy a recetarte vitaminas prenatales, y toma un miligramo de ácido fólico al día. Nada de alcohol, por supuesto. Y supongo que no tengo que decirte que no fumes.

Taylor tuvo ganas de vomitar. Psicosomático, se dijo. No podía tener mareos matutinos sólo porque su médico le dijera que estaba embarazada.

—Le digo, doctor, que es imposible. Nunca he…

—Es posible, y es real —la interrumpió él, suavemente—. Y ahora, quiero que pidas cita con tu ginecóloga, y ella podrá darte toda la información adicional.

El médico suavizó aún más la voz.

—Esto es una bendición, Taylor, Con el trauma y los daños que sufrió tu cuerpo, deberías estar saltando de alegría porque te haya ocurrido tan pronto. Todo va a salir bien, te lo prometo. Ahora tengo que dejarte, pero hablaremos pronto, ¿de acuerdo?

El médico colgó en cuanto ella susurró «de acuerdo». Taylor se quedó mirando el auricular, y después lo tiró al otro lado de la habitación como si fuera una serpiente que había intentado picarle. Maldición. No es que no quisiera tener un bebé, pero no quería en aquel momento. Al menos, no hasta que supiera si Baldwin quería algo así. Habían estado demasiado ocupados haciendo lo necesario para fabricar un niño en vez de hablar sobre las consecuencias. Consecuencias. Demonios, parecía una niña de trece años en una película. ¿Qué iba a hacer?

Tomó el teléfono móvil y marcó el número de Baldwin. En cuanto apretó el botón de llamada, apretó el botón de colgar, y dejó el móvil en el escritorio.

Comenzó a llorar. Nunca se había sentido tan mal. Una mujer de treinta y cinco años como ella debería estar entusiasmada con sólo pensar en un hijo sano. Sin embargo, Taylor no quería estar embarazada. Demonios, Baldwin y ella estaban conociéndose. ¿Cómo iba a soportar una unión tan frágil otra vida? Nunca habían hablado de los hijos. Su vida no tenía sitio para esa clase de futuro en aquel momento.

Tomó de nuevo el teléfono móvil, llamó a Sam y le pidió que quedara con ella para cenar. Taylor necesitaba una amiga en aquel mismo momento.

Taylor salió de la oficina distraídamente, absorta en sus problemas. Si hubiera dirigido una mirada rápida al exterior antes de salir por la puerta, quizá su vida hubiera sido un poco más fácil. Sin embargo, sufrió una arremetida despiadada.

—Teniente Jackson —le gritó alguien con la voz muy aguda.

Taylor alzó la cabeza y se encontró con un equipo de televisión de la CBS, que se había apostado en el aparcamiento del Centro de Justicia Criminal para tenderle una emboscada cuando saliera del edificio. Y lo habían conseguido.

—Teniente, nos gustaría hacerle unas preguntas sobre el caso del Hombre de la Lluvia. ¿Es cierto que el sospechoso ha agredido sexualmente y ha golpeado a la detective Betsy Garrison, de la Unidad de Crímenes Sexuales?

A Taylor aquello la tomó completamente por sorpresa. Se detuvo con la mente embarullada. ¿Cómo era posible que supieran aquello? Se recuperó y se irguió.

—¿Es cierto, teniente?

Taylor miró a la chica a la cara, intentando reconocerla.

—Creo que no nos han presentado.

—Edith Conrad, del Canal Cinco de Noticias. Es mi primer día —añadió con orgullo—. Entonces, ¿Es cierto? ¿Se ha convertido la detective Garrison en la ultima victima del Hombre de la Lluvia? ¿El mismo violador que ha estado aterrorizando a las mujeres de Nashville ha agredido a un miembro de la policía de Nashville?

—Deja de hacer hipótesis, Edith. No hay comentarios sobre la investigación de ese caso. Es una investigación en curso, y no se hacen comentarios sobre las investigaciones en curso. Como es tu primer día, haré la vista gorda con esa transgresión.

Taylor rodeó al cámara y se alejó.

—Teniente —dijo la chica—, también se dice que hay pruebas de ADN en el caso. ¿Está segura de que no quiere hacer ningún comentario?

Taylor se volvió.

—¿De dónde has sacado esa información?

Edith sonrió con astucia.

—De una fuente fiable. ¿Va a confirmar o a negar la información? Porque las dos sabemos que es cierto.

Taylor se la quedó mirando fijamente. La chica era delgada y rubia, y estaba entusiasmada consigo misma. Taylor hizo lo único que podía hacer.

—Sin comentarios —repitió, y cruzó la calle apresuradamente, oyendo la voz de la chica tras ella.

—¿Has grabado eso? Por favor, dime que lo has grabado todo.

—Mierda —dijo Taylor.

Llegó a su coche y entró antes de abrir el teléfono móvil. Rápidamente, marcó el número de Mitchell Price. Él respondió al primer tono.

—Price, soy Taylor. Tenemos un problema. El Canal Cinco de Noticias tiene la violación de Garrison.

El torrente de juramentos habría dejado orgulloso a cualquier marinero. Cuando Price se calmó, Taylor le contó todo el incidente con la reportera.

—¿Qué quiere que haga? —le preguntó.

—No quiero que hagas nada —respondió él—. Yo me encargaré de controlarlo. Maldita sea, Taylor, se suponía que ibais a mantener esto en secreto.

—Y lo he hecho, capitán. Sólo tienen la información Lincoln y Marcus. La filtración viene de otra parte. Del hospital, quizá, o del laboratorio. Era muy difícil que pudiéramos ocultar esto.

—Los medios de comunicación no pueden airear los nombres de las víctimas de una violación sin su autorización previa. Así pues, esperemos que no mencionen el nombre de Betsy Garrison. Si lo hacen, vamos a demandarlos.

—Es el primer día de trabajo de la reportera, así que no puedo darle una estimación de su integridad. Pero será mejor que encuentre la manera de acallar los rumores.

—No vamos a poder acallarlo por completo, pero me aseguraré de que no mencionen su nombre. ¡Maldita sea!

—Lo siento, capitán. Lo único que puedo decirle es que no he sido yo, ni uno de los míos. Buena suerte con esto.

—Ni una palabra de ello, teniente, ¿entendido? Asegúrese de que nadie de ese edificio dice otra cosa que no sea «Sin comentarios».

—Entendido. Lo llamaré mañana —dijo Taylor.

Después colgó, abatida. Nada iba a salirle bien aquel día.